Eichmann en Jerusalén. Un estudio acerca de la banalidad del mal (13 page)

Esta actitud «objetiva ―hablando sobre campos de concentración en términos de «administración» y sobre campos de exterminio en términos de «economía»― era típica de la mentalidad de las SS y algo de lo que Eichmann, en el juicio, todavía se sentía orgulloso. Con su «objetividad» (
Sachlichkeit
), las SS se separaron de tipos «emocionales» como Streicher, aquel «loco carente de sentido de la realidad», y de ciertos «factótums teutónico-germánicos del partido, que se comportaban como si fueran vestidos con pieles y tocados con cuernos». Eichmann admiraba mucho a Heydrich porque no le gustaban en absoluto estas tonterías, y había perdido su simpatía por Himmler debido a que, entre otras cosas, el
Reichsführer
SS y jefe de la policía alemana y de todas las oficinas principales de las SS, se había permitido, «al menos durante largo tiempo, estar influenciado por ellas». Durante el juicio, sin embargo, no fue el acusado, SS
Obersturmbannführer
a. D. quien iba a llevarse el premio de «objetividad»; fue el doctor Servatius, abogado de Colonia, especializado en derecho tributario y mercantil, que nunca había pertenecido al Partido Nazi, quien iba a dar al tribunal una lección sobre lo que significa no ser «emocional», que ninguno de los que la oyeron es probable que olvide. El momento, uno de los pocos momentos con grandeza en todo el proceso, llegó durante el corto informe oral de la defensa, después del cual el tribunal se retiró por cuatro meses para redactar la sentencia. Servatius declaró al acusado inocente de las acusaciones que le imputaban responsabilidad en «la recogida de esqueletos, esterilizaciones, muertes por gas, y parecidos asuntos médicos», y el juez Halevi le interrumpió: «Doctor Servatius, supongo que ha cometido usted un lapsus linguae al decir que las muertes por gas eran un asunto médico». A lo que Servatius replicó: «Era realmente un asunto médico puesto que fue dispuesto por médicos. Era una cuestión de matar. Y matar también es un asunto médico». Y, quizá para tener la absoluta certeza de que los jueces de Jerusalén no olvidarían de qué manera los alemanes ―alemanes corrientes, no antiguos miembros de las SS o incluso del Partido Nazi―aún hoy consideran actos que en otros países se califican de asesinato, repitió la frase en sus «Comentarios al Juicio en Primera Instancia», preparados para la revisión del caso en la Corte Suprema; allí de nuevo dijo que no Eichmann, sino uno de sus hombres, Rolf Günther, «estaba ocupado siempre en asuntos médicos». (El doctor Servatius está muy enterado de los «asuntos médicos» del
Tercer Reich
. En Nuremberg defendió al doctor Karl Brandt, médico personal de Hitler, director general de «Higiene y Salud» y jefe del programa de eutanasia.)

Cada una de las oficinas principales de las SS, durante la guerra, estaba dividida en secciones y subsecciones, y la RSHA comprendía siete secciones principales. La Sección IV era el negociado de la Gestapo, y estaba dirigida por el
Gruppenführer
(comandante general) Heinrich Müller, cuyo rango era el mismo que había poseído en la policía bávara. Su tarea era la de combatir a los «elementos hostiles al Estado», de los que había dos categorías, de cada una de las cuales se encargaba una subsección: la Subsección IV-A se ocupaba de los «elementos hostiles» acusados de comunismo, sabotaje, liberalismo y asesinato, y la Subsección IV-B se ocupaba de las «sectas», es decir, de católicos, protestantes, francmasones (este puesto permaneció vacante) y judíos. Cada una de estas subsecciones poseía oficina propia, designada por un número arábigo, y así, a Eichmann en 1941 se le asignó la Subsección IV-B-4 de la RSHA. Como su inmediato superior, el jefe de IV-B, resultó ser un cero a la izquierda, su superior real fue siempre Müller. El superior de Müller era Heydrich, y más tarde Kaltenbrunner, cada uno de los cuales, a su vez, estaba bajo el mando de Himmler, que recibía las órdenes directamente de Hitler.

Además de sus doce oficinas principales, Himmler dirigía asimismo una organización por completo distinta, que también desempeñó un papel enorme en la ejecución de la Solución Final. Esta organización era la red de altos jefes de las SS y de la policía que estaban al mando de las organizaciones regionales; su cadena de mandos no los enlazaba con la RSHA, sino que eran directamente responsables ante Himmler, y siempre fueron de rango superior a Eichmann y a los hombres de su equipo. Los
Einsatzgruppen
, por otra parte, estaban bajo el mando de Heydrich y de la RSHA, lo que, como es lógico, no significa necesariamente que Eichmann tuviera algo que ver con ellos. Los comandantes de los
Einsatzgruppen
también tuvieron invariablemente un rango superior al de Eichmann. Desde el punto de vista técnico y de organización, la posición de Eichmann no era muy alta; su cargo solo llegó a ser de tanta importancia debido a que la cuestión judía, por razones puramente ideológicas, fue adquiriendo mayor importancia con el transcurrir de los días, las semanas y los meses de la guerra, hasta alcanzar proporciones fantásticas en los años de derrota, desde 1943 en adelante. Cuando sucedió esto, la oficina de Eichmann era todavía la única que oficialmente se ocupaba de «los elementos hostiles judíos», pero, de hecho, había perdido su monopolio, porque por aquel entonces todas las oficinas y organizaciones, Estado y partido, ejército y SS, estaban atareados «resolviendo» el problema. Incluso si centramos nuestra atención en la maquinaria policíaca y omitimos las otras oficinas, el panorama es absurdamente complicado, ya que a los
Einsatzgruppen
y los altos jefes de las SS y de la policía, tenemos que añadir los inspectores de la Policía de Seguridad y del Servicio de Seguridad. Cada uno de estos grupos pertenecía a una cadena de mando distinta que, en último término, llegaba hasta Himmler, pero eran iguales, los unos con respecto a los otros, y nadie que perteneciera a un grupo debía obediencia a un oficial superior de otro grupo. Debe reconocerse que la acusación estaba en posición muy difícil para poder encontrar el camino a través de este laberinto de instituciones paralelas, cosa que tenía que hacer cada vez que quería determinar alguna responsabilidad específica de Eichmann. (Si el juicio tuviera que efectuarse hoy, esta tarea sería mucho más fácil, ya que Raul Hilberg en su libro
The Destruction of the European Jews
ha logrado presentar la primera descripción clara de esta maquinaria de destrucción increíblemente compleja.)

Además, debe recordarse que todos estos órganos, que ostentaban un enorme poder, competían ferozmente entre sí, competencia que no significaba ningún alivio para sus víctimas, ya que su ambición era siempre la misma: matar tantos judíos como fuera posible. Este espíritu de competencia, que, como es natural, inspiraba a todos una gran lealtad hacia su propio equipo, ha sobrevivido a la guerra, solo que funciona al revés: el deseo de cada uno de ellos ha pasado a ser el de «exonerar a su propio equipo» a expensas de todos los otros. Esta fue la explicación que dio Eichmann cuando fue enfrentado con las memorias de Rudolf Höss, comandante de Auschwitz, en las que se acusa a Eichmann de algunos hechos que él afirmó no haber cometido nunca, ni haber estado en situación de cometer. Admitió fácilmente que Höss no tenía razones personales para cargarle con actos de los cuales era inocente, ya que sus relaciones habían sido totalmente amistosas; pero insistió, en vano, en que Höss quería exculpar a su propio equipo, la Oficina Principal para Administración y Economía, y cargar todas las culpas a la RSHA. En Nuremberg sucedió algo parecido; los diversos acusados dieron un lamentable espectáculo acusándose entre sí, ¡aunque nadie inculpó a Hitler! Sin embargo, ninguno de ellos actuó así simplemente para salvar su pellejo a expensas del de otro; los hombres sometidos a juicio pertenecían a organizaciones totalmente diferentes, que se profesaban desde antiguo una profunda hostilidad. El doctor Hans Globke, con quien ya nos hemos encontrado antes, intentó exonerar a su propio Ministerio del Interior a expensas del Ministerio de Asuntos Exteriores, cuando fue testigo de la acusación en Nuremberg. Eichmann, por otra parte, intentó siempre escudar a Müller, Heydrich y Kaltenbrunner, aunque este último lo hubiera tratado muy mal. No cabe duda de que una de las principales faltas de objetividad de la acusación en Jerusalén fue que su causa se apoyara demasiado en declaraciones juradas o no de ex nazis de alta graduación, muertos o vivos; no vio, y quizá no podía esperarse que lo viera, lo dudosas que eran estas pruebas como fundamentos para establecer los hechos. Incluso el fallo, en su valoración de los testimonios perjudiciales de otros criminales nazis, tomó en cuenta que (según las palabras de uno de los testigos de la defensa) «era habitual en la época de los juicios por crímenes de guerra cargar todas las culpas posibles sobre los que estaban ausentes o se creía que habían muerto».

Cuando Eichmann se hizo cargo de su nueva oficina en la Sección IV de la RSHA, se enfrentaba todavía con el incómodo dilema de que, por una parte, la «emigración forzosa» era la fórmula oficial para la
solución de la cuestión judía
, y, por otra parte, la emigración había dejado de ser posible. Por primera y casi última vez en su vida en las SS, se vio obligado a tomar la iniciativa por la fuerza de las circunstancias, a hacer un esfuerzo para «dar a luz una idea». Según la versión que dio en el interrogatorio de la policía, alumbró tres ideas. Las tres, tenía que admitirlo, no produjeron resultados positivos; todo lo que intentaba por su cuenta iba invariablemente mal; el golpe final vino cuando tuvo que «abandonar» su fortaleza privada de Berlín, antes de probarla contra los tanques rusos. Todo fueron frustraciones; una historia de mala suerte como nunca haya habido. La fuente inagotable de dificultades era, en su opinión, que nunca se dejaba solos a él y a sus hombres, que todas aquellas otras oficinas del Estado y del partido querían intervenir en la «solución», con el resultado de que por todas partes había florecido un verdadero ejército de «expertos judíos» y todos se peleaban para destacar sobre los demás, en una especialidad de la que nada sabían. Eichmann sentía el mayor de los desprecios para toda esa gente, en parte porque eran recién llegados, en parte porque trataban de enriquecerse, y con frecuencia lograban hacerlo en el curso de su trabajo, y en parte porque eran ignorantes, no habían leído los uno o dos «libros básicos».

Sus tres ideas habían sido inspiradas por los «libros básicos», pero también se llegó a la conclusión de que dos de las tres no eran en absoluto ideas suyas, y con respecto a la tercera: «Ya no me acuerdo si fue Stahlecker (su superior en Viena y Praga) o yo el que tuvo la idea, de todos modos la idea nació». Esta última idea era la primera, cronológicamente; era la «idea de Nisko», y su fracaso fue para Eichmann la prueba más clara del mal de la interferencia. (La persona culpable era en este caso Hans Frank, gobernador general de Polonia.) Al objeto de comprender el plan, debemos recordar que después de la conquista de Polonia y antes del ataque alemán a Rusia, los territorios polacos fueron divididos entre Alemania y Rusia; la parte alemana comprendía las regiones occidentales, que fueron incorporadas al Reich, y la llamada Área Oriental, comprendiendo Varsovia, que se conocía como Gobierno General. Para entonces, el Área Oriental era tratada como territorio ocupado. Como en aquel tiempo la
solución de la cuestión judía
todavía era la «emigración forzosa», era lógico que, con el objetivo de dejar a Alemania
judenrein
, los judíos polacos de los territorios anexionados, junto con el resto de los judíos de otras partes del Reich, fueran empujados hacia el Gobierno General, que, fuere lo que fuese, no se consideraba parte del Reich. En diciembre de 1939 se habían iniciado ya las evacuaciones hacia el este y aproximadamente un millón de judíos ―seiscientos mil del área incorporada y cuatrocientos mil de todo el Reich― empezaron a llegar al Gobierno General.

Si es veraz la versión de Eichmann sobre la aventura Nisko ―y no existe ninguna razón para no creerle―, él o, con más probabilidad su superior de Viena y Praga,
Brigadeführer
(brigadier general) Franz Stahlecker, se anticiparon en varios meses a estos acontecimientos. Este doctor Stahlecker, como tenía cuidado de llamarle Eichmann, era en su opinión una excelente persona, educado, razonable y «libre de odios y chovinismos de toda clase»; en Viena solía estrechar la mano de los representantes judíos. Año y medio más tarde, en la primavera de 1941, este educado caballerofue nombrado comandante del
Einsatzgruppen
A, y se las ingenió para matar a tiros, en poco más de un año (él mismo murió en acción en 1942), a doscientos cincuenta mil judíos, como informó personalmente al mismo Himmler, a pesar de que el jefe de los
Einsatzgruppen
, unidades de policía, era el director de la Policía de Seguridad y de la SD, es decir, Reinhardt Heydrich. Pero esto sucedió más tarde, y ahora, en septiembre de 1939, mientras el ejército alemán estaba todavía atareado ocupando los territorios polacos, Eichmann y el doctor Stahlecker empezaron a pensar, «en privado», en la forma en que el Servicio de Seguridad podría lograr su parte de influencia en el Este; lo que necesitaban era «un área en Polonia, tan grande como fuera posible, en cuyos límites se formaría un Estado judío autónomo en forma de protectorado... Esto podría ser la solución». Y allá fueron, por propia iniciativa, sin órdenes de nadie, a explorar. Se dirigieron hacia el Distrito Radom, a orillas del San, no lejos de la frontera rusa, y «vieron un enorme territorio, pueblos, mercados, pequeñas ciudades», y «nos dijimos: Esto es lo que necesitamos, y por qué no cambiar de sitio a los polacos para variar, ya que la gente está siendo reinstalada por todas partes»; esta solución sería «la
solución de la cuestión judía
» ―suelo firme bajo sus pies― al menos durante un tiempo.

Al principio, todo parecía ir muy bien. Visitaron a Heydrich y este se mostró de acuerdo y les dijo que siguieran adelante. Daba la casualidad ―aunque Eichmann, en Jerusalén, lo había olvidado por completo― de que su proyecto encajaba perfectamente en el plan general de Heydrich, en aquella etapa, para la
solución de la cuestión judía
. El 21 de septiembre de 1939, Heydrich había convocado una reunión de todos los «jefes de departamento» de la RSHA y de los
Einsatzgruppen
(que ya operaban en Polonia), en la que se habían dado directrices generales para el futuro inmediato: concentración de los judíos en guetos, establecimiento de consejos de decanos judíos y deportación de todos los judíos a la zona del Gobierno General. Eichmann había asistido a esta reunión en la que se estableció el «Centro Judío de Emigración», como se probó en el juicio, a través de las minutas que la Oficina 06 de la policía israelita había descubierto en los Archivos Nacionales de Washington. Por lo tanto, la iniciativa de Eichmann o de Stahlecker no significó más que un plan concreto para llevar a la práctica las directrices de Heydrich. Y ahora millares de personas, principalmente procedentes de Austria, eran deportadas sin orden ni concierto hacia aquel sitio dejado de la mano de Dios, donde un oficial de las SS ―Erich Rajakowitsch, que más tarde estuvo encargado de la deportación de los judíos holandeses― les explicaba que «el
Führer
ha prometido a los judíos una nueva patria. No hay viviendas, no hay casas. Si construís, tendréis un techo sobre vuestras cabezas. No hay agua, todos los pozos de los alrededores transmiten enfermedades, hay cólera, disentería y fiebre tifoidea. Si perforáis y encontráis agua, tendréis agua». Como puede verse, «todo tenía un maravilloso aspecto», excepto que las SS expulsaron a algunos de los judíos de este paraíso y los llevaron más allá de la frontera rusa, y que otros tuvieron el buen sentido de salir de allí por propia voluntad. Pero entonces, se lamentó Eichmann, «empezaron las obstrucciones por parte de Hans Frank», a quien habían olvidado informar, pese a que este era «su» territorio. «Frank se quejó a Berlín y empezó un gran tira y afloja. Frank quería resolver su cuestión judía por sí mismo, absolutamente. No quería admitir más judíos en su Gobierno General. Los que ya habían llegado debían desaparecer inmediatamente.» Y, sí, desaparecieron; algunos fueron incluso repatriados, cosa que nunca había sucedido anteriormente ni volvería a suceder jamás, y los que regresaron a Viena fueron inscritos en los archivos de la policía como «de regreso de adiestramiento voluntario», una curiosa recaída en la etapa prosionista del movimiento.

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