Read Eichmann en Jerusalén. Un estudio acerca de la banalidad del mal Online
Authors: Hannah Arendt
Los cinco años y medio que Eichmann pasó en la Vacuum Oil Company seguramente fueron los más felices de su vida. Ganaba un buen salario, en un período de desempleo general, y todavía vivía en casa de sus padres, salvo cuando salía de viaje. El día en que este rosado período terminó ―Pentecostés de 1933― fue uno de los pocos que quedaron grabados para siempre en su memoria. En realidad, su situación había comenzado a empeorar un poco antes. A finales de 1932, Eichmann fue trasladado desde Linz a Salzburgo, de un modo inesperado, y contrariando sus deseos: «El trabajo dejó de gustarme, perdí el interés en concertar ventas, en visitar a los clientes». Esta súbita pérdida de Arbeitsfreude tendría penosas consecuencias en la vida de Eichmann. Las peores ocurrieron cuando supo que el
Führer
había ordenado «la exterminación física de los judíos», en la que Eichmann habría de desempeñar tan importante papel. Esto último también ocurrió de manera súbita e inesperada; el propio Eichmann dijo que «nunca se me había ocurrido la posibilidad de... esta solución violenta», y describió su reacción ante ella con palabras casi idénticas a aquellas con que comentó su traslado a Salzburgo: «Perdí la alegría en el trabajo, toda mi iniciativa, todo mi interés, para decirlo en palabras vulgares, me sentí hundido». Parecido hundimiento debió de experimentar en 1932, en Salzburgo, y de sus propias palabras se puede deducir sin temor a error que ninguna sorpresa pudo causarle que le despidieran de la empresa, pese a que tampoco podemos creer a pies juntillas las palabras de Eichmann, cuando dijo que este despido le produjo una gran satisfacción.
El año 1932 fue decisivo en la vida de Eichmann. En el mes de abril ingresó en el Partido Nacionalsocialista y en las SS, a propuesta de Ernst Kaltenbrunner, joven abogado de Linz que, más tarde, llegaría a ser jefe de la Oficina Central de Seguridad del Reich, es decir, de la Reichssicherheitshauptamt o RSHA, como la denominaremos a partir de ahora, en uno de cuyos seis departamentos ―la Sección IV, al mando de Heinrich Müller― Eichmann trabajó en concepto de jefe de la Subsección B-4. Durante el juicio, Eichmann causó la impresión de ser un típico individuo de la clase media baja, y esta impresión quedó reforzada por cuanto escribió y dijo durante su permanencia en prisión. Sin embargo, no era exactamente así, ya que Eichmann debía ser considerado como un
déclassé
, nacido en una familia del más sólido sector de la clase media. Claro indicio de su personal descenso en la escala social lo es que mientras su padre sostenía relaciones de amistad, de igual a igual, con el padre de Kaltenbrunner, también abogado de Linz, las relaciones entre los respectivos hijos fueron un tanto frías. Kaltenbrunner trataba a Eichmann como a un individuo socialmente inferior a él. Antes de que Eichmann ingresara en el partido y en las SS, ya había dado muestras de sus deseos de hacerlo, y por esto el día 8 de mayo de 1945, fecha oficial de la derrota de Alemania, tuvo para Eichmann una importancia especial, ya que se dio cuenta de que a partir de entonces se vería obligado a vivir sin pertenecer a organización alguna. «Comprendí que tendría que vivir una difícil vida individualista, sin un jefe que me guiara, sin recibir instrucciones, órdenes ni representaciones, sin reglamentos que consultar, en pocas palabras, ante mí se abría una vida desconocida, que nunca había llevado.» Siendo niño, sus padres, que carecían de interés en la política, lo alistaron en la Asociación de Jóvenes Cristianos, de la cual Eichmann pasaría, después, al movimiento juvenil alemán llamado Wandervogel. Durante los cuatro años desperdiciados en los estudios del bachillerato superior, Eichmann perteneció al Jungfrontkámpfeverband, sección juvenil de la organización germanoaustríaca de excombatientes, que pese a ser violentamente progermana y antirrepublicana era tolerada por el gobierno austríaco. Cuando Kaltenbrunner le propuso que ingresara en las SS, Eichmann estaba a punto de ingresar en una organización de naturaleza totalmente distinta, es decir, en la logia masónica Schlaraffia, «asociación de hombres de negocios, médicos, actores, funcionarios gubernamentales, que tenía la finalidad de cultivar en común el buen humor y distintas diversiones... Todos y cada uno de los miembros estaban obligados a dar, de vez en cuando, una conferencia, en la que debía destacar la nota humorística, la nota de humor culto y refinado». Kaltenbrunner explicó a Eichmann que tendría que renunciar a sus proyectos de ingreso en tan alegre sociedad, debido a que los nazis no podían ser masones; palabra que Eichmann desconocía en aquel entonces. Tener que elegir entre las SS y la Schlaraffia (nombre que deriva de
Schlaraffenland
, país de Jauja en las leyendas germanas) seguramente representó un difícil dilema para Eichmann, pero este problema quedó solucionado cuando Eichmann fue «expulsado» de la sección de aspirantes de la Schlaraffia, por haber cometido un pecado que, incluso cuando relataba la anécdota en la prisión de Israel, tenía la virtud de cubrir de rubor sus mejillas: «Olvidando la educación recibida, intenté, pese a ser el más joven del grupo, invitar a mis compañeros a una copa».
Como una hoja impulsada por el viento de otoño, Eichmann se alejó de la Schlaraffia, del país de Jauja, con mesas dispuestas por arte de magia, y pollos asados que por sí solos volaban a la boca del comensal ―o, para decirlo con más justeza, de la compañía de respetables filisteos con títulos universitarios y sólidas carreras, dotados de «humor refinado», cuyo peor vicio probablemente era su afición a las bromas pesadas―, para ingresar en las filas de quienes luchaban para iniciar el «Milenio» alemán que debía durar exactamente doce años y tres meses. De todos modos, lo cierto es que Eichmann no ingresó en el partido debido a íntimas convicciones, y que nunca llegó a compartir las convicciones de otros miembros. Cuando se le preguntaba el porqué de su ingreso, siempre contestaba con los mismos burdos lugares comunes acerca del Tratado de Versalles y del paro obrero, y, según dijo durante el juicio: «Fue como si el partido me hubiera absorbido en su seno, sin que yo lo pretendiera, sin que tomara la oportuna decisión. Ocurrió súbita y rápidamente». Eichmann no tuvo tiempo, ni tampoco deseos, de informarse sobre el partido, cuyo programa ni siquiera conocía, y tampoco había leído
Mein Kampf
. Kaltenbrunner le había dicho: «¿Por qué no ingresas en las SS?». Y Eichmann contestó: «¿Por qué no?». Así ocurrió, y sería estéril intentar darle vueltas al asunto, según Eichmann.
Pero, como es natural, concurrían otras razones. Cuando el presidente del tribunal interrogó a Eichmann, este no le dijo que él había sido un joven ambicioso, que estaba harto de su profesión de viajante de comercio, incluso antes de que la Vacuum Oil Company estuviera harta de él. Aquel viento de que antes hablamos le había transportado desde una tarea de ganapán sin trascendencia ni significado, al cauce por el que discurría la Historia, al parecer de Eichmann, es decir, el movimiento que estaba en constante avance, y en el que un hombre como él ―un fracasado ante sus iguales sociales, ante su familia y ante sí mismo― podía comenzar desde la nada, y alcanzar puestos respetables, si no llegar a la cumbre. Y si bien a Eichmann no siempre le gustó cuanto en el partido se vio obligado a hacer (por ejemplo, mandar a la muerte, por ferrocarril, a miles de seres humanos, cuando él hubiera preferido obligarlos a emigrar), también es cierto que, incluso si desde un principio hubiera previsto que el movimiento iba a acabar mal, que Alemania perdería la guerra, que sus más queridos proyectos se desvanecerían en el aire (el traslado de los judíos europeos a Madagascar, la formación de una comunidad judía en la región de Nisko (Polonia), la construcción de instalaciones defensivas en el edificio de Berlín en que tenía su oficina destinadas a repeler los ataques de los tanques rusos), incluso si hubiera sabido que, con «gran dolor y pesadumbre», jamás ascendería a un grado superior al de
Obersturmbannführer
de las SS (grado equivalente al de teniente coronel), en pocas palabras, incluso si hubiera sabido que toda su vida, con la sola excepción del año vivido en Viena, no sería más que una cadena de frustraciones, Eichmann era incapaz de pensar en la posibilidad de aceptar la otra alternativa. No solo en Argentina, donde llevaba la triste vida del refugiado, sino también en la sala de justicia de Jerusalén, sabedor de que tenía ya un pie en la tumba, hubiera preferido ―si alguien le hubiese propuesto la opción― ser ahorcado en concepto de
Obersturmbannführer a.D.
(retirado) que vivir anónima y normalmente como viajante de la Vacuum Oil Company.
Los inicios de la nueva carrera de Eichmann no fueron muy prometedores. En la primavera de 1933, cuando Eichmann se encontraba sin empleo, el gobierno austríaco suspendió las actividades del Partido Nazi, así como las de todos sus miembros, debido al acceso de Hitler al poder. Pero, aunque tal calamidad no hubiera ocurrido, resultaba imposible hacer carrera en el Partido Nazi austríaco, e incluso aquellos que pertenecían a las SS seguían trabajando en sus empleos civiles, y así vemos que Kaltenbrunner no había abandonado su trabajo de abogado en el despacho de su padre. En consecuencia, Eichmann decidió trasladarse a Alemania, lo cual era perfectamente lógico, ya que tanto él como sus familiares no habían renunciado a la ciudadanía alemana. (Este hecho tuvo cierta importancia en el juicio. El doctor Servatius había solicitado que el gobierno de Alemania Occidental pidiera la extradición del acusado, y, en caso de que no la lograra, que pagara los gastos de la defensa, pero Bonn denegó la petición con el pretexto de que Eichmann no tenía la nacionalidad alemana, lo cual no era cierto.) En Passau, en la frontera alemana, Eichmann volvió a ser viajante de comercio, y cuando se presentó al director regional de la empresa, le preguntó con ansiedad si «tenía amigos en la Vacuum Oil Company». Esta frase indica la existencia de deseos, no infrecuentes en Eichmann, de pasar de la esfera en que se encontraba a otra en que se había encontrado anteriormente; mientras vivía en Argentina, y también mientras estuvo preso en Jerusalén, cuando Eichmann advertía en su comportamiento evidentes síntomas de irremediable nazismo, se excusaba diciendo: «Vuelta a lo mismo: otra vez la vieja historia» (die alte Tour). Pero Eichmann supo vencer rápidamente las tentaciones que le acometieron en Passau. El partido le dijo que era aconsejable que recibiera cierta preparación militar ―«Pensé que no era mala idea... ¿Por qué no convertirme en militar?»―, por lo que fue enviado a dos campamentos de las SS, el de Lechfeld y el de Dachau (que ninguna relación guardaba con el conocido campo de concentración), en los que se daba adiestramiento militar a la «Legión Austríaca en el exilio». Así, en cierto modo, Eichmann pasó a ser austríaco, pese a tener pasaporte alemán. Estuvo en estos campamentos desde agosto de 1933 hasta septiembre de 1934, ascendió a
ScharFührer
(cabo), y tuvo cuanto tiempo quiso para volverse atrás y abandonar sus proyectos de carrera militar. Según sus propias palabras, durante los catorce meses de adiestramiento destacó en un solo aspecto, que era su brillante comportamiento en la instrucción de castigo, que ejecutaba concienzudamente, animado por aquel vengativo espíritu que puede expresarse con la frase infantil: «¡Ojalá se me hielen los dedos, así aprenderá mi padre a comprarme guantes!». Pero, prescindiendo de estos discutibles placeres, gracias a los cuales fue ascendido a cabo, Eichmann no fue feliz en el campamento militar: «La monotonía del servicio militar es algo que no soy capaz de resistir, siempre igual, día tras día, siempre haciendo lo mismo». Atormentado por el embrutecimiento a que se veía abocado, solicitó, tan pronto como se enteró de que había plazas vacantes, ingresar en el Servicio de Seguridad del
Reichsführer
SS (la Sicherheitsdienst, de Himmler, o SD, tal como la llamaremos en lo sucesivo).
En 1934, cuando Eichmann solicitó y obtuvo un puesto en la SD, esta era una relativamente nueva organización dependiente de las SS, fundada dos años atrás por Heinrich Himmler, para que cumpliera la función de servicio de información del partido, y que a la sazón dirigía Reinhardt Heydrich, antiguo oficial de información de la armada, que debía llegar a ser, dicho sea en las palabras de Gerald Reitlinger, «el verdadero arquitecto de la Solución Final» (
The Final Solution
, 1961). La tarea inicial de esta organización fue la de espiar a los miembros del partido, y dar así a las SS la superioridad sobre la organización regular del partido. Al paso del tiempo, la SD asumió otros deberes, y se convirtió en el centro de información e investigación de la Policía Secreta del Estado o Gestapo. Estos fueron los primeros pasos que, a la larga, debían conducir a la fusión de las SS con la policía, fusión que no se llevó a cabo hasta el mes de septiembre de 1939, pese a que Himmler ocupó, desde 1936, los puestos de
Reichsführer
SS y de jefe de la policía alemana. Como es natural, Eichmann no pudo adivinar los futuros acontecimientos que acabamos de referir, pero, al parecer, cuando ingresó en la SD, también ignoraba cuál era la función de esta organización, cosa perfectamente lógica si tenemos en cuenta que las actividades de la SD fueron siempre mantenidas en el más riguroso secreto. En cuanto a Eichmann, esta ignorancia fue causa de que experimentara «una gran desilusión, ya que yo creía que la organización en la que había entrado era aquella de que hablaba el
Münchener Illustrierten Zeitung
, cuando relataba que los altos jefes del partido iban protegidos por unos hombres, en pie en el estribo de sus coches... En fin, confundí el Servicio de Seguridad del
Reichsführer
SS con el Servicio de Seguridad del Reich... Y nadie enmendó mi error, nadie me dijo nada. No tenía la menor noción de la naturaleza del servicio en el que había entrado». Saber si Eichmann mentía o decía la verdad tenía cierta trascendencia en el juicio, ya que en la sentencia debía declararse si había aceptado voluntariamente su cargo o si le habían destinado a él sin contar con su voluntad. El error en que Eichmann incurrió no es inexplicable, ya que las SS, o Schutzstaffeln, fueron fundadas originalmente con la misión de proteger a los dirigentes del partido.
La desilusión de Eichmann se debía, principalmente, a que en su nuevo empleo tendría que comenzar de nuevo desde el último peldaño, y su único consuelo consistía en saber que otros habían cometido el mismo error que él. Fue destinado al departamento de información, donde su primera tarea fue la de archivar informaciones referentes a los francmasones (la francmasonería, en la primitiva confusión ideológica nazi, formaba cuerpo común con el judaísmo, el catolicismo y el comunismo), y también colaborar en la formación de un museo de la francmasonería. Así es como Eichmann tuvo plena oportunidad de aprender el significado de aquella extraña palabra que Kaltenbrunner había pronunciado durante la conversación que sostuvo con él acerca de la Schlaraffia. (Es curioso advertir la peculiar pasión con que los nazis se entregaban a formar museos para perpetuar la memoria de sus enemigos. Durante la guerra, diversos servicios compitieron desaforadamente por alcanzar el honor de formar museos y bibliotecas antijudías. Gracias a esta curiosa manía se han podido salvar muchos tesoros de la cultura judía europea.) Para Eichmann, el principal problema, en su nueva ocupación, era que su trabajo le aburría extraordinariamente, por lo que sintió un gran alivio cuando, tras cuatro o cinco meses de francmasonería, le destinaron al departamento de nueva creación dedicado a los judíos. Y aquí comenzó Eichmann la carrera que debía terminar en la Audiencia de Jerusalén.