Cuentos completos (82 page)

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Authors: Mario Benedetti

No entrevistó a nadie más. ¿Para qué? Regresó al hotel, recogió su maletín, pagó la cuenta y fue, con tiempo de sobra, a tomar el ómnibus interdepartamental de las 20 y 30. Horas más tarde, cuando llegó a su casa, se acostó sin cenar, apenas tomó un vaso de leche. Desde su dormitorio, la madre le gritó que lo habían llamado del diario para recordarle que mañana debía presentar la nota que le habían encargado. Puso el despertador a las siete, se desvistió, se lavó los dientes y se metió en la cama. Por un momento barajó la posibilidad de no hacer la nota (y en consecuencia renunciar de hecho a su puesto de redactor), pero la vacilación duró muy poco. Mientras llegaba el sueño, empezó a redactar mentalmente el reportaje que teclearía por la mañana en su casa y depositaría en horas de la tarde sobre la mesa del Jefe de Redacción: Hace hoy exactamente un año que fallecía en Montevideo el ciudadano Mateo Prado, rodeado del afecto de su joven esposa etcétera. Tras la consabida introducción, plena de latiguillos, el párrafo esencial arrancaría así: Y hoy este cronista puede decirle al lector que ha sido conmovedor verificar la imagen de hombre lúcido, recto, desinteresado, laborioso, que en Y transmiten los modestos ciudadanos de a pie. Desde el mozo de café hasta el simple lustrabotas, desde un ocasional compañero de juego hasta la dama de tradición y alcurnia, desde el barbero locuaz hasta el boticario lacónico, los testimonios aislados van componiendo, como coloridas piezas de un
puzzle
, el retrato veraz de un hombre íntegro. Etcétera, pensó quedamente Gilardi, y se durmió.

El tiempo que no llegó

La guitarra se queja por
el tiempo que no llegó, o fue
desbarrancado a su debido tiempo.

FRANCISCO URONDO

Recuerdos olvidados

La ricchezza della vita è fatta di ricordi, dimenticati.

CESARE PAVESE

1.

Ésta debe ser la trigésima despedida. Es un trámite que Fernando Varengo conoce de sobra. Como testigo, claro; no como viajero. Asistir a la normal y apasionada discusión de Miguel y Carmen con el empleado de Iberia que, con buenas razones, pretende cobrarles quince mil pesetas por el exceso de equipaje (cuatro valijas grandes, dos medianas, varios ilevantables bolsos de mano); comprobar sin embargo que el tipo no resulta tan obstinado como su rostro goyesco anunciaba y accede por fin a cobrarles un importe meramente simbólico, que ellos a su vez aceptan casi lagrimeando de gratitud y ahorro; presenciar, una vez obtenidas las tarjetas de embarque, el desfile tartarinesco de cajas de turrones, radiocasettes, osito de peluche (para la sobrina de Miguel),
puzzle
gigante (para el sobrino de Carmen), bolsas, bolsones, cámara japonesa, y en medio de esa pirámide de Keops, a los dos conmovidos y agitados viajeros que, debido a la abundancia de equipaje de mano (Miguel, en particular, parecía un dios Siva del siglo XX), no estaban en condiciones de abrazar, pero sí de ser abrazados por Fernando y los pocos que iban quedando en el oasis de Madrid, y verlos por fin, tras el control de pasaportes, ahora sí llorando de veras y haciendo adiós con la mano izquierda mientras la derecha va retirando los bultos que seguramente estarán surgiendo a borbotones del oscuro teloncito de la inspección de seguridad. Y luego, ya desaparecidos los viajeros en su búsqueda de la puerta 12 (o sea la
gueite namber tuguelfe
, según dicen los altavoces de Iberia cuando se ponen políglotas), mirarse con los otros que se quedan como él, sin decir nada porque en realidad no hay mucho que decir, y Norma que propone si querés te llevo, y Fernando que no, de veras te agradezco, hoy voy con otro rumbo, aunque no sea cierto, va en el rumbo de siempre, pero quiere ir solo en el bus del Aeropuerto y apearse en la bajada de Serrano para quedarse un rato contemplando a la gente que pasa, aunque sea tarde, gente que pasa desde los cafés y restaurantes o hacia los cines, gente que, como él, se queda en Madrid. Sí, debe ser por lo menos la trigésima despedida. Antes se fueron Andrés, Mauricio, Alejandra, Claudio, Marta, José Carlos, Irene, Pablo, Omar, Gladys, Washington, Victoria, Pepe, Magda, Horacio, Manolo, Nicolás, María Luisa, Agustín, Sara, y otros, otras. Todos regresan al país, aunque después algunos regresen del regreso. Al á van, los más ignorando a qué. Saben por qué y eso les alcanza. Todos vuelven menos él, que ha decidido quedarse. Ahora, en el bus del Aeropuerto que lo llevaba hasta Serrano, Fernando supo que, sin Miguel y sin Carmen, se iba a sentir más solo pero también más extranjero. Los franceses se las arreglaban mejor para expresar esta sensación.
Étranger
significa a la vez
extraño
y
extranjero
. Fernando a veces se sentía
extranjero
(a pesar de, o sobre todo por la gran pirotecnia del Quinto Centenario), pero otras veces se sentía
extraño
, y no podía definir qué era peor. O mejor. Porque la extranjeridad o el extrañamiento no incluían sólo desventajas. También permitían cierta valoración objetiva (de la que no era capaz, por ejemplo, cuando juzgaba a su país y a sus compatriotas) y hasta algún disfrute que nunca dejaba de ser mínimamente turístico. Siempre hay un trozo de historia, una catedral gótica, una noticia de anteayer, un tercio de banderillas (cuando el pobre toro aún alienta esperanzas), la simpatía extravertida y sin embargo entrañable de algunos andaluces que no ascienden a
yuppies
; la belleza nueva de las muchachas madrileñas (¡cómo han mejorado en apenas un decenio de democracia!); las manos vibrantes de Paco de Lucía; los leones de Cibeles con bucles y barbas de hielo; el azul contaminado y hermoso del Mediterráneo; los niños que se suicidan porque les quedaron asignaturas pendientes; las turistas nórdicas en pelotas y los indignados y fieles mirones del Opus Dei; siempre hay algo por descubrir cotidianamente en esta España que intenta a toda costa ser europea pero aún no encontró la garrocha (aquí le dicen pértiga) para saltar sobre los Pirineos.

2.

Cinco pisos sin ascensor dicen que es algo bueno para el sistema circulatorio. Mejor aún para el presupuesto mensual, ya que si amor con amor se paga, piso con ascensor también. Así y todo los cuarenta y cinco de Fernando (que no son muchos pero parecen más cuando el individuo cultiva la escritura sedentaria) le exigen un descanso, dónde, pues como su nombre lo indica, en el descansillo, que está en este inmueble frente al 3ºA (inicial inútil si las hay, ya que sólo existe una vivienda por planta). Apenas cuando viene a visitarlo el asma profesional de Leonardo, Fernando se arrepiente un poco de ese ahorro, al que no considera signo de mezquindad sino de carencia. Sin embargo, Leo y su asma son viejos conocidos, entre sí y también del anfitrión. Cuando al fin llega al 5º Leo cumple el ritual de derrumbarse en el sillón de cuero para aplicarse ansioso el aerosol. Antes eran más primitivos, dice entre jadeos más o menos sibilinos, pero no contribuían, como éstos tan modernos y portátiles, a aumentar el agujero en la capa de ozono de la Antártida. No sé si sabés que Lezama Lima llamaba
saxofón sutil
a aquellas bombitas indisimulables, valetudinarias y ruidosas, que nos metían en los bronquios la clásica adrenalina con la misma función dilatadora con que estos elegantes aparatitos, con apariencia de desodorantes, nos introducen el salbutamol o el broinhidrato de fenoterol o el bromuro de ipratropio o el sulfato de tebutalín, u otros aportes de la postmodernidad bronquial. Concretando: vengo por mandato del insigne Prada. Como no tenés contestador automático, entre otras razones porque no tenés ni siquiera teléfono y además sos por lo general inencontrable, no tuve otro remedio que escalar tu himalaya. Si no te hubiera encontrado, te habría dejado bajo el felpudo un escueto mensaje de rasgos temblorosos, con el premeditado objeto de que aumentara, si aún te queda margen, tu sentimiento de culpa ante mi sacrificio. Leonardo o la Martirio, dice Fernando, y qué quiere Prada. Cómo qué quiere. Que escribas, carajo. Dos notas por semana, qué te parece. Lo que me parece es que es un Harpagón. Por favor, Fernando, ¿te vas a poner fino aquí y ahora, vos que no tenés residencia ni contrato de trabajo ni carnet de partido alguno, ni siquiera de la oposición? Y antes de que el otro le recite de memoria la Ley de Extranjería, mirá, decile a Prada que haré los artículos, pero que al menos me sugiera temas, o me mande algún libro, ¿no? Y además los detalles: cuántas carillas o, como dicen ahora, cuántos golpes de máquina; y si firmo con iniciales o con nombre completo o con seudónimo o simplemente no firmo. ¿Pero qué pasa? ¿No tenés principios vos? ¿O estás en una crisis de escepticismo? Escepticismo, no; desaliento total. Enhorabuena, viejo, todavía no llegaste a la desesperación. Se ríen como antídoto, o como exorcismo. Pero a Leo la risa le provoca disnea y sólo han transcurrido veinte minutos desde el bombazo o soplido anterior, así que se pone serio aunque la risa le sale por los ojos, la nariz, las orejas. ¿Ni siquiera me vas a convidar con un miserable churrasco en agradecimiento por la
bonne
nouvelle
? Leo, sólo puedo ofrecerte melón, jamón serrano, melocotones en almíbar, leche completa. ¿Leche completa? ¿Pero acaso no sabés que la leche es alergena, y más alergena cuanto más completa? ¿Y el whisky, che, también es alergeno? Sólo si es nacional. No te rías, que te viene el espasmo.

3.

El pisito que alquilan los Pinto (Felipe y Andrea) en una sexta planta (con ascensor, no faltaba más) de la calle Canillas, sólo adquiere un orden mediano y provisional cuando recibe a los amigos. Sin deliberación ni el menor reproche, ni siquiera mental, la mirada de Fernando conjetura, casi sabe, que ese montón de libros y aquella pila de discos estaban hasta hace poco desparramados sobre la alfombra de yute. Los ceniceros están en la repisa, pero sobrevive algún pucho. También hay que reconocer que con tres niños (5, 4 y 2 años) es casi imposible mantener despejado ningún hogar que se precie de serlo. Después de todo, los afiches de arte y los pósters políticos iluminan el ambiente y muestran cómo querrían los dueños de casa que luciera el conjunto. Están Norma y Aníbal, Joaco y Teresa, y también dos granadinos: Inma y Carlos. Fernando le pregunta a Aníbal por qué decidió volver a Madrid después de estar un mes y medio en Montevideo. Aníbal dice que fue solo, para ver qué posibilidades había de hallar trabajo y proyectar entonces el traslado familiar. Pero no hay caso, no encontré nada, sería una aventura arriesgarnos así, no olvides que tenemos dos chavales. Botijas, enmienda nada menos que el andaluz, y todos se miran asombrados. Botijas, claro. Cuesta decidirse a no ir, afincarse definitivamente aquí, viajar allá sólo en las vacaciones, y eso si las cosas ruedan bien durante el año. Ya veo, dice Inma, el dilema es: IVA aquí o IVA allá. Pero cómo, pregunta Joaco, ¿este joven no se IVA? Silencio unánime y congelado. Sólo Norma ríe, solidaria, pero retorna al tema. Y ahora se acabó la excusa del exilio: residentes o mierda. ¿Y vos, Fernando? Mierda. Ni residencia he conseguido. Pero ya lo decidí: me quedo, y no porque allá me sea difícil encontrar trabajo. Me quedo; sólo eso. Y no tengo chavales. Ni botijas. Ah. Por qué será, se atreve a inquirir Joaco, que los porteños siempre se analizan y nosotros nunca. Bueno, no tanto, conozco un sanducero que se analiza en Barcelona con un entrerriano. Influencia de Artigas, che: Provincias Unidas del Río de la Plata. Sabés una cosa, yo creo que el analista no me va a revelar nada que yo no sepa. Pero Aníbal, a vos hay que alfabetizarte y con premura. El analista no va a revelarte nada, sencillamente (o complicadamente, eso no importa) va a ayudarte a que vos te descubras. Yo recomendaría que dejáramos el tema para 1992, como parte del Quinto Centenario. Inma rompe de pronto su silencio y dice que en Andalucía la gente se psicoanaliza mediante el flamenco. Asombro número dos. Nadie osa contradecirla. Y vos, Fernando, ¿te analizaste para saber por qué no vas? Recurro a mi flamenco propio. Empero. Tácito acuerdo de no insistir. El horno no está para bollos. Ni para fainá. Tragos y hielo bienvenidos. Sin embargo, ya no es como antes. Nadie brinca por el pronto regreso. Los que ya se fueron no están para brindar. Y los que se quedan ya no brindan. Hoy el acontecimiento social es que el gato Matías y el menor de los Pinto hicieron caca al unísono frente a la heladera. O más bien frente a la nevera, ya que tanto Matías como Tito son oriundos de Castilla la Vieja.

4.

Fernando sabía que Lucía era chilena y exiliada. Los chilenos continúan siendo, por ahora, exiliados forzosos y no voluntarios, como es ahora Fernando. En la fiestita que dio Joaco para celebrar sus 13 aciertos en la quiniela futbolística, Lucía estaba en un rincón, como ajena. Había sido una quiniela gorda, con pocos unos, muchos dos y casi ninguna equis, pero había perdido sorprendentemente el Real, percance que le impidió alcanzar los aciertos; así y todo el premio consuelo le alcanzaría a Joaco para ir con Teresa hasta Atenas, algo que siempre había sido su aspiración secreta: es un crimen estar en Europa y no conocer la Hélade. La Hélade, mon dieu, qué exquisitez. Che, si acertando trece resultados te vas a la Hélade, capaz que si acertabas los catorce, te ibas a Karachi. Vete al ídem, camarada. Fernando se acercó a la chilena y trató de introducirla en el festejo. Ella también trató. Norma le hizo a Fernando desde lejos un gesto que claramente significaba que la dejara tranquila. Pero pasada la medianoche se fueron todos y Fernando y Lucía caminaron juntos. No sirvo para esto, dijo ella. Cuanta más alegría veo, más me acosa la idea de la muerte. Fernando advirtió que estaban caminando sin rumbo. En el 73 mataron a Eduardo. No sólo lo mataron a él sino que me lo mataron. He quedado seca, reseca, como si me hubieran planchado el corazón, qué sé yo. Tomaron un taxi y ella dio sus señas. El barrio no estaba mal y el edificio daba a una placita. Sube conmigo si quieres. Pero su mirada era de no te hagas ilusiones. Mientras ella hacía café, él se arrimó a la ventana, y la plaza, bajo aquella luna de otoño, le pareció insolidaria. Después del café, él no sabía qué decir, pero sintió que debía hacer algo. No sentía deseo, sólo voluntad de ayudar, no sabía cómo. Le acercó una mano y ella al comienzo no se movió. Luego empezó a llorar silenciosamente y Fernando comprendió que ante esa tristeza no cabía decir nada. Sólo estar. A Lucía le hizo bien llorar, sobre todo cuando dejó de hacerlo silenciosamente y volcó su cabeza sobre la mano extendida de Fernando. Él entendió que esa noche debía quedarse allí. Quedarse y nada más. Lucía le trajo una frazada para que durmiera en el sofá de la salita y ella se fue al dormitorio. Pero antes Fernando le pasó la mano por el pelo y ella dijo me hace bien saber que estás aquí.

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