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Authors: Nicholas Sparks

Su ex no tardaría en llegar. Keith Clayton. Desde que había regresado de casa de Adam, no había dejado de pronunciar aquel nombre repetidamente, haciendo que sonara como una blasfemia.

No podía creerlo. O mejor dicho, sí que se lo creía. Ya no tenía dudas. A pesar de que había deseado abofetear a Adam por haberse comportado como un pelele y haber tirado tan rápidamente la toalla, sabía que no podía culparlo. Era un buen chico, pero no era —ni nunca lo había sido— la clase de hombre que habrían seleccionado en un torneo de baloncesto o de béisbol. No había ninguna posibilidad de que se atreviera a plantarle cara a su ex.

Beth solo deseaba que Adam le hubiera revelado lo que Keith le había hecho. No le costaba nada imaginárselo; sabía que el despacho que tenía alquilado era propiedad de la familia Clayton. Casi todos los locales comerciales en el centro del pueblo les pertenecían. ¿Keith lo había amenazado con echarlo del local? ¿O quizá le había salido con el numerito: «Podemos ponerte las cosas difíciles»? ¿Hasta qué punto estaba dispuesto a llegar Keith?

Durante todo aquel rato que Beth había permanecido allí fuera sentada, había intentado calcular cuántas veces había sucedido exactamente lo mismo. Tampoco había tenido tantos pretendientes, quizá cinco o seis que habían acabado su relación con ella del mismo modo repentino e inexplicable como había acabado Adam. Eso contando a Frank, y eso había sucedido… ¿siete años atrás? ¿Keith la había estado siguiendo y espiando durante todo ese tiempo? La respuesta le provocó náuseas.

Y Adam…

¿Qué pasaba con los hombres que elegía? ¿Por qué todos se lanzaban al suelo y se hacían los muertos en el momento en que intervenía su ex? Sí, Keith pertenecía a una familia poderosa, y sí, era el ayudante del
sheriff
, pero ¿por qué ninguno de ellos se había comportado como un verdadero hombre y lo había enviado a paseo? O, como mínimo, ¿por qué no se habían atrevido a contarle la verdad? En lugar de eso, habían abandonado la escena con la cola entre las piernas. Entre ellos y Keith, Beth no había sido muy afortunada con los hombres. ¿Cómo decía el refrán?: «Cuando alguien te engaña, la primera vez es culpa suya, la segunda vez, la culpa es tuya». ¿Era culpa de Beth haber elegido a unos hombres tan cobardes?

«Quizás», acabó por admitir. Sin embargo, eso no era la cuestión. Lo era que Keith había estado manejando los hilos entre bambalinas para mantener las cosas tal y como él quería. Como si ella fuera una simple marioneta.

El pensamiento le provocó nuevamente arcadas, y por unos momentos deseó que Logan estuviera allí, a su lado. Y no porque Keith no tardaría en llegar para dejar a Ben. No lo necesitaba por eso. No temía a Keith. Jamás le había tenido miedo porque sabía que en el fondo no era más que un pobre diablo, un abusón, y los abusones enseguida se amedrentan cuando alguien les planta cara. Por eso tampoco Nana le había tenido miedo nunca. Drake también se había dado cuenta, y Beth sabía que su hermano siempre conseguía poner a Keith nervioso.

No, deseaba que Logan estuviera allí porque era un tipo estupendo que sabía escuchar, y ella sabía que él no interrumpiría su retahíla de insultos hacia su ex, ni intentaría resolver su problema, ni se hartaría si ella exclamaba: «¡No puedo creer que me haya hecho esto!» cien veces seguidas. Logan dejaría que se desahogara.

Pero entonces pensó que lo último que quería era transmitir su rabia a los demás. Lo mejor era calmarse. Necesitaba estar enfadada para plantarle cara a Keith —de ese modo podría ser más incisiva—, pero al mismo tiempo, no quería perder el control. Si empezaba a chillar, Keith simplemente lo negaría todo antes de marcharse sulfurado. Lo que Beth quería era que dejara de meter las narices en su vida —especialmente ahora que Logan había entrado en juego—, sin que eso repercutiera en los fines de semana que Ben tenía que pasar con su padre.

No, mejor que Logan no estuviera allí. Keith podría reaccionar con agresividad si volvía a verlo, incluso provocar a Logan para que cometiera alguna estupidez, y eso no haría más que complicar las cosas. Si se atrevía a tocarle un solo pelo a su ex, lo meterían en la cárcel durante bastante tiempo. Tendría que hablar con Logan acerca de esa cuestión, para asegurarse de que comprendía quién manejaba el timón en Hampton. Pero, de momento, lo importante era buscar una solución a su pequeño problema.

A lo lejos asomaron unos faros. El coche pareció primero licuarse y luego solidificarse mientras se aproximaba a la casa. Beth vio que Nana espiaba con curiosidad a través de las cortinas, y que luego se retiraba. Beth se levantó del balancín y avanzó hacia la punta del porche mientras la puerta del pasajero se abría. Ben salió disparado, con la mochila, y sin darse cuenta se metió en un charco y sus zapatos quedaron completamente empapados. Pero el pequeño incidente no pareció incomodarlo, ya que trotó hacia los peldaños y subió hasta el porche.

—¡Hola, mamá! —Los dos se abrazaron antes de que él alzara la vista hacia ella—. ¿Podemos cenar espaguetis?

—Por supuesto, cielo. ¿Qué tal el fin de semana?

Ben se encogió de hombros.

—Ya sabes.

—Sí, ya sé. ¿Por qué no entras y te cambias? Creo que Nana ha horneado unas galletas. Y quítate los zapatos, ¿de acuerdo?

—¿Y tú no entras?

—No tardaré. Pero primero quiero hablar con tu padre.

—¿Por qué?

—No te preocupes. No se trata de ti.

Ben intentó interpretar su expresión. Ella le apoyó una mano en el hombro.

—Vamos, entra. Nana te está esperando.

Ben entró mientras Keith bajaba la ventanilla un par de centímetros.

—¡Este fin de semana lo hemos pasado en grande! ¡No le hagas caso si dice lo contrario!

Su tono arrogante denotaba una absoluta confianza. Beth pensó que eso probablemente se debía a que Logan no estaba cerca.

Ella dio otro paso hacia delante.

—¿Tienes un minuto?

Keith la miró a través de la rendija de la ventana entreabierta antes de aparcar el coche y apagar el motor. Abrió la puerta y salió corriendo hacia los peldaños. Cuando estuvo en el porche, sacudió varias veces la cabeza y unas gotas de agua salieron despedidas en todas direcciones, luego le dedicó una sonrisita seductora. Probablemente pensaba que ofrecía un aspecto sensual.

—¿Qué pasa? —se interesó—. Ya te lo he dicho, Ben y yo lo hemos pasado fenomenal este fin de semana.

—¿Lo has obligado a limpiar tu cocina otra vez?

La sonrisita se borró de su cara.

—¿Qué quieres, Beth?

—No te pongas quisquilloso. Tan solo es una pregunta.

Keith continuó mirándola sin parpadear, intentando adivinar sus pensamientos.

—Yo no te digo lo que tienes que hacer con Ben cuando él está contigo, y espero la misma deferencia. Y ahora dime, ¿de qué quieres hablar?

—De varias cosas. —A pesar del asco que sentía, esbozó una sonrisa forzada y señaló hacia el balancín—. ¿Te apetece sentarte?

Él parecía sorprendido.

—Sí, aunque no puedo quedarme mucho rato. Esta noche he quedado.

«Por supuesto que has quedado. O bien es cierto, o es lo que quieres que crea», pensó ella. La clase de recordatorio de que, desde su divorcio, él siempre tenía la agenda personal muy ocupada.

Se acomodaron en el balancín. Después de sentarse, Keith se relajó impulsándose con suavidad hacia delante y hacia atrás, extendiendo los brazos.

—Qué agradable. ¿Lo has montado tú?

Ella intentaba mantener la máxima distancia entre ambos en el balancín.

—Lo ha montado Logan.

—¿Logan?

—Logan Thibault. Trabaja para Nana en la residencia canina. ¿Recuerdas? Lo viste una vez.

Él se rascó la barbilla.

—¿El tipo que estaba aquí la otra noche?

«No te hagas el tonto», pensó Beth, sin embargo dijo:

—Sí, el mismo.

—¿Y no le importa limpiar jaulas y recoger caca de perros? —preguntó Keith.

Ella ignoró la malicia que destilaba la pregunta.

—No.

Keith resopló pesadamente al tiempo que sacudía la cabeza.

—Mejor que lo haga él que yo. —Se giró hacia ella mientras se encogía de hombros—. Y bien, ¿qué quieres?

Beth escogió cuidadosamente las palabras que iba a pronunciar.

—Me cuesta decírtelo… —Se quedó un momento callada, sabiendo que de ese modo conseguiría avivar más su interés.

—¿Qué pasa?

Ella se sentó con la espalda más erguida.

—Hace unos días estaba hablando con una amiga y me contó algo que no me sentó nada bien.

—¿Qué te contó? —Keith se inclinó hacia ella, alerta.

—Bueno, antes de que te lo diga, quiero que sepas que solo se trata de uno de esos estúpidos rumores. Una amiga de una amiga de una amiga oyó algo, y al final ha llegado hasta mí. Es sobre ti.

La expresión de Keith denotaba su inmensa curiosidad.

—Me tienes intrigado.

—Lo que mi amiga me dijo es que… —Beth vaciló—. Me dijo que me has estado espiando siempre que he salido con algún hombre. Y que amenazaste a varios de ellos para que no siguieran saliendo conmigo.

Beth se contuvo para no mirarlo directamente a los ojos, pero por el rabillo del ojo vio que a él se le helaba la expresión. Su rostro no solo mostraba estupefacción, sino contrición. Beth frunció los labios para no estallar y ponerse a chillar histérica.

Keith relajó las facciones.

—No puedo creerlo. —Se propinó unos golpecitos en la pierna con los dedos—. ¿Quién te ha contado eso?

—Oh, no importa —procuró restar importancia a la cuestión—. No la conoces.

—Es que siento curiosidad —insistió él.

—Te digo que no importa —repitió Beth—. Pero no es verdad, ¿no?

—¡Por supuesto que no! ¿Cómo te atreves a pensar algo parecido?

«¡Mentiroso!», gritó en su interior, pero controló sus impulsos. En el incómodo silencio que los envolvió, él sacudió la cabeza.

—Tengo la impresión de que deberías elegir a tus amigas con más cuidado. Y para serte sincero, me siento un poco herido por el hecho de que hayas iniciado esta conversación.

Ella se esforzó por sonreír.

—Ya le dije que no era verdad.

—Pero claro, querías asegurarte preguntándomelo a mí en persona.

Beth detectó cierta rabia en su voz, y se recordó a sí misma que tenía que ir con mucho cuidado.

—Bueno, ya que hoy tenías que venir… —adujo, intentando mantener el tono desenfadado—. Y además, nos conocemos desde hace tanto tiempo que considero que podemos hablar con toda franqueza, como adultos. —Lo miró con los ojos muy abiertos, como si fuera la víctima de un inocente error—. ¿Así que te ha molestado que te lo haya preguntado?

—No, pero… solo con pensar que has podido dudar de mí… —Keith alzó las manos.

—No he dudado de ti. Pero deseaba contártelo porque quiero que sepas lo que la gente va diciendo acerca de ti a tus espaldas. No me gusta que hablen de ese modo del padre de mi hijo, y eso es precisamente lo que le dije a mi amiga.

Sus palabras obtuvieron el efecto deseado: él volvió a acomodarse en el balancín con una expresión de absoluto orgullo.

—Gracias por defenderme.

—No tienes que darme las gracias. Ya sabes cómo son los cotilleos. Son la serpiente mortífera de las pequeñas localidades. —Beth sacudió la cabeza—. Bueno, ¿y qué tal te va la vida? ¿Cómo te va el trabajo?

—Como de costumbre. ¿Y tú? ¿Qué tal tu clase este año?

—Ah, son unos niños encantadores. Por lo menos, de momento.

—Me alegro —dijo Keith. Señaló hacia el patio—. Menuda tormenta, ¿eh? Apenas podía ver la carretera.

Precisamente estaba pensando lo mismo cuando venías hacia aquí. Qué tiempo más loco. Ayer se estaba la mar de bien en la playa.

—¿Fuiste a la playa?

Beth asintió satisfecha.

—Sí, con Logan. Hemos empezado a salir juntos.

—Ah —comentó él—. Por tu tono diría que parece que vais en serio.

Ella le ofreció una mirada de reprobación.

—No me digas que mi amiga tenía razón sobre ti.

—No, claro que no.

Ella esbozó una sonrisa burlona.

—Lo sé. Solo bromeaba. Y no, lo nuestro no va en serio, de momento, pero es un tipo estupendo.

Keith unió sus enormes manos sobre el regazo.

—¿Y qué opina Nana al respecto?

—¿Y eso qué importa?

Él cambió de postura en el balancín, visiblemente tenso por la pregunta.

—Solo digo que esta clase de situaciones puede ser complicada.

—¿De qué estás hablando?

—Él trabaja aquí. Y ya sabes cómo funciona eso de los flirteos hoy día. Te expones a que él te denuncie por acoso sexual en el trabajo.

—Él no haría eso…

Keith habló con paciencia, como si estuviera dando un sermón a una adolescente.

—Créeme. Eso dicen todos. Pero analízalo detenidamente. Él no tiene ningún vínculo con la comunidad, y si está trabajando para Nana, dudo que tenga mucho dinero. No es que eso importe, pero recuerda que tu familia posee muchas tierras. —Se encogió de hombros.

—Solo digo que si yo estuviera en tu lugar, iría con mucho cuidado.

El tono que utilizaba era persuasivo y, a pesar de que ella sabía que solo fingía, parecía denotar un genuino interés por ayudarla, como un amigo que se preocupara por su bienestar. Beth pensó que aquel energúmeno tendría que haber sido actor.

—Nana es la propietaria de las tierras y de la casa. Yo no.

—Ya sabes cómo pueden ser los abogados.

«Lo sé perfectamente —pensó ella—. Recuerdo lo que tu abogado hizo respecto a la custodia de Ben».

Beth se mordió la lengua y le regaló una cándida sonrisa antes de contestar:

—No creo que eso suponga ningún problema. De todos modos, se lo comentaré a Nana —cedió falsamente.

—Probablemente es una buena idea. —Keith parecía satisfecho.

—Y yo me alegro de que no me haya equivocado respecto a ti.

—¿Qué quieres decir?

—Ya sabes, que no te importe que salga con alguien como Logan. Dejando de lado la cuestión del acoso sexual. Realmente me gusta.

Keith descruzó las piernas.

—No me atrevo a afirmar que no me importe.

—Pero acabas de decir que…

—He dicho que no me importa con quién salgas, y es verdad. Pero sí que me importa quién se cruza en la vida de mi hijo, porque él sí que me importa.

—Por supuesto que ha de importarte, eres su padre. Pero ¿qué tiene eso que ver con Logan? —protestó ella.

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