DARTH VADER El señor oscuro (6 page)

Starstone le agarró en el último momento, salvándolo de caer a las olas.

—Recuérdame que mencione esto al Consejo, padawan —le dijo.

La plataforma estaba muy castigada, pero no hasta el punto de quedar inservible. Las fragatas empezaban a aterrizar en una zona agrietada, junto con varios transportes de tropas. En otro lugar, androides de combate eran destrozados por cañones de pulsaciones magnéticas, y Ala-V y ARC-170 hacían pasadas a la velocidad del rayo, rematándolos antes de que pudieran reactivarse.

Durante el anochecer, los Jedi se movieron entre tiroteos y explosiones, y se defendieron de los soldados clon y los comandos que encontraban, empleando para ello pistolas láser capturadas en vez de sables láser, pero procurando no matar a nadie.

Se detuvieron en un tramo destrozado de permeocemento, al final del cual aterrizaba en ese momento un escuadrón de cazas.

—¿Puedes pilotar una nave? —le preguntó Shryne a Starstone.

—Sólo un interceptor, Maestro. Pero dudo que pueda pilotarlo hasta Coruscant sin un androide astromecánico. Y nunca he visto la carlinga de un Ala-V.

Shryne lo meditó un momento.

—Entonces, tendrá que ser un ARC-170 —dijo, señalando a un bombardero que aterrizaba en ese momento, probablemente para repostar combustible—. Ésa es nuestra nave. Es la mejor apuesta. Tiene asientos para los tres y capacidad hiperespacial.

Chatak estudió un momento a la tripulación.

—Igual debemos noquear al copiloto y al artillero de cola.

Shryne estaba a punto de moverse cuando sintió que el transpondedor vibraba de nuevo, y lo sacó del profundo bolsillo de su túnica.

—¿Qué pasa, Roan? —preguntó cuando él miraba estupefacto el aparato—. ¿Qué?

—Otra orden en código —dijo sin apartar la mirada de la pantalla.

—¿La misma orden?

—Todo lo contrario. —Miró con ojos desorbitados a Chatak y Starstone—. Se ordena a todos los Jedi que eviten Coruscant pase lo que pase. Debemos abandonar las misiones en las que podamos estar implicados y ocultarnos.

Chatak se quedó boquiabierta.

Shryne apretó los labios en una fina línea.

—Seguimos teniendo que salir de Murkhana.

Comprobaron las pistolas láser, y estaban a punto de asaltar la nave cuando todos los androides separatistas y máquinas bélicas que había en la plataforma empezaron a apagarse de golpe. Al principio, Shryne supuso que habían lanzado otra salva antiandroides sin que él lo advirtiera. Pero entonces se dio cuenta de su error.

Esto era diferente.

Los androides no estaban sólo aturdidos. También se habían desactivado los antiaéreos y los tanques. Los fotorreceptores rojos perdían el brillo, las extremidades y antenas se relajaban; todos los soldados y máquinas bélicas estaban inmóviles.

En ese momento descendió del cielo de mediodía una escuadrilla completa de fragatas que escupió a casi mil soldados clon que bajaron en cables de poliplástico hasta la destrozada superficie de la plataforma.

Shryne, Chatak y Starstone contemplaron indefensos cómo eran rodeados casi instantáneamente.

—La captura es infinitamente preferible a la ejecución —dijo Shryne—. Sigue siendo una posibilidad para abandonar el planeta.

Al estar cerca del mellado borde de la plataforma, dejó que pistola, comunicador, transpondedor y sable láser resbalaran de sus manos para caer a las oscuras aguas de abajo.

SEGUNDA PARTE
El emisario del Emperador
9

E
l destructor estelar
Exactor,
segundo en una línea de recientes naves clase Imperator, salió del hiperespacio para situarse en órbita, apuntando con su afilada proa al antiguo mundo separatista de Murkhana. El
Exactor,
de 1.600 metros de eslora, a diferencia de sus predecesores de la clase Venator, era un producto de Astilleros Kuat, y exhibía abiertas plataformas de lanzamiento ventrales en vez de una cubierta de vuelo dorsal.

Las carcasas de las naves de guerra del Clan Bancario y el Gremio de Comercio que flotaban en el espacio se desplazaban más por la gravedad que por sus impulsores de iones y suponían un triste recordatorio de la invasión iniciada por la República en las últimas semanas de la guerra. A pesar de ello, a Murkhana le había ido mucho mejor que a algunos mundos en disputa, y la élite de la Alianza Corporativa pudo huir a los remotos sistemas del Brazo de Tingel llevándose consigo buena parte de las riquezas del planeta.

Darth Vader estaba en sus aposentos de la nave capitana que mandaba, cerrando su enguantada mano derecha artificial sobre el pomo de su nuevo sable láser, y arrodillado ante un gran holograma del Emperador Palpatine. Sólo habían transcurrido cuatro semanas estándar desde que acabó la guerra y Palpatine se proclamó Emperador de la antigua República ante la adulación de los gobernantes de los incontables mundos que se vieron arrastrados al conflicto y ante el aplauso continuado de casi todo el Senado.

Palpatine vestía una voluminosa túnica bordada en ricas telas y llevaba puesta la capucha para ocultar en la sombra las cicatrices sufridas a manos de los cuatro traicioneros Maestros Jedi que intentaron arrestarlo en sus habitaciones del Edificio Administrativo del Senado, junto a las deformaciones sufridas en su feroz combate con el Maestro Yoda en la misma Rotonda del Senado.

—Éste es un momento importante para ti, Lord Vader —le decía Palpatine—. Por fin eres libre para hacer uso completo de tus poderes. De no ser por nosotros, nunca habría vuelto el orden a la galaxia. Ahora podrás valorar el sacrificio que realizaste para hacer esto realidad, y disfrutar por fin de tu destino cumplido. Ahora todo puede ser tuyo, mi joven aprendiz, todo lo que desees. Sólo necesitas la determinación de tomarlo, al margen de lo que le cueste a quien se interponga en tu camino.

El rostro desfigurado de Palpatine no era nuevo para él, como no lo era su tono de voz, deliberado y vagamente desdeñoso. El Emperador había empleado esa misma voz para reclutar a su primer aprendiz, engañar a Nute Gunray, virrey de la Federación de Comercio, y persuadir al Conde Dooku de que desatara una guerra. Y, finalmente, para conducir al Lado Oscuro a Darth Vader, el antiguo Caballero Jedi Anakin Skywalker, con la promesa de que así impediría la muerte de su esposa.

Muy pocos de los trillones de seres de la galaxia eran conscientes de que Palpatine también era un Señor Sith conocido con el título de Darth Sidious, o de que había manipulado la guerra para derrocar a la República, aplastar a los Jedi y adquirir el control de toda la galaxia. Menos seres aún conocían el papel crucial que había desempeñado en esos acontecimientos el actual aprendiz de Sidious, pues lo había ayudado contra los Jedi que pretendían arrestarlo, había dirigido el ataque al Templo Jedi de Coruscant y había matado luego a sangre fría a la media docena de miembros del Consejo Separatista que quedaban vivos en la fortaleza escondida en el volcánico planeta Mustafar.

Y allí había sufrido heridas todavía más graves que las de Palpatine.

El alto y temible Vader, que hincaba una rodilla en el suelo mientras alzaba su rostro enmascarado hacia el holograma, llevaba un traje, un casco, una armadura, unas botas y una capa que ocultaban su transformación al tiempo que lo mantenían con vida.

Sin revelar su incomodidad por ser incapaz de mantener una postura arrodillada, Vader dijo:

—¿Cuales son sus órdenes, Maestro?

Y se preguntó a sí mismo:
¿Será este traje mal diseñado lo que me provoca esta incomodidad, o acaso es algo más?

—¿Recuerdas lo que te dije sobre la relación entre el poder y la comprensión, Lord Vader?

—Sí, Maestro. Allí donde los Jedi obtenían el poder mediante la comprensión los Sith obtienen comprensión mediante el poder.

Palpatine sonrió fugazmente.

—Eso se hará más claro para ti a medida que progreses en tu entrenamiento, Lord Vader. Con ese fin, te proporcionaré medios para aumentar tu poder, y también tu comprensión. Cuando llegue el momento oportuno, el poder llenará el vacío creado por las decisiones que tomaste, por los actos que cometiste. Una vez casado con la Orden de los Sith, no necesitarás más compañero que el reverso tenebroso de la Fuerza...

El comentario removió algo en Vader, pero éste fue incapaz de comprender del todo los sentimientos que le invadían: una mezcolanza de ira y decepción, de pena y pesar...

Los acontecimientos que tuvieron lugar en la vida de Anakin Sywalker pudieron haber sucedido hacía toda una vida, o haberle pasado a otra persona, pero, aun así, seguía habiendo cierto residuo de Anakin que atormentaba a Vader, como el dolor de un miembro fantasma.

—Ha llegado a mis oídos —decía Palpatine— que un grupo de soldados clon destinados a Murkhana pudo negarse deliberadamente a aceptar la Orden Sesenta y Seis.

Vader aferró con más fuerza el sable láser.

—No me había enterado, Maestro.

Sabía que los kaminoanos que produjeron los clones no habían incluido en su programación la Orden Sesenta y Seis. Los soldados, y sobre todo los comandantes, habían sido programados para mostrar una lealtad inquebrantable hacia el Canciller Supremo en su papel de comandante en jefe del Gran Ejército de la República. Cuando los Jedi descubrieron sus planes de sedición, convirtiéndose así en una amenaza para Palpatine, fueron sentenciados a muerte.

La Orden Sesenta y Seis se ejecutó sin dificultades en una miríada de mundos, en Mygeeto, Saleucami, Felucia y muchos otros. Miles de Jedi fueron asesinados a traición por soldados que durante tres años les habían obedecido casi exclusivamente a ellos. Se sabía de unos cuantos Jedi que lograron escapar a la muerte de forma casual o debido a su gran habilidad, pero parecía ser que en Murkhana tuvieron lugar acontecimientos únicos potencialmente más peligrosos para el Imperio que los pocos Jedi supervivientes.

—¿Cuál fue la causa de la insubordinación de los soldados, Maestro?

—Contaminación —respondió Palpatine con una sonrisa—. Contaminación adquirida al luchar al lado de los Jedi durante tantos años. Se sea clon o no, hay cosas que no se pueden programar en un individuo. Tarde o temprano hasta un simple soldado se convierte en la suma de todas sus experiencias.

A años luz de distancia, Palpatine se inclinó hacia la cámara del holotransmisor.

—Pero tú les demostrarás el peligro que radica en el pensamiento independiente, Lord Vader, y en no obedecer una orden.

—En no obedecerle, Maestro.

—En no obedecernos, aprendiz. No lo olvides.

—Sí, Maestro. —Hizo una pausa intencionada—. Es posible, entonces, que sobreviviera algún Jedi.

Palpatine puso expresión de sumo desagrado.

—No me preocupan tus patéticos antiguos amigos, Lord Vader. Quiero que se castigue a esos soldados clon, para que eso sirva de ejemplo a todos ellos y así tengan presente el resto de sus breves vidas a quién sirven de verdad. —Ocultó el rostro en la capucha de su túnica y siguió hablando en tono colérico—. Es hora de mostrarte como representante de mi autoridad. Dejo en tus manos que esto quede bien claro.

—¿Y los Jedi huidos, Maestro?

Palpatine guardó silencio por un momento, como si escogiera sus palabras con cuidado.

—Los Jedi huidos... sí. Puedes matar a los que encuentres en el transcurso de tu misión.

10

V
ader no se levantó hasta que la holoimagen del Emperador se desvaneció por completo. Entonces permaneció allí parado un largo momento, con los brazos enfundados colgando a los costados, la pesarosa cabeza inclinada. Finalmente se volvió y se dirigió a la escotilla que daba a la sala de control del
Exactor
.

Toda la galaxia creía que el Caballero Jedi Anakin Skywalker —símbolo del esfuerzo bélico, el Héroe Sin Miedo, el Elegido— había muerto en Coruscant durante el ataque al Templo Jedi.

Y en cierto modo era así.

Anakin está muerto,
se dijo Vader.

Pero, de no ser por lo sucedido en Mustafar, Anakin estaría ahora sentado en el trono de Coruscant, con su mujer a un lado y su hijo en brazos... En vez de eso, el plan de Palpatine se había ejecutado de forma más precisa. Lo había ganado todo: la guerra, la República, la fidelidad del Caballero Jedi, en quien la Orden había depositado todas sus esperanzas. La venganza del autoexiliado Sith había sido completa, y Darth Vader era un simple peón, un recadero, un supuesto aprendiz, el rostro público del Lado Oscuro de la Fuerza.

Aún conservaba sus conocimientos de las artes Jedi, pero estaba inseguro sobre cuál era su lugar en la Fuerza; y pese a dar ya los primeros pasos para despertar el poder del Lado Oscuro, desconocía su capacidad para usar ese poder. ¡Lo lejos que habría llegado de no mediar el destino para desposeerlo de casi todo lo que tenía, y rehacerlo por completo!

O para humillarlo, tal y como Darth Maul y Tyranus fueron humillados antes que él; como de hecho se humilló a la propia Orden Jedi.

Allí donde Darth Sidious lo había ganado todo, Vader lo había perdido todo, incluyendo, al menos por un momento, la confianza y la habilidad desatada que había demostrado como Anakin Skywalker.

Vader se volvió y se dirigió a la escotilla.

Pero esto no es caminar,
pensó.

Acostumbrado a construir y reconstruir androides, a manipular motores de deslizadores y cazas, a mejorar los mecanismos que controlaban la primera de sus extremidades artificiales, le asombraba la incompetencia de los androides médicos responsables de su resurrección en el laboratorio de Sidious.

La parte inferior de sus piernas metálicas estaba abultada por tiras de armadura similares a las que llenaban y daban forma al largo guante que Anakin llevó sobre la prótesis de su brazo derecho. Lo que quedaba de sus extremidades reales acababa en muñones de carne insertados en máquinas que disparaban movimientos empleando módulos interconectados con sus dañadas terminaciones nerviosas. Pero los androides médicos habían empleado una aleación inferior, en vez de duracero, sin supervisar adecuadamente el aislante de las corrientes electromotoras. En consecuencia, el cableado interno del traje presurizado se atascaba continuamente en lugares donde las tiras se sujetaban a rodillas y tobillos.

Las botas altas no eran las adecuadas para sus pies artificiales, cuyos dedos engarfiados carecían de la sensibilidad electrostática de sus dedos igualmente falsos. El molesto calzado, con alzas en el talón, le inclinaba ligeramente hacia delante y lo obligaba a moverse con precaución exagerada si no quería tropezar o caerse. Y lo peor era que pesaban tanto que a menudo se sentía anclado al suelo, o moviéndose en alta gravedad. ¿De qué le servía poder moverse, si debía recurrir a la Fuerza hasta para caminar de un lado a otro? Para el caso, podía haberse resignado a usar una silla repulsora y a abandonar cualquier esperanza de movimiento.

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