Cuentos completos (68 page)

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Authors: Mario Benedetti

El primer alerta sobrevino una noche en que el marido concluyó desganadamente su función, y esa apatía se repitió otra noche y otra más, hasta que el acto amoroso se fue convirtiendo en un trámite esporádico, por otra parte sólo provocado por ella. Primero pensó en la tan mentada astenia sexual, ocasionada por el stress o el excesivo trabajo, pero luego fue tendiendo a la autoinculpación. ¿Qué pasa conmigo? se preguntaba frente al veterano espejo que reflejaba la imagen de siempre, ni más ni menos. ¿Qué pasa con mi cuerpo? Lentamente fue llegando a la conclusión de que Dámaso tenía una amante y ello la amargó profundamente. No podía tolerar esa infidelidad esencial. Sin embargo calló.

Su consuelo pasó a ser Marcos, que seguía sirviéndola en el mejor de los sentidos. Nada le dijo sobre los cambios de Dámaso, debido sencillamente a que temió que ello disminuyera su atractivo ante Marcos. Había leído que uno de los mayores atractivos para un amante estable era que la mujer fuera profundamente deseada por su marido. Lo triste fue que una noche empezó en Marcos el mismo proceso que en Dámaso.

Dijo que estaba cansado y no hicieron nada. Y luego otra vez, y otra. A Ileana le entró una depresión profunda, y eso fue lo peor, ya que las ojeras provocadas por sus insomnios, y cierta palidez que invadía todo su cuerpo, desde las mejillas hasta el pubis, pasando por los pechos, antes sólidos y erectos, y ahora fláccidos y derrengados, todo ello la hacía (y ella era consciente de la metamorfosis) cada vez menos deseable, no sólo para Dámaso o para Marcos, sino para cualquier hombre. Su fidelidad bicéfala la había conducido a una dura decepción, pero lo más grave era que todavía no alcanzaba a admitir la causa real de ese fracaso. En el caso de Marcos, la astenia sexual le parecía menos verosímil que en Dámaso. ¿Habría decidido Marcos cambiar su cuerpo por el de otra amante? ¿O quizá tuviera novia? ¿Se estaría por casar y no se atrevía a confesarlo? En rigor, el desapego de Marcos la había herido más aún que el de Dámaso, pues la ensayística erótica y las novelas del siglo XIX le habían enseñado que el tedio sexual era más corriente en los maridos que en los amantes.

Un fin de semana tomó una decisión. Seguiría los pasos de Marcos, en primer término, y luego los de Dámaso. Quería saber la verdad definitiva. Sólo así saldría del pozo. Ella conocía bien las rutinas de sus hombres. Marcos salía a las seis de la tarde de su despacho y generalmente se dirigía a pie hasta su casa, ya que no vivía lejos. De modo que el lunes ella estacionó su coche a pocos metros de la oficina de Marcos y poco después de las seis vio que salía con algunos compañeros. En la esquina se separaron y Marcos tomó un taxi. Ileana tuvo que apresurarse a arrancar (por las dudas, tenía el motor encendido), ya que no había calculado ese gesto. El taxi, tras dos o tres cambios de calles, tomó por Agraciada, luego por 19 de Abril y así hasta el Prado, donde se detuvo. Ileana también frenó su coche, siempre a distancia prudencial. Marcos descendió del taxi y tomó por uno de los caminos internos del parque. Ileana dejó que se alejara un poco, luego bajó del auto y empezó a seguirlo. Vio que Marcos doblaba a la derecha y ella apresuró el paso para que no se le perdiera.

Cuando por fin desembocó en el nuevo sendero, apenas iluminado por un sol que se iba, vio algo que en el primer instante la dejó estupefacta, y de inmediato le restituyó, como por encanto, su antigua y bienamada seguridad. Marcos y Dámaso se alejaban, de espaldas a ella, tomados de las manos.

San Petersburgo

El marciano llegó en una nave reducida, casi portátil, algo así como un Volkswagen del espacio. Además de su propia lengua, sólo hablaba inglés, pero no el de la BBC sino el de Shakespeare, o sea que a cada rato decía
thou
en vez de
you
.

Cuando la cápsula de bolsillo aterrizó en Piccadilly Circus, fue inmediatamente rodeada por 20 curiosos y 130 periodistas. El viajero abrió la ventanilla de la minúscula nave y asomó su cabeza, que para asombro de los presentes no tenía antenas sino una boina casi vasca.

Entonces señaló a uno de los periodistas (Bob Peterson, del
Manchester Guardian
) y le dijo a quemarropa: Vengo con poco, poquísimo tiempo. Busco cierto juguete antiguo, de unas dos pulgadas de largo, un carrito de bomberos con un letrerito que dice Birmingham Fire Brigade y que, según un catálogo de Miller's Antiques Price Guide, estaba en venta en una sucursal de San Petersburgo. Es urgente, muy urgente. ¿Queda muy lejos San Petersburgo?

Unos 75 años, dijo el periodista, sin perder su flema. Muchas, muchas gracias, dijo el marciano. Cerró rápidamente (realmente, estaba apurado) la ventanilla, y de inmediato la cápsula empezó a elevarse y en pocos segundos se borró en la niebla londinense.

Eso

Al preso lo interrogaban tres veces por semana para averiguar «quién le había enseñado eso». Él siempre respondía con un digno silencio y entonces el teniente de turno arrimaba a sus testículos la horrenda picana.

Un día el preso tuvo la súbita inspiración de contestar: «Marx. Sí, ahora lo recuerdo, fue Marx.» El teniente, asombrado pero alerta, atinó a preguntar: «Ajá. Y a ese Marx ¿quién se lo enseñó?». El preso, ya en disposición de hacer concesiones, agregó: «No estoy seguro, pero creo que fue Hegel.»

El teniente sonrió, satisfecho, y el preso, tal vez por deformación profesional, alcanzó a pensar: «Ojalá que el viejo no se haya movido de Alemania.»

Salvo excepciones

En la sala repleta circuló un aire helado cuando don Luciano, con todo el peso de su prestigio y de su insobornable capacidad de juicio, al promediar su conferencia tomó aliento para decir: «Como siempre, quiero ser franco con ustedes. En este país, y salvo excepciones, mi profesión está en manos de oportunistas, de frívolos, de ineptos, de venales.»

A la mañana siguiente, su secretaria le telefoneó a las ocho: «Don Luciano, lamento molestarlo tan temprano, pero acaban de avisarme que, frente a su casa, hay como quinientas personas esperándolo.» «¿Ah, sí?», dijo el profesor, de buen ánimo. «¿Y qué quieren?» «Según dicen, se proponen expresarle su saludo y su admiración.» «Pero ¿quiénes son?» «No lo sé con certeza, don Luciano. Ellos dicen que son las excepciones.»

El Niño Cinco Mil Millones

En un día del año 1987 nació el niño Cinco Mil Millones. Vino sin etiqueta, así que podía ser negro, blanco, amarillo, etc. Muchos países, en ese día, eligieron al azar un niño Cinco Mil Millones para homenajearlo y hasta para filmarlo y grabar su primer llanto.

Sin embargo, el verdadero niño Cinco Mil Millones no fue homenajeado ni filmado ni acaso tuvo energías para su primer llanto. Mucho antes de nacer, ya tenía hambre. Un hambre atroz. Un hambre vieja. Cuando por fin movió sus dedos, éstos tocaron la tierra seca. Cuarteada y seca. Tierra con grietas y esqueletos de perros o de camellos o de vacas. También con el esqueleto del niño número 4.999.999.999.

El verdadero niño Cinco Mil Millones tenía hambre y sed, pero su madre tenía más hambre y más sed y sus pechos oscuros eran como tierra exhausta. Junto a ella, el abuelo del niño tenía hambre y sed más antiguas aún y ya no encontraba en sí mismo ganas de pensar o de creer.

Una semana después el niño Cinco Mil Millones era un minúsculo esqueleto y en consecuencia disminuyó en algo el horrible riesgo de que el planeta llegara a estar superpoblado.

Hay tantos prejuicios

Por lo menos habían transcurrido quince años sin que Ignacio supiera nada de Martín o de Alfonso. Nada, de modo directo, claro, ya que indirectamente le habían llegado esporádicas referencias. Así que encontrarlos en el aeropuerto de Carrasco (ellos llegaban de Santiago de Chile; él partía hacia Porto Alegre) fue todo un acontecimiento. Apenas tuvieron diez minutos para reconocerse (a duras penas, debido a la actual barba espesa de Ignacio, la vertiginosa calvicie de Martín, el respetable abdomen de Alfonso), abrazarse, ponerse sumariamente al día (Martín estaba casado por segunda vez, Alfonso había enviudado, Ignacio se mantenía incólume en su soltería), dejar expresa constancia de la triple voluntad de encontrarse cuanto antes e intercambiar rápidamente tarjetas, con teléfonos y domicilios.

Luego, durante el vuelo, Ignacio fue repasando sus recuerdos. Esos dos, y también Javier, hoy catedrático en Ciudad de México, habían constituido su «barra», su clan de inseparables, primero en el colegio de la Sagrada Familia, después en el liceo Elbio Fernández, y poco más. De pronto, casi sin advertirlo, cada uno empezó a seguir su rumbo propio. Javier fue el primero en desaparecer: emigró a México con sus padres y allí había concluido su doctorado y se había casado con una guatemalteca. Ignacio se recibió de escribano. Alfonso había llegado hasta tercero de Medicina pero luego, a la muerte de su padre, se hizo cargo de la estancia en Soriano y sólo bajaba a Montevideo tres o cuatro veces al año. Martín, que parecía tan enclenque en su infancia, se había dedicado al atletismo con bastante éxito (había quedado a sólo dos décimas del récord nacional en los 400 metros llanos) y después, ya metido en el mundo del fútbol, fue preparador físico de algún equipo local y varios del exterior, de modo que viajaba constantemente, con residencias prolongadas en Colombia, Honduras y Chile. Los únicos que se veían con cierta frecuencia eran Martín y Alfonso, ya que tenían algunos negocios en común y era por esa razón que habían ido a Santiago.

Tras su regreso de Brasil, Ignacio dejó pasar un par de días y luego telefoneó a Martín: quedaron en encontrarse los tres en un restaurante del Puerto y allí escribir conjuntamente una postal que mandarían al lejano Javier.

Otra vez los abrazos y las rituales bromas sobre barbas, calvicies y barrigas. Y entre lenguas a la vinagreta y colitas de cuadril, entre un excelente vino chileno y el champán del reencuentro, hubo lugar para el consabido repaso de los recuerdos compartidos, así como para el envite del «¿te acordás de?» y la solidaria réplica «qué plomo, dios mío», o la tierna evocación de aquella estilizada piba de la que todos estuvieron enamorados y que años más tarde se había casado con un secretario de la embajada norteamericana. «Allá ella», murmuró Alfonso con rencorosa nostalgia.

Ya en los postres, Martín se dirigió a Ignacio: «¿A que no te acordás del padre Arnáiz, el implacable de Matemáticas, cuando tuvo la ocurrencia de preguntarnos a los cuatro qué aspirábamos a ser cuando mayores?».

Alfonso acotó: «Recuerdo que Javier dijo que profesor, y lo es. Vos, Martín, dijiste que atleta, y lo fuiste. Yo dije que estanciero, y lo soy. Ya lo ves, Ignacio: fuiste el único que no cumpliste. Qué vergüenza».

«Es cierto», dijo Ignacio con voz ronca. «No cumplí.»

«¿Verdaderamente recordás lo que dijiste entonces?», preguntó Martín.

«Naturalmente. Son cosas que no se olvidan. Antropófago. Dije que quería ser antropófago.»

Los otros soltaron la risa y Alfonso inquirió: «¿Y? ¿Qué pasó?».

Ignacio resopló, incómodo. «Toda una frustración», dijo entre dientes. «Somos una sociedad demasiado provinciana. Hay tantos prejuicios. Tantas inhibiciones.»

Orden del día

En la ciudad de Montevideo, a las nueve horas y cuarenta minutos del día quince de mayo del año mil novecientos ochenta y siete, se reúne el Directorio de Abecé, S. A., en la sala de conferencias de su Casa Central, bajo la presidencia de don Tomás Olarte, ejerciendo la Secretaría don Virgilio Sánchez, y con asistencia de los vocales, doña Magdalena Bravo de Maura, y los señores Orosmán Nieto, Alberto J. Salas, Prudencio Solanas Gómez, Eliseo H. Matta, José Pedro Vilches, Javier Zamora Aguirre y Juan Jacinto Lozano.

El señor Secretario da lectura al acta anterior, que es aprobada con una observación del señor Zamora Aguirre acerca de lo que entiende como error de sintaxis en la redacción del párrafo cuarto línea siete, corrección que es aprobada por mayoría, con la observación, esta vez, del señor Vilches, quien no considera haya error alguno de sintaxis en la redacción del mencionado párrafo.

El Presidente recuerda que el Orden del Día de la presente sesión consta sólo de dos puntos: 1) Estado de las negociaciones con Silver Inc., de Sioux City, Iowa, y 2) Ajustes del presupuesto.

Al entrar a considerar el primer punto, toma la palabra el señor Solanas Gómez para informar que las negociaciones con Silver Inc., de Sioux City, Iowa, siguen un curso normal y bastante favorable a los intereses de Abecé, S. A. Recuerda que, tras la primera oferta de la compañía norteamericana (de la que existe cumplida constancia en el acta número ciento cincuenta y cuatro, correspondiente a la sesión celebrada el cuatro de abril próximo pasado) y la contraoferta de Abecé, S. A. (cuyo texto íntegro fue transcrito en el acta número ciento cincuenta y cinco de la sesión correspondiente al once del mismo mes), las conversaciones mantenidas desde entonces por él (o sea el señor Solanas Gómez) con el enviado de la compañía ofertante, Mr. Oswald Browning, se hallan bien encaminadas, habiéndose designado el pasado día doce, con el conocimiento y el aval del señor Presidente, una comisión especial, integrada por dos miembros de cada parte, a fin de estudiar de manera exhaustiva el procedimiento más apto y menos riguroso de eludir las pesadas cargas impositivas a las que la operación en trámite estaría sometida en una y otra nación.

A las diez horas y doce minutos y por razones obvias, se resuelve pasar a cuarto intermedio con el propósito de analizar el informe elevado por la mencionada comisión.

A las diez horas y cuarenta minutos, se da por levantado el cuarto intermedio y se reanuda la sesión, pasándose entonces a tratar el segundo punto del Orden del Día: Ajustes del presupuesto.

Toma la palabra el señor Matta para expresar que, en su opinión personal y en la de sus inmediatos asesores, y ya que, debido a las limitaciones que imponen las normas vigentes, no es posible bajar los sueldos y jornales del personal de la Casa Central y las tres sucursales de Abecé, S. A., pero teniendo en cuenta que muchas de las tareas contables y administrativas se han visto notoriamente simplificadas con la adopción de excelentes equipos de computación, por todo ello considera necesario planificar con urgencia una drástica reducción del personal que hasta ahora estaba asignado a funciones de contabilidad y administración. Añade el señor Matta que actualmente se está estudiando a cuánto llegaría el monto de las indemnizaciones por despido que sería imprescindible abonar, sin perjuicio de que, por supuesto, se utilicen aquellos resquicios y ambigüedades que toda ley inevitablemente incluye, a fin de que las mencionadas erogaciones se reduzcan al mínimo. De todas maneras, concluye el señor Matta, el ahorro que representarán a la empresa, por distintas razones, los equipos de computación recientemente adquiridos, compensará con creces y en poco menos de un año el eventual desembolso que ocasionen las susodichas indemnizaciones.

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