Read DARTH VADER El señor oscuro Online
Authors: James Luceno
Trepador se sentó en cuclillas.
—Nos han ordenado preparar una emboscada a los Jedi.
Ras gruñó.
—Extraño momento para un ejercicio con fuego real, ¿no?
—No es un ejercicio —contestó Trepador mirándolo.
Ras no movió ni un músculo.
—Creía que los Jedi estaban de nuestro lado.
Trepador asintió.
—Yo también.
—¿Qué han hecho?
—Munición no lo dijo —repuso, meneando la cabeza—. Y se supone que no debemos hacer esa pregunta, ¿está claro?
Los tres especialistas se miraron unos a otros.
—¿Cómo quiere que lo hagamos? —dijo por fin Ras.
—El comandante quiere que preparemos una emboscada. —dijo Trepador con voz decidida—. Y yo digo que le demos lo que nos pide.
S
hryne, Chatak y Starstone contemplaron desde las alturas del centro médico cómo los enormes edificios temblaban al explotar el generador de campo enterrado en su base. Nubes de humo se alzaron al caótico cielo, y el edificio se tambaleó precariamente. Afortunadamente, no se derrumbó, como Shryne temía que hiciera, así que los puentes que cubrían la bahía no sufrieron daño alguno. A diez kilómetros de allí, el titilante campo de energía que cubría la plataforma de aterrizaje parpadeó y desapareció, dejando el enorme hexágono al alcance de cualquier ataque.
No pasó ni un momento antes de que escuadrones de cazas Ala-V y bombarderos ARC-170 de la República descendieran de las arremolinadas nubes y dispararon sus cañones. Las baterías antiaéreas del campo de aterrizaje y de los puentes abrieron fuego, llenando el cielo con renglones de energía cruda.
Más al sur, el
Galante
flotaba inmóvil a quinientos metros de las turbulentas aguas de la bahía. Los cazas republicanos brotaban de las compuertas del destructor estelar dirigiéndose a la costa en medio de tormentas de fuego intenso.
—Ahora empieza de verdad —dijo Shryne.
Los tres Jedi se dirigieron al oeste, internándose en la ciudad antes de doblar al sur rumbo al punto de encuentro. Evitaron siempre que podían las escaramuzas con androides de combate y con mercenarios, y ganaban las peleas cuando no tenían la opción de escapar a ellas. Shryne sintió alivio al ver que la padawan de pelo rizado de Chatak demostraba un valor notable y era tan diestra con el sable láser como muchos Caballeros Jedi hechos y derechos. Sospechaba que tenía una conexión con la Fuerza mucho mayor de la que él había tenido hasta en sus mejores años de ávido estudioso.
Cuando no buscaba el modo de evitar enfrentamientos, se obsesionaba con su error respecto al centro médico.
—Habría sido preferible un bombardeo quirúrgico —confesó a Chatak mientras pasaban por un callejón oscuro que conocía de una visita anterior a Murkhana.
—No te preocupes por eso, Roan —le respondió ella—. El generador estaba ahí precisamente porque la Alianza Corporativa sabía que perdonaríamos al centro médico. Y, lo que es más, la opinión que tenga el comandante Munición de ti importa muy poco en el esquema general de las cosas. Si no estuvierais tan inmersos en estrategias militares, podríais estar en alguna otra parte compartiendo tragos de brandy.
—Si alguno de los dos bebiera.
—Nunca es tarde para empezar, Roan.
Starstone lanzó un sonoro suspiro.
—¿Ésta es la sabiduría que impartes a tu padawan, que nunca es tarde para empezar a beber?
—¿He oído una voz? —dijo Shryne, mirando a su alrededor con preocupación exagerada.
—No era una voz importante —le aseguró Chatak.
Starstone negaba con la cabeza.
—Éste no es el aprendizaje que esperaba.
Shryne la miró fijamente.
—Cuando volvamos a Coruscant, procuraré meter en el buzón de sugerencias del Templo que Olee Starstone ha expresado decepción por la forma en que se la entrena.
Starstone hizo una mueca.
—Tenía la impresión de que las chanzas acabarían una vez me convirtiera en padawan.
—Es entonces cuando las chanzas empiezan —dijo Chatak, conteniendo una sonrisa—. Espera a ver lo que tendrás que soportar durante las pruebas.
—No sabía que las pruebas incluyeran torturas psicológicas.
—En el fondo, padawan, todo se reduce a eso —repuso Chatak mirándola fijamente.
—La guerra ya es prueba suficiente para cualquiera —dijo Shryne mirando por encima de su hombro—. Yo voto por que todos los padawan sean ascendidos automáticamente al rango de Caballeros Jedi.
—¿Te importa si le repito eso a Yoda? —dijo Starstone.
—Maestro Yoda para ti, padawan —le regañó Chatak.
—Me disculpo, Maestra.
—Aunque Yoda y los demás miembros del Sumo Consejo tengan la cabeza en las nubes —murmuró Shryne.
Starstone se mordió el labio.
—Simularé no haber oído eso.
—Más te vale haberlo oído —repuso Shryne, volviéndose hacia ella.
Siguieron caminando hacia el suroeste.
La lucha a lo largo de la costa se recrudecía. Cazas y naves androides que volaban muy por debajo de sus altitudes óptimas desaparecían envueltas en bolas de fuego. Los escudos de energía de toda la ciudad, sobrecargados por el fuego continuado de los cañones de iones del
Galante
, empezaban a ceder y estaba teniendo lugar un éxodo en masa, de modo que las multitudes asustadas de koovares huían de refugios, casas y empresas. Brigadas de mercenarios, reforzadas por androides de combate y tanques, fortificaban sus posiciones en las montañas. Shryne supuso que la lucha para ocupar Murkhana sería larga y brutal, quizá con un precio en vidas sin precedentes.
A escasos doscientos metros de la ciudad, se sintió sacudido por una repentina inquietud que no tenía nada que ver con la batalla que se estaba desarrollando. Se sentía como si hubiera situado sin querer a su compañera Jedi en la mira de un francotirador enemigo. Hizo que Chatak y Starstone se detuvieran, para guiarlas luego sin explicación alguna al refugio de una tienda abandonada.
—Creí que era la única que lo sentía —dijo Chatak en voz queda.
A Shryne no le sorprendió. Al igual que Starstone, la Jedi zabrak tenía una profunda conexión con la Fuerza.
—¿Puedes llegar al fondo de esto? —preguntó.
Ella negó con la cabeza.
—No con claridad.
Starstone clavó los ojos en un Jedi y en el otro.
—¿Qué pasa? Yo no siento nada.
—Exacto —dijo Shryne.
—Estamos cerca del lugar de encuentro, padawan —dijo Chatak con su mejor voz de mentora—. Así que, ¿dónde están todos? ¿Por qué no han dispuesto los soldados un perímetro?
Starstone lo meditó.
—Igual sólo esperan a que lleguemos.
El comentario casual de la joven dio en el centro de lo que sentían Shryne y Chatak. Intercambiaron miradas de alarma, soltaron los sables láser del cinto y activaron las hojas.
Shryne percibía más adelante, en un cruce de sinuosas calles, al comandante Munición y a un pelotón de soldados en formación de semicírculo cerrado. Pero no para proporcionar cobertura a los Jedi en caso de ser necesario. El anterior sentimiento de recelo floreció en uno de alarma y gritó a Chatak y Starstone que se tiraran al suelo.
Apenas lo hicieron cuando una serie de detonaciones hizo temblar la calle. Pero las descargas estaban preparadas para reventar la posición de Munición y no la de los Jedi.
Shryne comprendió al instante que las explosiones sin llama eran producidas por DCEs, detonadores de carga electrostática. Los DCEs se utilizaban para inutilizar androides y eran una versión táctica del arma de pulsación magnética que emplearon las fragatas al llegar a la playa. Munición y sus hombres, atrapados en el radio indiscriminado de las explosiones, gritaron de sorpresa cuando los sistemas de sus cascos y armas reaccionaron al ataque desconectándose. Momentáneamente cegados por los resplandores, los soldados lucharon para quitarse los cascos y echar mano a los cuchillos de combate que llevaban en el cinto.
Pero, para entonces, el capitán Trepador y el resto del Equipo Ion habían salido de su escondrijo, y dos de los comandos corrían hacia los soldados temporalmente cegados.
—¡Quitadles las armas! —ordenó Trepador—. ¡Nada de disparos!
Trepador avanzó despacio hacia los tres Jedi, con la pistola láser en la mano y el casco bajo el brazo.
—Nada de trucos mentales, general —avisó.
Shryne no estaba seguro de que esa técnica Jedi estuviera siquiera incluida en su repertorio, pero se cuidó de decirlo.
—Mis especialistas tienen conectados sus sistemas de ruido blanco —siguió diciendo Trepador—. Tienen órdenes de acribillarlo si me oyen repetir aunque sólo sea una frase de lo que usted me diga. ¿Entendido?
Shryne no desactivó el sable láser, pero se permitió bajarlo para que apuntara al suelo. Chatak y Starstone le imitaron, pero sin abandonar la posición defensiva.
—¿A qué viene esto, Trepador?
—Nos han dado órdenes de matarlos.
Shryne lo miró incrédulo.
—¿Quién dio la orden?
Trepador movió la mandíbula, como señalando con ella detrás de él.
—Tendrá que preguntárselo al comandante Munición, señor.
—Trepador, ¿dónde estás? —gritó Munición mientras el comando dos de Trepador escoltaba al comandante hacia delante. Tenía el casco quitado y se presionaba los ojos con las enguantadas manos—. ¿Fuiste tú quien puso esas DCEs?
—Sí, señor. Para llegar al fondo de esto.
Munición alzó los puños acorazados al sentir que Shryne se acercaba.
—Tranquilo, comandante —le dijo Shryne.
Munición se relajó un poco.
—¿Es que somos tus prisioneros?
—¿Ha dado orden de matarnos?
—No contestaré a eso —dijo Munición.
—Comandante, si esto tiene algo que ver con nuestra anterior discusión...
—No se adule tanto, general. Esto está por encima de nosotros.
Shryne estaba confuso.
—Entonces la orden no procedía de usted. ¿Solicitó una verificación?
Munición negó con la cabeza.
—No era necesario.
—¿Trepador? —preguntó Shryne.
—Sé tanto como usted, general. Y dudo que se pueda convencer al comandante Munición para que comparta con nosotros su información tan fácilmente como nuestro mercenario cautivo.
—General Shryne —le interrumpió el comando uno, golpeándose el casco con el dedo índice—. Una comunicación del centro de operaciones. Vienen pelotones de refuerzo.
Trepador miró a Shryne a los ojos.
—Señor, no podremos detenerlos a todos, y si hay lucha, no podremos ayudarle más de lo que ya lo hemos hecho. No mataremos a los nuestros.
—Lo comprendo, Trepador.
—Esto debe de ser un error, señor.
—Estoy de acuerdo.
—Le voy a dar una posibilidad de escapar, por los buenos tiempos. Pero órdenes son órdenes. Si volvemos a encontrarlo, lucharemos. —Trepador afrontó la mirada de Shryne—. Por supuesto, también puede matarnos ahora a todos, y así aumentar sus posibilidades de supervivencia.
Munición y el comando dos hicieron un movimiento nervioso.
—Como ha dicho usted —dijo Shryne—, nosotros no disparamos contra los nuestros.
Trepador asintió con alivio.
—Es justo lo que esperaba que dijera, general. Hace que me sienta bien por desobedecer una orden directa, y que pueda aceptar cualquier castigo que se nos imponga por ello.
—Esperemos que no se llegue a eso, Trepador.
—La esperanza no es algo que esté incluido en nuestro equipo, general.
Shryne le tocó en el brazo.
—Puede que un día necesite incluirla.
—Sí, señor. Ahora póngase en marcha antes de que se vea obligado a poner a prueba esos sables láser.
U
n coro de tonos de aviso anunció que los sistemas visuales del casco, los comunicadores y las armas se habían recuperado de los efectos de la pulsación magnética de las DCEs y volvían a estar conectados.
Los soldados, también recuperados, no perdieron ni un momento en armar los rifles y apuntarlos contra los cuatro comandos, que a su vez ya habían alzado sus DC-17 esperando un enfrentamiento así.
El comandante Munición se apresuró a posicionarse entre los dos grupos con los brazos extendidos, antes de que pudiera hacerse un solo disparo.
—¡Atrás todos! ¡Es una orden! —Miró amenazador a Trepador—. Más te vale que esta vez obedezcas.
Cuando se bajaron las armas y llegó el primer pelotón de refuerzo, con los soldados claramente confusos ante la situación que tenía lugar ante ellos, Munición apartó a un lado al jefe de escuadrón.
—¿Es que te han borrado la programación? —preguntó Munición—. Nuestras órdenes procedían de lo más alto de la cadena de mando.
—Creía que los Jedi estaban en lo más alto.
—Del comandante en jefe, Trepador. ¿Lo entiendes?
—¿Del Canciller Supremo Palpatine?
Munición asintió.
—Resulta evidente que tu grupo y tú necesitáis recordar que servimos al Canciller y no a los Jedi.
Trepador lo meditó.
—¿Se te ha informado de lo que han hecho los Jedi para provocar una orden de ejecución?
Munición frunció el labio superior.
—Eso no me concierne, Trepador, y no debería concernirte a ti.
—Tienes razón, comandante. Debieron de programarme mal. Todo este tiempo he dado por supuesto que el Gran Ejército y los Caballeros Jedi servían a la República. Nadie me dijo que estaba sirviendo primero, y por encima de todo, a Palpatine.
—Palpatine es la República, Trepador.
—¿Palpatine emitió personalmente las órdenes?
—Ordenó ejecutar una orden prevista desde antes de la guerra.
Trepador se tomó un momento para considerarlo.
—Esto es lo que yo opino, comandante. Todo se reduce a servir a los que luchan a tu lado, te protegen la espalda y te ponen un arma en la mano cuando más lo necesitas.
Munición aguzó su tono de voz.
—Ahora no vamos a discutir eso. Pero sí te prometo algo: si no los cogemos, tú y todo tu grupo pagaréis por esta traición.
Trepador asintió.
—Lo sabíamos al actuar.
Munición respiró hondo y movió la cabeza pesaroso.
—No deberías pensar por ti mismo, hermano. Es más peligroso de lo que crees.
Se volvió hacia los miembros de su pelotón y los recién llegados.
—Jefes de pelotón, pasad los comunicadores a la frecuencia de mando codificada 004. Dispersad a vuestros hombres. Búsqueda en rejilla. Cada edificio, cada rincón y cada agujero. Ya sabéis a lo que os enfrentáis, así que manteneos alerta.