Cuidado con esa mujer (4 page)

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Authors: David Goodis

Tags: #Novela Negra, #spanish

Cuando Evelyn tenía dieciséis años él empezó a mirarla. Entonces él trabajaba en un garaje. Ella recordó ahora cómo él solía subir por la calle,
y
el color dorado y gris de media tarde del sábado en primavera. Él trabajaba en un garaje y regresaba sucio y negro, cansado y aparentemente disgustado. ¡Oh!, tenía un aspecto horrible.

A ella le producía un cruel placer verle así, porque ella iba impecablemente limpia, con su bonito vestido ahuecado y elegante para la cita del sábado por la noche con algún chico de la parte alta de la ciudad. Y estaba encantadora, de pie en la escalinata, esperando a su cita. Ella siempre concertaba la hora para que el chico llegara cuando Barry regresaba a casa después del trabajo.

La cita llegaba con el cabello engominado, los pantalones planchados, los zapatos relucientes. Una sonrisa para el chico, una barbilla levantada y un movimiento de hombro para Barry, como para impresionarle y hacerle sentir inferior. Y una noche él apareció en la calle con la cabeza vendada,
y
ella le dijo a su cita que no se encontraba bien. Llamó a la puerta de los Kinnett. Barry estaba en casa solo; la miró, intentó decir algo, y de repente ocurrió algo pasmoso. Él se echó a llorar. Ella recordó ahora el sabor que sus lágrimas, estas extrañas lágrimas de un joven de veintitrés años, dejaron en su boca.

Y la sangre manchaba el vendaje. Él le contó que había habido una pelea en el garaje. No pudo decirle mucho más que eso. Ella no le dejó. Porque lo sabía. Ella lo sabía mejor de lo que él podía contárselo. Toda su amargura, esas tardes de sábado cuando subía por la calle, cuando veía los relucientes coches nuevos de la parte alta de la ciudad aparcados enfrente de la casa de ella. Las cosas que acudían a su mente mientras permanecía junto a la ventana y observaba alejarse el descapotable, el pelo de Evelyn al aire, y el chico erguido y presumido ante el volante.

Y aquella noche ella lo descubrió. Su sangre y sus lágrimas eran una narración viva, que le decían la lucha que existía en el interior del muchacho, las cosas que era capaz de sentir, la profundidad que había en él. De una manera extraña ella no sólo comprendió los pensamientos y emociones de Barry, sino sus acciones cuando estaba fuera de su vista, y pudo verle cuando estaba solo en su casa, aquellas noches en que la risa y la charla de ella se mezclaban con la chispa de una fiesta en la parte alta de la ciudad. Pudo verle en su soledad y su confusión y su fatiga. Pudo verle salir de su casa, caminar hacia la parte alta de la ciudad, caminar y caminar en la oscuridad, mirando hacia los grandes céspedes y las ventanas iluminadas de las mansiones. Y su mente, desgarrada por el despecho, por el ansia, pensando cuánto la odiaba, cuánto quería que estuviera con él. La sangre y las lágrimas lo borraron todo. La sangre y las lágrimas les empujaron a un abrazo y a una promesa.

Él le habló de una verdad inmensa arraigada en esta noche de primavera. Siempre estarían juntos, y lanzar piedrecitas desde la calle a la ventana del dormitorio de Evelyn sería su señal.

Ella recordó ahora la maravillosa música de aquella señal; cómo le hacía correr hacia él, la aventura que ello representaba, la emoción y el placer durante toda una primavera de ensueño.

Y sin embargo llegó el verano, y luego un invierno, y él olía a gasolina, parecía tan cansado, no podía quitarse la suciedad de las uñas, no podía, o no quería, peinarse el cabello. Hubo una noche en que las piedras golpearon la ventana y ella bajó con cierta desgana, los ojos fríos, fríos como la noche de invierno, su voz no la voz de Evelyn, y su actitud, distante. Vio el efecto que producía en él, su esfuerzo por no creer, sus gestos torpes, y ella apartó la mirada. Era como si ella no estuviera escuchando, pero ahora, al rememorar aquella noche, recordó todas y cada una de las palabras que él dijo.

Dijo que a los veinticuatro años no se era demasiado mayor para comenzar la universidad. Iba a estudiar bioquímica. Se las arreglaría para trabajar y pagárselo. Había un gran futuro en ese campo. Aun cuando tardara seis o siete o incluso ocho años en conseguir el diploma, lo haría.

Pero aquella misma noche ella había estado en una gran fiesta en la parte alta de la ciudad. Una mansión espléndida. Muchísima gente. Había algo en ella que atraía a los jóvenes ricos y de posición, algo refinado y digno que hacía que las jóvenes damas de talla social la aceptaran. Ella nunca había hecho nada por conseguirlo. Llegó con facilidad, sin quererlo. Había atraído la atención de la gente de la parte alta; su actitud les había gustado, y habían mostrado abiertamente una auténtica admiración. Ella se lo pasaba bien en todas las fiestas, en especial se lo había pasado bien en la fiesta de esta noche, esta noche que terminaba tristemente al ver a Barry, su pelo más desgreñado de lo usual, una mayor negrura en su cara y sus manos, cierta tosquedad en su voz, dureza y desafío en su actitud.

Hacía tres años de esa noche, pero ella la recordaba ahora con todo detalle. La manera como él se quedó, quieto como una roca, sin decir nada. Y la manera como ella se dio media vuelta y se alejó de él, diciéndose que nunca más volvería a preocuparse por él. No obstante, cuando regresó a su habitación, tuvo una visión de Barry, que no había vuelto a su hogar. Se alejaba de allí calle abajo. Se encaminaba al centro de la ciudad, hacia el barrio de casas de pisos donde había nacido. Las calles eran estrechas y sucias. Ella compartió las cosas que asaltaban los sentidos de Barry, el olor de humo de las fábricas que palpitaban con el turno de noche, el polvo que se levantaba en las calles, la sensación de que quería permanecer allí, en aquella zona estancada y derrotada. Ella oyó la promesa que se hizo a sí mismo de que no volvería a verla jamás y que no sería necesario que se marchara, porque él estaría a miles de kilómetros aunque viviera en la casa de al lado.

Ella sufrió todo esto con él, mientras se decía que era un alivio saber que habían terminado. Se quedó dormida diciéndose que un capítulo desagradable se cerraba para siempre. Y no obstante le veía en la calle estrecha, y sus ojos se asomaban a los ojos de él, aunque le miraba en la oscuridad de su mente.

Ahora Evelyn regresó a esta noche. Tenía la cabeza apoyada en su hombro, los ojos cerrados.

—Es tan difícil de creer —dijo ella—. Vives en la casa contigua, y sin embargo no nos hemos visto en todo este tiempo.

—He estado trabajando por las noches, y durante el día estoy en la Facultad. Así ha sido. Pero había noches en que no podía dormir, y salía aquí y tenía las piedras en la mano, pero no podía lanzarlas, porque me decía que no bajarías. Y entonces entraba de nuevo en casa. Y durante el resto de la noche, soñaba contigo. Sé que es difícil imaginar algo parecido a un sueño en esa casa…

—No digas eso, Barry.

—No es necesario que lo diga. Puedes oírlo tú misma a través de las paredes.

—Nunca oigo nada.

—Sí lo oyes. Mi padre, gritando. Mi madre, gritando. Yo moriría por ellos, Evelyn, pero no dejaré que me hundan con ellos. Voy a salir de esto, voy a entregar todo lo que tengo y trabajaré para salir de esto, y entonces, que Dios me ayude, les sacaré a ellos también. Esta noche han peleado otra vez, y no me digas que no les has oído. He subido arriba mientras todavía discutían. Y después, cuando han parado, no podía dormir. Pensaba y me dormía y volvía a despertar. Luego ha empezado esto, algo que me ha hecho salir de la habitación, alguna fuerza que me dominaba y me ha hecho salir de casa, me ha traído hasta aquí, me ha hecho coger las piedras. Y tenía miedo de tirarlas, pero sin querer, ya las estaba lanzando.

—A mí me ha pasado lo mismo. Tenía miedo de bajar. Y antes de darme cuenta, ya estaba fuera de casa, corriendo escaleras abajo, viéndote otra vez…

—Hemos tardado, ¿eh?

—Han sido tres años horribles, Barry. Pero ahora han pasado. Ahora todo irá bien, lo sé, estoy tan segura como de que estoy aquí de pie, mirándote, tocándote. Sé que todo irá bien. Eso es lo que realmente quiero. Y, Barry, quiero que recuerdes una cosa. Soy yo, la real, la que te está hablando ahora. Nadie más. Por favor, no lo olvides.

Él frunció el ceño.

Los ojos de ella mostraban angustia. Barry reconoció esa angustia, pero no pudo saber qué significaba, y su gesto ceñudo se intensificó.

—Nadie más —repitió ella.

Él empezó a decir algo, y su boca se cerró de golpe. Tenía el ceño fruncido cuando se inclinó hacia ella y le cogió las muñecas.

—Soy Evelyn —dijo ella—. Recuérdalo, ¿lo harás, Barry? Por favor.

Barry percibió que algo extraordinario estaba ocurriendo y quería entender y, sin embargo, le daba miedo hacerlo.

—¿Qué pasa? —preguntó.

—Nada… ahora. Ahora no pasa nada.

—Dime lo que era.

—Barry, hagamos planes.

—Por supuesto.

—¿Mañana?

—Sí, claro. ¿A qué hora? ¿Y dónde?

—Me cogerá un dolor de cabeza terrible durante la hora del almuerzo y me tomaré el resto del día libre. Encontrémonos en Fifteenth and Chestnut, la esquina sudoeste. Iremos a Fairmount Park… Mira, mira las estrellas. Mañana será un día hermoso. Y es primavera, somos jóvenes, tenemos derecho a ver las violetas de vez en cuando, en lugar de paredes y caras espantosas. Barry, di la hora.

—Digamos a la una y cuarto.

—Sí, pero yo estaré allí mucho antes. Quiero esperarte, Barry. Quiero estar allí y esperar y ser feliz esperando verte. Ver tu pelo negro desgreñado.

—Mañana me lo peinaré.

—No. —Casi lo dijo con un siseo, como si se rebelara contra algo—. No quiero nada especial ni preparado. Sólo quiero ver a Barry, tal como es.

—Verás a Barry.

Ella se apoyó en él y dijo:

—Ahora tenemos algo, ¿no es verdad?

—Lo tenemos todo —murmuró Barry, y sus manos enmarcaron suavemente la cabeza de la joven—. Esta vez no lo perderemos… —Sonrió, levantando la vista despacio, queriendo ver el cielo estrellado, pero su mirada se detuvo al llegar al segundo piso de la casa de los Ervin. Mientras miraba las ventanas, los puntales de madera, las columnas de ladrillo, se oyó a sí mismo decir—:…y nadie nos lo quitará.

Notó que Evelyn se estremecía contra él. Esperó; quería que ella hablara, quería que ella le llevara a estos tres años transcurridos, como si se tratara de alguna tortuosa caverna que contuviera algo de lo que ella había escapado, algo angustioso y funesto, algo contra lo que él tuviera que tomar venganza.

Las paredes de la casa de los Ervin parecieron expandirse, elevarse y ensancharse, haciendo desaparecer las estrellas.

3

A las once y media de la mañana se oyó un golpe vacilante en la puerta. Clara no movió la cabeza, que tenía apoyada cómodamente en la almohada. No apartó los ojos del dibujo pintado a la acuarela de un sombrero negro que aparecía en la página setenta y uno de
Harper’s Bazaar.

—¿Qué quieres? —preguntó.

—Me dijo que llamara a su puerta a las once y media —dijo Agnes.

—¿Qué hora es?

—Las once y media.

—Tráeme el desayuno.

—¿Qué tomará?

—Córtame a rodajas un plátano. Ponle mucha crema de leche. Mucha, he dicho. Y tres huevos escalfados, unas tostadas con mucha mantequilla, y que esté derretida, recuérdalo, derretida sobre las tostadas. Y un tazón de café. Antes de hacer eso, sal corriendo a comprarme un paquete de cigarrillos. Compra dos paquetes. Y empieza a llenar la bañera con agua tibia. Échale un poco de las sales de baño Tigridia que tengo en el estante de abajo del armario. Luego saca las toallas amarillas. Las amarillas, las nuevas que compré. ¿Estás escuchando con atención lo que te digo?

—La escucho.

—Entra, Agnes.

—Agnes entró en la habitación. Era una mujer alta, delgada y ajada, que en realidad tenía treinta y un años pero aparentaba tener cincuenta. Tenía los ojos apagados de tanto trabajo duro. Trabajo duro y honrado desde los once años. Ahora, las canas se mezclaban con —su cabello castaño sin atractivos, que llevaba corto para que no le cayera a los ojos cuando trabajaba inclinada. Hubo un tiempo en que Agnes había utilizado horquillas para sujetar el largo cabello. Después llegó un momento en que no quiso llevar más el pelo largo, ni siquiera el recuerdo de éste, el largo y hermoso pelo, tan reluciente y suave, de cuando era niña.

—Cierra la puerta, Agnes.

Agnes cerró la puerta y se dio la vuelta, erguida, y miró a la mujer que estaba en la cama. Luego, muy lentamente, sus hombros fueron encorvándose.

Clara dijo:

—Es difícil para una criada encontrar trabajo estos días. A la gente le parece necesario economizar. ¿Sabes lo que significa esa palabra, Agnes? Se escribe con C, no con K. Economizar. Ahora, antes de seguir adelante, quiero que retires de tu cara esa mirada adusta. Inmediatamente, digo. Me niego a tolerar esa actitud.

Clara habló sin levantar la voz, pero cada palabra salió rígida y afilada. Siempre hablaba así, ya se dirigiera a Agnes, ya a Evelyn o a George. Algunas veces, cuando hablaba a otras personas, enmascaraba la rigidez. Pero no a menudo.

Los ojos de Agnes estaban fijos, como piedra sin pulir. Dijo:

—¿Qué quieres que haga?

—Estos días, Agnes, es difícil que una criada encuentre empleo. Y la gente no puede permitirse pagar lo que solía pagar. Una chica que gane siete dólares a la semana es muy afortunada.

—Se puede ir a trabajar a la fábrica.

—Tú no puedes. Estás enferma. De vez en cuando te pones a temblar y necesitas acostarte diez o quince minutos. Quítate de la cabeza la idea de la fábrica. Estás bien aquí, aunque no te des cuenta. No eres nada agradecida, Agnes.

—Cumplo mi trabajo.

—Tú ganas nueve dólares a la semana. Y tienes la manutención.

Agnes bajó la cabeza, luego la giró y dijo:

—Antes de que viniera usted, yo no dormía en el sótano.

—Tal vez te gustaría esta habitación, Agnes. Quizás incluso querrías comer a la misma mesa que yo.

—Hay una habitación vacía arriba. Antes era mi habitación.

—Ahora es el cuarto de los invitados.

—Nunca ha habido ningún invitado en esta casa… en los últimos tres años.

Clara cruzó los brazos.

—Mira, muchacha —dijo—. Ganas nueve dólares a la semana. Tienes habitación y comida. Tienes libres los jueves y medio sábado. No haces tu trabajo con ganas, no muestras el debido respeto. Y no sabes cuál es tu lugar. Hay cientos de chicas que se pondrían de rodillas para suplicarme que les dejara trabajar aquí por nueve dólares a la semana y la manutención.

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