Cuidado con esa mujer (26 page)

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Authors: David Goodis

Tags: #Novela Negra, #spanish

—Sí.

—Y otra cosa —dijo Clara. Estaba despeinada, ensangrentada, pero calmada. Hizo una pausa, construyendo las frases con cuidado, despejando su mente de todos los demás elementos para poder efectuar la declaración que era necesaria en este punto. Cuando las frases estuvieron ordenadas, cuando estuvo segura de ellas, dijo—: Yo amaba a tu padre. Le amaba profundamente. Él era un hombre extremadamente bueno. Honorable y noble. Y sin embargo, estoy segura de que estarás de acuerdo conmigo en que tenía sus defectos, como todos. Le faltaba el enfoque práctico de estos incontables problemas que encontramos en la vida. Pensaba demasiado en términos abstractos. No podemos hacer eso en estos tiempos, Evelyn. Vivimos en un mundo extremadamente material. Si queremos sobrevivir, si queremos conseguir lo que deseamos, tenemos que pensar en un sentido material. Tenemos que concentrarnos en lo que podemos coger con las manos. Lo que podemos tocar y sostener. Lo que podemos oler y probar…

—¿De verdad amabas a mi padre?

—Le amaba, Evelyn, le amaba. Y siempre amaré su recuerdo. Lamento no haberle dicho nunca lo que te estoy diciendo ahora. Le habría beneficiado tanto. Igual que sé que te beneficiará a ti. Espero que lo comprendas, querida, y nunca lo olvides. Posees sólo lo que puedes sostener con las dos manos. Lo que puedes sostener tanto tiempo como desees, lo que puedes meterte en la boca, lo que puedes apretar cerca de tu cuerpo desnudo, lo que puedes hacer con ello lo que gustes. Eso es posesión. Sólo eso. Mírame. ¿Sabes lo que he dicho? ¿Está claro para ti?

Evelyn levantó la vista y asintió. Ya no lloraba. Su rostro estaba inexpresivo.

Abrazando a la muchacha suave pero posesivamente, Clara dijo:

—Sonríeme.

Evelyn sonrió.

18

Barry apoyó las manos en la columna de ladrillo gris que llegaba hasta el tejado de la casa de los Ervin. Llevaba el cuchillo del pan en el bolsillo de la chaqueta. Se decía para sus adentros que ella le había pedido a Clard que utilizara un cuchillo contra ella y ésa era una razón. Otra razón era que un cuchillo era silencioso. También estaban la rapidez y la precisión de un cuchillo, y este cuchillo estaba muy afilado. Era un buen cuchillo.

Entre los dientes de Barry había hielo invisible y su lengua tropezó con éste, y le pareció que la lengua se le congelaba. Era como si hubiera tragado litros de agua fría, y un poco de ella se le hubiera quedado en la boca y se estuviera congelando allí. El resto era una torre de hielo que empezaba en lo más hondo de su estómago y terminaba en su garganta.

Se encontraba ya en el tejado.

Se arrastró hacia la ventana.

Una luz se reflejó en la hoja del cuchillo y le salpicó en los ojos. Se preguntó de dónde procedía esa luz. Volvió la cabeza y vio el farol de la calle a media manzana, la luz blancoamarilla que se difundía llegando hasta las ventanas de las casas adosadas y rebotaba, atravesando la negra noche. Y la noche ahora era tan negra como había sido hacía poco más de una hora, cuando se había marchado del almacén de los muelles.

Acercándose a la ventana del centro, Barry se sacó el cuchillo del bolsillo. La ventana estaba medio abierta, permitiendo la entrada del fresco aire primaveral. Barry llegó a la ventana, la tocó y la levantó unos centímetros.

Penetró en la habitación.

La oscuridad y la quietud se apoderaron de él y fue incapaz de moverse. Era incapaz de percibir el contorno de una silla, de la puerta y de la cama. Luego se dio cuenta de que se oía un sonido en la habitación. Era el sonido de una respiración lenta y pesada. Y miró hacia la cama.

Ella descansaba de espaldas. Tenía la cara vuelta ligeramente hacia un lado. La luz de la calle entraba por la ventana, rebotaba en el espejo de la pared y le salpicaba la cara y el pelo. Y su pelo era naranja oscuro, como si ardiera.

Y estaba sonriendo.

Barry avanzó hacia la cama.

La miró a los ojos, y, aunque los tenía cerrados, parecía estar mirándole.

Barry miró el cuchillo.

Y ahora estaba de pie al lado de la cama, apartando la mirada del cuchillo y sin mirar nada, sin pensar en nada. Permaneció de ese modo durante varios minutos. Poco a poco, una serie de pensamientos discordantes empezó a moverse en su mente, quedó bloqueada y se retiró, sitiada en su mente. Cuando se deshizo de ella, se preguntó qué estaba haciendo en aquella habitación, con un cuchillo en la mano, de pie al lado de la cama de esta mujer.

Siguió preguntándose qué estaba haciendo allí, qué pretendía, y luego se respondió a sí mismo. Y la respuesta acudió a él con claridad cuando levantó la cabeza y miró el rostro de Clara, los labios sonrientes, la barbilla alta, la garganta expuesta.

Miraba fijamente la garganta de Clara.

Se inclinó hacia ella y levantó el cuchillo.

Se preguntó por qué no estaba temblando, aun cuando se decía que no podía hacer esto, que no podía quitar la vida de otro ser humano. No sentía odio, ninguna inclinación a matar. Quería apartarse de ella, correr y seguir corriendo, llegar lo más lejos que pudiera, sin cuchillo en las manos, sin nada en su mente más que el frío alivio de saber que se estaba alejando de la tentación, que se estaba separando del temor que la situación producía. Se decía a sí mismo que escapara, que se apresurara y huyera. Nadie tangible le retenía aquí. Ninguna cuerda le ataba a esta habitación; podía salir corriendo si quería y lo quería… y debería irse ahora. Su mente le decía a su cuerpo que escapara, que se marchara rápido. Pero su cuerpo no se movía.

El cuchillo bajó lentamente. La hoja era algo vivo mientras avanzaba hacia la garganta de Clara. Parecía moverse con energía y voluntad propias. Barry intentó tirar el cuchillo hacia atrás, pero éste siguió adelante y se precipitó hacia adelante. Intentó retenerlo pero no tenía control sobre él y jadeó cuando vio la hoja dirigirse hacia la garganta de Clara. Contempló la reluciente hoja cuando se acercó a su garganta. Se estremeció entonces, y requirió toda la voluntad que poseía, la sintió estallar en su interior. Y dio un paso atrás.

Miró hacia abajo. Y el cuchillo estaba en su mano. Siguió retrocediendo hasta que estuvo apoyado en el alféizar de la ventana, mirando hacia la cama. Luego miró a Clara. Ella parecía dormir tras una cortina de neblina. La sonrisa seguía en sus labios, sus ojos cerrados seguían mirándole.

Temblando mientras se daba la vuelta, Barry salió por la ventana y se dirigió hacia el borde del tejado. Seguía temblando cuando descendió la columna de ladrillo gris, y parecía como si la neblina que había rodeado a Clara mientras dormía le rodeara a él ahora.

Estaba ante la puerta de su propia casa, y al abrir la puerta se miró las manos. Algo les pasaba a sus manos.

Tenía sangre en sus manos. Y no tenía el cuchillo.

Oyó golpes en la ventanilla de la puerta del sótano. Agnes saltó de la cama antes de estar completamente despierta. Se movió con rapidez por el sótano oscuro y miró por la ventanilla y vio la cara de Barry. Se quedó allí mirándole, preguntándose qué le ocurría.

Él le hizo una seña, y ella le indicó que esperara. Volvió atrás, sintiendo que una enorme preocupación crecía en su interior. Se puso una bata y zapatillas, regresó a la puerta, salió al callejón y vio a Barry que se alejaba. Y Agnes se dirigió hacia él mientras él retrocedía.

Barry tenía las manos abiertas, las palmas hacia arriba, y se las miraba. Y Agnes le miró las manos cuando estuvo a su lado, y le preguntó:

—¿Qué has hecho?

—La he matado.

—Bien.

—Pero es que la he matado. ¿Lo entiende? Digo que la he matado.

—Yo digo: bien.

—¿Esperaba que yo la matara?

—Alguien tenía que hacerlo.

—Pero yo no quería.

—Claro que no querías, pero lo has hecho de todos modos. Y está bien. Ahora la casa es pura. La casa está bien otra vez. Y yo estoy empezando a sentirme viva. Porque ella está muerta.

—No puede ser. No puedo haberla matado. No puedo creer que realmente lo haya hecho. No sé lo que voy a hacer. Tengo miedo. Quiero irme. No sé adónde ir. No sé qué hacer.

—¿Qué has utilizado?

—Un cuchillo.

—¿Dónde está? —preguntó Agnes.

—No lo sé.

—Se lo has clavado a ella. Todavía está en ella.

—Yo no quería hacerlo. No recuerdo habérselo clavado. Eso es lo que no entiendo. No puedo recordar…

—Pero la has matado. Eso es lo que hay que recordar. Ahora ella está muerta y tú has hecho lo que yo quería hacer.

—Usted lo quería, yo lo he hecho. La he asesinado.

—No lo llames asesinato. No lo ha sido. Era algo que tenía que hacerse y tú lo has hecho. Has tenido valor para hacerlo.

—Valor no.

—He dicho valor. El valor que a mí me faltaba. Porque tenía miedo de lo mismo que tú temes ahora… esto que tú llamas asesinato. Y te digo que no ha sido asesinato. ¡Oh!, cuántas veces he querido matar a esa mujer. Cuántas veces he subido del sótano, sin saber apenas lo que hacía, medio dormida, caminando por esa casa…

Agnes tenía el brazo estirado y señalaba las paredes de la casa de los Ervin.

—…esa casa enferma, envenenada. Cuánto he deseado curarla. Y mientras subía del sótano, mientras me encaminaba a la escalera, los pensamientos corrían por mi mente. El miedo. Pensar que sería asesinato. Ahora sé que esto no es asesinato. No puede serlo. Mírame, Barry. Deja que te diga: estaba escrito que Clara moriría esta noche.

—Lo único que sé es que la he matado yo.

—Porque se suponía que iba a hacerlo yo y he fallado.

—¿Esta noche?

—Esta misma noche —dijo Agnes—. He subido del sótano, igual que he hecho otras noches. He atravesado la casa. Sabía lo que quería hacer, aunque no tenía ningún plan establecido. Sólo sé…

Agnes levantó las manos. Sus dedos eran garras largas y blancas. Mostró las uñas a Barry y dijo:

—Habría utilizado esto.

—Pero tenía usted miedo.

—Esta noche no. Esta noche no había miedo.

—Entonces, ¿qué se lo ha impedido?

Agnes sonrió. Dijo:

—No importa.

—Claro que sí. Dígamelo.

—Evelyn ha entrado en casa. Creo que me ha visto. No sé lo que estaba pasando en su mente, pero de todos modos no ha dicho nada. Me he ido rápidamente y me he escondido en el comedor. Cuando la he oído subir, he regresado al sótano. Iba a esperar y después subir otra vez, pero para entonces ya no me quedaban fuerzas y me he quedado dormida.

—Pero usted no la ha matado —dijo Barry—. Yo sí.

—Los dos lo hemos hecho. Porque los dos queríamos hacerlo. Yo lo he hecho contigo. Intenta pensar de esta manera.

—No puedo pensar. Tengo que huir de aquí…

—No. No debes hacerlo. Quédate. Yo te ayudaré y nunca descubrirán quién lo hizo. Te digo que nunca lo descubrirán…

—Pero el cuchillo, y la sangre…

Barry levantó las manos y contempló la sangre.

Agnes se inclinó hacia adelante. Se le ensancharon los ojos. Dijo:

—Deja que te vea las manos.

—Está bien. Mírelas. Mire la sangre de Clara.

Agnes se irguió. Pareció mirar más atrás de Barry.

Dijo:

—No es su sangre.

—¿Qué dice?

—Es tu sangre —dijo Agnes—. Echa otro vistazo a tus manos.

Barry se miró las manos. Vio la sangre. Y vio lo que producía la sangre. Las incisiones que tenía en sus palmas, en las yemas de los dedos, profundas incisiones causadas por la mellada superficie de piedra de la columna que llevaba al tejado.

Dijo:

—Debo de haberme lastimado las manos cuando bajaba.

—Me has dicho que no recordabas haberle clavado el cuchillo. Intenta recordar. ¿Lo has hecho?

—Ahora no lo sé. Ahora no estoy seguro de nada.

—¿No puedes recordar lo que has hecho con el cuchillo?

—No.

—Lo averiguaré —dijo Agnes.

—Espere…

—¿Por qué esperar? Has acudido a mí porque querías ayuda. Querías que encontrara el cuchillo y lo sacara de esa habitación y me deshiciera de él. Está bien, eso es lo que voy a hacer. Entraré en esa habitación, y si está muerta esconderé el cuchillo donde nunca será encontrado. Y si no está muerta…

—No, Agnes…

—No puedes detenerme. Sé lo que tengo que hacer. Escúchame. —Y su voz ahora fue queda, su sonrisa fue suave—. Es la mejor manera. No importa lo que me suceda a mí, está bien. Seré feliz haciéndolo y aceptando las consecuencias. No tengo nada que perder.

—Pero está mal. Tengo la sensación de que está mal.

—Sólo una cosa está mal. Dejarla vivir y que siga haciendo el mal.

—Si pudiéramos demostrar algo.

—Era demasiado lista. No podemos demostrar nada.

Barry frunció el ceño.

—Es un error dejarla escapar con ello. Una asesina…

—Peor que eso —dijo Agnes—. Porque George Ervin estaba acabado mucho antes de que ese automóvil le pasara por encima. Su alma estaba muerta y su cuerpo torturado agonizaba. Ella le había hincado el diente, como una sanguijuela. Le quitó toda la alegría que había en su vida, y en su lugar puso dolor. ¿Y por qué? ¿Porque era bueno? ¿Porque era amable? Dios sabe que George Ervin era un alma simple y honesta que quería obtener un poco de felicidad de la vida, que quería que los demás fueran felices. Y Dios sabe que hay demonios en este mundo cuyo único placer es destruir cualquier cosa buena, cualquier cosa decente y pura. Cuando pienso en lo que ella le hizo… lo que hizo a la cosa más preciada de mi vida… la única cosa de mi vida.

—¿George Ervin?

—El nunca supo lo que yo sentía por él —dijo Agnes—. Mírame. ¿Qué habría querido conmigo?

Las lágrimas y la luz de la luna se derramaron en el rostro de Agnes, y Barry dijo:

—Debería habérselo dicho. Él nunca la vio de esta manera… erguida.

—Me alegraba que no lo supiera. Quería que no lo supiera nunca. Lo único que quería era estar cerca de él, hacer cosas para él. Lo único que quería era ponerle la comida en el plato, lavarle las camisas y los calcetines y refrescar su almohada, y ocuparme de que tuviera los trajes planchados y hacer cosas para él. Sólo hacer cosas para él y vivir en la misma casa y estar cerca de él y ayudarle. Y de vez en cuando él me sonreía. ¡Oh! eso es lo único que yo quería, y lo tenía. Y ella me lo quitó.

—Eso está mal. Es odio. No importa de qué otra manera tratemos de llamarlo, sigue siendo odio.

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