—¿Cuál puede ser la razón de tanta agresividad? —pregunté.
—Pensamos que tiene que ver con lo que están haciendo los humanos en Vandellós
[44]
. Pero a ciencia cierta, no podemos estar seguras. Tan sólo nos es posible certificar que los alacranes que han surgido en los últimos años son diferentes, más grandes y de un color distinto, verdusco. No hay planta capaz de sanar los miembros afectados por sus picaduras —dijo al tiempo que señalaba una de las piernas de un hada, severamente castigada.
—Y... ¿qué pensáis hacer? Aquí encerradas no podéis estar... —señalé.
—No sabemos. Siempre hemos vivido en esta región y nos cuesta creer que ahora debamos abandonarla. Sin embargo, no tenemos otra alternativa; es menester emigrar a tierras más seguras, tal vez a Bañolas —concluyó Severina.
—Sobre eso, yo no debo decidir; únicamente fui enviada para saber qué estaba ocurriendo. Sin embargo, una cosa está clara: en estos montes ya no se puede vivir. Daré buena cuenta a Mari de vuestra apurada situación —manifesté con tristeza.
—Emigraremos y cuando lleguemos a un lugar más seguro, informaremos a la Señora de Amboto de todos los pormenores —sentenció Severina.
Abandoné Tivissa con más pesar del que había supuesto. Al menos yo tenía un lugar en el que vivir, sin que, de momento, se viese amenazado. Ahora restaba informar a Mari de todo el asunto de los alacranes mutantes.
Me despedí de
Zisral
, que aprovechó para huir raudamente de aquella zona. Ahora entendía que los animales hubiesen abandonado aquel hermoso lugar cercano al mar.
L
uego de ejercer mis obligaciones cotidianas me dispuse a ir en busca de Mari, a fin de hacerle partícipe de mis descubrimientos en Tivissa. Sin embargo, el viaje resultó infructuoso, porque la Señora de Amboto no estaba en sus dominios. Se hallaba de viaje y no regresaría hasta el día siguiente. Así que marché a mi entorno, con la intención de regresar al País Vasco una vez que ella hubiese vuelto.
Decidí entonces visitar a Jaime para conocer más datos sobre su ceguera. Sin embargo, no era mi día. Tampoco estaba en la casa. En cambio, sí se encontraba su madre realizando tareas del hogar.
Me quedé un rato esperando, por si aparecía el niño. Mientras tanto, observaba a la madre, una mujer de pelo castaño, excesivamente delgada que, aunque joven, presentaba una serie de arrugas prematuras. Quién sabe si provocadas por el sufrimiento...
Iba y venía a ratos, de la cocina a la sala de estar, en la que había un televisor encendido.
Daba la impresión de querer distraerse, como si estuviera preocupada por algo y tratase de olvidar su desasosiego a base de mantenerse activa.
En un momento determinado, apagó el aparato y sacó de una librería un cuaderno. Se sentó en una mesa camilla cercana a la ventana del salón y lo abrió. Había varios recortes de prensa pegados en las hojas. No pude reprimirme.
Me aproximé un poco situándome detrás de su hombro, y leí aquello que había conseguido cuajar su rostro de lágrimas.
JAIME RAMÍREZ, NUEVO CAMPEÓN ESCOLAR DE AJEDREZ. —A. Sánchez.
El pasado sábado, Jaime Ramírez, de tan sólo 12 años, se proclamó campeón escolar tras vencer a los aspirantes procedentes de todos los institutos madrileños. Ramírez afirma ser únicamente un «aficionado» a este deporte, pues confiesa que su verdadera pasión es el cine. Para ganar el campeonato, Ramírez hubo de competir contra doscientos estudiantes de diferentes edades. Dada su juventud, Jaime podría ser un serio candidato al título de campeón de la Comunidad de Madrid.
GRAVE ACCIDENTE EN ÁVILA. —E. Pérez.
En la noche del pasado 23 de junio se produjo una espectacular colisión, en la que se vieron implicados dos automóviles, en el término de El Tiemblo (Ávila).
El accidente tuvo lugar cuando uno de los vehículos, un Rover, con matrícula de Madrid, se disponía a dar la vuelta en medio de la carretera. Un Opel Corsa, también de Madrid, en el que viajaba un matrimonio con su hijo de trece años, no pudo evitar la colisión contra el Rover, conducido, al parecer, por una mujer, que según todos los indicios se dio a la fuga instantes después del incidente.
El niño fue trasladado a un hospital madrileño donde permanece gravemente herido, mientras que el matrimonio, que ya ha sido dado de alta, sólo sufrió algunas contusiones.
PROSIGUE LA BÚSQUEDA DE LA CONDUCTORA FUGADA. —E. Pérez.
Continúa la búsqueda de Beatriz Alemndros, la propietaria del Rover con matrícula de Madrid, que se dio a la fuga, en la madrugada del pasado 23 de junio en el término de El Tiemblo (Ávila), tras colisionar contra un Opel Corsa en el que viajaba un matrimonio con su hijo.
Jaime R., que quedó ciego a raíz del impacto, evoluciona favorablemente, y permanece ingresado a la espera de recibir el alta médica.
Hasta el momento, la policía ha reconocido no tener ninguna pista que pueda conducir a la detención de la mujer.
Me quedé estupefacto. No era posible que esto me estuviera pasando a mí. Debía tratarse de una pesadilla, una broma macabra urdida por alguien que me odiaba mucho. Si, como se afirmaba en esos recortes, yo era la mujer que buscaban, también era la responsable de la ceguera de Jaime. Ni en el peor de mis pensamientos hubiera imaginado algo así.
Abandoné la casa, abatida, y me retiré a mis dominios. Quería fingir que nada de esto había ocurrido, que nunca había visitado la ciudad, que no conocía a ningún niño llamado Jaime, y que tampoco había estado en la carretera en la noche de San Juan. Pero no hay peor verdad que la que uno mismo conoce, aquella que nadie te cuenta, que se descubre de forma casual, sin que intervengan intermediarios. Porque, una vez que sabes de ella, no puedes cerrar los ojos jamás, ni hacer oídos sordos. Ésas son las verdades que requieren una acción por nuestra parte, aquellas que no se pueden obviar.
Así que no sirvieron de nada los días de encierro en la cueva, ni los ayunos, ni los remordimientos. Hasta
Tujú
se alarmó al no verme salir más que para el cumplimiento de mis obligaciones.
Pero como cuento, todo esto no sirvió de nada. Había un hecho irrefutable que estaba ahí, aunque yo no quisiera admitirlo. Tenía la intención de quedarme así para el resto de mi vida
feérica
, cuando recordé que tenía pendiente una visita a Mari. Ello me hizo regresar a la realidad.
Viajé al País Vasco. No me quedaba otro remedio. Y esta vez, sí estaba en su cueva.
Realicé el pertinente ritual. Una vez más, me ofreció asiento, comida, bebida y se empeñó en que le diera la espalda. No perdía oportunidad. Luego de exponerle mis averiguaciones en Tivissa, Mari me felicitó.
—Debería ofrecerte un puesto para este tipo de misiones —dijo—. Sin embargo, han llegado ciertas informaciones hasta mis oídos que no son de mi agrado. Parece que tienes tratos con un humano. ¿Es eso cierto? —inquirió.
—La Señora sabe que sí. Tratar de engañarla sería un error. No obstante, debo decir en mi descargo que es un caso especial, algo que hice antes de quedar encantada —señalé.
—Por supuesto, estoy al tanto de todo. Pero déjame que te corrija: no existen las distinciones. Lo que hicieras como humana ya no tiene importancia. Y debo advertirte que tratar de arreglarlo con tus nuevas capacidades podría ser fatal para ti —sentenció.
—¿Podría explicarme la Señora qué tipo de peligro corro? —pregunté.
—Ciertamente, sí. Aunque es mejor que lo veas por ti misma. Si todavía tienes ganas de ayudar a ese muchacho, antes de hacerlo, realiza un viaje más. Quizá cambies de opinión. Ve a Rojales y habla con las hadas locales. Pregúntales por un suceso acaecido hace años; que te hablen de Hermenegilda. Después, tú verás lo que te conviene. Si eres lista, desistirás de tu propósito —dijo dando por terminada la charla.
—La Señora puede estar segura de que viajaré a Alicante e indagaré sobre Hermenegilda —dije convencida.
N
unca pensé que ser un elemental pudiese llegar a convertirse en algo tan complicado. Rememorando mis recuerdos de la infancia, ya vagos en el tiempo, descubrí que el concepto de «hada» tenía, siendo pequeña, otro significado totalmente diferente. Esos seres idílicos que yo imaginaba, amparada por la literatura para niños, distaba bastante de la realidad. Claro que, para los elementales puros, supongo que será otra cosa. No tienen las tribulaciones que acechan a las encantadas.
Mari había conseguido picar mi curiosidad. Hay que reconocerle un atractivo especial a la hora de exponer las posibilidades. Si ella me hubiese advertido de los peligros que entraña desentrañar desarrollar nuestras capacidades con los humanos, probablemente no le habría dado crédito. Hacerme viajar a Rojales era una manera mucho más sutil de defender su postura. Al menos, consiguió que decidiese trasladarme hasta ese enclave para investigar sobre una tal Hermenegilda. ¿Quién sería? ¿Qué habría hecho?
Pero antes quería ver a Jaime; me apetecía saber más cosas sobre él. Esperé a que cayera el sol. Así podría hablar con el niño tranquilamente. Fui hasta la ciudad auspiciada por
Cervás
, el cual, como de costumbre, se desentendió del tema, cosa que agradecí.
La luz de su habitación estaba apagada, aunque él no dormía. Cuando me vio no pudo disimular un gesto de emoción. Se incorporó con rapidez en la cama y me instó a sentarme. Tenía muchas cosas que preguntar.
—¡Es estupendo que hayas regresado! Pensé que eras sólo parte de mi imaginación... —dijo Jaime.
—Pero, en el fondo, deseas que sea real. De otro modo, no serías capaz de verme —manifesté.
—Hay otra cosa que me intriga y que quisiera conocer: ¿de dónde provenís? —espetó el muchacho. Era obvio que, tras el impacto inicial, su mente no había dejado de trabajar.
—Pues —comencé a decir— somos espíritus de la naturaleza, pertenecemos a ella. Y por tanto, hemos existido desde siempre. Mucho antes de la aparición del hombre sobre la Tierra
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. Somos hijos de Gaia. Claro, luego entre nosotras se dan diferentes tipos. Aunque eso es otra historia.
—Y tú, ¿a qué clase perteneces? —inquirió de nuevo.
—A la familia de las encantadas —expliqué.
—Pero ¿sois inmortales? —preguntó Jaime.
—No. No lo somos. Al igual que tú, también conocemos la muerte, aunque vivimos más tiempo. Conozco hadas que tienen siglos —dije sonriendo.
—¿Sabes?, serías un buen tema para una película. Las que se han hecho hasta ahora sobre vosotras no parecen muy creíbles. Lástima que yo no pueda hacerla —manifestó apenado.
—¿Te gustaría ser actor? —pregunté.
—Director y guionista de cine. Eso me hubiera gustado —señaló. Entonces reparé en que las paredes de la habitación estaban cubiertas con carteles de clásicos del cine universal.
—Bueno —dije—, aún no es tarde para ello.
—Para ser guionista, tal vez no. Pero para dirigir necesito ver —explicó Jaime.
—Quizás yo pueda hacer algo al respecto —dije—, aunque es menester que creas firmemente en mí. Nuestra energía depende en gran medida de la vuestra. ¿Tú piensas que puedo ayudarte? —pregunté.
—Me gustaría pensar que sí, porque la fe en los humanos ya la perdí el día del accidente —dijo bajando la cabeza, mientras jugaba con las sábanas.
—Es muy duro eso que dices. ¿Qué pasó? ¿Quieres hablar sobre ello? —susurré.
—No hay mucho que contar. Aún prefiero imaginar que es un sueño del que algún día despertaré. Cuando se produjo el accidente apenas me enteré, porque iba en el asiento de atrás, dormido. Fue un golpe en la cabeza. Y es así como quiero seguir recordándolo. No quiero pensar que la persona que conducía el otro vehículo no hizo nada por ayudarme. El psicólogo dice que eso genera rencor y que ese sentimiento no es bueno —señaló el niño.
—Es un buen consejo. De todas formas, voy a intentar ayudarte. Quizás puedas volver a ver, y hasta dirigir esa película sobre nosotras —dije al tiempo que me dirigía hacia la ventana, para emprender el vuelo de regreso al monte—. Tengo que estudiar la situación. Pero volveré. Lo prometo.
—Adiós, Aura. Ven pronto —se despidió Jaime.
Ya en mi morada, llegué al convencimiento de que, fuese lo que fuese aquello que me contaran en Alicante, estaba dispuesta a sanar a Jaime a toda costa, aunque ello hubiera de reportarme el más terrible de los castigos. Era lo justo. Me acosté; tenía que reponer fuerzas.
Desperté con el amanecer. Fui a cumplir mis tareas
feéricas
. Robé leche y cereales antes de partir —acompañada, cómo no, de un
Tujú
cada vez más escamado de tanto viaje— rumbo a los montes cercanos a la localidad alicantina de Rojales.
En un punto determinado
Tujú
me dejó con
Sidal
, una majestuosa águila de una musculatura increíble, como quedan pocas en España. No habló en todo el camino. Se limitó a cumplir su cometido en silencio.
Llegamos pronto. Las hadas locales todavía estaban realizando sus faenas cotidianas: mientras algunas invertían el tiempo en peinar sus cabellos dorados, con peines de oro, al borde del río, otras lavaban pañuelos y enseres
feéricos
. Unas pocas trabajaban en la huerta extrayendo jugosas verduras: tomates, cebollas, lechugas, pimientos... de gran tamaño y brillo.
El carácter de estas hadas parecía mucho más tranquilo. Nada que ver con la angustia reflejada en los rostros de las compañeras de Tivissa. Claro que estas últimas tenían sobrados motivos para ello.
No pareció sorprenderles mi presencia. Creo que ya estaban informadas de mi llegada. Pregunté a una de las que se estaban peinando sobre Hermenegilda.
—Claro que conozco la historia de Hermenegilda. Pero quien verdaderamente podrá darte detalles es Dorita. Ella es la mayor de todas nosotras —explicó sin dejar de mirarse por un instante en su espejo de oro.
—¿Y dónde está Dorita ahora? —inquirí, esperando que se encontrase en la comunidad.
—Cerca de la cueva. Siempre está ahí, tejiendo, porque da más el sol y dice que tiene frío —aclaró el hada.
Según iba llegando a la cueva, distinguí una figura pequeña —no creo que sobrepase el metro de estatura— que, sentada en una silla, estaba entregada a una labor. Me coloqué justo haciéndole sombra, para llamar su atención.
—Tú eres Aura, ¿verdad? —preguntó intrigada.