Cuando te encuentre (30 page)

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Authors: Nicholas Sparks

Sin embargo, no pudo engañar a Nana. De vez en cuando, mientras Beth y Logan intentaban mantener aquella apariencia inocente, su abuela murmuraba algo que carecía de sentido como «camellos en el Sahara» o «pelos largos y zapatitos de cristal». Más tarde, a solas con Logan, Beth intentaba descifrar esos comentarios. El primero parecía implicar que estaban hechos el uno para el otro; le costó más comprender el segundo, y se quedó bloqueada hasta que Logan se encogió de hombros y sugirió: «¿Quizá tenga algo que ver con Rapunzel y Cenicienta?».

Cuentos de hadas. Pero de los buenos, con finales felices. Nana estaba dejando ver su lado romántico sin revelarse como una anciana de lágrima fácil.

Aquellos momentos robados cuando estaban solos adquirían una intensidad casi onírica. Beth comprendía a la perfección cada uno de sus movimientos y sus gestos, y se mostraba encantada con la forma silenciosa en que él le cogía la mano mientras caminaban detrás de Ben en sus paseos nocturnos, para luego soltarla disimuladamente cuando el niño se daba la vuelta para comentarles algo. Logan tenía un sexto sentido referente a la distancia que Ben se había alejado de ellos —Beth pensaba que debía de ser una habilidad que había adquirido en el Ejército— y ella se sentía agradecida de que él no se mostrara molesto ante su deseo de mantener, de momento, su relación en secreto.

Estaba encantada de que Logan continuara tratando a Ben del mismo modo como lo había hecho antes. El lunes apareció con un pequeño arco y unas flechas que había comprado en la tienda de deportes. Él y Ben se pasaron una hora intentando hacer diana en diferentes blancos y para experimentar con disparos enrevesados que provocaban que las flechas quedaran atrapadas entre las espinosas hojas de acebo o colgadas en las ramas de los árboles, por lo que al final los dos acabaron completamente llenos de arañazos.

Tras la cena, se pusieron a jugar al ajedrez en el comedor mientras ella y Nana ordenaban la cocina. Cuando Beth estaba secando los platos, de repente se le ocurrió, sin ningún motivo en particular, que podría amar a Logan eternamente solo por la forma en que trataba a su hijo.

A pesar de su empeño en guardar las apariencias, todavía hallaban excusas para quedarse a solas. El martes, cuando ella llegó a casa de la escuela, descubrió que, con el permiso de Nana, él había instalado un balancín en el porche, «para que no tengamos que sentarnos en los peldaños». Mientras Ben estaba ocupado con su clase de música, ella se relajó junto a Logan con el rítmico movimiento del balancín. El miércoles fue al pueblo con él en coche para recoger otro saco de comida para perros. Actividades rutinarias, pero el mero hecho de estar a solas con él le bastaba. A veces, cuando estaban en la furgoneta juntos, él la rodeaba con su brazo y ella se apoyaba en su pecho, saboreando el momento.

Beth pensaba en él mientras trabajaba: se imaginaba lo que debía de estar haciendo o se preguntaba de qué debían de estar hablando Nana y él. Podía ver cómo se le pegaba la camisa a la piel por el sudor o cómo flexionaba los brazos mientras adiestraba a los perros. El jueves por la mañana, cuando Logan y
Zeus
subían por el sendero de gravilla para empezar a trabajar, ella los observó a través de la ventana de la cocina. Nana estaba en la mesa, calzándose lentamente las botas de caucho, un reto que le resultaba más arduo a causa de la debilidad de su brazo. Beth carraspeó antes de hablar.

—¿Te importa si Logan se toma el día libre? —le preguntó.

Nana no se molestó en ocultar su sonrisa socarrona.

—¿Por qué?

—Me gustaría estar con él. A solas.

—¿Y qué me dices de la escuela?

Beth ya estaba vestida, y también se había preparado la fiambrera con la comida.

—Me parece que llamaré y diré que estoy enferma.

—Ah —dijo Nana.

—Le quiero, Nana —confesó.

Su abuela sacudió la cabeza, pero sus ojos brillaron.

—Me preguntaba cuánto tardarías en decidirte a confesármelo abiertamente. Ya me estaba cansando de estar todo el día murmurando esas estúpidas frasecitas sobre zapatitos y camellos.

—Lo siento.

Nana se puso de pie y dio un par de pasos con firmeza, para confirmar que se había calzado correctamente las botas.

—Supongo que por un día podré apañarme sola. Tal vez sea bueno para mí. Últimamente me he pasado demasiadas horas repanchingada en el sofá, viendo la tele.

Beth se colocó un mechón de pelo detrás de la oreja.

—Gracias.

—No hay de qué. Pero no te acostumbres, ¿eh? Es el mejor empleado que he tenido.

Se pasaron la tarde abrazados, haciendo el amor. Cuando fue la hora de regresar a casa —deseaba estar allí cuando Ben llegara de la escuela—, Beth tenía la certeza de que Logan la amaba tanto como ella lo amaba, y que él también estaba empezando a considerar la posibilidad de pasar el resto de sus vidas juntos.

La única cosa que empañaba aquella perfecta felicidad era la impresión de que había algo que inquietaba a Logan. No era ella, de eso no le quedaba la menor duda. Ni tampoco el estado de su relación: su forma de comportarse cuando estaban juntos era la prueba. Pero había algo más, algo que no acertaba a comprender. Al analizar la cuestión más detenidamente, Beth se dio cuenta de que la primera vez que había notado aquel cambio había sido el martes por la tarde, justo después de que ella llegara a casa con Ben.

Para no perder la costumbre, el niño había salido disparado como una flecha del coche para jugar con
Zeus
, con ganas de quemar toda su energía después de la clase de música. Mientras Beth se hallaba de pie en el despacho de la residencia canina hablando con Nana, espió a Logan a través de la ventana; él deambulaba por el patio con las manos en los bolsillos y parecía perdido en sus pensamientos. Incluso en la furgoneta, cuando la estrechó con un brazo, pudo notar que seguía preocupado. Y aquella noche, después de la partida de ajedrez con Ben, Logan había salido al porche solo.

Beth salió a hacerle compañía unos minutos más tarde y tomó asiento a su lado en el balancín.

—¿Te preocupa algo? —le preguntó finalmente.

Logan no contestó de forma inmediata.

—No estoy seguro.

—¿Estás enfadado conmigo?

Él sacudió la cabeza y sonrió.

—No.

—¿Qué te pasa?

Él vaciló.

—No estoy seguro —volvió a repetir.

Beth se lo quedó mirando fijamente, sin pestañear.

—¿Quieres que hablemos de ello?

—Sí —contestó él—. Pero todavía no.

El sábado, con Ben en casa de su padre, los dos fueron a Sunset Beach, cerca de Wilmington, en coche.

A aquella hora, el hervidero de gente que solía amontonarse en la playa ya se había disipado. Con la salvedad de unas pocas personas que paseaban por la playa, tenían todo el espacio para ellos dos. El océano, alimentado por la corriente del Golfo, todavía estaba lo bastante atemperado como para disfrutar de un último baño. Se dedicaron a deambular por la orilla, disfrutando de la sensación de la espuma de las olas bajo sus pies, mientras Logan lanzaba una pelota de tenis al agua.
Zeus
estaba disfrutando enormemente, remando con las patas delanteras con furia y ladrando de vez en cuando como si intentara intimidar a la pelota para que esta no se moviera de sitio.

Beth había preparado una cesta con comida y llevaba un par de toallas. Cuando
Zeus
empezó a acusar el cansancio, se alejaron de la arena mojada y se instalaron en una duna para comer. Metódicamente, ella sacó todo lo necesario para preparar bocadillos y cortó trozos de fruta fresca. Mientas comían, un pesquero surcó la línea del horizonte. Durante un buen rato, Logan mantuvo la vista fija en la embarcación con el mismo semblante preocupado que ella había visto tantas veces durante aquella semana.

—Ya vuelves a poner esa cara —dijo finalmente ella.

—¿Qué cara?

—Vamos, suéltalo ya —lo animó, sin prestar atención a su pregunta—. ¿Qué es lo que te preocupa? Y esta vez no aceptaré ninguna excusa.

—No pasa nada —contestó él, girando la cara hacia ella para mirarla—. Sé que estos últimos días he estado un poco distante, pero es que estoy intentando entender una cosa.

—¿El qué?

—Por qué estamos saliendo juntos.

Beth notó que se le encogía el corazón. No era la respuesta que esperaba y no pudo ocultar el desaliento en su expresión.

—Perdona, no me he expresado correctamente —se apresuró a rectificar él, al tiempo que sacudía la cabeza—. No lo decía en el sentido que piensas. Estaba pensando en cómo es posible esta coincidencia. No tiene sentido.

Ella frunció el ceño.

—Sigo sin entenderte.

Zeus
, que había permanecido tumbado a su lado, alzó la cabeza para observar una manada de gaviotas que acababa de posarse cerca de ellos en la arena. Más lejos, en la orilla, varios zarapitos se lanzaban en picado en busca de pequeños cangrejos. Logan los estudió antes de proseguir. Cuando volvió a hablar, su voz era firme, como un profesor elaborando una tesis sobre un tema para sus alumnos.

—Si lo enfocas desde mi perspectiva, así es como lo veo yo: una mujer inteligente, adorable, apasionada y guapa, que todavía no ha cumplido treinta años, y que además, cuando se lo propone, puede ser extremamente seductora. —Le regaló una sonrisa antes de continuar—: En otras palabras, una soltera de oro, según la definirían muchos. —Hizo una pausa—. Si te sientes incómoda, dímelo y cambiaré de tema.

Ella se inclinó hacia él y le dio unas palmaditas en la rodilla.

—No, sigue. De momento no me incomodas.

Logan se pasó la mano enérgicamente por el pelo.

—Esto es lo que he estado intentando comprender. Llevo días dándole vueltas.

Ella intentó sin éxito seguir su línea argumental. Esta vez, en lugar de propinarle unas palmaditas en la rodilla, se la apretó.

—Chico, tienes que aprender a expresarte con más claridad. Sigo sin entenderte.

Por primera vez desde que lo había conocido, detectó cierta impaciencia en su rostro. Algo que desapareció casi inmediatamente. Beth tuvo la impresión de que iba más dirigida hacia sí mismo que hacia ella.

—Lo que digo es que no tiene sentido que no hayas mantenido ninguna relación duradera con otro hombre desde tu divorcio. —Hizo una pausa, como si buscara las palabras adecuadas—. Sí, tienes un hijo, y para algunos eso puede suponer un obstáculo, hasta el punto de que no deseen iniciar una relación contigo. Pero por lo que veo no ocultas que eres madre, y supongo que la mayoría de la gente en esta pequeña localidad conoce tu situación. ¿Me equivoco?

Ella vaciló.

—No.

—Y los hombres que te han pedido salir, ¿todos sabían que tenías un hijo desde el principio?

—Sí.

La miró con expresión de incredulidad.

—Entonces, ¿qué pasó?

Zeus
rotó la cabeza sobre el regazo de Beth; ella empezó a acariciarlo entre las orejas, notando cómo se iba despertando su instinto de defensa.

—¿Y eso qué importa? —replicó un poco enojada—. Además, para ser sincera, no estoy segura de que me fascine esa clase de preguntas. Lo que sucedió en el pasado es cosa mía, y no puedo hacer nada por remediarlo, así que no pienso continuar aquí sentada a tu lado mientras me interrogas acerca de con quién he salido previamente y qué pasó en cada una de esas relaciones. Soy tal y como me ves, y creía que tú, de entre todas las personas del mundo, lo comprenderías, míster-he-venido- andando-desde-Colorado-pero-no-me-preguntes-por-qué.

Logan se quedó callado, reflexionando acerca de lo que le acababa de decir. Cuando volvió a abrir la boca, intentó transmitirle una inesperada ternura.

—No tenía intención de enojarte. Lo digo porque creo que eres la mujer más especial que jamás he conocido. —Nuevamente, hizo una pausa antes de proseguir, como si intentara asegurarse de que ella había comprendido correctamente sus palabras—. La cuestión es que estoy casi seguro de que prácticamente todos los hombres sentirían lo mismo que yo. Y puesto que has salido con otros, especialmente en esta pequeña localidad donde no hay tantas chicas disponibles en tu franja de edad, estoy seguro de que alguno de ellos debería haber sabido apreciar que eres una persona muy especial. Vale, quizás algunos no fueran tu tipo, y por eso decidiste acabar la relación. Pero ¿qué pasa con el resto? ¿Los que te gustaban? Tuvo que haber alguno, un hombre entre todos ellos, por el que te sintieras genuinamente atraída.

Logan cogió un puñado de arena y abrió los dedos, permitiendo que los granos se escurrieran lentamente entre ellos.

—Esto es lo que he estado pensando. Porque no me parece lógico que no te hayas enamorado antes de alguien; sin embargo, recuerdo que un día me dijiste que no habías tenido mucha suerte con tu vida amorosa.

Se limpió la mano con la toalla antes de preguntarle:

—¿Me equivoco?

Ella se lo quedó mirando, preguntándose cómo podía comprender con tanta precisión sus sentimientos.

—No —admitió.

—Y tú también te has preguntado el porqué, ¿no es cierto?

—A veces —confesó—. Pero ¿no crees que le estás dando demasiadas vueltas al tema? Aunque fuera tan perfecta como tú me defines, tienes que recordar que los tiempos han cambiado. Probablemente hay miles o cientos de miles de mujeres que te describirían del mismo modo.

—Quizá. —Logan se encogió de hombros.

—Pero no pareces convencido.

—No. —Sus ojos azul cielo continuaron escrutándola firmemente.

—¿Acaso crees que se trata de una conspiración o algo parecido?

En lugar de contestar directamente, él cogió otro puñado de arena.

—¿Qué puedes contarme de tu ex? —le preguntó.

—¿Y eso qué importa?

—Tengo curiosidad por saber cómo se toma que salgas con otros hombres.

—Estoy segura de que no le importa lo más mínimo. Y no puedo comprender por qué crees que es importante.

Logan soltó toda la arena de golpe.

—Porque —sentenció, con una voz más cavernosa— estoy seguro de que fue él quien entró a robar en mi casa hace unos días.

Thibault

El sábado por la noche, después de que Elizabeth se marchara, Thibault se encontró a Victor en el comedor, vestido con los mismos pantalones cortos y la misma camisa de safari que llevaba puesta el día en que murió.

Al verlo, Thibault se quedó petrificado. No era posible. Eso no estaba pasando de verdad. Sabía que su amigo había muerto y que estaba enterrado en una fosa cerca de Bakersfield. Sabía que
Zeus
habría reaccionado si una persona de verdad hubiera entrado en la casa, pero el perro simplemente avanzó hacia su cuenco de agua.

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