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Authors: Nicholas Sparks

Pero la otra noche…

Se preguntó si Beth se había vestido de aquella forma tan provocativa porque sabía que él iba a pasar a dejar a Ben. De ser así, ¿significaba algo aquel gesto? Un par de meses antes incluso lo había invitado a pasar mientras Ben preparaba la maleta. Cierto, aquel día llovía a raudales, y Nana no había dejado de mirarlo con cara de pocos amigos durante todo el rato, pero Beth se había comportado de un modo muy afable, por lo que él pensó que igual la había subestimado. Beth tenía necesidades, como todo el mundo. ¿Y qué daño había en que él pudiera ayudarla a saciar sus necesidades de vez en cuando? ¡Ni que nunca la hubiera visto desnuda! Y además, era cierto que ya no estaban juntos, pero tenían un hijo en común. ¿Cómo llamaban hoy día a esa clase de relación? ¿Amigos con derecho a roce? No le costaba imaginarse gozando de una relación similar con Beth. Siempre que ella no hablara demasiado ni lo atosigara con un puñado de ilusiones. Mientras apagaba el cigarrillo, se preguntó cómo podía proponerle esa clase de relación a su ex.

Clayton sabía que, a diferencia de él, ella había estado sola durante mucho, muchísimo tiempo. De vez en cuando aparecía algún chico con intenciones de salir con ella, pero él sabía cómo alejarlos. Recordó la pequeña charla que había mantenido un par de meses antes con Adam, ese tipo que combinaba una americana con una camiseta, como si fuera un famoso de Hollywood. Pero famoso o no, se quedó completamente lívido cuando Clayton se le acercó a la ventanilla del coche tras ordenarle que parara en el arcén un día que volvía a casa, después de su tercera cita con Beth. Sabía que habían compartido una botella de vino durante la cena, pues los había estado observando desde el otro lado de la calle. Cuando le propuso realizar la prueba de la alcoholemia con el inhalador que llevaba en el coche de patrulla para tales circunstancias, la piel del muchacho pasó de un color cetrino a completamente blanco.

—Me parece que has tomado una copa de más, ¿eh? —lo acusó, exhibiendo la reglamentaria expresión dudosa cuando el chico juró y perjuró que solo había tomado una copa.

Cuando le mostró las esposas, pensó que el muchacho iba a desmayarse o a orinarse encima, por lo que tuvo que contenerse para no echarse a reír a mandíbula batiente.

Pero no rio. En vez de eso, rellenó un cuestionario, lentamente, antes de soltarle el pequeño sermón —el que tenía reservado para aquellos en los que Beth parecía interesada—: que él había estado casado con ella y que tenían un hijo en común, y lo importante que era comprender que él tenía un deber que cumplir, o sea, cuidar de ellos y velar por su seguridad.

Y que la última cosa que Beth necesitaba en su vida era a alguien que la distrajera de su tarea de criar a su hijo o que ella se implicara en una relación con alguien que quizá solo quería aprovecharse de ella. Que se hubieran divorciado no significaba que él ya no se preocupara por su exmujer.

El muchacho captó el mensaje, por supuesto. Todos lo hacían. No solo gracias a la familia de Clayton y a su círculo de amistades poderosas, sino porque le ofreció perder el inhalador y el cuestionario si prometía olvidarse de ella y no contar nada sobre aquella conversación. Sabía que si ella descubría lo del pequeño sermón, no sacarían nada bueno: «Podría causarle problemas al niño, ¿entiendes?». Y Clayton no pensaba tener piedad con nadie que le causara problemas a su hijo.

Al día siguiente, por supuesto, Clayton aparcó el coche justo delante de la gestoría donde trabajaba Adam, y allí se quedó sentado, esperando a que acabara la jornada. El chico se puso pálido cuando vio a Clayton jugueteando con el inhalador. Supo que había comprendido el mensaje antes de poner el coche en marcha y desaparecer de escena. Cuando volvió a ver a Adam, este estaba con una secretaria pelirroja que trabajaba en la misma gestoría que él. Así pues, por supuesto, no se había equivocado: ese tipo jamás había albergado unas intenciones serias respecto a Beth. Solo era un pobre idiota que quería echar un polvo, nada más.

Pues no iba a ser con Beth.

Si llegaba a enterarse de su intromisión, su ex lo estrangularía, pero, afortunadamente, no había tenido que recurrir a esas argucias con demasiada frecuencia. Solo de vez en cuando, y de momento todo estaba saliendo bien.

Más que bien, a decir verdad. Incluso aquella historia de las fotos de las universitarias desnudas había acabado bien. Desde el fin de semana previo, nadie había depositado ni la cámara ni la tarjeta de memoria encima de la mesa del
sheriff
, ni ningún periódico se había hecho eco de la noticia. Clayton no había tenido la oportunidad de buscar a ese
hippie
piojoso el lunes por la mañana porque tuvo que rellenar pilas de documentos que debía presentar en las oficinas del condado, pero averiguó que ese tipo se había alojado en el Holiday Motor Court. Lamentablemente —o quizás afortunadamente, según como se mirara— se había largado, y desde entonces nadie lo había visto, lo cual quería decir que lo más probable era que ya estuviera muy lejos del pueblo. En general, рог consiguiente, todo iba bien. La mar de bien. Clayton estaba especialmente satisfecho ante la posibilidad de que Beth y él se convirtieran en amigos con derecho a roce. ¿Podía ser el principio de una nueva relación? Entrelazó las manos detrás de la nuca y permaneció tumbado sobre las almohadas hasta que Nikki salió del cuarto de baño, envuelta en una toalla que desprendía vapor a sus espaldas. Clayton sonrió.

—Ven aquí, Beth.

Ella se quedó paralizada.

—Me llamo Nikki.

—Ya lo sé. Pero esta noche quiero llamarte Beth.

—¿Se puede saber de qué estás hablando?

Clayton la despreció con la mirada.

—Cierra el pico y ven.

Tras vacilar unos momentos, Nikki dio un paso indeciso hacia él.

Beth

«Quizás he sido injusta con él», admitió Beth. Por lo menos en lo que concernía al trabajo. En las últimas tres semanas, Logan Thibault había sido el empleado perfecto. Incluso más que perfecto. No solo no había faltado ni un solo día, sino que además llegaba temprano para poner la comida a los perros —una tarea de la que siempre se había encargado Nana hasta que sufrió la embolia— y se quedaba hasta tarde para barrer el suelo del despacho. Una vez, incluso lo había visto limpiando las ventanas con un limpiacristales y una hoja de periódico arrugada. Los caniles nunca habían estado tan limpios, el césped del patio donde realizaban los cursos de educación canina siempre estaba como recién cortado, e incluso había empezado a reorganizar los archivos de los clientes. Cuando Beth le entregó su primer cheque por el pago de aquel mes de trabajo, se sintió en cierta manera culpable. Sabía que aquella paga mensual apenas daba para vivir. Pero cuando se lo entregó, él simplemente sonrió y dijo:

—Gracias. Es fantástico.

Beth tuvo que hacer un esfuerzo para murmurar un «De nada».

Aparte de eso, no se habían visto demasiado. El curso escolar ya había empezado, y ella todavía se estaba adaptando a la rutina de las clases, lo cual le exigía pasar un montón de horas encerrada en su pequeño despacho en casa, preparando las nuevas lecciones y corrigiendo los deberes. Ben, por otro lado, salía disparado del coche cuando llegaba a casa para jugar con
Zeus
. Por lo que había podido observar a través de la ventana, su hijo consideraba a ese perro su nuevo mejor compinche, y el animal parecía sentir lo mismo por él. Tan pronto como el coche se detenía delante de la puerta,
Zeus
empezaba a rastrear el suelo en busca de un palo; cuando se abría la puerta del coche, le daba la bienvenida a Ben con el palo en la boca. El crío salía corriendo, y mientras ella subía hasta el porche, oía a Ben reír alegre al tiempo que atravesaba el patio corriendo con
Zeus
. Logan —le parecía que ese nombre le quedaba mejor que Thibault, a pesar de lo que él había dicho aquel día en el arroyo— también los observaba, con una complaciente sonrisa en los labios, antes de reanudar las labores que estaba haciendo.

A pesar de sus reticencias, a Beth le gustaba aquella sonrisa y la facilidad con que Logan sonreía cuando estaba con Ben o con Nana. Sabía que a veces la guerra podía afectar psicológicamente a los soldados de manera que les costara mucho volver a adaptarse al mundo civilizado, pero Logan no mostraba ninguna señal de síndrome de estrés postraumático. Parecía casi normal —a no ser, por supuesto, por el hecho de que había atravesado todo el país andando—. Quizás eso significaba que jamás había sido enviado a ningún destino en el extranjero. Nana le había asegurado que todavía no le había formulado esa pregunta. Y era extraño, conociendo a su abuela, pero aquella era otra cuestión. Sin embargo, Logan parecía estar encajando bien en el pequeño negocio familiar, mucho mejor de lo que ella habría pensado que pudiera ser posible. Un par de días antes, cuando Logan estaba acabando sus tareas diarias, Beth oyó que Ben entraba corriendo en casa y enfilaba hacia su habitación. Al cabo de unos segundos volvió a salir disparado como un rayo por la puerta principal. Cuando echó un vistazo por la ventana, vio que Ben había ido a buscar la pelota de béisbol para jugar con Logan en el patio. Observó cómo se lanzaban la pelota una y otra vez, mientras
Zeus
intentaba apoderarse de la bola cada vez que fallaban y antes de que Ben pudiera recuperarla.

Si su ex hubiera estado allí para ver con qué alegría jugaba Ben cuando no se sentía presionado ni criticado…

No le sorprendía que Logan y Nana se llevaran tan bien. Su abuela hablaba de él con tanta frecuencia cada noche (despues de que él se marchara) y sus comentarios destilaban tanto entusiasmo que Beth se sentía un poco incómoda. «Te encantará», solía decirle, o «Me pregunto si conocía a Drake», que era su forma de darle a entender a Beth que debería realizar un esfuerzo por conocerlo mejor. Nana incluso había empezado a permitirle que adiestrara perros, y eso era algo que jamás había consentido a ningún otro empleado. De vez en cuando, mencionaba alguna anécdota interesante acerca del pasado del joven, como que había dormido junto a una familia de armadillos en el norte de Texas, por ejemplo, o que una vez había soñado con trabajar en el proyecto de los yacimientos arqueológicos de Koobi Fora, en Kenia, investigando los orígenes del hombre. Cuando explicaba esas anécdotas, no podía ocultar la fascinación que sentía por Logan y por las cosas que le gustaban.

Lo más importante era que la actividad en la residencia canina había empezado a calmarse. Después de un verano frenético, los días habían empezado a adoptar una especie de ritmo más pausado, lo que explicaba las miradas de aprensión que Beth le lanzó a Nana durante la cena después de que su abuela le anunciara sus planes.

—¿Qué quieres decir con eso de que te vas a visitar a tu hermana?

Nana añadió una bolita de mantequilla al cuenco con gambas y las tortitas fritas de maíz que tenía delante.

—Desde el incidente no he tenido la oportunidad de visitarla, y me apetece verla. Es mayor que yo, ya lo sabes. Y ahora que tú estás completamente inmersa en las clases y que Ben se pasa el día en la escuela, creo que es el momento oportuno para ir a verla.

—¿Y quién se encargará de la residencia canina?

—Thibault. Ya domina todas las tareas, incluso los ejercicios de adiestramiento. Me ha dicho que estará encantado de trabajar unas horas extras. Y también me ha dicho que me llevará en coche hasta Greensboro, así que tampoco tendrás que preocuparte por eso. Ya está todo planeado. Incluso se ha ofrecido voluntario para empezar a ordenar los archivos. —Separó una gamba y se la llevó a la boca, luego la masticó vigorosamente.

—¿Sabe conducir? —inquirió Beth.

—Según él, sí.

—Pero no tiene carné.

—Me ha dicho que lo tiene caducado, pero que lo renovará sin falta. Por eso hoy se ha marchado antes. He llamado a Frank, y me ha confirmado que estará encantado de arreglarlo todo para que Thibault pueda examinarse hoy mismo.

—No tiene coche.

—Utilizará mi furgoneta.

—¿Cómo ha ido hasta allí?

—Conduciendo.

—¡Pero si no tiene carné!

—Te lo acabo de explicar. —Nana la miró como si pensara que su nieta se había vuelto tonta de repente.

—¿Y qué me dices del coro? Prácticamente te acabas de reincorporar.

—No pasa nada. Ya le he comentado a la directora que me ausentaré unos días para visitar a mi hermana, y me ha dicho que no había problema. De hecho, cree que es una excelente idea. Ten en cuenta que llevo mucho tiempo en el coro, incluso mucho más que ella, así que no puede negarse.

Beth sacudió la cabeza, intentando no perder la calma.

—¿Cuándo empezaste a planear todo esto? Quiero decir lo de la visita.

Nana tomó otro bocado al tiempo que fingía considerar la pregunta.

—Cuando mi hermana me llamó y me lo pidió, por supuesto.

—¿Cuándo te llamó? —la presionó Beth.

—Esta mañana.

—¿Esta mañana? —Con el rabillo del ojo, Beth se fijó en que Ben seguía el intercambio de palabras como un espectador en un partido de tenis. Le lanzó una severa mirada de aviso antes de volver a centrar su atención en Nana—. ¿Estás segura de que es una buena idea?

—Como una golosina en un barco de guerra —contestó Nana con un aire de firme determinación.

—¿Y eso qué significa?

—Significa que pienso ir a ver a mi hermana. Me ha dicho que se aburre y que me echa de menos. Me ha pedido que vaya a verla, y le he prometido que iré. Así de sencillo.

—¿Cuántos días piensas estar fuera? —Beth intentó dominar su creciente sensación de pánico.

—Supongo que una semana, más o menos.

—¿Una semana?

Nana desvió la vista hacia Ben.

—Me parece que a tu madre se le ha metido algo en la oreja. Repite todo lo que digo como si no oyera bien.

Ben soltó una risita y se llevó una gamba a la boca. Beth los miró a los dos con estupor. A veces tenía la impresión de que cenar con ese par no resultaba más satisfactorio que comer con los alumnos de primaria en la cantina de la escuela.

—¿Y qué pasa con tu medicación? —preguntó.

Nana añadió más gambas y tortitas del maíz a su cuenco.

—Me llevaré los medicamentos a casa de mi hermana. No veo dónde radica el problema. Puedo tomarme las pastillas tanto allí como aquí.

—¿Y si te pasa algo?

—En ese caso, probablemente allí esté mejor atendida, ¿no te parece?

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