Eichmann en Jerusalén. Un estudio acerca de la banalidad del mal (14 page)

El anhelo de Eichmann de adquirir algún territorio para «sus» judíos puede comprenderse mejor si lo contemplamos a través del prisma de su carrera. El plan Nisko «nació» durante la época de su rápido ascenso, y es más que probable que se viera a sí mismo como futuro gobernador general, como Hans Frank en Polonia, o como futuro protector, como Heydrich en Checoslovaquia, de un «Estado Judío». El completo fracaso de toda la empresa debió de enseñarle, sin embargo, una lección sobre las posibilidades y lo apetecible de la iniciativa «privada». Y debido a que él y Stahlecker habían actuado dentro de la estructura de las directrices de Heydrich y con el consenso explícito de este, esta singular repatriación de judíos, que constituía una clara derrota temporal para la policía y las SS, debió de haberle enseñado también que el poder constantemente en aumento de su propio equipo no equivalía a la omnipotencia, y que los ministerios del Estado y los otros organismos del partido estaban completamente preparados para luchar por el mantenimiento de su propio poder en retroceso.

El segundo intento de Eichmann para «poner tierra firme bajo los pies de los judíos» fue el proyecto Madagascar. El plan para evacuar cuatro millones de judíos de Europa hacia la isla francesa de la costa suroriental de África ―una isla con una población nativa de 4.370.000 personas y una superficie de 587.000 kilómetros cuadrados de tierra pobre― había tenido su origen en el Ministerio de Asuntos Exteriores y, posteriormente, fue pasado a la RSHA, porque, en palabras del doctor Martin Luther, que estaba encargado de los asuntos judíos en la Wilhelmstrasse, solo la policía «poseía la experiencia y las capacidades técnicas para llevar a cabo una evacuación en masa de judíos y para garantizar la vigilancia de los evacuados». El «Estado Judío» iba a tener un gobernador policíaco bajo la jurisdicción de Himmler. El proyecto en sí tuvo una historia singular. Eichmann, confundiendo Madagascar con Uganda, afirmó siempre haber tenido «un sueño soñado ya por el padre judío de la idea del Estado Judío, Theodor Herzl», pero es verdad que su sueño ya había sido soñado antes, primero por el gobierno polaco, que en 1937 se tomó la gran molestia de estudiar la idea, solo para comprobar que sería poco menos que imposible enviar sus casi tres millones de judíos hacia allá y abstenerse de matarlos, y, algo más tarde, por el ministro francés de Asuntos Exteriores, Georges Bonnet, que tenía el plan más modesto de enviar los judíos extranjeros que estaban en Francia, que ascendían a unos doscientos mil, a la colonia francesa. Incluso consultó el asunto con su colega alemán, Joachim von Ribbentrop, en 1938. De todos modos, en verano de 1940, cuando sus actividades de emigración llegaron a una total paralización, Eichmann fue requerido para que elaborara un plan detallado para la evacuación de cuatro millones de judíos a Madagascar, y parece que este proyecto ocupó la mayor parte de su tiempo hasta la invasión de Rusia un año después. (Cuatro millones es una cifra sorprendentemente baja para hacer Europa
judenrein
. Es evidente que no incluía los tres millones de judíos polacos que, como todos sabemos, estaban siendo asesinados desde los primeros días de la guerra.) Parece imposible que, excepto Eichmann y algunas otras lumbreras menores, alguien tomara esto con seriedad, debido a que ―aparte de que se sabía que el territorio era inadecuado, para no mencionar el hecho de que, después de todo, era una posesión francesa― el plan hubiera requerido capacidad de embarque para cuatro millones de personas en plena guerra y en un momento en que la marina británica dominaba el Atlántico. Siempre se tuvo la intención de que el plan Madagascar sirviera de capa bajo la cual pudieran llevarse a cabo los preparativos para la exterminación física de todos los judíos de la Europa occidental (¡para el exterminio de los judíos polacos no se necesitó ningún pretexto así!), y su gran ventaja con respecto al ejército de antisemitas entrenados, que, por más que se esforzaran, siempre se encontraban un paso rezagados con respecto al
Führer
, fue que familiarizó a todos los que estaban en él englobados con la noción elemental de que nada sería eficaz, excepto la completa evacuación de Europa; ninguna legislación especial, ninguna «desasimilación», ningún gueto serían suficientes. Cuando, un año después, se declaró la «caducidad» del proyecto Madagascar, todos estaban psicológicamente, o mejor, lógicamente, preparados para el siguiente paso: ya que no existía ningún territorio donde pudiera efectuarse la «evacuación», la única «solución» era el exterminio.

Eichmann, el revelador de la verdad para las generaciones venideras, nunca sospechó la existencia de planes tan siniestros. Para él, lo que llevó al fracaso la empresa de Madagascar fue la falta de tiempo, y el tiempo se malgastaba debido a las incesantes y continuas interferencias de otros departamentos. En Jerusalén, tanto la policía como el tribunal intentaron arrancarle tan placentera convicción. Lo enfrentaron con dos documentos relativos a la reunión del 21 de septiembre de 1939, antes mencionada; uno de estos documentos era una carta de Eichmann enviada por teletipo que contenía algunas directrices para los
Einsatzgruppen
, en la que hacía distinción por primera vez entre un «objetivo final, que requería períodos más largos» y que debía considerarse como «alto secreto», y «las etapas para alcanzar este objetivo final». Las palabras Solución Final todavía no aparecían, y el documento nada dice explícitamente sobre el significado del «objetivo final». Por lo tanto, Eichmann pudo haber dicho, muy bien, que el «objetivo final» era su proyecto Madagascar, el cual, en esa época, daba vueltas por todas las oficinas alemanas; para una evacuación en masa, la concentración de los judíos era una necesaria «etapa» preliminar. Pero Eichmann, después de leer cuidadosamente el documento, dijo inmediatamente que estaba convencido de que el «objetivo final» podía significar solo el «exterminio físico», y dedujo que «esta idea básica ya estaba arraigada en las mentes de sus superiores o de los hombres en la cumbre». Esto podía haber sido realmente la verdad, pero entonces hubiera debido reconocer que el proyecto Madagascar podía haber sido solo un engaño. No lo hizo, nunca cambió su versión de Madagascar, y probablemente no podía cambiarla. Era como si esta versión corriera a lo largo de una grabación diferente en su memoria, y fue esta memoria grabada la que demostró estar hecha a prueba de razones, argumentos, informaciones y distinciones de cualquier clase.

Su memoria le informaba de que había existido un período de sosiego en las actividades contra los judíos de Europa central y occidental entre el estallido de la guerra (Hitler, en su discurso ante el Reichstag el 30 de enero de 1939, había «profetizado» que la guerra acarrearía «la aniquilación de la raza judía en Europa») y la invasión de Rusia; sin duda, incluso entonces los diversos organismos del Reich y de los territorios ocupados estaban haciendo todo lo posible para eliminar «al adversario, la judería», pero no existía una política unificada; parecía como si cada organismo tuviera su propia «solución» y se le permitiera aplicarla en competencia con las soluciones de los demás. La solución de Eichmann consistía en un Estado policía, y para ello necesitaba un territorio adecuado. Todos sus «esfuerzos fracasaron a causa de la falta de comprensión de las personas a quienes concernía», debido a «rivalidades», desavenencias, disputas, porque todos «rivalizaban por la supremacía». Y después fue demasiado tarde; la guerra contra Rusia «estalló de repente, como un trueno». Esto fue el final de sus sueños, de la misma manera que marcó el fin de «la era en que se buscaba una solución en interés de ambas partes». También fue, como reconoció en las memorias escritas en Argentina, «el fin de una era en la que existían leyes, ordenanzas, decretos para el trato de los judíos individualmente considerados». Y, según él, fue más que esto, fue el fin de su carrera, y aunque esto sonara de modo extravagante a causa de su «fama» presente, no puede negarse que tenía cierto fundamento lógico, ya que su equipo, que tanto en realidad de la «emigración forzosa» como en el «sueño» de un Estado judío gobernado por los nazis, había sido la autoridad decisiva en todos los asuntos judíos, ahora «estaba relegado a un segundo lugar en lo relativo a la Solución Final de la cuestión judía, ya que lo que se iniciaba ahora fue transferido a diversas unidades, y las negociaciones las llevaba a cabo otra oficina central, bajo el mando del antiguo
Reichsführer
SS y jefe de la Policía Alemana». Las «diversas unidades» eran los grupos de asesinos escogidos, que operaban a retaguardia del ejército, en el Este, y cuya tarea especial consistía en asesinar a la población civil nativa y en especial a los judíos; y la otra oficina principal era la WVHA, bajo la dirección de Oswald Pohl, al que tenía que recurrir Eichmann para averiguar el destino final de cada envío de judíos. Este se calculaba según la «capacidad de absorción» de las diferentes instalaciones de matanza y también según las necesidades de trabajadores esclavos de las numerosas empresas industriales que habían encontrado rentable establecer sucursales en la vecindad de algunos de los campos de muerte. (Aparte de las empresas industriales de las SS, poco importantes, algunas firmas alemanas tan famosas como I. G. Farben, Krupp Werke y Siemens-Schuckert Werke habían establecido plantas en Auschwitz, así como cerca de los campos de muerte de Lublin. El entendimiento entre las SS y los hombres de negocios era excelente; Höss, de Auschwitz, rindió testimonio sobre las muy cordiales relaciones sociales con los representantes de I. G. Farben. En cuanto a las condiciones de trabajo, la idea era claramente matar con el trabajo; según Hilberg, murieron por lo menos veinticinco mil de los treinta y cinco mil judíos, aproximadamente, que trabajaron en una de las plantas de I. G. Farben.) En cuanto a Eichmann se refería, la evacuación y deportación ya no eran las últimas etapas de la «solución». Su departamento se había convertido en un simple instrumento. Por esta causa tuvo verdadero motivo de sentirse «amargado y decepcionado» cuando se archivó el proyecto Madagascar; y la única cosa que iba a consolarle era su ascenso a
Obersturmbannführer
, que llegó en octubre de 1941.

La última vez que Eichmann recordaba haber intentado algo por su cuenta fue en septiembre de 1941, tres meses después de la invasión de Rusia. Sucedió inmediatamente después de que Heydrich, todavía jefe de la Policía de Seguridad y del Servicio de Seguridad, pasara a ser protector de Bohemia y Moravia. Para celebrar la ocasión, Heydrich había convocado una conferencia de prensa y había prometido que en ocho semanas el Protectorado estaría
judenrein
. Después de la conferencia, discutió el asunto con los que tenían que llevar a cabo la promesa; con Franz Stahlecker, que por aquel entonces era comandante local de la Policía de Seguridad de Praga, y con el subsecretario de Estado, Karl Hermann Frank, antiguo jefe sudete que poco tiempo después, a la muerte de Heydrich, iba a sucederle como
Reichsprotektor
. Frank, en opinión de Eichmann, era un tipo ruin, un odiador de judíos, un hombre de la«clase de Streicher» que «no sabía nada de soluciones políticas», una de estas personas que «en forma autocrática y, permítanme decirlo, en la borrachera del poder, simplemente daba órdenes y mandatos». Pero, por otra parte, la conferencia fue agradable. Por primera vez, Heydrich mostró «una faceta más humana» y admitió, con hermosa franqueza, que se «había ido de la lengua», cosa que «no fue una gran sorpresa para los que conocían a Heydrich», un «carácter ambicioso e impulsivo», que «a menudo dejaba escapar palabras a través de la valla de sus dientes con más rapidez de lo que después hubiera querido». De modo que el propio Heydrich dijo: «Ahí está el lío y ¿qué vamos a hacer ahora?». A lo que Eichmann replicó: «Hay una sola posibilidad, si no puede retractarse de su declaración. Proporcione suficiente espacio en el que poner a los judíos del Protectorado que ahora viven dispersos». (Un hogar judío, una concentración de los expatriados de la Diáspora.) Y entonces, por desgracia, Frank el odiador de judíos, de la misma clase que Streicher, hizo una propuesta concreta, y esta fue en el sentido de que el espacio se proveyera en Theresienstadt. Ante lo cual Heydrich, quizá también en la borrachera de su poder, ordenó simplemente la inmediata evacuación de la población checa de Theresienstadt, para hacer sitio a los judíos.

Eichmann fue enviado allí para observar cómo iban las cosas. Gran decepción: la ciudad fortaleza bohemia, a orillas del Eger, era demasiado pequeña; en el mejor de los casos podía convertirse en un campo de transbordo para un porcentaje de los noventa mil judíos de Bohemia y Moravia. (Para unos cincuenta mil judíos checos, Theresienstadt fue realmente un campo de transbordo en el camino hacia Auschwitz, mientras unos veinte mil más llegaron al mismo destino para quedarse.) Sabemos de mejor fuente que la defectuosa memoria de Eichmann que Theresienstadt, desde el principio, fue proyectado por Heydrich para que sirviera como un gueto especial para algunas categorías privilegiadas de judíos, en especial, pero no exclusivamente, procedentes de Alemania: representantes judíos, gente importante, veteranos de guerra con altas condecoraciones, inválidos, matrimonios mixtos y judíos alemanes de más de sesenta y cinco años de edad (de donde provino el sobrenombre de
Altersghetto
). La ciudad demostró ser demasiado pequeña incluso para alojar a estas clases restringidas, y en 1943, alrededor de un año después de su establecimiento, empezó la operación de «clareo» o «alivio» (
Auflockerung
), por medio de la cual regularmente se mitigaba el hacinamiento... con traslados a Auschwitz. Pero en una cuestión, la memoria de Eichmann no lo defraudó, Theresienstadt fue en realidad el único campo de concentración que no cayó bajo la autoridad de la WVHA, sino que estuvo bajo su propia responsabilidad hasta el fin. Sus jefes eran hombres del equipo de Eichmann y siempre inferiores en rango; fue el único campo sobre el que tuvo, al menos, una parte del poder que el fiscal de Jerusalén le atribuía.

Era evidente que la memoria de Eichmann, al saltar con gran facilidad por encima del tiempo ―estaba dos años adelantado a la secuencia de los acontecimientos cuando contó la historia de Theresienstadt a los interrogadores―, no se ceñía a un orden cronológico, pero tampoco podemos calificarla de totalmente anárquica. Era como un almacén repleto de interesantes relatos de la peor especie. Al rememorar Praga, surgió en su memoria el recuerdo del día en que fue recibido por el gran Heydrich, que demostró tener «su lado humano». Algunas sesiones más tarde, mencionó un viaje a Bratislava, en Eslovaquia, en el transcurso de cuya estancia allí se produjo el asesinato de Heydrich. Todo lo que recordaba era que había estado allí como huésped de Sano Mach, ministro del Interior del gobierno títere eslovaco establecido por los alemanes. (En aquel gobierno católico de acérrimo antisemitismo, Mach representaba la versión eslovaca del antisemita alemán; se negó a hacer excepciones en favor de los judíos bautizados y fue uno de los principales responsables de la gran deportación de la judería eslovaca.) Eichmann recordaba su viaje porque era extraordinario para él recibir invitaciones sociales de miembros de gobiernos; en verdad, constituía un honor. Mach, como recordó Eichmann, era un tipo amable y campechano que le invitó a jugar a los bolos. ¿Realmente no tenía otra cosa que hacer en Bratislava, en medio de la guerra, que ir a jugar a los bolos con el ministro del Interior? No, nada más en absoluto; lo recordaba todo muy bien, el juego de bolos, y las bebidas que sirvieron poco antes de que llegaran las noticias del atentado contra Heydrich. Cuatro meses y cincuenta y cinco cintas magnetofónicas después, el capitán Less, el interrogador israelita, insistió sobre este punto, y Eichmann contó la misma historia con palabras casi idénticas, agregando que ese día había sido «inolvidable», porque su «superior fue asesinado». En esta ocasión, sin embargo, se le mostró un documento que decía que había sido enviado a Bratislava para conversar sobre «la acción de evacuación en curso contra los judíos de Eslovaquia». Eichmann admitió de inmediato su error: «Claro, claro, era una orden de Berlín, no me enviaron allí a jugar a los bolos». ¿Había mentido por dos veces de forma perfectamente consecuente? Es difícil. Evacuar y deportar judíos se había convertido en un asunto de rutina; lo que se fijó en su mente fue el juego de bolos, el ser huésped de un ministro y la noticia del atentado contra Heydrich. Y era característico de su clase de memoria el no poder recordar en absoluto el año en el que transcurrió ese memorable día en que «el verdugo» fue abatido a tiros por patriotas checos.

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