Eichmann en Jerusalén. Un estudio acerca de la banalidad del mal (11 page)

Esto es especialmente cierto en el caso de la confusa perspectiva general e ideológica de Eichmann con respecto a «la cuestión judía». En el curso de los interrogatorios, dijo al presidente del tribunal que en Viena «consideraba a los judíos como adversarios con respecto a los cuales tenía que encontrarse una solución justa y mutuamente aceptable... Yo enfocaba esta solución en el sentido de proporcionarles un territorio en el que vivir, al objeto de que tuvieran un sitio propio, tierra propia. Y trabajaba gozosamente para conseguir esta solución. Cooperé en lograr una solución así, gustosamente y con alegría, porque también era el tipo de solución aprobada por algunos movimientos de los mismos judíos, y consideraba esto como la solución más adecuada al asunto». Esta era la verdadera razón por la que todos habían «remado juntos», la razón por la que su trabajo había estado «basado en la reciprocidad». Era en beneficio de los judíos, aunque quizá no todos lo entendieran, que estos salieran del país; «había que ayudarlos, había que ayudar a actuar a aquellos funcionarios, y esto es lo que hice». Si los funcionarios judíos eran «idealistas», es decir, sionistas, los respetaba, «los trataba como a iguales», atendía todas sus «solicitudes y quejas y peticiones de ayuda», y mantuvo sus «promesas» en cuanto le fue posible, aunque «la gente se muestra inclinada a olvidar eso ahora». ¿Quién, sino él, Eichmann, había salvado a miles y miles de judíos? ¿Qué, sino su celo y sus dotes de organizador, habían permitido que escaparan a tiempo? Cierto, no pudo prever en aquel tiempo la futura Solución Final, pero los había salvado, esto era un «hecho». (En una entrevista celebrada en Estados Unidos durante el proceso, el hijo de Eichmann relató lo mismo a los periodistas estadounidenses. Seguramente constituye una leyenda familiar.)

En cierto modo, puede comprenderse por qué el abogado defensor no hizo nada para apoyar la versión de Eichmann de sus relaciones con los sionistas. Eichmann admitió, igual como había hecho en la entrevista Sassen, que «no había recibido su nombramiento con la apatía de un buey que es conducido a su pesebre», que había sido muy distinto de esos colegas «que nunca habían leído un libro básico [es decir,
Judenstaat
de Herzl], ni habían penetrado en él, ni lo habían absorbido, absorbido con interés», y que por lo tanto carecían de «una relación interior con su trabajo». No eran «otra cosa que ganapanes de oficina», para los que todo estaba decidido «por párrafos, por órdenes, que no tenían interés en nada más», que eran, en resumen, exactamente esos «pequeños engranajes» que, según la defensa, el mismo Eichmann había sido. Si esto no significaba más que obediencia indiscutible a las órdenes del
Führer
, entonces todos habían sido pequeños engranajes; incluso Himmler, según cuenta su masajista, Felix Kersten, no había recibido la Solución Final con gran entusiasmo, y Eichmann aseguró al interrogador de la policía que su propio jefe, Heinrich Müller, nunca hubiera propuesto algo tan «grosero» como «el exterminio físico». Evidentemente, a los ojos de Eichmann la teoría del pequeño engranaje no reflejaba la realidad. Es cierto que no había tenido la importancia que Hausner intentaba atribuirle; después de todo no era Hitler, ni tampoco podía compararse, en lo que se refería a la «solución» de la cuestión judía, con Müller, o Heydrich, o Himmler; él no era un megalómano. Pero tampoco fue tan poca cosa como la defensa intentaba hacer creer.

Las distorsiones de la realidad de Eichmann eran horribles por los horrores de que trataban, pero básicamente no eran tan distintas de muchas actitudes corrientes en la Alemania de después de Hitler. He aquí, por ejemplo, el caso de Franz-Josef Strauss, ex ministro de Defensa, que recientemente dirigió una campaña electoral contra Willy Brandt, alcalde del Berlín Occidental, que estuvo refugiado en Noruega durante la época de Hitler. Strauss planteó a Brandt una pregunta, por lo que parece muy afortunada, a la que se dio amplia publicidad: «¿Qué hacía usted durante aquellos años fuera de Alemania? Nosotros sabemos lo que estábamos haciendo aquí en Alemania». Formuló la pregunta con completa impunidad, sin que nadie pestañeara, sin que el miembro del gobierno de Bonn recordara que lo que hacían los alemanes en Alemania en aquellos años es de sobras conocido. La misma «inocencia» puede encontrarse en una reciente observación casual de un respetado y respetable crítico literario alemán, que probablemente nunca fue miembro del partido. Este crítico, al analizar un estudio sobre la literatura en el
Tercer Reich
, dijo que su autor pertenecía «a aquellos intelectuales que cuando se produjo el estallido de la barbarie nos abandonaron sin excepción». Este autor era naturalmente judío, y fue expulsado por los nazis y abandonado por los gentiles, por gente como Heinz Beckmann del
Rheinischer Merkur
. Incidentalmente, la misma palabra «barbarie», aplicada con frecuencia hoy por los alemanes a la época de Hitler, es una distorsión de la realidad; es como si los intelectuales judíos y no judíos hubieran huido de un país que ya no era lo bastante «refinado» para ellos.

Eichmann, aunque mucho menos refinado que los estadistas y los críticos literarios, podía, por otra parte, haber citado ciertos hechos indiscutibles para apoyar su relato, si su memoria no hubiera sido tan mala, o si la defensa le hubiera ayudado. Ya que «es indiscutible que durante las primeras etapas de su política judía los nacionalsocialistas consideraron adecuado adoptar una actitud prosionista» (Hans Lamm), y fue precisamente durante estas primeras etapas cuando Eichmann aprendió sus lecciones sobre los judíos. De ninguna manera fue el único que se tomó en serio este «prosionismo»; los propios judíos alemanes creyeron que sería suficiente para contrarrestar la «asimilación» seguir un nuevo proceso de«desasimilación», y se precipitaron en masa a las filas del movimiento sionista. (No existen estadísticas seguras sobre este desarrollo, pero se calcula que la circulación del semanario sionista Die Jüdische Rundschau aumentó en los primeros meses del régimen de Hitler de unos cinco o siete mil ejemplares a cerca de cuarenta mil, y se sabe que las organizaciones sionistas para la colecta de fondos recibieron en 1935-1936 tres veces más que en 1931-1932, pese a que la población había disminuido y estaba empobrecida.) Esto no significaba necesariamente que los judíos desearan emigrar a Palestina; era más una cuestión de orgullo. «¡Lleva con orgullo la Estrella Amarilla!», el eslogan más popular de aquellos años, inventado por Robert Weltsch, redactor jefe del Jüdische Rundschau, expresaba la atmósfera emocional pública. El punto polémico del eslogan, creado como respuesta al Día del Boicot, 1 de abril de 1933 ―más de seis años antes de que los nazis obligaran realmente a llevar el distintivo de la estrella de seis puntas amarilla sobre un fondo blanco―, iba dirigido contra los «asimilacionistas» y contra todas aquellas personas que rehusaban adaptarse al nuevo «desarrollo revolucionario», contra aquellos que «siempre estaban atrasados» (
die ewig Gestrigen
). El eslogan fue recordado en el proceso, muy emocionadamente, por testigos procedentes de Alemania. Olvidaron decir que el propio Robert Weltsch, gran periodista, había declarado unos años antes que nunca hubiera puesto en circulación su eslogan si hubiera podido prever los acontecimientos.

Pero prescindiendo de todos los eslóganes y de todas las discusiones ideológicas de aquellos años, existía el hecho de que únicamente los sionistas tenían alguna probabilidad de negociar con las autoridades alemanas, por la simple razón de que su principal organización judía adversaria, la Asociación Central de Ciudadanos Alemanes de Fe Judía, a la que por entonces pertenecía el noventa y cinco por ciento de los judíos de Alemania, especificaba en sus reglamentos que su tarea más importante era la «lucha contra el antisemitismo». Por ello, esta organización se había convertido por definición en una organización «hostil al Estado», y en realidad hubiera sido perseguida ―lo que sucedió― en el caso de que hubiera osado llevar a cabo lo que se suponía era su misión. En los primeros años, el ascenso de Hitler al poder fue considerado por los sionistas como «la derrota decisiva del asimilacionismo». Por este motivo, y durante algún tiempo, los sionistas se dedicaron, en cierto grado, a cooperar en forma no delictiva con las autoridades nazis. Los sionistas también creyeron que la «desasimilación», combinada con la emigración a Palestina de los judíos jóvenes y, como esperaban, de los judíos capitalistas, podía ser una «solución mutuamente justa». En aquella época, muchos funcionarios alemanes sostenían esta opinión, y este tipo de conversaciones parece haber sido muy corriente hasta el final. Una carta de un superviviente de Theresienstadt, judío alemán, relata que los cargos principales del Reichsvereinigung nombrado por los nazis estaban ocupados por sionistas (mientras que el auténtico Reichsvertretung judío había sido compuesto por sionistas y no sionistas), debido a que los sionistas, según los nazis, eran «los judíos decentes, puesto que también pensaban en términos nacionales». A decir verdad, ningún nazi prominente habló nunca públicamente de este modo; del principio al fin, la propaganda nazi fue violenta, clara e inflexiblemente antisemítica, y finalmente no contó más que lo que la gente que todavía no tenía experiencia en los misterios del gobierno totalitario desechó como «mera propaganda». En aquellos primeros años existió un acuerdo altamente satisfactorio para ambas partes entre las autoridades nazis y la Agencia Judía para Palestina, un
Ha' avarah
, o Pacto de Transferencia, que estipulaba que los emigrantes a Palestina podían transferir su dinero allí en mercancías alemanas y cambiarlas por libras a su llegada. Este acuerdo pronto fue la única forma legal que los judíos tuvieron de llevarse el dinero (la alternativa era establecer una cuenta bloqueada, que podía liquidarse en el exterior, solo a condición de sufrir una pérdida del cincuenta al noventa y cinco por ciento). El resultado fue que en los años treinta, cuando los judíos norteamericanos pusieron tanto empeño en organizar un boicot de los productos alemanes, Palestina, más que ningún otro lugar, quedó inundada de mercancías «made in Germany».

Para Eichmann eran de la mayor importancia los emisarios de Palestina, que entraban en contacto con la Gestapo y las SS por propia iniciativa, sin acatar órdenes de los sionistas alemanes ni de la Agencia Judía para Palestina. Llegaban con el objeto de recabar ayuda para la inmigración ilegal de judíos a la Palestina dominada por Inglaterra, y tanto la Gestapo como las SS eran útiles. Negociaron con Eichmann en Viena, e informaron que era un hombre «educado», «no el tipo gritón», y que incluso les proporcionó granjas e instalaciones para establecer campos voluntarios de adiestramiento de futuros inmigrantes. («En una ocasión, sacó a un grupo de monjas de un convento para convertirlo en una granja de adiestramiento para judíos jóvenes», y en otra «facilitó un tren especial y una escolta de funcionarios nazis» para acompañar a un grupo de emigrantes, abiertamente con destino a las granjas sionistas de adiestramiento de Yugoslavia, a fin de que cruzaran con seguridad la frontera.) Según el relato de Jon y David Kimche, con «la plena y generosa cooperación de todos los actores principales» (
The Secret Roads: The «Illegal» Migration of a People, 19381948
, Londres, 1954), estos judíos de Palestina hablaban un lenguaje no del todo diferente al de Eichmann. Habían sido enviados a Europa por los establecimientos comunales de Palestina, y no estaban interesados en operaciones de rescate: «Esa no era su tarea». Iban a seleccionar «material adecuado», y su principal enemigo, antes del programa de exterminio, no eran los que hacían la vida imposible a los judíos en los viejos países, Alemania o Austria, sino los que les cerraban el acceso a la nueva patria. Este enemigo era claramente Inglaterra, no Alemania. En realidad, estaban en situación de tratar con las autoridades nazis en plan de igualdad, situación en la que no se encontraban los judíos nativos, puesto que se hallaban bajo la protección del poder constituido; probablemente, fueron los primeros judíos que hablaron abiertamente de intereses mutuos, y fueron también, sin duda, los primeros a quienes se concedió permiso «para escoger jóvenes pioneros judíos» de entre los judíos de los campos de concentración. Naturalmente, no se daban cuenta de las siniestras consecuencias de este acuerdo, que tan solo se convertirían en realidad años después; pero, de algún modo, creyeron que si se trataba de una cuestión de seleccionar judíos para que sobrevivieran, era lógico que los judíos hicieran la selección. Este fundamental error de juicio fue el que finalmente condujo a una situación en la que la mayoría formada por los judíos no seleccionados se encontrara inevitablemente enfrentada con dos enemigos: las autoridades nazis y las autoridades judías. En lo que concierne al episodio de Viena, la descabellada pretensión de Eichmann de haber salvado centenares de miles de vidas judías fue considerada risible por el tribunal, pero encuentra un sorprendente apoyo en el meditado juicio de historiadores judíos, tales como los Kimches: «De este modo empezó lo que seguramente ha sido uno de los episodios más paradójicos de todo el régimen nazi: el hombre que iba a pasar a la historia como uno de los archiasesinos del pueblo judío empezó su carrera como colaborador activo en el rescate de los judíos de Europa».

La desgracia de Eichmann fue que no recordara ninguno de los hechos que podían haber apoyado, aunque fuese levemente, su increíble historia, mientras que el culto abogado defensor probablemente ni sabía que hubiera algo que recordar. (El doctor Servatius podía haber citado como testigos de la defensa a los antiguos agentes de Aliyah Beth, como se denominaba la organización encargada de la inmigración ilegal a Palestina; con seguridad todavía recordaban a Eichmann, y vivían en Israel en la época del proceso.) La memoria de Eichmann solo funcionaba con respecto a cosas que hubieran tenido relación directa con su carrera. Así, recordaba la visita de un agente de Palestina que había recibido en Berlín, que le relató la vida en los establecimientos colectivos y a quien había llevado a comer dos veces, porque esta visita terminó con una invitación formal para que visitara Palestina, donde los judíos le mostrarían el país. Eichmann estaba encantado: ningún otro oficial nazi había podido ir a «un lejano país extranjero», y recibió permiso para efectuar el viaje. En el juicio se llegó a la conclusión de que había sido enviado «en una misión de espionaje», cosa que, sin duda, era verdad, pero que no contradecía la versión que Eichmann había dado a la policía. (Del viaje no resultó prácticamente nada. Eichmann junto con un periodista de su oficina, cierto Herbert Hagen, solo tuvo tiempo de subir al Monte Carmelo en Haifa antes de que las autoridades británicas los enviaran a Egipto y les negaran los permisos de entrada a Palestina; según Eichmann, «el hombre de la Haganah» ―la organización militar judía que se convirtió en el núcleo del ejército de Israel― fue a visitarlos a El Cairo, y lo que les explicó allí pasó a ser el tema de un «informe enteramente negativo» que sus superiores habían encargado redactar a Eichmann y Hagen para fines de propaganda; este informe fue publicado a su tiempo).

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