Read Cuando te encuentre Online
Authors: Nicholas Sparks
Ella cerró los ojos. Estaba a punto de llorar. Lentamente, soltó un profundo suspiro.
—¿Por qué has venido a Hampton? —preguntó—. Esta vez quiero la verdad.
Él no se movió.
—Te he dicho la verdad —contestó.
—¿Me lo has contado todo?
Él vaciló durante una fracción de segundo antes de contestar.
—Jamás te he mentido —pronunció, sosegadamente.
—¡Eso no es lo que te he preguntado! —espetó ella—. ¡Te he preguntado si me has ocultado algo!
Logan la escrutó con cuidado.
—¿A qué viene esto?
—¡No importa! —Esta vez, incluso ella detectó la rabia incontenible en su tono—. Solo quiero saber por qué has venido a Hampton.
—Ya te lo he dicho…
—¿Tienes una foto mía?
Logan no dijo nada.
—¡Contesta! —Beth dio un paso hacia él, sulfurada—. ¡Vamos, contesta!
No estaba segura de cómo esperaba que reaccionara él, pero aparte de soltar un leve suspiro, Logan ni pestañeó.
—Sí —admitió.
—¿La que yo le había dado a Drake?
—Sí.
Con aquella respuesta, Beth se sintió como si el mundo entero se desmoronara delante de ella, como una fila de fichas del dominó. De repente todo cobraba sentido: la forma en que se la había quedado mirando la primera vez que la vio, que hubiera aceptado trabajar a cambio de un sueldo tan bajo, que se hubiera hecho amigo de Nana y de Ben, y todos aquellos comentarios acerca del destino…
Logan tenía la foto. Había ido a Hampton para encontrarla. Había ido estrechando el círculo alrededor de ella hasta atraparla, como a una presa.
De repente, Beth notó que le costaba mucho respirar.
—Dios mío…
—No es lo que crees.
Logan alargó la mano hacia ella. Beth observó con mirada ausente la mano que se le acercaba hasta que finalmente se dio cuenta de lo que pasaba. Sobresaltada, retrocedió un paso, en un intento por marcar más la distancia entre ellos. Todo había sido mentira…
—¡No me toques!
—Elizabeth…
—¡Me llamo Beth!
Ella lo miró como si fuera un desconocido hasta que él bajó el brazo.
Cuando Logan intentó hablar de nuevo, su voz no era más que un susurro.
—Puedo explicártelo…
—¿Explicarme el qué? —le recriminó ella—. ¿Qué le robaste la foto a mi hermano? ¿Qué has atravesado el país para encontrarme? ¿Qué te enamoraste de una imagen?
—Eso no es cierto —objetó él, sacudiendo la cabeza.
Beth no lo oyó. Lo miraba fijamente, preguntándose si algo de lo que le había dicho era verdad.
—¡Me has mentido! ¡Me has utilizado!
—No lo comprendes…
—¿Comprender? ¿Qué es lo que tengo que comprender?
—Yo no robé la foto —dijo. Su voz era firme—. Encontré la foto en Kuwait, y la colgué en un tablón de anuncios donde pensé que alguien la reclamaría. Pero nadie la reclamó.
—Así que decidiste adueñarte de ella, ¿no? —Beth sacudió la cabeza con incredulidad—. ¿Por qué? ¿Porque alimentabas alguna fantasía sobre mí?
—No —replico él, alzando la voz por primera vez. Aquel cambio de tono la sobresaltó. Por un momento, se sintió desconcertada—. Vine aquí porque te lo debía.
—¿Me lo debías? —Ella pestañeó—. ¿Qué quieres decir con que me lo debías?
—La foto… me salvó la vida.
A pesar de que lo había expresado de una forma completamente inequívoca y clara, Beth no conseguía entender las palabras. Esperó que se explicara mejor. En el incómodo silencio que los envolvió, pensó que la breve explicación le provocaba grima. Se le erizó el vello en los brazos y retrocedió otro paso.
—¿Quién eres? ¿Qué quieres de mí?
—No quiero nada. Y ya sabes quién soy.
—¡No! ¡No lo sé! ¡No sé nada de ti!
—Deja que te lo explique…
—¡Entonces explícame por qué si todo era tan puro y verdadero no me contaste nada de la fotografía cuando llegaste! —gritó Beth; su voz resonó en la habitación. En su mente podía ver a Drake y todos los detalles de la noche en que le había hecho aquella foto. Señaló a Logan con un dedo acusador—. ¿Por qué no me dijiste: «Encontré esta foto en Iraq y pensé que igual querrías recuperarla»? ¿Por qué no me lo dijiste cuando estuvimos hablando de Drake?
—No lo sé…
—¡No tenías ningún derecho a quedarte con la foto! ¿No lo entiendes? ¡No iba dedicada a ti! ¡Era para mi hermano! ¡No para ti! ¡Era suya! ¡No tenías ningún derecho a quedártela!
La voz de Logan emergió casi como un susurro.
—No tenía intención de hacerte daño.
Beth lo fulminó con una mirada severa, taladrándolo con toda la fuerza de su ira.
—¡Esta historia apesta! ¿Lo sabías? Encontraste esta foto y viniste hasta aquí con… alguna fantasía perversa en la que tú desempeñabas el papel de protagonista. ¡Has jugado conmigo desde el primer momento en que nos conocimos! Te tomaste tu tiempo para descubrir qué era lo que podías hacer para mostrarte como el tipo perfecto para mí. Y pensaste que, dado que estabas obsesionado conmigo, podrías engatusarme para que me enamorase de ti.
Vio que Logan se ponía más tenso.
—¡Lo tenías todo planeado desde el principio! ¡Es repugnante! ¡Y no puedo creer que haya sido tan tonta como para caer en la trampa!
Logan tuvo que apoyarse firmemente en los talones para no perder el equilibrio, dolido por aquellas palabras.
—Admito que quería conocerte, pero te equivocas en cuanto a la razón. No vine aquí para engañarte ni para que te enamorases de mí. Ya sé que te parecerá un disparate, pero llegué a creer que la fotografía me había mantenido a salvo de cualquier peligro y que… te debía el favor, a pesar de que no sabía qué significaba eso ni cómo podría pagártelo. Pero no planeé nada después de llegar aquí. Acepté el trabajo, y entonces me enamoré de ti.
La expresión de Beth no se suavizó mientras él hablaba. En lugar de eso, ella empezó a sacudir la cabeza lentamente.
—¿Te estás oyendo?
—Ya sabía que no me creerías. Por eso no te lo conté…
—¡No intentes justificar tus mentiras! Te creaste una fantasía repugnante y no eres capaz de admitirlo.
—¡Deja de decir eso! —gritó él—. ¡Eres tú la que no escucha! ¡No estás haciendo ningún esfuerzo para entender lo que te digo!
—¿Y por qué tendría que intentar comprenderlo? ¡Me has mentido desde el principio! ¡Tú eres el que ha mentido, el que ha ido todo el tiempo con secretos! ¡Yo te lo he contado todo! ¡Te he abierto mi corazón! ¡He dejado que mi hijo se encariñe de ti! —bramó. Mientras seguía hablando, su voz se quebró y notó que empezaban a formarse las lágrimas en sus ojos—. Me he acostado contigo porque creía que podía confiar en ti. Pero ahora sé que no es cierto. ¿Puedes imaginarte cómo me siento, al saber que nuestra relación no ha sido más que una farsa?
—Por favor, Elizabeth… Beth… escúchame… —le suplicó él con un hilo de voz.
—¡No quiero escucharte! ¡Ya me has contado demasiadas mentiras!
—No hables así.
—¿Quieres que te escuche? —gritó—. ¿Escuchar el qué? ¿Qué te obsesionaste con una foto y que viniste hasta aquí a buscarme porque creías que la fotografía te había salvado? ¡Esto es de locos! ¡Y lo más esperpéntico de todo es que ni tan solo reconoces que con esta explicación solo quedas como un verdadero chiflado!
Logan la miró sin parpadear. Ella vio la enorme tensión en su mandíbula.
Beth notó un escalofrío en la espalda. Quería terminar de una vez por todas con el tema. Y acabar con Logan.
—Devuélvemela —le exigió, apretando los dientes—. Quiero la foto que le di a Drake.
Cuando él no respondió, ella se giró hacia la ventana, agarró una pequeña maceta que había en la repisa y se la lanzó con rabia al tiempo que gritaba:
—¿Dónde está? ¡No te pertenece!
Logan apartó la cabeza para esquivar la maceta, que se estampó contra la pared detrás de él. Por primera vez,
Zeus
ladró, confundido.
—¡No es tuya! —siguió gritando Beth.
Logan volvió a erguir la espalda.
—No la tengo.
—¿Dónde está? —le pidió ella.
Logan vaciló antes de contestar.
—Se la di a Ben —admitió.
Ella achicó los ojos como un par de rendijas antes de espetar:
—¡Fuera de aquí!
Él se quedó un momento inmóvil antes de encaminarse finalmente hacia la puerta. Beth se apartó para dejarlo pasar, manteniendo la distancia.
Zeus
dirigió la mirada de Logan a Beth, y luego otra vez hacia su dueño, antes de ponerse en marcha y seguir a Logan despacio.
En la puerta, él se giró:
—Te juro por mi vida que no vine aquí con la intención de enamorarme de ti ni para intentar que tú te enamoraras de mí. Pero pasó.
Beth lo miró sin vacilar.
—Te he pedido que te marches. Hablo en serio.
Logan dio media vuelta y salió fuera para perderse bajo el chaparrón.
A pesar de la lluvia, Thibault no podía pensar en volver a su casa. Quería estar fuera. No le parecía correcto estar a cobijo y seco. Quería purgarse por lo que había hecho, por todas las mentiras que había contado.
Beth tenía razón: no había sido sincero con ella. A pesar del intenso dolor que sentía por algunas cosas que ella había dicho y su absoluta negativa a escucharlo, estaba más que justificado que se sintiera traicionada. Pero ¿cómo podía explicárselo? Ni siquiera él comprendía exactamente por qué había ido a Hampton, ni siquiera cuando intentaba expresarlo con palabras. Podía comprender por qué ella interpretaba su comportamiento como el de un perturbado. Y sí, él estaba obsesionado, pero no del modo que ella imaginaba.
Debería haberle contado lo de la fotografía tan pronto como llegó, e hizo un gran esfuerzo por recordar por qué no lo había hecho. Posiblemente, ella se habría quedado sorprendida y le habría hecho algunas preguntas, pero allí habría acabado todo. Sospechaba que Nana le habría dado el empleo de todos modos, y entonces no habrían llegado a ese punto de desavenencia.
Más que nada, quería darse la vuelta y volver junto a ella. Quería explicárselo todo, contarle toda la historia desde el principio.
Sin embargo, sabía que no lo haría. Ella necesitaba tiempo para estar sola o, por lo menos, lejos de él. Tiempo para recuperarse y quizá, solo quizá, para comprender que el Thibault del que se había enamorado era el auténtico Thibault. Se preguntó si el tiempo le otorgaría lo que buscaba: su perdón.
Se hundió en el lodo. Un coche pasó muy despacio por su lado y él se fijó en que el agua le llegaba casi a la puerta. Más adelante vio el río que había invadido toda la carretera. Decidió tomar un atajo por el bosque. Quizás esa sería la última vez que realizaría aquel trayecto. Tal vez había llegado la hora de volver a Colorado.
Thibault siguió caminando. Las hojas otoñales, que todavía no se habían desprendido de los árboles, lo cobijaban parcialmente de la lluvia. Mientras se adentraba en el bosque, sintió que la distancia que lo separaba de ella se ensanchaba más a cada paso que daba.
Beth se hallaba en su habitación, recién duchada y vestida únicamente con una camiseta de una talla superior cuando Nana asomó la cabeza por la puerta.
—¿Quieres que hablemos? —le preguntó. Con el dedo pulgar señaló hacia la ventana—. Hace un rato que me llamaron de la escuela para decirme que venías hacia aquí. La directora parecía preocupada por ti, y luego te vi entrar en el despacho. Supongo que Logan y tú os habéis peleado, ¿no?
—Es más que una simple riña, Nana —anunció Beth, con un tono tajante.
—Eso ya lo supongo, a juzgar por el modo en que él se ha marchado, y por el que tú te has quedado un buen rato en el porche, después.
Beth asintió.
—¿Se trata de Ben? No le ha hecho daño, ¿no? Ni a ti…
—No, no es eso —contestó.
—Me alegro, porque esa sería la única cosa que no tendría solución.
—No creo que nuestro problema tenga solución.
Nana miró por la ventana antes de soltar un hondo suspiro.
—Me parece que esta noche me tocará a mí dar de comer a los perros, ¿eh?
Beth la fulminó con una mirada de indignación.
—Gracias por ser tan comprensiva.
—Ya, gatitos y arces —comentó, al tiempo que ondeaba la mano.
Beth reflexionó unos momentos acerca de la expresión antes de finalmente lanzar un gruñido de frustración.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Oh, no significa nada, pero por un segundo estabas demasiado exasperada como para poder sentir pena por ti misma.
—No lo entiendes…
—A ver, explícame —la invitó a desahogarse Nana.
Beth alzó la vista.
—Me ha engañado, Nana. Durante cinco años, y luego ha atravesado el país en mi busca. Estaba obsesionado conmigo.
Nana permaneció inusualmente en silencio.
—¿Por qué no empiezas por el principio? —le sugirió, tomando asiento en la cama de su nieta.
Beth no estaba segura de querer hablar del tema, pero pensó que probablemente se sentiría mucho mejor después de hacerlo. Empezó por contarle la visita de Keith en la escuela. A lo largo de los siguientes veinte minutos, le contó su abrupta salida de la escuela, su asfixiante incertidumbre y su pelea con Logan. Cuando terminó, Nana entrelazó las manos encima del regazo.
—Así que Thibault ha admitido que tenía la foto y (según tus palabras) te ha soltado una tontería acerca de que se trataba de un amuleto de la suerte, y ha insistido en que por eso había venido hasta aquí, porque tenía la sensación de que estaba en deuda contigo, ¿no?
Beth asintió.
—Más o menos.
—¿A qué se refería con eso del amuleto de la suerte?
—No lo sé.
—¿No se lo has preguntado?
—Es que no me importa, Nana. La cuestión es que… todo esto es muy… muy extraño. No me gusta. ¿Quién haría algo parecido?
Las cejas de Nana se unieron hasta formar una sola línea.
—Admito que parece extraño, pero creo que yo habría deseado saber por qué creía que se trataba de un amuleto de la suerte.
—¿Y eso qué importa?
—Porque tú no estabas allí —enfatizó Nana—. Tú no has tenido que soportar los horrores que ha sufrido él. Quizá te estaba contando la verdad.
Beth pestañeó desconcertada.
—¡Esa foto no es un amuleto de la suerte! ¡Menuda bobada!
—Quizá sí —respondió Nana—, pero he vivido lo bastante como para saber que en la guerra suceden cosas extrañas. Los soldados llegan a creer en todo tipo de cosas, y si creen que algo los mantiene a salvo, ¿qué hay de malo en ello?