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Authors: Nicholas Sparks

—¿Cómo puedes decir eso?

—Ahora que ha empezado el curso escolar, Ben y tú estáis fuera la mayor parte del día y yo me quedo sola en casa. Thibault ni se enteraría si me pasara algo. Pero en Greensboro estaré todo el día con mi hermana. Y lo creas o no, ella dispone de teléfono y de todos los adelantos necesarios. Ya hace un año que dejó de comunicarse con señales de humo.

Ben volvió a soltar otra risita insolente, aunque sabía que lo mejor era no decir nada. En vez de eso, clavó la vista en el contenido del cuenco, con expresión divertida.

—Pero no has dejado la residencia canina desde que murió el abuelo…

—Exactamente —la atajó Nana.

—Pero…

Nana se inclinó sobre la mesa para propinarle a su nieta unas palmaditas en la mano.

—Mira, ya sé que estás preocupada porque tendrás que pasar unos días sin mi ingeniosa y vivaz compañía, pero eso te dará la oportunidad de conocer a Thibault. Él estará aquí este fin de semana, también, para ayudarte con la residencia canina.

—¿Este fin de semana? ¿Cuándo piensas marcharte?

—Mañana —dijo.

—¿Mañana? —A Beth la voz se le quebró en forma de gritito histérico.

Nana le guiñó el ojo a Ben.

—¿Ves lo que te decía? Se le ha metido algo en la oreja.

los platos de la cena, Beth salió al porche para estar unos minutos sola. Sabía que Nana había tomado una decisión inamovible, y también sabía que se había excedido con su reacción ante la noticia. Con embolia o sin ella, Nana podía cuidar de sí misma, y tía Mimi estaría encantadísima de verla. Ultimamente Mimi tenía dificultades para desplazarse hasta la cocina, y quizá sería la última oportunidad para que pasaran unos días juntas.

Pero aquel cambio en la rutina la angustiaba. No era el viaje en sí lo que le preocupaba, sino lo que anunciaba aquella pequeña discrepancia durante la cena: el inicio de un nuevo papel para ella en los años venideros, un papel para el que no se sentía todavía lista. Era fácil jugar a hacer de papá de Ben. Su papel y sus responsabilidades quedaban perfectamente claros. Pero ¿hacer de papá de Nana? Ella siempre había estado tan llena de vida, tan llena de energía, que hasta unos pocos meses antes para Beth era inconcebible que su abuela empezara a bajar el ritmo. Y lo llevaba bien, francamente bien, especialmente teniendo en cuenta la embolia. Pero ¿qué pasaría la próxima vez que Nana quisiera hacer algo que Beth considerara que podía ser peligroso para ella? Algo simple, como conducir de noche, por ejemplo. Nana ya no gozaba de tan buena vista como antes, ¿y qué pasaría dentro de unos años, cuando insistiera en conducir hasta la verdulería después del trabajo?

Sabía que al final no le quedaría más remedio que lidiar con aquello. Pero detestaba pensar en ello. Ya había sido bastante difícil mantener a raya a su abuela durante el verano, cuando sus problemas físicos habían sido obvios incluso para Nana. ¿Qué pasaría cuando Nana se negara a admitirlos?

Sus pensamientos se vieron interrumpidos por la imagen de la furgoneta de Nana, que se acercaba lentamente hasta detenerse cerca de la entrada trasera de la residencia canina. Logan se apeó y se dirigió directamente al maletero. Vio que se cargaba en el hombro un saco de veinticinco kilos de comida para perros y enfilaba hacia el despacho. Cuando volvió a salir,
Zeus
apareció trotando a su lado, buscándole la mano con el hocico. Supuso que él había dejado al perro encerrado en el despacho mientras estaba en el pueblo.

Logan tardó unos minutos más en acabar de descargar el resto de los sacos de comida para perros y cuando terminó se encaminó hacia la casa. Empezaba a anochecer. A lo lejos se oyó un trueno. Beth oyó los grillos, que empezaban a entonar su canto nocturno. Vaticinó que la tormenta pasaría de largo. Con la excepción de un par de chubascos aislados, el verano había sido terriblemente seco. Pero la brisa que llegaba desde el océano traía el aroma a pino y a sal. Beth evocó de repente unas escenas de aquel día en la playa, muchos años atrás. Recordó que los cangrejos araña corrían frenéticamente cuando ella, Drake y el abuelo los enfocaban con la luz de las linternas que sostenían; recordó la cara de su madre iluminada por el destello de una pequeña hoguera que su padre había encendido, cómo se incendió la nube de golosina que Nana tenía ensartada en un palo con la intención de asarla. Era uno de los escasos recuerdos que guardaba de sus padres, y ni siquiera estaba segura de si todo aquello había sucedido de verdad. Dado que Beth era muy pequeña en aquella época, sospechaba que los recuerdos de Nana se habían entremezclado con los suyos. Nana le había contado la historia de aquella noche un sinfín de veces, quizá porque era la última vez que habían estado todos juntos. Los padres de Beth fallecieron en un accidente de tráfico unos días después.

—¿Estás bien?

Distraída por sus recuerdos, Beth no se había dado cuenta de que Logan había llegado hasta el porche. Bajo la tenue luz del atardecer, sus rasgos parecían más finos que como los recordaba.

—Sí, estoy bien. —Irguió la espalda y se alisó la blusa—. Solo estaba un poco distraída.

—Traigo las llaves de la furgoneta —dijo, pausadamente—. Quería devolverlas antes de marcharme a casa.

Cuando se las mostró, Beth sabía que únicamente podía darle las gracias y desearle que pasara una buena noche, pero —quizá porque todavía estaba preocupada por la decisión que Nana había tomado de marcharse sin consultárselo antes, o quizá porque quería tomar su propia decisión acerca de Logan— aceptó las llaves y deliberadamente le sostuvo la mirada.

—Gracias —dijo—. Un día muy largo, ¿eh?

Si él se sorprendió ante aquella invitación para charlar, no lo demostró.

—No ha estado mal. Me ha dado tiempo de hacer un montón de cosas.

—¿Cómo renovar el carné de conducir?

Él le ofreció una vaga sonrisa.

—Entre otras cosas.

—¿Has tenido problemas con los frenos?

—Ni uno, bueno, eso cuando me he acostumbrado al tacto del pedal.

Beth esbozó una sonrisita.

—Supongo que el examinador habrá estado encantado, con un alumno tan avezado.

—Seguro que sí. Te habría gustado ver cómo se aferraba al asiento, con las manos crispadas.

Beth rio ante la ocurrencia y, por un momento, ninguno de los dos dijo nada. En el horizonte, un relámpago iluminó el cielo. Pasaron unos segundos antes de que resonara el trueno. La tormenta aún estaba bastante lejos.

En el silencio, Beth se dio cuenta de que Logan estaba observándola de nuevo con aquella expresión de déjá vu. Él pareció darse cuenta y rápidamente desvió la vista. Beth siguió su mirada y vio que
Zeus
se había alejado hacia los árboles. El perro se detuvo en actitud alerta, con la vista fija en Logan como sugiriendo: «¿Vamos a dar un paseo?». Para enfatizar su petición,
Zeus
ladró y Logan sacudió la cabeza.

—No tan rápido, muchacho —le contestó Logan. Acto seguido volvió a girarse hacia Beth—. Ha estado encerrado varias horas y ahora quiere dar un paseo.

—¿No es eso lo que ya está haciendo?

—No. Me refiero a que quiere que yo vaya con él. No se alejará de mí para no perderme de vista.

—¿Nunca se separa de ti?

—No puede evitarlo. Es un pastor y cree que yo soy su rebaño.

Beth enarcó una ceja.

—Digamos que un rebaño muy reducido.

—Sí, pero poco a poco va creciendo.
Zeus
ya ha incorporado a Ben y a Nana.

—¿Y a mí no? —Beth fingió estar ofendida.

Logan se encogió de hombros.

—Todavía no le has lanzado ningún palo.

—¿Eso es todo lo que tengo que hacer para ganarme su simpatía?

—¿A que es un chollo? No todos salimos tan baratos.

Ella volvió a reír. En realidad no había esperado que Logan tuviera sentido del humor. Tomándola por sorpresa, él hizo una señal por encima del hombro con la cabeza.

—¿Te apetece dar un paseo con nosotros? Para
Zeus
, eso es tan significativo como lanzarle un palo.

—¿Y tú cómo lo sabes? —replicó ella, mostrándose esquiva.

—Bueno, yo no escribo las normas. Solo sé interpretarlas. Y no me gustaría que te sintieras abandonada, como si te dejáramos fuera del rebaño.

Beth vaciló solo unos instantes antes de aceptar que él simplemente intentaba ser amable. Echó un vistazo por encima del hombro.

—Será mejor que avise a Nana y a Ben.

—Adelante, aunque no iremos muy lejos.
Zeus
solo quiere ir hasta el arroyo y chapotear unos minutos en la orilla antes de regresar a casa. Si no, se muere de calor —se apoyó únicamente en los talones, con las manos metidas en los bolsillos—. ¿Vienes?

—Vale, de acuerdo.

Bajaron del porche y se dirigieron hacia el caminito de gravilla.
Zeus
trotaba delante de ellos, revisando periódicamente si los dos lo seguían. Logan y Beth caminaban uno al lado del otro, dejando la debida distancia entre ellos para no rozarse de forma involuntaria.

—Nana me ha dicho que eres maestra, ¿no? —inquirió Logan.

Beth asintió.

—Sí, de primaria.

—¿Qué tal es tu clase este año?

—Parecen buenos chicos. Por lo menos, de momento. Y ya se han presentado siete madres como voluntarias para las actividades que lo requieran. Eso siempre es una buena señal.

Dejaron atrás el recinto de los caniles y se acercaron al sendero que llevaba hasta el arroyo. El sol ya se había ocultado detrás de los árboles, y el sendero quedaba prácticamente a oscuras. Mientras caminaban, oyeron otro trueno.

—¿Hace mucho que te dedicas a dar clases?

—Tres años.

—¿Y te gusta?

—En general, diría que sí. Tengo la suerte de trabajar rodeada de un gran equipo, y eso facilita la labor.

—¿Pero?

Ella no pareció entender la pregunta. Logan hundió las manos en los bolsillos antes de volver a hablar.

—Siempre hay un pero cuando se trata de trabajo. Por ejemplo: «Me encanta mi trabajo y mis compañeros son geniales, pero… hay un par que se visten como superhéroes los fines de semana, y por eso me parece que les falta un tornillo».

Beth se rio.

—No, son geniales, de verdad. Y me encanta dar clases. Solo es que, de vez en cuando, aparece algún alumno que viene de una familia desestructurada, y entonces sé que no podré hacer nada por ayudarlo. A veces me parte el corazón. —Caminó unos pasos en silencio—. Y a ti, ¿te gusta trabajar aquí?

—Sí, me gusta. —Parecía sincero.

—¿Pero?

Logan sacudió la cabeza.

—No hay ningún pero.

—Eso no es justo. Yo te he contado el mío.

—Ya, pero tú no estabas hablando con la hija del jefe. Y hablando de mi jefe, ¿sabes a qué hora quiere marcharse mañana?

—¿No te lo ha dicho?

—No. Iba a preguntárselo cuando le devolviera las llaves.

—Pues no me lo ha dicho, pero estoy segura de que querrá que saques a pasear a los perros y hagas el adiestramiento antes de que os marchéis, para que los animales no se queden inquietos.

Los dos avistaron el arroyo, y
Zeus
trotó directamente hacia el agua; unos segundos más tarde, estaba chapoteando y ladrando como un loco. Los dos contemplaron cómo se divertía antes de que Logan señalara hacia la rama caída. Beth se sentó y él la imitó, procurando respetar el espacio de separación entre ellos.

—¿A qué distancia queda Greensboro de aquí? —se interesó.

—A unas dos horas y media en coche.

—¿Sabes qué día piensa volver?

Beth se encogió de hombros.

—Me ha dicho que dentro de una semana.

—Ah. —Logan parecía estar procesando los datos.

«Conque está todo planeado, ¿eh? ¡Ja!», pensó Beth. Logan parecía menos informado que ella.

—Tengo la impresión de que Nana no te ha detallado sus planes.

—Solo me ha dicho que se iba a ver a su hermana y que yo tenía que llevarla, por lo que me aconsejaba que me renovara el carné de conducir. ¡Ah! Y que tendría que trabajar este fin de semana.

—Ahora lo entiendo… Mira, sobre lo de trabajar el fin de semana, no te preocupes, ya me apañaré yo sola, si tienes cosas que hacer…

—No me importa —la interrumpió Logan—. No tenía planes. Y además, todavía quedan algunas cosas que no he tenido tiempo de hacer. Pequeñas cosas que hay que arreglar.

—¿Cómo por ejemplo instalar un aparato de aire acondicionado en el despacho?

—Bueno, yo estaba pensando más en pintar el marco de la puerta y ver si puedo desatrancar la ventana del despacho.

—¿La que está sellada con pintura? Buena suerte. Mi abuelo intentó desatrancarla hace años. Una vez se pasó un día entero rascando con una cuchilla, y acabó con los dedos llenos de tiritas durante una semana. Y la ventana sigue sin poder abrirse.

—No me das muchos ánimos, que digamos —dijo Logan.

—Solo intento prevenirte. Y es divertido, porque precisamente fue mi abuelo quien la pintó para sellarla. Tenía un cuarto lleno de todas las herramientas habidas y por haber. Era uno de esos hombres que pensaba que podía arreglar cualquier cosa, aunque normalmente los planes no le salían tan bien como esperaba. En realidad era más visionario que manitas. ¿Has visto la cabaña de Ben en el árbol y el puente colgante?

—De lejos —admitió Logan.

—Es un claro ejemplo que ilustra lo que acabo de decir. Mi abuelo invirtió casi todo un verano en construirlos, y cada vez que a Ben se le ocurre ir allí, se me ponen los pelos de punta. No me gusta que suba, pero a él le encanta ese sitio, especialmente cuando está angustiado o nervioso por algún motivo. Lo llama su escondite particular. Suele ir muy a menudo. —Cuando Beth hizo una pausa, él detectó su preocupación, pero duró solo un instante antes de que ella volviera a hablar—. Sí, mi abuelo era una persona muy especial. Con un gran corazón. Y nos regaló la infancia más idílica que uno pueda imaginar.

—¿Os regaló?

—A mi hermano y a mí. —Ella desvió la vista hacia las hojas del árbol, que habían adoptado un tono argentino bajo la luz de la luna—. ¿Te ha contado Nana lo que les pasó a mis padres?

Logan asintió.

—Brevemente. Lo siento.

Ella esperó, preguntándose si él iba a añadir algo más, pero no lo hizo.

—¿Qué se siente al atravesar el país andando? —Beth decidió cambiar de tema.

Logan se tomó su tiempo para contestar.

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