DARTH VADER El señor oscuro

 

Toda la galaxia cree que el Caballero Jedi Anakin Skywalker —el Elegido— murió en Coruscant durante el ataque al Templo Jedi. Y, hasta cierto punto, es cierto. Anakin ha muerto.

Un temible espectro de negro se ha alzado del lugar donde cayó Anakin Skywalker, en la fundida superficie del planeta Mustafar donde intentó matar a Obi-Wan Kenobi, su amigo y antiguo Maestro. Quien una vez fue el Caballero Jedi más poderoso que había conocido nunca la Orden Jedi es ahora un discípulo del Lado Oscuro, un señor de los temidos Sith y la vengativa mano derecha del implacable nuevo Emperador de la galaxia. Anakin murió seducido, enloquecido y destruido por las maquinaciones del Señor Oscuro Sidious... y quien vive ahora es Darth Vader.

Todavía no se han difundido los acontecimientos que dieron lugar a su creación, nada se sabe del fallido motín del Consejo Jedi contra el Canciller Supremo Palpatine, de la orden de represalia de destruir a la Orden Jedi emitida por el autoproclamado Emperador, ni de la matanza acometida por Anakin en sus compañeros y sus Maestros del Templo Jedi. Y en el mundo de Murkhana, en el Borde Exterior, los Maestros Jedi Roan Shryne y Bol Chatak, junto a la padawan Olee Starstone, lideran el ataque contra una fortaleza separatista sin saber que la marea enrojecida con sangre Jedi se ha vuelto bruscamente en su contra.

Cuando los tres consiguen eludir la orden de ejecución, convirtiéndose en presas de una cacería espacial, el mayor peligro al que deberán enfrentarse no provendrá de los soldados clon, ni de las nuevas fuerzas de asalto, ni de la ira de un Emperador sediento de poder... La mayor amenaza estará en el sable carmesí horrendamente rápido y letal de Darth Vader, tras cuya máscara se esconde un corazón roto, un alma emponzoñada y una mente astuta y retorcida sedienta de venganza.

El objetivo de los dispersos Jedi supervivientes es sobrevivir para proteger el Lado Luminoso de la Fuerza y que así algún día vuelva a reinar en la galaxia. Pero más importante aún es el bienestar de los dos niños, Leia y Luke Skywalker, hijos de Anakin y su difunta esposa, Padmé Amidala. Separados al morir Padmé, deben permanecer a salvo cueste lo que cueste, para que la esperanza en el futuro que representan no acabe convirtiéndose en el horror de un nuevo régimen Sith con el indecible poder del Lado Oscuro.

James Luceno

DARTH VADER
El señor oscuro

ePUB v1.0

jukogo
02.11.11

Título original: Star Wars. Dark Lord. The Rise of Darth Vader

Año: 2006

Traducción: Lorenzo F. Díaz

Para Abel Lucero Lima, el gran guía en Tikal

(también conocida como Yavín 4),

con quien dejé las huellas de mis botas

por todo el Mundo Maya.

AGRADECIMIENTOS

Gracias de todo corazón a Shelly Saphiro, Sue Rostoni, Howard Roffman, Amy Gary, Leland Chee, Pablo Hidalgo, Matt Stover, Troy Denning y Karen Traviss. Gracias especiales a Ryan Kaufman, que estuvo en LucasArt, y que me describió lo que se siente al llevar el traje.

PRIMERA PARTE
Los asedios del Borde Exterior
1
Murkhana. Horas finales de las Guerras Clon

A
l descender por entre las arremolinadas nubes provocadas por las estaciones climáticas de Murkhana, Roan Shryne recordó las sesiones de meditación por las que le había guiado su antiguo Maestro. Por mucho que Shryne se concentrara en tocar la Fuerza, el ojo de su mente apenas le ofreció entonces poco más que un torbellino de blancura. Años después, cuando fue más capaz de alcanzar el pensamiento silencioso y de penetrar en la luz, del vacío incoloro emergieron fragmentos visuales, partes de un puzle que se unían gradualmente hasta definir algo. Con frecuencia, pero no de forma consciente, eso le decía que sus actos en el mundo eran acordes con la voluntad de la Fuerza.

Con frecuencia, pero no siempre.

Cuando se desviaba del camino designado por la Fuerza, esa blancura familiar se agitaba como movida por poderosas corrientes, a veces manchadas de rojo, como si abriera al brillante sol de mediodía sus ojos cerrados.

Un blanco moteado de rojo era lo que veía ahora al hundirse más y más en la atmósfera de Murkhana. Acompañado por una partitura de truenos reverberantes, del zumbido del viento, de un caos de voces apagadas...

Estaba junto a la puerta deslizante que normalmente cerraba la bodega de carga para tropas de una fragata republicana, que momentos antes había abandonado el hangar delantero del
Galante,
un destructor imperial clase Victoria asediado por tricazas androides y cazas buitre mientras esperaba una orden del Alto Mando para iniciar su propio descenso a través del techo artificial de Murkhana. Junto a Shryne, y detrás de él, había un pelotón de soldados clon, con el casco ajustado en la cabeza, el rifle láser acunado en los brazos y cargadores de munición colgando de los cinturones, y hablando entre ellos tal y como suelen hacerlo los guerreros veteranos antes de entrar en combate. Aligerando dudas con bromas privadas, haciendo referencias a cosas que Shryne no podía comprender, aunque fuera por encima, fuera del hecho de que eran desagradables.

Los compensadores de inercia de la fragata les permitían estar de pie en la bodega sin verse zarandeados por las explosiones antiaéreas o sacudidos por las maniobras evasivas de los pilotos que conducían la nave entre misiles y tormentas de metralla al rojo vivo. Y tenían que ser misiles porque los mismos separatistas que habían creado las nubes habían sembrado el aire de Murkhana con aerosoles antiláser.

El atestado espacio se llenó de un olor acre, del rugido de los motores de proa y del ligero rateo del motor de estribor; la fragata estaba siendo tan castigada como los soldados y la tripulación que la conducían al combate.

La capa de nubes seguía siendo densa pese a la altitud de 400 metros sobre el nivel del mar. Shryne no se sorprendió por no poder distinguir ni su mano ante la cara. Después de todo, seguían estando en una guerra, y llevaba tres años acostumbrándose a no ver ni saber por dónde se desplazaban.

Nat-Sem, su antiguo Maestro, solía decirle que el objetivo de los ejercicios de meditación era poder mirar con claridad entre el remolino de blancura para ver más allá, que Shryne estaba viendo la zona en sombras que lo separaba del pleno contacto con la Fuerza. Que debía aprender a ignorar las nubes, por así decirlo. Cuando aprendiera a hacer eso, mirar más allá y ver la radiante imagen que había al otro lado, sería un Maestro.

La reacción de Shryne, pesimista por naturaleza, fue pensar:
En esta vida, no
.

Aunque no se lo dijo a Nat-Sem, el Maestro Jedi había visto a través de él tan fácilmente como él lo hacía ahora a través de las nubes.

Shryne sintió que los soldados clon veían esa guerra con más claridad que él, y que esa visión tenía poco que ver con los sistemas visores de sus cascos, con los filtros que amortiguaban el agudo olor del aire, con los auriculares que apagaban los sonidos de las explosiones. Habían sido criados para la guerra y probablemente a él lo consideraban un loco por entrar de ese modo en combate, vestido sólo con túnica y capucha, con un sable láser por única arma. Muchos de ellos eran lo bastante listos como para hacer comparaciones entre la Fuerza y sus propias corazas plastoides, pero había muy pocos que pudieran distinguir entre un Jedi acorazado y otro que no lo estuviera, entre los que tenían una alianza con la Fuerza y quienes por un motivo u otro habían perdido su reconfortante abrazo.

Las capas de nubes de Murkhana ralearon por fin, hasta limitarse velar el arrugado paisaje y el espumeante mar del planeta. Un repentino estallido de brillante luz hizo que Shryne prestara atención al cielo. Lo que le pareció una fragata estallando era ahora el nacimiento de una estrella y, por un momento, el mundo perdió el equilibrio para recuperarlo con la misma brusquedad. Entre las nubes se formó un círculo de claridad, el velo de la realidad se rasgó y Shryne contempló un bosque de verdor tan profundo que casi llegó a saborearlo. Por entre los troncos corrían valientes combatientes y esbeltas naves sobrevolaban las copas de los árboles. En medio de todo ello se alzaba una única figura, alargando una mano para rasgar un telón negro como la noche...

Shryne sabía que había dado un paso fuera del tiempo, a una verdad más allá de toda comprensión.

Podía ser una visión del final de la guerra, o del mismo tiempo.

Fuese lo que fuese, tuvo el efecto de tranquilizar sus ánimos, pues le decía que estaba donde se suponía que debía estar. Por mucho que la guerra lo hubiera obligado a presenciar muerte y destrucción, seguía atado a la Fuerza y ésta le servía a su limitada manera.

Entonces, las escasas nubes conspiraron para ocultar lo que le había sido revelado, para cerrar el portal que había abierto una corriente errante, como si buscaran frustrarlo. Y Shryne volvió a verse donde estaba antes, con ráfagas de aire recalentado tirando de las mangas y la capucha de su túnica parda.

—Koorivar ha hecho un buen trabajo con sus máquinas climáticas —le dijo una voz en el oído izquierdo—. Han creado un cielo impresionante. Empleamos la misma táctica en Parrin Menor. Obligamos a los separatistas a fabricar nubes y después acabamos con ellos.

Shryne rió sin alegría.

—Me alegra ver que aún es capaz de apreciar las pequeñas alegrías de la vida, comandante.

—¿Qué otra cosa nos queda, general?

Shryne no podía distinguir su expresión tras el visor tintado, pero conocía ese rostro compartido tan bien como cualquier otro que hubiera luchado en esa guerra. El comandante clon al cargo de la 32.ª fuerza aérea de combate había adquirido en algún momento el nombre de Munición, y el apodo le sentaba muy bien.

Las suelas de alta tracción de sus botas de salto le proporcionaban la altura añadida para estar hombro con hombro con Shryne, y tenía la armadura marcada por óxido marrón allí donde no estaba mellada y abollada. De su cadera pendían pistolas láser enfundadas en cartucheras y, por motivos que Shryne no podía adivinar, vestía una variante de la túnica de mando con capa que estaba haciendo furor en ese tercer año de guerra. El lema «¡Vivir para servir!» estaba grabado con láser en el lado izquierdo de su casco hollado por la metralla.

Las marcas del torso decían que Munición había participado en las campañas de muchos mundos, y tenía la actitud endurecida de un CRA —un Comando de Reconocimiento Avanzado— aunque no lo fuera, por no decir que tenía la misma actitud de Jango Fett, modelo de todos los clones, cuyo cuerpo sin cabeza vio en el circo geonosiano poco antes de que el Maestro Nat-Sem cayera bajo fuego enemigo.

—Las armas de la Alianza deben tenernos ya en su mira —dijo, mientras la fragata continuaba el descenso.

Las otras naves de asalto que atravesaban la cubierta de nubes también eran recibidas por ráfagas de misiles. Los impactos directos derribaron dos, cuatro y cinco naves, cuyos llameantes fuselajes y soldados destrozados se precipitaron a las revueltas olas escarlata de Bahía Murkhana. Del morro de una fragata brotó una cápsula que transportó al piloto y al copiloto hasta escasos metros del agua antes de ser destripada por un misil buscador de calor.

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