Cuando te encuentre (32 page)

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Authors: Nicholas Sparks

Beth sonrió, pero solo un instante. Cuando la tostadora se disparó, Nana cogió las tostadas y las puso en un plato. Las untó con la mantequilla fundida, luego añadió azúcar y canela. Tomó el plato y lo depositó en la mesa, delante de Beth.

—Vamos. Tienes que comer. Te estás quedando en los huesos.

—Peso lo mismo que siempre.

—Ya, pero estás demasiado flaca. Siempre has estado demasiado flaca. Si no vas con cuidado, saldrás volando con la tormenta. —Hizo un gesto hacia la ventana mientras volvía a sentarse—. Esta será de las grandes. Qué alivio. Necesitamos que llueva. Espero que no haya aulladores en los caniles.

Nana se refería a los perros que tenían miedo de las tormentas y que se pasaban todo el rato aullando, fastidiando al resto de los animales. Beth pensó que el cambio de tema de la conversación era una oportunidad para zanjar el asunto. Normalmente Nana le ofrecía otros temas propicios, pero mientras hincaba el diente a la tostada, se dio cuenta de que no tenía ganas de hablar de nada más.

—Creo que ya se conocían —concluyó finalmente.

—¿Quién? ¿Thibault y ese pobre diablo?

Beth alzó las manos.

—Por favor, no lo llames así. Ya sé que no es de tu agrado, pero es el padre de mi hijo. No quiero que cojas el hábito de llamarlo así cuando Ben puede oírte. Sé que ahora no está aquí, pero…

Nana esbozó una sonrisa socarrona.

—Tienes razón. Lo siento. No volveré a hacerlo. ¿Qué decías?

—¿Recuerdas cuando te conté lo de aquella noche, cuando Keith trajo a Ben con el ojo morado? Tú estabas en casa de tu hermana… —Vio que Nana asentía con la cabeza—. No sé por qué, pero ayer por la noche recordé la escena. En ese momento no le presté la debida atención, pero cuando Keith vio a Logan, no preguntó quién era. En lugar de eso, reaccionó instintivamente con una furia desmedida. Dijo algo como: «¿Qué haces aquí?».

—¿Y? —La expresión de Nana resultaba ininteligible.

—Fue la forma en que lo preguntó. Parecía tan sorprendido de que hubiera un hombre en mi casa como de que este hombre fuera precisamente Logan. Como si fuera la última persona que esperara encontrar aquí.

—¿Qué dice Thibault?

—Nada. Pero tiene sentido, ¿no? Me refiero a que sus caminos se hayan cruzado previamente. ¿Por qué si no supondría que fue Keith quien entró en su casa a robar?

—Quizá —respondió Nana, luego sacudió la cabeza—. No lo sé. ¿Te ha dicho Thibault qué es lo que cree que tu es buscaba en su casa?

—No. Lo único que me ha dicho es que no había mucho que robar.

—Lo cual es una forma de contestar a tu pregunta sin mojarse realmente.

—Así es —convino Beth. Dio otro bocado a la tostada, pensando que se sentía incapaz de acabársela.

Nana se inclinó hacia delante.

—¿Y eso también te preocupa?

—Un poco —admitió Beth, asintiendo levemente con la cabeza.

—¿Porque crees que te oculta algo?

Cuando Beth no contestó, su abuela alargó el brazo para cogerle la mano.

—Me parece que te estás obcecando en cuestiones irrelevantes. Quizá tu ex entró a robar en casa de Thibault, o quizá no. Tal vez ya se conocían de antes, o tal vez no. Pero nada de eso es tan importante como averiguar si realmente tu ex ha estado manipulando tu vida. Si yo estuviera en tu lugar, solo me preocuparía de eso, porque esa es la parte que básicamente te afecta a ti. —Hizo una pausa, para permitir que su nieta recapacitara sobre lo que acababa de decirle—. Lo digo porque os he visto a ti y a Thibault juntos, y es obvio que él te quiere. Y creo que la razón por la que te ha comentado sus sospechas es porque no quiere que le pase lo mismo que les ha pasado a los otros hombres con los que has salido.

—¿Así que crees que Logan tiene razón?

—Sí —declaró Nana—. ¿Tú no?

Beth tardó un rato en contestar.

—Yo también lo creo.

Una cosa era pensar en esa posibilidad, y otra muy distinta era estar segura de ello. Después de aquella conversación, se puso unos pantalones vaqueros y un impermeable, se montó en su coche y se dirigió al pueblo. Hacía dos horas que había empezado a llover, una espectacular tormenta tropical que había ascendido por Georgia y se había abierto paso a través de Carolina del Sur. Según el parte meteorológico, se esperaban fuertes aguaceros en cualquier punto a lo largo de las siguientes veinticuatro horas. Y continuaría lloviendo más días. Otras dos tormentas que se habían formado en el golfo de México habían alcanzado la costa unos días antes, y se esperaba que también llegaran a la zona, trayendo más lluvia. El verano seco y caluroso estaba oficialmente tocando a su fin.

Beth apenas conseguía ver a través del cristal, a pesar de que había puesto el limpiaparabrisas a la máxima potencia. La lluvia había cubierto la cuneta, y mientras atravesaba el pueblo vio que se empezaban a formar canales por donde discurría el agua con una fuerza considerable en dirección al río. De momento, no se había desbordado, pero lo haría: el caudal estaba ascendiendo a ojos vista. El agua no tardaría en anegar las tierras colindantes. El pueblo estaba preparado para resistir una inundación; esa clase de tormentas eran frecuentes en aquella región del país, y la mayoría de los negocios se hallaban ubicados lo bastante lejos del río como para evitar los efectos más destructivos de cualquier tormenta, a no ser que esta fuera excepcional. La carretera que conducía hasta la residencia canina —dado que discurría en paralelo al río— era otra historia. Cuando caían fuertes tormentas, especialmente durante la época de los huracanes, a veces el río inundaba los campos y la carretera, por lo que resultaba peligroso transitar por ella. Hoy no sería un problema, pero la situación seguramente empeoraría en los días siguientes.

En el coche, continuó pensando en la conversación que había mantenido con Nana. El día antes, por la mañana, todo le había parecido mucho más simple, pero ahora no podía zafarse de las preguntas que plagaban su mente. No solo acerca de Keith, sino sobre Logan. Si era cierto que Logan y Keith ya se conocían, ¿por qué no se lo había dicho? ¿Y qué era lo que Keith buscaba en su casa? Como ayudante del
sheriff
, Keith tenía acceso a cualquier información personal, así que no podía tratarse de nada en esa línea. Entonces, ¿qué era? Por más que lo intentaba, no llegaba a comprenderlo.

Y Keith…

¿Y si Nana y Logan tenían razón? Y suponiendo que la tuvieran porque, después de meditar acerca de la cuestión, sentía instintivamente que era verdad, ¿cómo podía haber estado tan ciega como para no darse cuenta de nada?

Le costaba admitir que lo había juzgado mal. Llevaba más de diez años de relación con ese hombre, y a pesar de que jamás lo había tenido por un santo, nunca se le había pasado por la cabeza la idea de que él pudiera dedicarse a sabotear su vida personal. ¿Quién se atrevería a hacer semejante cosa? ¿Y por qué? El modo en que Nana lo había descrito, que él la veía como un juguete que se negaba a compartir con nadie más, le provocaba una incómoda tensión en el cuello mientras conducía.

Lo que más le sorprendía era que en aquella pequeña localidad, donde prácticamente era imposible mantener un secreto, jamás hubiera sospechado nada. El pensamiento hizo que se replanteara la actitud de sus amistades y de sus vecinos, pero sobre todo que se cuestionara la reacción de los hombres que le habían pedido una cita. ¿Por qué no habían sido capaces de decirle a Keith que no se metiera en sus asuntos?

«Porque es un Clayton», se recordó a sí misma. Y esos hombres preferían no discutir con él por la misma razón por la que ella no presionaba a Keith cuando se trataba de Ben. A veces resultaba más fácil seguirle la corriente.

¡Oh! ¡Cómo detestaba a aquella familia!

Por supuesto, se estaba excediendo con tales suposiciones. Se dijo que el hecho de que Logan y Nana sospecharan de su exmarido no implicaba que sus suposiciones fueran ciertas. Y precisamente por eso estaba detrás del volante en aquel momento.

Viró a la izquierda en el cruce principal y se dirigió hacia un antiguo vecindario en el que dominaban las casas de estilo colonial con amplios porches. Las calles estaban alineadas con enormes árboles, la mayoría centenarios, y recordó que de niña siempre había sido su barrio favorito. Entre las familias de la zona era tradición decorar exageradamente el exterior de las casas, lo que confería al lugar un ambiente alegre y festivo.

La casa estaba situada justo en la mitad de la calle. Rápidamente avistó el coche del dueño aparcado frente a la puerta del garaje. Había otro automóvil aparcado justo detrás. A pesar de que eso podía significar que tenía compañía, Beth no se sentía con ánimos de dar media vuelta y volver más tarde. Tras aparcar delante de la casa, se puso la capucha del impermeable y se apeó del coche, dispuesta a plantar cara a la tormenta.

Sorteó los charcos profundos que se habían formado en la acera dando saltitos y subió los peldaños del porche. A través de las ventanas podía ver una lámpara encendida en una esquina del comedor; en un televisor cercano daban las tradicionales carreras automovilísticas NASCAR. La invitada debía de haber insistido en ver la última carrera; al dueño de la casa no se le habría pasado por la cabeza poner ese canal. Él odiaba ese deporte.

Llamó al timbre y retrocedió un paso. Cuando él asomó la cara por el umbral, solo necesitó un instante para reconocerla. En su expresión, ella vio una mezcla de sorpresa y de curiosidad, junto con un vestigio de algo más que no había esperado: miedo.

Él alzó la vista rápidamente para examinar la calle en ambas direcciones antes de volver a posar los ojos en ella.

—¿Qué haces aquí, Beth?

—Hola, Adam —le sonrió ella—. Me preguntaba si me podías dedicar solo un par de minutos. Necesito hablar contigo.

—No estoy solo —confesó él, bajando la voz—. No es el momento oportuno.

Enseguida se oyó la voz de una mujer que preguntaba detrás de él:

—¿Quién es?

—Por favor —insistió Beth.

Adam pareció sopesar si debía cerrarle la puerta en las narices o no y de repente lanzó un suspiro.

—Una amiga —gritó—. Dame un minuto, ¿vale?

En aquel momento, una mujer apareció por encima de su hombro, sosteniendo una cerveza y luciendo unos pantalones vaqueros y una camiseta demasiado ajustada. Beth la reconoció enseguida: era la secretaria del despacho de Adam. Se llamaba Noelle, o algo parecido.

—¿Qué quiere? —se interesó. Por su tono de fastidio, era obvio que ella también la había reconocido.

—No lo sé. No la he invitado, ¿vale?

—Pero yo quiero ver las carreras —se quejó, con la carita enfurruñada, estrechándolo por la cintura con un brazo posesivo.

—Lo sé —contestó él—. No tardaré. —Dudó al ver la expresión de Noelle—. Te lo prometo —le aseguró.

Beth se preguntó si Adam siempre utilizaba ese tono de súplica, y de ser así, por qué no se había fijado antes. O bien él había intentado ocultarlo, o bien Beth se había esforzado por no prestar atención a ese desagradable tono quejica. Tenía la impresión de que se trataba de la segunda posibilidad, cosa que la desmoralizó.

Adam salió al porche y cerró la puerta tras él. Cuando la miró, ella no acertó a adivinar si estaba asustado o enfadado. O ambas cosas a la vez.

—¿Qué es eso tan importante que no puede esperar? —le preguntó. Parecía un adolescente alarmado.

—No te preocupes, no es tan importante —lo calmó ella—. Solo he venido a hacerte una pregunta.

—¿Sobre qué?

Beth lo miró solemnemente a los ojos.

—Quiero saber el motivo por el que no volviste a llamarme después de aquella cena.

—¿Qué? —Adam se apoyó primero en un pie y luego en el otro. A Beth le recordó un caballo asustadizo—. ¿Bromeas?

—No.

—Simplemente no lo hice y ya está. No funcionó. Lo siento. ¿Por eso has venido? ¿Para que te pida perdón?

Las palabras se escaparon de su boca como un lamento:

—No vengo en busca de una disculpa.

—¿Entonces qué? Mira, tengo compañía. —Movió con nerviosismo un dedo por encima del hombro—. Tengo que irme.

Mientras la pregunta quedaba suspendida en el aire, él examinó la calle arriba y abajo. Beth se dio cuenta de lo que sucedía.

—Le tienes miedo, ¿verdad?

A pesar de que Adam intentó ocultarlo, ella sabía que había dado en el clavo.

—¿A quién? ¿De qué estás hablando?

—A Keith Clayton. Mi ex.

Adam abrió la boca para decir algo, pero no pudo pronunciar ni una sola palabra. En vez de eso, tragó saliva en un intento de negarlo.

—No sé de qué me estás hablando.

Ella dio un paso hacia él.

—¿Qué te hizo? ¿Te amenazó? ¿Te asustó?

—¡No! Mira, no quiero hablar de eso, ¿vale? —Se giró hacia la puerta y asió el tirador.

Ella lo agarró por el brazo para detenerlo. Acto seguido acercó más su cara a la de Adam en una actitud amenazadora. Los músculos del hombre se tensaron unos instantes.

—Lo hizo, ¿no es cierto? —insistió ella.

—No puedo hablar de ello. —Adam vaciló—. Él…

Aunque Beth había sospechado que tanto Logan como Nana tenían razón y a pesar de su propia intuición, que la había empujado a ir hasta aquella casa, sintió que algo se desmoronaba en su interior cuando Adam se lo confirmó.

—¿Qué te hizo?

—No puedo decírtelo. De todas las personas que viven en este pueblo, tú eres la que más debería comprenderlo. Ya sabes cómo es. Él me…

Adam retrocedió, como si de repente se hubiera dado cuenta de que había hablado más de la cuenta.

—Sigue.

Adam sacudió la cabeza.

—No, nada, déjalo. —Adam irguió más la espalda—. Mira, Beth, lo nuestro no funcionó y punto. Dejémoslo así, ¿de acuerdo?

Adam abrió la puerta. Se detuvo un instante, aspiró aire y lo soltó lentamente. Beth se preguntó si había cambiado de idea.

—Por favor, no vuelvas a venir —le pidió.

Beth permanecía sentada en el balancín del porche, con la vista fija en la cortina de lluvia, con la ropa todavía mojada. Nana la había dejado sola con sus pensamientos, interrumpiéndola solo unos breves momentos para ofrecerle una taza de té caliente y una galletita recién horneada hecha con mantequilla de cacahuete, pero su abuela se había mostrado extrañamente silenciosa mientras lo hacía.

Beth tomó un sorbo de té antes de darse cuenta de que no le apetecía acabárselo. No tenía frío. A pesar del pesado chaparrón, el aire era cálido e incluso se podían distinguir las finas capas de niebla que empezaban a extenderse alrededor de la propiedad. A lo lejos, la carretera parecía desvanecerse entre la neblina grisácea.

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