Read DARTH VADER El señor oscuro Online
Authors: James Luceno
Los defectos de sus brazos protésicos reflejaban los de sus piernas.
Sólo sentía natural el brazo derecho, aunque también fuera artificial y los mecanismos neumáticos que le proporcionaban articulación y apoyo respondieran a veces con lentitud. La pesada capa y la placa pectoral limitaban tanto sus movimientos que difícilmente podía alzar los brazos sobre la cabeza, y ya se había visto forzado a adaptar su técnica con el sable láser para compensarlo.
Probablemente podría ajustar los servomotores y los pistones de los antebrazos de modo que dotaran a sus manos de fuerza sobrada para aplastar el pomo de su nuevo sable láser. Sólo con la fuerza de sus brazos podía alzar a un ser adulto del suelo. Pero la Fuerza siempre le había proporcionado la capacidad de hacer eso, sobre todo en momentos de ira, tal y como había demostrado en Tatooine y otros lugares. Y, lo que era más, las mangas del traje no envolvían las prótesis como deberían, y los guantes hasta el codo colgaban flojos y formaban numerosas arrugas en sus muñecas.
Mirándose los guantes pensó:
Esto no es ver
.
La máscara presurizada tenía ojos saltones, boca de pez, ninguna nariz y resultaba innecesariamente angulosa en las mejillas. Todo ello, combinado con un casco liso, le proporcionaba el aspecto prohibido de un antiguo androide bélico Sith. Los oscuros hemisferios que le cubrían los ojos filtraban la luz que podía dañar aún más sus lesionadas córneas y retinas, pero en el mejor de los casos las semiesferas enrojecían la luz y le impedían verse los dedos de las botas sin inclinar la cabeza casi noventa grados.
Escuchando los servomotores que movían sus extremidades, pensó:
Esto no es oír
.
Los androides médicos reconstruyeron el cartílago de sus pabellones auditivos, pero los tímpanos, derretidos en el calor de Mustafar, eran irreparables. Ahora la sondas de sonido eran transmitidas directamente a implantes en su oído interno, y todo el sonido parecía proceder de debajo del agua. Y, lo que era peor, los sensores implantados eran poco discriminadores, por lo que captaban demasiados sonidos de ambiente, de manera que resultaba difícil determinar su distancia y dirección. A veces, los sensores le asaeteaban con retroalimentación, o ecos y efectos de vibrato del ruido más mínimo.
Permitiendo que sus pulmones se llenaran de aire, pensó:
Esto no es respirar
.
Aquí sí que habían fallado de verdad los androides médicos.
Un grueso cable nacía en la caja de control que llevaba sujeta al torso, conectado a un aparato respirador y a un regulador de pulso. Tenía el ventilador implantado en el pecho horriblemente deformado, junto con tubos que desembocaban en sus dañados pulmones o se introducían en su garganta de modo que pudiera respirar por un tiempo limitado en caso de una avería en la placa pectoral o el cinturón de control.
Pero el panel de control pitaba con frecuencia y sin motivo, y la constelación de luces sólo servía de constante recordatorio de su vulnerabilidad.
La incesante ronquera de su respiración interfería con su capacidad de descanso, por no hablar del sueño. Y cuando dormía, en las raras ocasiones en que lo conseguía, lo hacía sumido en una pesadillesca mezcolanza de recuerdos recurrentes y retorcidos acompañados de dolorosos sonidos.
Al menos los androides médicos habían insertado los tubos respiratorios redundantes lo bastante a fondo como para que sus abrasadas cuerdas vocales pudieran formar sonidos y palabras con la ayuda de un vocalizador, con un tono grave sintético, ya que su propia voz apenas era un susurro.
También podía comer por la boca, pero sólo dentro de una cámara hiperbárica, dado que para ello debía quitarse el respirador triangular, rasgo más prominente de la máscara. Por tanto, le resultaba más fácil nutrirse mediante líquidos, intravenosos o de otro tipo, y recurrir a catéteres, bolsas colectoras y recicladores para los desechos líquidos y sólidos.
Y todos estos aparatos le dificultaban aún más el poder moverse con facilidad, por no decir que con gracia. La armadura pectoral que protegía el pulmón artificial le pesaba en exceso, al igual que el collarín atestado de electrodos que sostenía su enorme casco y que servía para proteger los sistemas cibernéticos que reemplazaban a las vértebras superiores, los delicados sistemas de la máscara, y las cicatrices de su cabeza sin pelo, debidas tanto a lo sufrido en Mustafar como a los intentos de trepanación de urgencia padecidos durante su viaje de vuelta a Coruscant en la lanzadera de Sidious.
La sintopiel que sustituía a la arrancada de sus huesos le picaba cada vez más, y su cuerpo necesitaba que lo limpiaran
y
arrancaran con regularidad la carne necrosada.
Y experimentaba algunos momentos de claustrofobia, momentos de desesperación en los que deseaba librarse del traje, salir de esa concha. Necesitaba construir, o hacer que le construyeran, una cámara en la que pudiera volver a sentirse humano...
Si es que eso era posible.
Con todo, pensó:
Esto
no
es vivir
.
Esto era confinamiento en solitario. Una prisión de la peor especie. Una tortura continua. Sólo era una ruina. Poder sin finalidad clara...
Un suspiro melancólico se escapó por la rejilla de la boca.
Rehaciéndose, cruzó la escotilla.
El comandante Appo le esperaba en la sala de reuniones. Era el oficial de operaciones especiales que había dirigido a la Legión 501 contra el Templo Jedi.
—Tiene la nave preparada, Lord Vader —dijo Appo.
Por motivos que iban más allá de la armadura y el casco, de los sistemas sensores y de las botas, Vader se sentía más a gusto rodeado por soldados que por otros seres de carne y hueso.
Y Appo y el resto del escuadrón de soldados de Vader parecían a gusto con su nuevo superior. Para ellos era lógico que Vader llevara armadura corporal. Algunos se habían preguntado siempre cómo es que los Jedi iban tan al descubierto, como si quisieran probar así alguna cosa.
Vader miró a Appo y asintió.
—Venga conmigo, comandante. El Emperador tiene una misión para nosotros en Murkhana.
S
hryne pestañeó contra el baño dorado de la estrella primaria de Murkhana, que acababa de asomar tras las colinas de densos bosques que vallaban la ciudad por el este. Según sus cálculos, había pasado unas cuatro semanas confinado con cientos de cautivos en un almacén sin ventanas en alguna parte de la ciudad. Unas horas antes, habían desfilado todos en la oscuridad hasta un campo de aterrizaje de arcilla roja excavado en una de las laderas y que, en ese momento, estaba lleno de enjambres de soldados de la República.
Había un transporte militar estacionado que Shryne supuso los llevaría a una prisión de algún planeta olvidado del Borde Exterior. Pero, de momento, ninguno de los prisioneros había recibido órdenes de subir a bordo. En vez de ello, se realizó un recuento. Y, lo que era más importante, resultaba evidente que los soldados clon esperaban la llegada de algo o de alguien.
Cuando sus ojos se ajustaron por completo a la luz, Shryne examinó a los prisioneros que le rodeaban y sintió alivio al descubrir a Bol Chatak y su padawan a cincuenta metros de él, mezcladas con un grupo de combatientes indígenas de Koorivar y diversos mercenarios separatistas. Las llamó mediante la Fuerza, suponiendo que Chatak sería la primera en responder, pero fue Starstone quien se volvió ligeramente en su dirección y sonrió débilmente. Sólo entonces le miró Chatak, moviendo rápidamente la cabeza.
Los habían separado tras su captura en la plataforma de aterrizaje. El hecho de que Chatak se las hubiera arreglado para conservar la capucha explicaba por qué sus cortos cuernos craneales no la habían delatado como zabrak, lo que habría alertado a sus captores.
Un descuido muy lógico, si las condiciones de su cautiverio habían sido semejantes a las de él. Tras la desconcertante desactivación de los androides de combate de Murkhana, fue conducido junto a centenares de combatientes enemigos para ser registrado, maltratado y encerrado en el oscuro edificio que sería su residencia durante cuatro semanas, en un tormento especial reservado para los mercenarios. Quien no entregó voluntariamente las armas fue ejecutado, y docenas más murieron en las feroces luchas que estallaban por las pocas migajas de comida que les proporcionaban.
Shryne no tardó en comprender que para el Canciller Palpatine había dejado de ser una prioridad el ganarse el corazón y la mente de los combatientes separatistas.
Y no tardó en dejar de preocuparse por ser descubierto, ya que lo pusieron bajo la custodia de soldados clon de poco rango, cuyas insignias los identificaban como pertenecientes a compañías diferentes de las del comandante Munición. Los soldados rara vez hablaban con los prisioneros, por lo que no tuvo noticias sobre la guerra ni sobre los acontecimientos que pudieron inducir al Sumo Consejo a ordenar a los Jedi que se escondieran. Shryne sólo sabía que la lucha en Murkhana había cesado, y que la República había ganado.
Estaba meditando en la posibilidad de acercarse más a Chatak y Starstone cuando llegó al lugar un convoy de deslizadores militares y de blindados sobre grandes ruedas. El comandante Munición y algunos de sus oficiales descendieron de uno de los deslizadores; de los blindados bajaron el jefe de comando Trepador y el resto del Equipo Ion.
Shryne se extrañó ante la llegada del comandante. Igual estaba decidido a mirar de cerca a todos los prisioneros antes de embarcarlos en el transporte. Y daba igual que Shryne estuviera más alejado del borde de la multitud que Chatak y Starstone. Dada la cantidad de tiempo que habían pasado con Munición, éste no tendría ningún problema en identificarlos.
Lo extraño era que el comandante no prestaba mucha atención a los prisioneros. Su visor en forma de T miraba la lanzadera de la República que en ese momento descendía en el campo de aterrizaje.
—Una nave de clase Theta —dijo en voz baja uno de los prisioneros al mercenario que tenía al lado.
—No suelen verse muchas —dijo el segundo humano.
—Será uno de los gobernadores regionales de Palpatine.
El primer hombre bufó.
—Cuando se preocupan tanto como para enviar al mejor...
La lanzadera había iniciado la secuencia de aterrizaje. La nave apagó el motor iónico y conectó los repulsores, plegando hacia arriba las largas alas, proporcionando así acceso a la bodega principal y pasándose suavemente en el suelo. Un escuadrón de soldados de élite salió apenas se extendió la rampa: las enseñas rojas de su armadura los identificaban como soldados de asalto de Coruscant.
Les siguió una figura mucho más alta, ataviada de negro de pies a cabeza.
—Por las lunas de Bogden...
—¿Es un nuevo tipo de soldado?
—Sólo si se ha proporcionado a los clonadores un donante mucho más alto que el original.
Munición y sus oficiales se apresuraron hacia la figura de negro.
—Bienvenido, Lord Vader.
—¿Vader? —dijo el mercenario más cercano a Shryne.
Lord,
pensó Shryne.
—Ése no es un clon —dijo el primer humano.
Shryne no sabía qué pensar de Vader, aunque la reacción de Munición y sus oficiales dejaba muy claro que esperaban a alguien de alto rango. Con su enorme casco y su ondeante capa negra, Vader parecía algo salido de las filas separatistas: un grotesco Grievous, mitad humano y mitad máquina.
—Lord Vader —repitió Shryne entre dientes.
¿Algo como el Conde Dooku?
Munición hizo una seña a Trepador y los otros comandos que se habían quedado junto al blindado. Del interior del enorme vehículo salió flotando una gran cápsula antigravitatoria con una tapa transparente, que dos de los comandos guiaron hacia la lanzadera de Vader. Cuando la cápsula pasó cerca de Shryne éste pudo atisbar unas ropas marrones y el estómago se le subió a la garganta.
Cuando la cápsula llegó por fin al lado de Munición, el comandante abrió un panel de acceso en la base y sacó tres brillantes cilindros que procedió a entregar a Vader.
Sables láser
.
Vader asintió en dirección al comandante de sus soldados de asalto para que los cogiera, y luego, con voz grave y sintetizada, se dirigió a Munición:
—¿Para qué ha guardado los cuerpos, comandante...? ¿Para la posteridad?
Munición negó con la cabeza.
—No nos proporcionaron instrucciones...
La diestra enguantada de Vader lo hizo callar.
—Disponga de ellos de la manera que considere apropiada.
Munición le hacía una seña a Trepador para que se llevara el ataúd antigravitatorio cuando Vader le interrumpió.
—¿No ha olvidado a alguien, comandante? —preguntó Vader.
—¿Olvidado, Lord Vader? —repuso Munición mirándolo.
Vader cruzó los brazos sobre el enorme pecho.
—Se asignaron seis Jedi a Murkhana, no tres.
Shryne intercambió miradas con Chatak, también lo bastante cerca de Vader como para oír su comentario.
—Siento informarle de que los otros tres consiguieron escapar, Lord Vader —dijo Munición.
Vader asintió.
—Eso ya lo sé, comandante. Pero no he cruzado media galaxia para darles caza. —Se irguió con aire arrogante—. He venido a ocuparme de los que les permitieron escapar.
Trepador dio inmediatamente un paso al frente.
—Ése fui yo.
—Y nosotros —anunció al unísono el resto del Equipo Ion.
Vader miró a los comandos.
—Desobedecieron una orden directa del Alto Mando.
—En aquel momento, la orden carecía de sentido —respondió Trepador por todos—. Pensamos que podía ser un truco separatista.
—Lo que pensaron carece de importancia —dijo Vader, señalando a Trepador—. Se espera que cumplan órdenes.
—Y acatamos todas las órdenes razonables. Matar a los nuestros no lo parecía.
Vader continuó señalando con el índice al pecho de Trepador.
—No eran sus aliados, jefe de escuadrón. Eran traidores, y usted se puso de su lado.
Trepador aguantó donde estaba.
—¿Traidores en qué? ¿Porque unos cuantos intentaron arrestar a Palpatine? Sigo sin entender que eso signifique la pena de muerte para todos ellos.
—Me aseguraré de notificar al Emperador sus preocupaciones —dijo Vader.
—Hágalo.
Shryne cerró la boca y tragó saliva.
Los Jedi intentaron arrestar a Palpatine
. ¡La República tenía ahora un Emperador!