Read Cuando te encuentre Online
Authors: Nicholas Sparks
—Piénsalo bien, Beth; tú no estás acostumbrada a las atrocidades que a mí me toca ver cada día. En tu trabajo, me refiero. Pero yo las veo todo el tiempo, así que claro que me preocupa quién pasa mucho tiempo con Ben. Me gustaría saber si es un tipo violento o un pervertido…
—¡Qué va! —lo interrumpió Beth. Notó que se le encendían las mejillas, a pesar de que no quería mostrar sus sentimientos—. Ha presentado informes a Nana.
—Pueden ser falsos. No cuesta nada falsear una nueva identidad. ¿Cómo sabes que su verdadero nombre es Logan? No es que puedas preguntárselo a nadie por aquí, en la localidad, para confirmarlo, ¿no? ¿Has hablado con alguien vinculado a él? ¿Con algún miembro de su familia, por ejemplo?
—No…
—¿Lo ves? Solo te digo que tengas cuidado. —Keith volvió a encogerse de hombros—. Y no lo digo solo por Ben. También lo digo por ti. Hay mucha gente mala suelta por el mundo, y el motivo de que no estén en la cárcel es porque han aprendido a disimular.
—Hablas como si Logan fuera un delincuente.
—No lo sabemos. Podría ser el tipo más bueno y más responsable del mundo. Lo único que digo es que no sabes quién es en realidad. Y hasta que no tengas la certeza de que es un buen hombre, te recuerdo que es mejor prevenir que curar. No me dirás que no lees la prensa ni ves las noticias en la tele, ¿eh? No te estoy contando nada que no sepas. Solo es que no quiero que le pase nada a Ben. Y no quiero que nadie te haga daño.
Beth abrió la boca para decir algo, pero, por primera vez desde que se hallaba allí sentada con su ex, no se le ocurrió nada.
Sentado tras el volante, Clayton se sentía inmensamente satisfecho consigo mismo.
Había tenido que reaccionar con celeridad, pero su sermón había salido mejor de lo que esperaba, especialmente teniendo en cuenta cómo se había iniciado la conversación. Alguien lo había traicionado. Mientras conducía, intentó averiguar quién podía ser. Generalmente no existían secretos en las pequeñas localidades, pero en ese caso él casi lo había conseguido. Los únicos que lo sabían eran los cuatro fantoches a los que había tenido que espantar para que dejaran de salir con Beth.
Se preguntó si podía ser uno de ellos, aunque lo dudaba seriamente. No eran más que unos pobres pardillos, desde el primero hasta el último, y todos habían seguido con sus vidas como si nada. No existía ninguna razón para que hablaran más de la cuenta. Incluso Adam, ese botarate, había encontrado una nueva novia, por lo que aún era menos probable que decidiera irse de la lengua justamente ahora.
Así que quizá sí que se trataba de un rumor. Era posible que alguien sospechara de sus maniobras y simplemente se hubiera limitado a encajar las piezas del rompecabezas. Una mujer guapa recibe calabazas una y otra vez sin ningún motivo aparente… Ahora que lo pensaba, era posible que hubiera mencionado algo a Moore o incluso a Tony sobre Beth y que alguien lo hubiera oído de refilón, aunque nunca había estado tan borracho como para no darse cuenta de lo que decía. Sabía que esos rumores le podrían ocasionar serios problemas con su padre, pero lo más importante era que alguien le había ido con el cuento a Beth.
No daba mucho crédito a eso de que se lo había contado una amiga. Podría haber alterado fácilmente ese pequeño detalle para desorientarlo. Tanto podía ser un hombre como una mujer. De lo que sí que estaba seguro era de que ella se había enterado del rumor recientemente. Conociéndola como la conocía, sabía que no había ninguna posibilidad de que se hubiera guardado esa información durante mucho tiempo.
Y allí era donde se complicaba el asunto. Había pasado a recoger a Ben el sábado por la mañana, y en aquel momento ella no le había dicho nada. Según había admitido Beth, se había pasado el sábado en la playa con
Tai-bolt
. El domingo la había visto en la iglesia, y después ella se había pasado el resto del día en casa.
Así que… ¿quién se lo había dicho? ¿Y cuándo?
Pensó que quizás había sido Nana. Esa mujer siempre había sido un incordio. Y para Gramps también. En los últimos cuatro o cinco años, este había intentado convencerla para que le vendiera sus tierras y así poder especular con ellas. No solo gozaban de unas impresionantes vistas junto al río, sino que además los dos arroyos que las cruzaban eran sumamente valiosos. Mucha gente que decidía irse del norte del país al sur, buscaba instalarse en tierras cercanas a arroyos. Gramps generalmente aceptaba las negativas de esa vieja; Keith no sabía por qué, pero a Gramps le gustaba Nana. Probablemente porque iban a la misma iglesia, algo que no parecía ser relevante cuando se trataba de la opinión de Nana respecto a su previo yerno —es decir, él—, que también iba al mismo templo.
De repente se le pasó por la cabeza que ese sería el tipo de rumor que
Tai-bolt
estaría encantado de difundir. Pero ¿cómo diantre podía saberlo? Solo se habían visto un par de veces, y no había ninguna posibilidad de que hubiera deducido la verdad a partir de esos dos encuentros. Aunque quizá, con lo del allanamiento de morada… Clayton pensó en esa posibilidad antes de rechazar la idea. Solo había estado en su casa veinte minutos, y ni tan solo había tenido que forzar la puerta, ya que ese tipo ni se había preocupado en cerrarla con llave. Y no se había llevado nada, así que, ¿cómo iba
Tai-bolt
a sospechar que alguien había entrado en su casa?
Y aunque hubiera deducido que alguien había estado allí, ¿por qué iba a establecer la conexión con Clayton?
No podía contestar a tales preguntas satisfactoriamente, pero no descartaba la teoría de que
Tai-bolt
tuviera algo que ver con su pequeño problema. Ese tipo solo le había causado quebraderos de cabeza desde que había llegado, así que decidió ponerlo en una posición destacada en su lista de sospechosos que habían metido las narices en su vida. Y eso le daba más motivos para aplastar a ese gusano de una vez por todas.
Sin embargo, de momento no pensaba invertir ni un minuto en ese plan. Seguía sintiéndose satisfecho de cómo había manejado la conversación con Beth. Podría haber resultado un verdadero fiasco. Lo último que se esperaba cuando le había dicho que quería hablar con él era que le preguntara si estaba involucrado en el fracaso de sus relaciones. Pero había conseguido salir airoso. No solo había sido capaz de negar los hechos de una forma creíble, sino que además había conseguido que su ex reflexionara sobre
Tai-bolt
. A juzgar por su expresión, estaba seguro de que había conseguido que ella recapacitara acerca de una serie de cuestiones que no había considerado antes acerca de ese tipo. Y lo mejor de todo era que la había convencido de que lo hacía por el bien de Ben.
«¿Quién sabe? ¡Igual acaba rompiendo con él y
Tai-bolt
se larga del pueblo!»
¿No sería maravilloso? Con eso pondría punto final a otra de esas relaciones indeseadas de Beth y
Tai-bolt
desaparecería de escena.
Condujo despacio, paladeando el sabor de la victoria. Se preguntó si debería salir a celebrarlo con unas cuantas cervezas, pero al final descartó la idea. No podía jactarse de lo que había sucedido. Precisamente hablar más de la cuenta era lo que quizá lo había metido en aquel lío.
Después de doblar la esquina y entrar en su calle, pasó por delante de varias casonas impecables que ocupaban vastas extensiones de terreno. Él vivía al final de la calle sin salida; sus vecinos eran un médico y un abogado. A veces se recordaba a sí mismo que la vida no lo había tratado mal, en absoluto.
Solo cuando aminoró la marcha para aparcar se fijó en que había alguien de pie en la acera frente a su casa. Cuando aguzó más la vista, vio al perro sentado junto al individuo y frenó de golpe. Luego pestañeó como si no creyera lo que estaba viendo. A pesar de la lluvia, salió del coche y enfiló directamente hacia
Tai-bolt
.
Cuando
Zeus
se puso a gruñir y las patas traseras le empezaron a temblar de rabia, Clayton se detuvo en seco.
Tai-bolt
alzó una mano y el perro se quedó inmóvil.
—¿Qué diantre haces aquí? —gritó Clayton, asegurándose de que su voz se oía por encima de la lluvia.
—Te estaba esperando. Me parece que ha llegado el momento de que hablemos.
—¿Y por qué diantre iba a querer hablar contigo? —espetó, apretando los dientes.
—Creo que lo sabes.
A Clayton no le gustó el tono, pero no pensaba dejarse intimidar por ese tipo. Ni ahora ni nunca.
—Lo que sé es que estás merodeando por este vecindario, y eso en este condado es un delito.
—No me arrestarás.
Clayton sintió el impulso de hacerlo.
—Yo de ti no estaría tan seguro.
Tai-bolt continuó mirándolo fijamente como si lo retara a hacerlo. Clayton deseaba borrar aquella expresión de la cara de aquel tipo de un puñetazo. Pero no podía olvidarse de la presencia de
Cujo
.
—¿Qué quieres?
—Ya te lo he dicho: hablar contigo. —Mantenía el tono sereno y relajado.
—No tengo nada que decirte —bramó Clayton, al tiempo que sacudía la cabeza—. Me voy a casa. Si cuando haya llegado al porche todavía estás aquí, te arrestaré por amenazar a un oficial con un arma letal.
Se giró y empezó a andar, hacia la puerta.
—No encontraste la tarjeta de memoria —declaró
Tai-bolt
.
Clayton se detuvo y se giró expeditivamente.
—¿Qué has dicho?
—La tarjeta de memoria —repitió—. Eso es lo que buscabas cuando entraste en mi casa a robar. Cuando revisaste todos mis cajones, miraste debajo el colchón, inspeccionaste los armarios.
—¡Yo no he entrado en tu casa! —espetó, mirando a TAI- BOLT con ojos desafiantes.
—Sí que lo has hecho. El lunes pasado, cuando yo estaba trabajando.
—¡Pruébalo! —ladró Clayton.
—Ya tengo la prueba que necesito. El detector de movimiento que instalé en la chimenea activó la cámara de vídeo que te grabó. Estaba oculta. Suponía que tarde o temprano intentarías recuperar la tarjeta y que jamás se te ocurriría mirar en la chimenea.
Clayton notó que se le encogía el estómago mientras procuraba averiguar si
Tai-bolt
se estaba tirando un farol. Quizá sí o quizá no, no estaba seguro.
—Estás mintiendo.
—Entonces márchate. Por mi parte, no tendré ningún reparo en entregar una copia de la cinta con la grabación a la prensa y otra al departamento del
sheriff
, ahora mismo.
—¿Qué quieres?
—Ya te lo he dicho, ha llegado el momento de que mantengamos una pequeña charla.
—¿Sobre qué?
—Sobre la escoria humana que eres. —Tai-bolt silabeó las palabras lenta y lánguidamente—. ¿Haciendo fotos a universitarias desnudas? ¿Qué pensará tu abuelo de eso? Me pregunto qué pasaría si lo descubriera, o qué diría la prensa. O qué pensaría tu padre, quien, si no me equivoco, es el
sheriff
del condado, de que su hijo haya cometido un delito de allanamiento de morada.
A Clayton se le encogió aún más el estómago. Era imposible que ese tipo supiera esas cosas… ¡Pero las sabía!
—¿Qué quieres? —A pesar de su enorme esfuerzo, Clayton estaba seguro de que su tono delataba su creciente nerviosismo.
Tai-bolt continuó de pie delante de él, sin apartar los ojos de su interlocutor. Habría jurado que aquel tipo nunca parpadeaba.
—Quiero que seas mejor persona.
—No sé de qué diantre me estás hablando.
—Te hablo de tres condiciones. Para empezar, no te metas en la vida de Elizabeth.
Clayton pestañeó confuso.
—¿Quién es Elizabeth?
—Tu ex mujer.
—¿Te refieres a Beth?
—Desde que os divorciasteis has estado coaccionando a cualquier tipo que se le ha acercado con la intención de salir con ella. Tú lo sabes y yo lo sé. Y ahora ella también lo sabe. No volverá a suceder. Nunca. ¿Entendido?
Clayton no contestó.
—Número dos: no te metas en mis asuntos. Y con ello me refiero a mi casa, mi trabajo y mi vida. ¿Queda claro?
Clayton se mantuvo en silencio.
—Y tres. Y esto es muy importante. —Alzó una mano hacia delante, como si se preparara para hacer un juramento—. Si te atreves a desahogarte con Ben, te prometo que tendrás que rendir cuentas por ello.
Clayton notó que se le erizaba el vello en la nuca.
—¿Me estás amenazando?
—No —contestó
Tai-bolt
—. No es una amenaza. Es la verdad. Si cumples esas tres condiciones, tú y yo no tendremos problemas. Y nadie sabrá lo que has hecho.
Clayton tensó la mandíbula.
En el silencio opresivo,
Tai-bolt
avanzó hacia él.
Zeus
se quedó en su sitio, con cara de frustración por tener que quedarse ahí quieto.
Tai-bolt
se acercó más hasta que quedaron cara a cara. Su voz seguía siendo tan serena como desde el principio de aquella conversación.
—Lo sabes, nunca antes te habías topado con nadie como yo. Y te lo advierto: no te conviene tenerme como enemigo.
Tras aquella contundente frase,
Tai-bolt
se dio la vuelta y empezó a alejarse, caminando por la misma acera.
Zeus
continuó con la vista fija en Clayton hasta que oyó la orden de su dueño, que lo llamaba. Entonces trotó hacia él. Clayton parecía petrificado bajo la lluvia, preguntándose cómo podía ser que todos sus planes, que hacía un rato parecían estar saliendo a pedir de boca, se hubieran vuelto súbitamente del revés.
—Creo que quiero ser astronauta —dijo Ben.
Thibault estaba jugando al ajedrez con él en el porche trasero, concentrado en el siguiente movimiento que iba a realizar. Todavía no había ganado ninguna partida, y a pesar de que no tenía la absoluta certeza, le pareció una mala señal que Ben empezara a charlar. Últimamente jugaban mucho al ajedrez. Desde que había empezado el mes de octubre, nueve días antes, no había parado de llover, y además con fuerza. La zona más oriental del estado ya se había visto afectada por inundaciones y los caudales de los ríos seguían creciendo.
—Me parece genial.
—O bien astronauta, o bien bombero.
Thibault asintió.
—Conozco a un par de bomberos.
—O médico.
—Ah —dijo Thibault. Dirigió la mano hacia el caballo.
—Yo de ti no lo haría —le aconsejó Ben.
Thibault alzó la vista.