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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

Dune. La casa Harkonnen (38 page)

Warrick miró a su amigo. La expresión de ambos era perpleja.

—Ni siquiera sabemos quién sois, señor.

Algunos contrabandistas rieron. Dominic exhaló un suspiro de alivio y luego mostró un destello de decepción. Hinchó el pecho.

—Fui un héroe de la Revuelta Ecazi, me casé con una de las concubinas del Emperador. Fui derrocado cuando unos invasores conquistaron mi planeta.

La política y la inmensidad del Imperio eran temas que no contemplaba la experiencia fremen de Liet. De vez en cuando, ansiaba viajar a otros planetas, aunque dudada de que algún día tuviera la oportunidad.

El hombre calvo golpeó las paredes forradas de polímero.

—Estar dentro de estos túneles siempre me recuerda a Ix… —Su voz, melancólica y hueca, enmudeció—. Por eso elegí este lugar, por eso siempre vuelvo desde la otra base.

Dominic emergió de su ensueño, como sorprendido de ver a sus compañeros contrabandistas.

—Asuyo, Johdam, llevaremos a estos chicos a mi despacho particular. —Miró a los dos jóvenes con una sonrisa irónica—. Está construida a imitación de una cámara del Gran Palacio, tal como yo la recordaba. No tuve tiempo de coger los planos cuando hicimos el equipaje y huimos.

El calvo les precedió mientras recitaba la historia de su vida, como si fuera el texto de un videolibro de historia.

—Mi esposa fue asesinada por los Sardaukar. Mi hijo y mi hija viven exiliados en Caladan. Al principio, dirigí un ataque contra Ix y casi perdí la vida. Perdí a muchos de mis hombres, y Johdam consiguió sacarme vivo por los pelos. Desde entonces vivo en la clandestinidad, haciendo lo que puedo por perjudicar a esas sabandijas, al emperador Padishah y a los renegados del Landsraad que me traicionaron.

Atravesaron hangares de almacenamiento, donde había todo tipo de máquinas en diversas fases de reparación o ensamblaje.

—Pero mis esfuerzos no han ido más allá del vandalismo, destruir monumentos a los Corrino, desfigurar estatuas, poner en ridículo al Emperador… en fin, ser una molestia constante para Shaddam. Claro que con su nueva hija Josifa, ya van cuatro hijas y ningún heredero varón, tiene más problemas de los que yo puedo causarle.

Johdam gruñó.

—Causar problemas a los Corrino se ha convertido en nuestra manera de vivir.

Asuyo se rascó su pelo gris y habló con voz ronca.

—Todos debemos la vida al conde Vernius muchas veces, y no vamos a permitir que le pase nada. Renuncié a mi cargo, a mis ingresos, incluso a un rango decente en el ejército imperial, para unirme a este grupo heterogéneo. No permitiremos que unos cachorrillos fremen revelen nuestros secretos, ¿eh?

—Podéis confiar en la palabra de un fremen —dijo Warrick, indignado.

—Pero no hemos dado nuestra palabra —señaló Liet con ojos entornados—. Todavía.

Llegaron a una habitación repleta de hermosos adornos, pero sin orden ni concierto, como si un hombre sin cultura hubiera reunido los objetos que podía recordar, aunque no casaran unos con otros. Monedas de oro falso rebosaban de arcones, de modo que la habitación parecía la cueva del tesoro de unos piratas. El trato indiferente deparado a las piezas conmemorativas, grabadas con la efigie de Shaddam en una cara y el Trono del León Dorado en la otra, producía la impresión de que el hombre calvo no sabía qué hacer con todo el dinero que había robado.

Dominic hundió una mano callosa en un cuenco de esferas esmeralda brillantes, cada una del tamaño de una uña pequeña.

—Perlas musgosas de Harmonthep. A Shando le gustaban mucho, decía que el color era de un tono de verde perfecto.

Al contrario que Rondo Tuek, el calvo no parecía complacerse en sus objetos valiosos particulares, sino que extraía consuelo de los recuerdos que le traían.

Después de despedir a Johdam y Asuyo, Dominic Vernius se sentó en una silla acolchada púrpura, e indicó almohadones en el lado opuesto de la mesa baja a sus visitantes. Colores que abarcaban desde el escarlata al púrpura corrían como riachuelos sobre la bruñida superficie de madera.

—Madera de sangre pulida. —Dominic repiqueteó sobre la mesa con los nudillos, y un estallido de color se esparció sobre la superficie—. La savia aún fluye cuando luces cálidas la calientan, incluso años después de que el árbol fuera talado.

Miró las paredes. Varios dibujos toscos de personas colgaban en costosos marcos, como si Dominic los hubiera dibujado con buena memoria pero escaso talento artístico.

—Mis hombres lucharon conmigo en los bosques de árboles de sangre de Ecaz. Matamos a muchos rebeldes, prendimos fuego a su base oculta en el bosque. Ya habéis visto a Asuyo y Johdam. Eran dos de mis capitanes. Johdam perdió a su hermano en aquellos bosques… —Respiró hondo—. Eso fue cuando derramaba sangre por el emperador de buen grado, cuando juré lealtad a Elrood IX y esperé una recompensa a cambio. Me ofreció todo cuanto yo deseara, y me quedé con la única cosa que le enfureció.

Dominic introdujo la mano en una olla vidriada llena de monedas de oro conmemorativas.

—Ahora hago todo lo que puedo para irritar al emperador.

Liet frunció el ceño.

—Pero Elrood lleva muerto muchos años, desde que yo era un bebé. Shaddam IV se sienta ahora en el Trono del León Dorado.

Warrick se acomodó al lado de su amigo.

—No nos llegan muchas noticias del Imperio, pero eso al menos lo sabemos.

—Ay, Shaddam es tan malvado como su padre. —Dominic jugaba con varias monedas de oro falso, que tintineaban al entrechocar. Se sentó muy tieso, como si de pronto se hubiera dado cuenta de los muchos años transcurridos, del tiempo que llevaba escondido—. Muy bien, escuchadme. Estamos indignados y ofendidos por vuestra irrupción. Dos muchachos… ¿Cuántos años tenéis, dieciséis? —Una sonrisa arrugó las correosas mejillas de Dominic—. Mis hombres se sienten avergonzados de que nos hayáis descubierto. Me gustaría mucho que salierais y nos enseñarais lo que observasteis. Decid vuestro precio, y os será concedido.

La mente de Liet analizaba los recursos y habilidades de aquel grupo. Había tesoros por todas partes, pero ninguno de ellos podía utilizar fruslerías como las perlas verdes. Algunas herramientas y máquinas podían ser útiles…

Cauto y pensando en las consecuencias, Liet hizo algo muy fremen.

—Accederemos, Dominic Vernius, pero pongo como condición que dejemos en suspenso nuestro pago. Cuando deseemos recibir algo de vos, os lo pediré, al igual que Warrick. De momento enseñaremos a vuestros hombres cómo hacer invisible el escondite. —Liet sonrió—. Incluso para ojos fremen.

Bien abrigados, los contrabandistas siguieron a los dos jóvenes, mientras estos indicaban las huellas mal borradas, la decoloración de la pared glacial, los senderos demasiado obvios que ascendían la pendiente rocosa. Incluso cuando los fremen señalaron estos detalles, algunos de los contrabandistas no vieron lo que era tan evidente para ellos. Aun así, Johdam frunció el entrecejo y prometió que efectuaría los cambios sugeridos.

Dominic Vernius meneó la cabeza, asombrado.

—Por más medidas de seguridad que tomes en casa, siempre hay una forma de entrar en ella. —Apretó los labios—. Generaciones de planificadores intentaron aislar Ix a la perfección. Sólo nuestra familia real comprendía el sistema global. ¡Qué derroche monumental de esfuerzos y solaris! Se suponía que nuestras ciudades subterráneas eran inexpugnables, y descuidamos la seguridad. Al igual que estos hombres.

Palmeó a Johdam en la espalda. El veterano de cara picada por la viruela arrugó la frente y volvió a su trabajo.

El hombretón calvo suspiró otra vez.

—Al menos, mis hijos se salvaron. —Una expresión de repugnancia se dibujó en su cara—. ¡Malditos sean los asquerosos tleilaxu y maldita sea la Casa Corrino!

Escupió en el suelo, lo cual sorprendió a Liet. Entre los fremen, escupir (ofrecer el agua del cuerpo) era un gesto respetuoso que sólo se dedicaba a muy pocos escogidos. Pero Dominic Vernius lo había utilizado como una maldición.

Extrañas costumbres
, pensó Liet.

El calvo miró a los dos fremen.

—Es muy probable que mi principal base extraplanetaria adolezca de las mismas deficiencias. —Se acercó más—. Si alguno de vosotros deseara acompañarme, podríais inspeccionar las demás instalaciones. Visitamos Salusa Secundus de forma regular.

Liet se animó.

—¿Salusa? —Recordaba que su padre le había contado historias de su infancia en el planeta—. Me han dicho que es un planeta fascinante.

Johdam, que estaba trabajando cerca, lanzó una carcajada de incredulidad. Se frotó la cicatriz de la ceja.

—Ya no parece la capital del Imperio, desde luego.

Asuyo asintió con la cabeza.

Dominic se encogió de hombros.

—Soy el líder de una Casa renegada, y juré luchar contra el Imperio. Salusa Secundus me pareció un buen lugar para esconderme. ¿Quién pensaría en buscarme en un planeta prisión, sometido a la más estricta seguridad del emperador?

Pardot Kynes había hablado del terrible desastre salusano causado por la rebelión de una familia noble no identificada. Tras haber sido declarada renegada, había lanzado armas atómicas prohibidas sobre el planeta capital. Algunos miembros de la Casa Corrino habían sobrevivido, entre ellos Hassik III, quien había reconstruido la dinastía y restaurado el gobierno imperial en un nuevo planeta, Kaitain.

Pardot Kynes estaba menos interesado en la historia o la política que en el orden natural de las cosas, cómo el holocausto había transformado un paraíso en un infierno. El planetólogo afirmaba que, con la inversión suficiente y trabajo duro, Salusa Secundus podría recobrar su clima y gloria anteriores.

—Algún día, quizá, me gustaría visitar un lugar tan… interesante.

Un planeta que tanto impresionó a mi padre.

Dominic lanzó una carcajada estentórea y palmeó la espalda de Liet. Era un gesto de camaradería, aunque los fremen se tocaban en muy escasas ocasiones, excepto durante los duelos a cuchillo.

—Reza para no tener que hacerlo nunca, muchacho —dijo el líder de los contrabandistas—. Reza para no tener que hacerlo nunca.

43

El agua es la imagen de la vida. Venimos del agua, adaptados a partir de su presencia que todo lo abarca… y seguimos adaptándonos.

Planetólogo Imperial P
ARDOT
K
YNES

—Aquí, los fremen no contamos con vuestras comodidades, lady Fenring —dijo la Shadout Mapes mientras trotaba sobre sus cortas piernas. Sus pasos eran tan precisos y cautos que ni siquiera levantaba polvo al cruzar la llanura iluminada por la luna. En contraste con el húmedo invernadero, la noche seca conservaba muy poco el calor del día—. ¿Tenéis frío?

Echó un vistazo a la esbelta y rubia Margot, quien caminaba con aire orgulloso delante del sacerdote. Mapes llevaba puesta la capucha. Los filtros del destiltraje bailaban frente a su cara, y sus ojos reflejaban la luz de la Segunda Luna.

—No tengo frío —se limitó a decir Margot. Como sólo llevaba su bata de estar por casa, ajustó su metabolismo para compensar la diferencia de temperatura.

—Esas zapatillas de suela delgada que calzáis —le reprendió el sacerdote— no son adecuadas para viajar por el desierto.

—No me disteis tiempo para cambiar de vestimenta. —Como todas las reverendas madres, tenía callos en los pies debido a los ejercicios de lucha que debían realizar cada día—. Si las suelas se desgastan, iré descalza.

Los dos fremen acogieron su serena audacia con una sonrisa.

—Camina a buen paso —admitió Mapes—. No es como los demás imperiales repletos de agua.

—Puedo ir más deprisa si queréis —dijo Margot.

La Shadout Mapes tomó sus palabras como un desafío y adoptó una cadencia militar, sin forzar la respiración. Margot imitó cada uno de sus pasos, sin apenas sudar. Un ave nocturna pasó sobre sus cabezas con un grito agudo.

La carretera sin pavimentar salía de Arrakeen en dirección al pueblo de Rutii, cobijado entre las estribaciones de la Muralla Escudo. El pequeño grupo empezó a ascender, primero una suave pendiente rocosa, y después por un empinado y estrecho sendero que bordeaba una inmensa zona resbaladiza.

Los fremen se movían con rapidez y seguridad en las sombras. Pese a su preparación, Margot tropezó dos veces en el terreno desconocido, y sus acompañantes tuvieron que sostenerla, lo cual pareció complacerles.

Habían transcurrido más de dos horas desde que habían abandonado la comodidad y seguridad de la residencia de Arrakeen. Margot empezó a utilizar sus reservas corporales, pero sin mostrar el menor signo de debilidad.
¿Siguieron este camino nuestras hermanas perdidas?

Mapes y el sacerdote intercambiaron palabras extrañas en un idioma. La memoria profunda de Margot le reveló que era chakobsa, una lengua hablada por los fremen desde hacía docenas de siglos, desde su llegada a Arrakis. Cuando reconoció una de las frases de la Shadout, Margot respondió.

—El poder de Dios es en verdad grande.

Su comentario puso nervioso al sacerdote, pero su compañera sonrió.

—La Sayyadina hablará con ella.

El sendero se bifurcó varias veces, y la mujer fremen guiaba la pequeña comitiva hacia arriba, después hacia abajo, o en sentido, lateral describiendo cerrados zigzags, para luego ascender de nuevo. Margot identificó los mismos lugares a la luz de la luna, y comprendió que estaban intentando desorientarla y confundirla. Con sus poderes mentales Bene Gesserit, Margot recordaría el camino de vuelta hasta el último detalle.

Impaciente y curiosa, tuvo ganas de reprender a los fremen por aquel ejercicio tan inútil como aburrido, pero decidió no revelar su facultad. Tras años de espera, la estaban conduciendo a su mundo secreto, a un lugar prohibido a los forasteros. La madre superiora Harishka querría que observara cada detalle. Tal vez Margot obtendría por fin la información que había buscado durante tanto tiempo.

Al llegar a un saliente, Mapes apretó el pecho contra la pared y siguió un estrecho sendero que bordeaba un precipicio, aferrándose con los dedos. Margot la imitó sin vacilar. Las luces de Arrakeen destellaban a lo lejos, y la aldea de Rutii se agazapaba al pie de las estribaciones.

Cuando Mapes se encontraba a varios metros de distancia, desapareció de repente en la cara rocosa. Margot descubrió la entrada a una cueva, que apenas permitía el paso a una persona. En el interior, el espacio se ensanchaba a la izquierda, y a la tenue luz vio marcas de herramientas en las paredes, donde los fremen habían agrandado la caverna. Densos olores de cuerpos sin lavar llegaron a su nariz. La Shadout hizo señas de que la siguiera.

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