Diario De Martín Lobo (25 page)

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Authors: Martín Lobo

Tags: #Gay, #Fiction

14 - La burocracia de la pasión

22 de noviembre.
Fue en Santorini, una isla griega donde la luna sabe a queso feta y los tomates a sangre de dioses. Y fue en julio, una mañana de olas de espuma y brisa caliente. Paseaba yo entre casas de agua cuando un titular en un quiosco de prensa internacional me devolvió a tierra firme: «Las parejas homosexuales ya pueden contraer matrimonio y adoptar niños». Por 187 votos a favor y 147 en contra, el Congreso de los Diputados acababa de aprobar la ley que me permitiría aullar el «sí, quiero» algún día, con algún hombre en algún lugar. Ese número mágico, 187, se subió a mi vida en aquel puesto de revistas con vistas al Egeo. Y en las noches de lluvia, cuando me ataca la nostalgia de lo que podría ser y no es, me aferro a él —al 187, no al Egeo ni a la nostalgia— y me vengo arriba.

Algunos días me imagino en un campo de trigo desposando a algún chico con buenas piernas y buen corazón. El viento agita las espigas doradas, mi madre llora, suenan The Platters... y yo doy un paso al frente con la cabeza alta y la conciencia limpia para meterme el matrimonio en el bolsillo. Otros días, en cambio, sueño con relamerme a mí mismo en propia soltería hasta el fin de los tiempos. Quizá me case, o quizá no. O quizá un aneurisma cerebral se apiade de mí y me retire de la circulación pasado mañana. Pero eso es lo de menos; la grandeza del matrimonio gay se basa, simplemente, en que existe. Da igual que yo lo secunde o no. Lo importante es que está ahí, esperando a que algún día se me crucen los cables. O no. O vaya usted a saber. Porque, a pesar de mi cromosoma torpe, yo también tengo derecho a soñar. A que me prometan amor eterno bajo las estrellas, a brindar con champán por mi futuro marido, a tener un accidente aéreo en mi luna de miel, a improvisar una crisis conyugal, a divorciarme y hasta a heredar la villa en la Toscana de mi esposo italiano.

A las familias cristianas de bien les parece una aberración, así que será mejor que pidan la nacionalidad vaticana, ese paraíso de salmos y sotanas donde no encontrarán seres indignos y enfermos como un servidor. Porque podrán prohibirme dar el «sí, quiero» a otro varón, podrán manifestarse contra mi derecho fundamental a pecar, podrán tomar el poder con tanques y fusiles para derogar el matrimonio homosexual, podrán fustigarse con mi separación de bienes... Podrán, podrán y podrán. Pero yo pienso seguir lamiendo glandes cada vez que me escuezan los huevos.

Y si algún partido con mayoría absoluta, Alá no lo quiera, se pasa esta ley por el arco del triunfo, aquí están mis condiciones:

1. Dejaré de pagar impuestos. Hacienda somos todos, pero la cajera del supermercado o el conductor del autobús pueden, además, amarse bajo el amparo de la Constitución. Y si yo no puedo porque al presidente con bigote de turno no le apetece, tendré que eludir mis obligaciones fiscales. Y advierto que estamos hablando de un buen pellizco.

2. Jamás seré miembro de una mesa electoral. Soy un ciudadano de segunda, y mi ADN tonto me impide participar en la fiesta democrática. A partir de ahora no sé leer, ni escribir, ni contar votos de sol a sol a cambio de cincuenta euros y un bocadillo de panceta. Además, yo sólo como caviar iraní, como buen maricón.

3. No colaboraré con la Justicia. Un desecho humano como yo no tiene memoria, así que no puede declarar como testigo ante un tribunal. Y carece de la dignidad suficiente para ser incluido en un jurado popular. Aunque me manden una cartita de citación a mi santa casa. ¿No hemos quedado en que no sabía leer?

4. No lucharé en el frente. Si estallara la Tercera Guerra Mundial —tiempo al tiempo— y el Estado recluíase a todos los varones de entre dieciocho y cuarenta y cinco años para ametrallar a las hordas islámicas, yo tendría que quedarme en casa haciendo calceta y cocinando empanadillas de atún. ¿Qué pinta un enfermo mental como yo sodomizando a la soldadesca en una trinchera sin aire acondicionado?

NOTAS EN MI MOLESKINE

Fecha:

Concretar el día con el Registro Civil. Hay un hueco a mediados de diciembre: el 12 del 12 a las 12 de la mañana. Demasiado precipitado. Pero ¿por qué esperar? Además, hay algo esotérico en la numerología. Quizá me traiga suerte. Confirmado: el 12 del 12 a las 12 de la mañana.

Documentación necesaria:

Un certificado notarial de separación de bienes. (No es que yo sea un poderoso y cruel terrateniente, pero la vida puede ser muy traicionera. Más vale prevenir.) Fotocopia de mi DNI y del pasaporte de Sasha. Mi certificado de empadronamiento; Sasha tiene que ir al consulado de Rusia para pedir una declaración de soltería y otra de nacionalidad española.

Mi partida de nacimiento (que se encargue mi madre, que para eso me parió); la partida de nacimiento de Sasha (debe pedirla a Rusia, así que habrá que encomendarse a alguna Virgen ortodoxa o al espíritu de Iósif Stalin).

Entregar toda esta documentación en el Registro Civil para que tramiten el expediente matrimonial.

Padrinos:

Quiero que sea mi madre, y Sasha quiere que sea la suya. Problema. ¿Puede haber dos madrinas? Si es obligatoria la figura de un padrino masculino, éste debería ser mi padre o el de Sasha. ¿Tengo que llegar a mi boda del brazo de mi padre como si fuese Sisi Emperatriz? Negociar este asunto con el Registro Civil.

Invitados:

Opción A. Rápido y sin dolor. Familiares directos y una decena de amigos (ocho por mi parte y dos del entorno de Sasha que viajarían a Madrid desde Rusia). Total: 16 personas. Sería lo más cómodo. Después de todo, es una boda de ¿conveniencia? Por otro lado, hay amor. Al menos por mi parte.

Opción B. Por todo lo alto. Familiares directos (mis padres, los padres de Sasha y una de sus hermanas, que vive en Londres); familiares cercanos (mis 14 tíos, mis 27 primos, los ocho hijos de mis primos y un ex cuñado de Sasha que vive en Moscú y, por lo visto, es como su hermano mayor); 50 amigos (48 por mi parte y dos del entorno de Sasha que viajarían a Madrid desde Rusia); compromisos del trabajo (mis tres jefes, mis tres ex jefes, 16 compañeros de la redacción, seis ex compañeros, dos recepcionistas, una recepcionista). ¿Amigos de mis padres? Es una boda gay, y a mi padre no le hará especial ilusión participar en este circo con sus íntimos; la normalización homosexual es su asignatura pendiente. Descartado. Recuento final: 172 invitados, incluyendo a novios, novias, esposos y esposas. Demasiado follón.

Opción C. Solución intermedia. Los tíos, los primos y los compañeros de la redacción se caen de la convocatoria. Reducir el número de amigos a la mitad. Tener en cuenta que el amor ha triunfado entre mi entorno más próximo: Zeltia irá con Palmira, la profesora de autoescuela; Sibila irá con el kurdo; y Titán irá con el hijo de la gran puta del trompetista. Cuánta pasión. ¡Qué asco! ¿Invito a algún ex? Sería interesante, pero podrían surgir conflictos internos. Martín, no hagas tonterías. Recuento final: 40 invitados. Perfecto. Ni mucho, ni poco, sino todo lo contrario.

Lugar del banquete:

Finca El Campillo. Buen precio. Comida al aire libre. Estamos en diciembre. No.

Finca Los Olmos. Carísimo. No.

Finca El Jarrete. Ambiente rústico, escultura de un toro de bronce en el hall de entrada. No.

Finca Los Jardines de Eva. Asequible. Carpas con calefacción, camareros guapos (dos de ellos imponentes), decoración minimalista, sin reses disecadas colgadas en la pared. Además, me gusta el nombre. Adjudicado.

Menú:

Aperitivos: jamón ibérico de bellota, tacos de salmón marinado, puntas de espárrago verde con sal gorda, crujientes de morcilla con salsa de miel, tostas de foie y jamón de pato a la fruta de la pasión, vieiras glaseadas con salsa de trufa negra, brie fundido sobre cebolla caramelizada, steak tartar con trufas blancas, lomo ibérico de bellota, crujientes de chistorra con sésamo tostado, croquetas de asado en su jugo, cucharita de risotto cremoso con queso manchego, crujiente de langostinos con puerro confitado y hierbas frescas, tosta de sobrasada ibérica mallorquína y, por último, pinchito de solomillo con salsa de amapolas y especias.

Primer plato: canelón de pasta fresca relleno de langostinos tigre con salsa de carabineros. Regado con un vino blanco Nubiola Sauvignon Blanc.

Segundo plato: solomillo asado con salsa de boletus y patatas gratinadas. Regado con vino tinto de Rioja Viña Real Magnum.

Postres: para las chicas, trilogía de chocolate, y para los chicos, crujiente de dulce de leche con vainilla de Madagascar.

Regado con cava Conde de Caralt Brut.

¡Hostias! Sasha es vegetariano. Preguntar por un menú alternativo. Incluir algún guiño a la gastronomía rusa: vodka, blinis, arenque ahumado y marranadas así. ¿Barra libre? Sasha está en contra, pero este punto es innegociable. Adjudicada, también, la barra libre.

Música:

Terminantemente prohibidos la música experimental, el hard rock, las trompetas (por razones obvias) y, muy importante, el vals nupcial. No somos monos de circo. Repite conmigo: no somos monos de circo, no somos monos de circo, no somos monos de circo. Canciones obligatorias:
here comes the sun,
de los Beatles;
Aunque tú no lo sepas,
de Los Secretos;
I like dirt,
de Red Hot Chili Peppers;
Aquellas pequeñas cosas,
de Joan Manuel Serrat;
This is the last time,
de Keane (no; demasiado premonitoria);
A la orilla de la chimenea,
de Joaquín Sabina;
Like a prayer,
de Madonna (fundamental);
I want to break free,
de Queen (¿muy gay?); como fin de fiesta,
Quédate en Madrid,
de Mecano (por si acaso).

Vestuario:

Traje de Armani, Dior o Loewe. Consultar precios y mantener la calma. La belleza está en el exterior, y quizá no haya una próxima vez. Repite comigo: 3.000 euros no son nada. 3.000 euros no son nada, 3.000 euros no son nada. Pedir a Sibila que me acompañe. ¿Color? Gris: demasiado hortera. Negro: demasiado sobrio. ¿Marengo? apuesta segura. ¿Corbata? Rosa, rojo teja o naranja. Nunca, jamás, azul eléctrico. ¿Amarillo? Trae mala suerte. Importante: Sasha y yo no podemos, bajo ningún concepto, vestir igual. Repite conmigo: no somos monos de circo, no somos monos de circo, no somos monos de circo. Asesorar a Sasha en la elección de su vestuario: están terminante prohibidos el traje blanco y los zapatos de punta con piel de serpiente. No estamos en Las Vegas.

Otros detalles:

No hay tiempo para encargar las invitaciones. Avisar por teléfono y por mail. Nada de juegos florales; hablar con el restaurante y dejar muy claro este punto. Reservar cuatro habitaciones de hotel para los padres, la hermana y los dos amigos de Sasha. ¡Ah! No olvidar a su ex cuñado, ese que es como su hermano mayor. Escribir algo para el banquete: un texto emotivo, sincero y con una pizca de humor. Soy periodista, así que todos esperan una obra maestra. Recibir tres sesiones de rayos uva; no hay nada más antiestético que un novio con cara de hemofílico. Adelgazar cuatro kilos; no hay nada más antiestético que un novio con barriga. Sobre todo si es un novio gay.

15 - Mi testamento

6 de diciembre.
Cuando me encuentro en una encrucijada —algo que me ocurre cuatro o cinco veces al día— me da por pensar. Estoy a punto de tirarme a un precipicio maravilloso, o eso creo, así que quizá sea un buen momento para hacer balance de algunos de los hombres que han jalonado mi existencia. No sé si este repaso en formato blog servirá de algo, pero es mi manera de limpiar los malos espíritus, reconciliarme con el pasado y aprender a perdonar. Con estas líneas sólo pretendo pasar página, tirar toda mi mierda por el retrete y entrar en mi nueva vida sin peso ni equipaje. Queridos ¿amores? de mi vida, va por vosotros:

Manuel. Eres un ser despreciable, una rata infecta, un energúmeno sin escrúpulos, un tropezón en la cadena evolutiva. Me reventaste el corazón con tu mirada fácil, diseñada estratégicamente para prender fuego y destrozar vidas. Pero siempre, hasta de las desgracias como tú, se aprende algo. Exprimo la siguiente lección de nuestro simulacro de amor: cuando otro hombre con implantes de colágeno en el pene se cruce en mi camino, no habrá suficientes carreteras para mi huida. (Sí, siempre he sabido que aquella entrepierna monstruosa tenía trampa, así que no es necesario que sigas ronroneando cuando tus conquistas se desmayen entre tu hombría.)

César. Estábamos a punto de hacer algo grande, pero un intruso inoportuno dinamitó nuestros planes. Me escuchabas, me hacías reír, me ayudabas a subir las cuestas de enero, febrero, marzo y abril. Y te deslizabas como nadie entre las sábanas. Pero tres son multitud, así que me decanté por la opción menos humillante: la retirada. A veces me pregunto qué hubiera pasado si hubiese peleado un poco más por ti. Pero siempre ha sido demasiado tarde.

Alejandro. Bien sabe Dios, o Alá, o las energías superiores que rigen el mundo, o mis santos cojones, que estuve muy enganchado a ti. Que me robaste el sueño, mataste mi apetito, pusiste patas arriba mi ecosistema. Por ti mentí a mi familia, perdí muchos amigos, me hice un hombre... Y por ti, también, habría robado bancos, habría matado ancianas, habría donado un riñon a la ciencia y habría viajado al fin del mundo y más allá. Pero el prepucio te picaba demasiado. Y,
my friend,
el color marfil de los cuernos no pega nada con mi tono de piel. Tú te lo pierdes.

Robson. No voy a perder mucho tiempo contigo. Me encontraste deambulando por Madrid, perdido, aletargado y con las defensas bajas, y me dejé llevar por el peso de tu espalda, tus movimientos pélvicos y tu tatuaje infernal. Pero las mentiras no se arreglan con un buen polvo ni acento portugués. El cuerpo —y el talento— ya lo tienes. Ahora sólo te falta la bondad. Mucha suerte.

Bastian. Te fuiste sin despedirte y sin hacerme una última foto para tu colección. Supongo que no estuve a la altura, pero nunca se me han dado bien las buenas personas. Me queda, eso sí, tu olor a verano, la marea azul de tus ojos y un templo egipcio al que pienso volver cada vez que me acuerde de ti. El destino, que es un cabrón, ha querido que hoy sea tu cumpleaños. Así que, estés donde estés, felicidades.

La burocracia me clavó sus colmillos envenenados en las semanas previas al casorio. Mi partida de nacimiento estaba extraviada en la inmensidad de la archivística española, y la de Sasha estaba dando tumbos por el Kremlin. Los subditos de Putin, además, demostraron ser muy celosos con su política interna; mi futuro marido debía hacer creer al consulado ruso que bebía los vientos por mí, y que nuestra boda era una locura de amor. Tras torear durante una hora a una señora de nariz aguileña, gafas finas y sangre de funcionaría, conseguimos avanzar hasta el siguiente despacho. Allí nos esperaba Vitalis, un miembro del cuerpo diplomático formado en algún centro de reclutamiento estepario. Tras Vitalis llegó Alexei, y tras Liuba nos vimos las caras con Kostia. Mil litros de sangre y sudor después, ni uno más, ni uno menos, obtuvimos una declaración de nacionalidad española para Sasha. Pero el calvario no terminó en aquel gulag-consulado de Madrid; el notario se confundió al redactar el documento de separación de bienes, el juez de paz que iba a oficiar la ceremonia se rompió un tobillo seis días antes y perdí la factura de mi traje de Dior, cuya costura se desgarró en la zona del escroto durante uno de mis stripteases caseros a Sasha.

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