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Authors: Nicholas Sparks

Cuando te encuentre (42 page)

Clayton era el centro de la rueda. Él —y Ben y Elizabeth— era el motivo por el que había ido a Hampton. No obstante, no era capaz de comprender por qué o qué se suponía que debía hacer.

En la esquina,
Zeus
se alzó sobre sus patas y se dirigió hacia la ventana. Thibault se giró hacia él justo en el instante en que alguien llamaba a la puerta. Instintivamente se puso tenso. Cuando
Zeus
echó un vistazo a través del cristal, empezó a mover la cola.

Thibault abrió la puerta y vio a Elizabeth, de pie, delante de él. Se quedó helado. Por un momento, se limitaron a permanecer allí, mirándose fijamente.

—Hola, Logan —dijo ella al fin.

—Hola, Elizabeth.

Una efímera sonrisa, tan rápida como para ser casi inexistente, atravesó las facciones de Beth. Él se preguntó si se lo había imaginado.

—¿Puedo pasar?

Thibault se apartó a un lado, estudiándola mientras se quitaba el impermeable y su melena rubia emergía libremente por debajo de la capucha. Ella sostuvo el impermeable en la mano hasta que Thibault reaccionó y se lo cogió para colgarlo en el tirador de la puerta antes de volver a mirarla.

—Me alegro de que hayas venido —dijo.

Ella asintió.
Zeus
le buscó la mano con el hocico. Ella le acarició la cabeza antes de centrar nuevamente toda su atención en Thibault.

—¿Podemos hablar? —sugirió ella.

—Por supuesto.

Señaló hacia el sofá. Elizabeth se sentó en una punta. Él tomó asiento en la otra.

—¿Por qué le diste la foto a Ben? —le preguntó sin ningún preámbulo.

Thibault estudió la pared lejana, intentando pensar en un modo de explicar su actuación sin empeorar más las cosas. ¿Por dónde empezar?

—Descríbemelo más o menos en diez palabras —sugirió ella, al percibir su incomodidad—. Y a partir de allí, ya encontraremos la forma de continuar.

Thibault se masajeó la frente con una mano antes de suspirar. Alzó la vista para mirarla.

—Porque pensé que lo mantendría a salvo.

—¿A salvo?

—En la cabaña del árbol. La tormenta había debilitado toda la estructura, incluido el puente. No debería volver a subir allí. Está a punto de derrumbarse.

Ella lo miraba con un intenso interés, sin pestañear.

—¿Por qué no te la quedaste tú?

—Porque sentí que él la necesitaba más que yo.

—Porque lo mantendría a salvo.

Thibault asintió.

—Sí.

Beth se puso a retorcer la funda del sofá con dedos nerviosos antes de volverse hacia él.

—¿Así que crees en lo que me dijiste? ¿Qué la foto es un amuleto de la suerte?

Zeus
avanzó hasta su dueño y se tumbó a sus pies.

—Quizás —admitió Thibault.

Ella se inclinó hacia delante.

—¿Por qué no me cuentas toda la historia?

Thibault fijó la vista en el suelo, apoyando los codos en las rodillas, y empezó, con un tono vacilante, a relatarle toda la historia referente a la fotografía. Empezó con las partidas de póquer en Kuwait; luego continuó con la granada propulsada por cohete que lo dejó inconsciente y por la emboscada en Faluya. Le describió los ataques con coches bomba y con artefactos explosivos improvisados a los que había sobrevivido en Ramadi, incluyendo el atentado en el que Victor le dijo que la fotografía les había salvado la vida a los dos. Le habló sobre la reacción de sus compañeros y del legado de su desconfianza hacia él.

Hizo una pausa antes de mirarla a los ojos.

—Pero incluso después de todos aquellos sucesos, yo seguía sin creer en ello. En cambio Victor estaba convencido. Siempre creyó en el poder de la foto. Creía en esa clase de historias. Yo no lo contradecía porque sabía que para él era importante. Aunque nunca lo creí, por lo menos no de una forma consciente. —Entrelazó los dedos de ambas manos y su voz adoptó un tono más suave—. Durante nuestro último fin de semana juntos, me dijo que yo estaba en deuda con la mujer de la foto, pues me había mantenido a salvo. Me advirtió de que, si no saldaba la deuda, no alcanzaría el punto de equilibrio. Me dijo que mi destino era encontrar a esa mujer. Unos minutos más tarde, Victor estaba muerto y yo salí completamente ileso del accidente. Aun así, continué sin creérmelo. Pero entonces empecé a ver su fantasma.

Con una voz entrecortada, Logan le refirió aquellos encuentros, incapaz de mirarla a los ojos por miedo a ver una evidente muestra de incredulidad reflejada en ellos. Al final, sacudió la cabeza y suspiró.

—El resto ya lo sabes. Es tal y como te lo conté. Estaba confuso, así que decidí marcharme de Colorado. Sí, salí en tu busca, pero no porque estuviera obsesionado contigo. No porque estuviera enamorado de ti ni porque quisiera que tú me amaras. Lo hice porque Victor me dijo que era mi destino, y yo seguía viendo su fantasma. No sabía qué encontraría cuando llegara aquí. Y entonces, durante la caminata, mi objetivo se convirtió en un reto; me refiero al hecho de ver si era capaz de encontrarte, y de cuánto tiempo tardaría en hacerlo. Cuando finalmente llegué a la residencia canina y vi el cartel de «Se necesita ayudante», pensé que podía ser una forma de pagar mi deuda. Me pareció que ocupar aquel puesto de trabajo vacante era lo que tenía que hacer. Y lo mismo me pasó cuando Ben y yo estábamos en la cabaña del árbol: darle la foto me pareció lo correcto. Pero no estoy seguro de poder explicar el porqué, por más que lo intente.

—Le diste la foto a Ben para mantenerlo a salvo —repitió Elizabeth.

—Ya sé que suena extraño, pero sí, así es.

Ella asimiló la información en silencio.

—¿Y por qué no me lo contaste al principio?

—Debería haberlo hecho —admitió él—. La única respuesta que se me ocurre es que había llevado la foto encima durante cinco años y que no quería dártela hasta comprender cuál era mi objetivo.

—¿Y crees que ahora lo comprendes?

Logan se inclinó hacia
Zeus
antes de contestar. Luego alzó la vista y la miró fijamente a los ojos.

—No estoy seguro. Lo único que puedo decir es que lo que ha sucedido entre nosotros dos, todo lo que ha pasado, no empezó cuando yo encontré la foto. Todo comenzó cuando llegué a la residencia canina. En aquel momento tú te convertiste en una persona real, de carne y hueso, por primera vez para mí, y cuanto más te conocía, más vivo me sentía yo. Mucho más vivo y más feliz que como me había sentido en mucho, muchísimo tiempo. Como si mi destino fuera estar contigo.

—¿Tu destino? —Ella enarcó una ceja.

—Bueno…, no en ese sentido. No tiene nada que ver con la foto, ni con mi viaje hasta aquí, ni con nada de lo que me dijo Victor. Pero es que jamás he conocido a nadie como tú, y estoy seguro de que no volveré a conocer a nadie como tú. Te quiero, Elizabeth…, y lo que es más importante todavía, me gustas tal como eres. Me gusta estar contigo.

Ella lo escrutó con una expresión ininteligible. Cuando habló, su voz sonó firme y directa.

—¿Te das cuenta de que sigue pareciendo una historia descabellada y que tú quedas como un obseso que ha perdido la chaveta?

—Lo sé —admitió Thibault—. Créeme, no hace falta que me lo repitas. Yo mismo me siento así, como un pobre chiflado.

—¿Y si te pido que te marches de Hampton y que nunca más vuelvas a contactar conmigo? —lo provocó Elizabeth.

—Entonces me marcharé y nunca más volverás a saber nada de mí.

El comentario quedó suspendido en el aire, como un desagradable peso encima de sus cabezas. Ella se movió incómoda en el sofá, desviando la vista para ocultar una mueca de disgusto antes de volver a girarse hacia él.

—¿Ni siquiera me llamarías por teléfono? ¿Después de todo lo que hemos pasado juntos? —resopló indignada—. No puedo creerlo.

Una expresión de alivio se perfiló en la cara de Logan cuando se dio cuenta de que ella estaba bromeando. Soltó el aire que sin darse cuenta había retenido en los pulmones y sonrió burlonamente.

—Si tengo que hacerlo para demostrarte que no soy un maniaco…

—Me parece una decisión atroz. Como mínimo deberías llamarme.

Más relajado, acortó un poquito la distancia entre ellos en el sofá.

—Lo tendré en cuenta.

—¿Eres consciente de que no podrás contar esa historia si te quedas a vivir aquí?

Esta vez, él se acercó más, mucho más.

—No me importa.

—Y si esperas un aumento de sueldo solo porque sales con la nieta de la dueña, ya puedes irte olvidando de ello.

—Sobreviviré.

—No sé cómo. Ni siquiera tienes coche.

Thibault estaba ahora casi pegado a ella. Beth decidió darle la espalda. Al hacerlo, le rozó el hombro con la melena. Él se inclinó y la besó en el cuello.

—Ya se me ocurrirá una salida —le susurró, antes de besarla en la boca.

Durante mucho rato se quedaron besándose en el sofá. Cuando finalmente él la llevó a la habitación, hicieron el amor. Sus cuerpos se fundieron en uno solo de una forma apasionada, rabiosa y compasiva, tan tierna y primitiva como sus propias emociones. Después, Thibault permaneció tumbado a su lado, contemplando a Elizabeth sin apenas parpadear. Le acarició la mejilla con un dedo. Ella lo besó antes de susurrarle suavemente:

—De acuerdo, si quieres, puedes quedarte en el pueblo.

Clayton

Clayton miraba la casa sin dar crédito a sus ojos, con los nudillos blancos de tensión sobre el volante del coche. Parpadeó repetidamente para aclarar la visión, pero seguía viendo lo mismo: el coche de Beth aparcado al lado de la casa, ese par besándose en el sofá y luego
Tai-bolt
llevándosela a la habitación.

Beth y
Tai-bolt
estaban juntos. Con cada nuevo minuto que pasaba, él notaba cómo se incrementaba la rabia que lentamente lo había empezado a consumir. Sus planes perfectos, todos sus planes, se habían desvanecido como el humo. Aquel tipo seguía teniendo la sartén por el mango.

Frunció los labios hasta que estos formaron una fina línea tensa. Se sintió tentado de irrumpir en la casa de repente, pero no podía hacerlo por culpa del perro. Otra vez ese maldito perro. En otras ocasiones ya le había costado mucho espiarlos con los prismáticos desde el coche sin que ese chucho lo detectara.

Tai-bolt. El perro. Beth…

Golpeó con fuerza el volante. ¿Cómo era posible? ¿Acaso Beth no había oído lo que le había dicho? ¿No comprendía el gran peligro que corría? ¿No estaba preocupada por Ben?

¡De ningún modo iba a permitir que ese perturbado entrara de nuevo en la vida de su hijo!

¡No mientras estuviera vivo!

Debería haberlo esperado. Tendría que haberse figurado que Beth cometería tamaña estupidez. Aunque estuviera a punto de cumplir los treinta años, esa mujer poseía la inteligencia de una niña. Debería haber comprendido que ella vería en
Tai-bolt
lo que quisiera ver y que ignoraría lo más obvio.

Sin embargo, eso se tenía que acabar. ¡Y pronto! Debía conseguir que ella viera la luz, aunque para ello tuviera que recurrir a métodos poco sutiles.

Thibault

Después de despedirse de Elizabeth en la puerta con un beso, Thibault se dejó caer pesadamente en el sofá, sintiéndose exhausto y aliviado a la vez. Estaba emocionado con la idea de que ella lo hubiera perdonado, que hubiera intentado comprender que el enrevesado viaje que él había emprendido para llegar hasta allí parecía ser, en cierto modo, un milagro. Lo había aceptado, con sus defectos incluidos, y eso era algo que jamás habría creído que fuera posible.

Antes de marcharse, lo había invitado a cenar. Había aceptado encantado, pero primero deseaba descansar un rato; si no, no estaba seguro de disponer de energía suficiente para poder mantener una conversación.

Antes de la siesta, sin embargo, sabía que tenía que sacar a
Zeus
a pasear, por lo menos unos minutos. Fue al porche trasero y cogió el impermeable. El perro lo siguió hasta el exterior, observándolo con interés.

—Sí, ahora saldremos —anunció—. Pero antes déjame que me ponga el impermeable y las botas.

Zeus
ladró y dio un brinco con entusiasmo, como un gamo saltarín. Corrió hacia la puerta y luego regresó corriendo al lado de su amo.

—Relájate. Voy tan rápido como puedo.

Zeus
continuó dando círculos y brincos a su alrededor.

—Relájate —volvió a repetir.

El animal lo miró con ojitos impacientes antes de sentarse sobre sus patas traseras.

Thibault se abrochó el impermeable y se calzó las botas de caucho, luego abrió la puerta.
Zeus
salió disparado e inmediatamente se hundió en la tierra enlodada. A diferencia de la casa de Nana, aquella propiedad ocupaba un terreno ligeramente elevado, por lo que no había quedado anegada por el agua. Más arriba, el perro viró hacia el bosque, y luego volvió a emerger al claro, entonces realizó unos círculos por el sendero de gravilla, corriendo y saltando de alegría. Thibault sonrió al tiempo que pensaba que comprendía exactamente cómo se sentía
Zeus
.

Se quedaron unos minutos fuera, paseando bajo la lluvia. El cielo estaba completamente negro, con unos nubarrones cargados de lluvia. El viento volvía a soplar con fuerza. Thibault notaba el agua que le salpicaba la cara. No le importaba: por primera vez en muchos años, se sentía completamente redimido.

En el camino de gravilla junto a su casa se fijó en las marcas de las ruedas del coche de Elizabeth, que casi se habían borrado. Al cabo de unos pocos minutos, la lluvia las habría borrado por completo. De repente, algo captó su atención. Por un momento quedó desconcertado, como si intentara comprender lo que veía. Su primera impresión fue que las ruedas que habían dejado las marcas en el suelo parecían demasiado anchas.

Se acercó más para analizarlas detenidamente, pensando que las huellas que ella había dejado al marcharse probablemente se habían solapado con las que había dejado al llegar. Pero cuando llegó a la punta de la carretera sin asfaltar se dio cuenta de que se había equivocado. Claramente, allí había dos marcas distintas, y ambas se acercaban y luego se alejaban de su casa. Dos vehículos. Primero no lo entendió.

Contempló varias explicaciones posibles. Las piezas del rompecabezas empezaron a encajar. Alguien más había estado allí. No tenía sentido, a menos que…

Echó un vistazo al sendero que conducía desde el bosque a la residencia canina. En aquel momento, el viento y la lluvia arreciaban con una poderosa furia. Tragó saliva con dificultad antes de quedarse súbitamente helado. De repente, empezó a correr, procurando no perder la calma. Su mente procesaba los datos mientras corría, calculando cuánto rato tardaría en llegar. Esperaba que fuera a tiempo.

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