Eichmann en Jerusalén. Un estudio acerca de la banalidad del mal (15 page)

Si su memoria le hubiera sido más fiel, jamás hubiera contado la historia de Theresienstadt. Puesto que todo ello sucedió cuando ya había pasado el tiempo de las «soluciones políticas» y se había iniciado la era de la «solución física». Sucedió, como Eichmann iba a reconocer libre y espontáneamente, en otro contexto, cuando ya había sido informado de la orden del
Führer
para la Solución Final. Hacer un país
judenrein
en la fecha en que Heydrich prometió hacerlo con Bohemia y Moravia, solo podía significar la concentración y deportación de los judíos a lugares desde los cuales estos pudieran ser transportados con facilidad a los centros de exterminio. El que Theresienstadt se organizara en realidad con otro propósito, el de ser un escaparate para el mundo exterior ―fue el único gueto o campo en el que se admitieron representantes de la Cruz Roja Internacional―, era una cuestión distinta, una cuestión que Eichmann, en aquel momento, casi de seguro ignoraba y que, de todos modos, estaba por completo fuera del campo de su incumbencia.

6
LA SOLUCIÓN FINAL: MATAR

El 22 de junio de 1941, Hitler lanzó su ataque contra la Unión Soviética, y seis u ocho semanas más tarde, Heydrich citaba a Eichmann en su despacho de Berlín. El 31 de julio, Heydrich había recibido una carta del mariscal del Reich Hermann Göring, comandante en jefe de las Fuerzas del Aire, primer ministro de Prusia, comisario del Plan Cuatrienal, y por último, y no de menor importancia precisamente, delegado de Hitler en la jerarquía estatal, que en este caso se consideraba como una entidad totalmente independiente del partido. Esta carta encargaba a Heydrich que preparase «la solución general [
Gesamtlösung
] del problema judío, en la zona de influencia alemana en Europa», y que presentara una «propuesta general... para la ejecución de la tan deseada Solución Final [
Endlösung
] del problema judío». Cuando Heydrich recibió estas instrucciones hacía ya «varios años que le habían encomendado la tarea de preparar la Solución Final del problema judío» (Reitlinger) ―tal como el propio Heydrich explicaría al alto mando del ejército de tierra, en una carta fechada el día 6 de noviembre de 1941―, y, desde el principio de la guerra contra Rusia, había estado al frente de la labor de matanza masiva llevada a cabo por los
Einsatzgruppen
, en el Este.

Heydrich inició su entrevista con Eichmann mediante un «breve discurso acerca de la emigración» (la cual había dejado de producirse, prácticamente, pese a que la orden de Himmler prohibiendo taxativamente la emigración de los judíos, salvo en casos excepcionales que debían ser sometidos a su personal atención, no fue publicada sino unos cuantos meses después), y luego dijo: «El
Führer
ha ordenado el exterminio físico de los judíos». Tras lo cual, Heydrich, «muy en contra de su costumbre, permaneció en silencio largo rato, como si quisiera percatarse del efecto que sus palabras habían producido. Lo recuerdo muy claramente, incluso ahora, después de los años transcurridos. Al principio, fui incapaz de darme cuenta de la importancia de las palabras pronunciadas por Heydrich, debido quizá al cuidado con que las había seleccionado; después, sí las comprendí, y, entonces, seguí en silencio porque ya no había nada más que decir, ya que yo jamás había pensado en semejante cosa, en semejante solución. Entonces, lo perdí todo, perdí la alegría en el trabajo, toda mi iniciativa, todo mi interés; quedé, para decirlo de una vez, anonadado. Después, Heydrich me dijo: “Eichmann, entrevístese con Globocnik [uno de los más altos jefes, a las órdenes de Himmler, de las SS y de la policía del Gobierno General] en Lublin; el
Reichsführer
(Himmler) le ha dado ya las instrucciones precisas a los efectos antes dichos. Vaya, y vea lo que ha conseguido hasta el momento. Creo que se sirve de las trincheras de defensa antitanque hechas por los rusos, a fin de liquidar a los judíos”. Todavía recuerdo estas palabras, y creo que las recordaré mientras viva, y estas fueron las frases con que mi entrevista con Heydrich tocó a su fin». Sin embargo, tal como Eichmann todavía recordaba cuando se hallaba en Argentina, pero, para su desgracia, había ya olvidado cuando se hallaba en Jerusalén, y decimos para su desgracia debido a que ello guardaba relación con la cuestión de la autoridad de que Eichmann estaba investido, en lo referente al proceso material de matar judíos, Heydrich dijo algo más. Dijo que el plan, globalmente considerado, había sido puesto «bajo la autoridad de la oficina central de las SS, encargada de Economía y Administración» ―es decir, no su propia RSHA―, y también dijo que el nombre en clave oficial dado al exterminio de los judíos era «Solución Final».

En modo alguno fue Eichmann de los primeros en enterarse de las intenciones de Hitler. Como hemos visto, Heydrich trabajó durante años, y por lo menos, desde el principio de la guerra, para conseguir este fin, y Himmler aseguraba haber sido informado (y haber protestado) de esta «solución», inmediatamente después de la derrota de Francia, en el verano de 1940. En marzo de 1941, unos seis meses antes de que Eichmann sostuviera la entrevista antes citada con Heydrich, «en las altas esferas del partido no constituía ningún secreto que los judíos iban a ser exterminados», según Viktor Brack, miembro de la Cancillería del
Führer
, declaró en Nuremberg. Pero Eichmann, tal como en vano intentó explicar en Jerusalén, nunca perteneció a las altas esferas del partido; jamás le habían informado de otra cosa que no fuera de aquello que necesitaba saber para cumplir una tarea específica y limitada. Sin embargo, cierto es que fue uno de los primeros hombres entre los de segunda importancia que fue informado de este asunto clasificado como «alto secreto», y que siguió siendo alto secreto incluso después de que se enteraran de él todas las oficinas del partido y del Estado, todas las empresas industriales y mercantiles que de un modo u otro guardaban relación con la llamada fuerza de trabajo esclava, y todos los oficiales (por lo menos) de las fuerzas armadas. Pese a lo dicho, la observancia del secreto, en esta materia, cumplía una finalidad de orden práctico. Aquellos que recibieron explícitas noticias de la orden de Hitler no fueron simples «receptores de órdenes», sino que alcanzaron la superior importancia de «receptores de secretos», por lo que tuvieron que prestar un juramento especial al efecto. (De todos modos, los miembros del Servicio de Seguridad, al que Eichmann pertenecía desde 1934, prestaban siempre juramento de guardar secreto.)

Además, toda la correspondencia que tuviera por objeto el asunto en cuestión, estaba sujeta a estrictas «normas de lenguaje», y, salvo en los informes de los
Einsatzsgruppen
, difícilmente se encuentran documentos en los que se lean palabras tan claras como «exterminio», «liquidación», «matanza». Las palabras que debían emplearse en vez de «matar», eran «Solución Final», «evacuación» (
Aussiedlung
) y «tratamiento especial» (
Sonderbehandlung
). La deportación, a no ser que se tratara de judíos destinados definitivamente a Theresienstadt, el «gueto de los viejos» para judíos privilegiados, en cuyo caso se denominaba «cambio de residencia», recibía los nombres en clave de «reasentamiento» (
Umsiedlung
) y «trabajo en el Este» (
Arbeitseinsatz im Osten
). La razón de estas últimas denominaciones estribaba en que, al fin y al cabo, cierto era que, a menudo, los judíos eran temporalmente «reasentados» en guetos, y que un determinado porcentaje de ellos se destinaba, temporalmente, al trabajo. En especiales circunstancias, era preciso efectuar ligeras modificaciones en las claves. Así, por ejemplo, un alto funcionario del Ministerio de Asuntos Exteriores propuso que en la correspondencia con el Vaticano la matanza de judíos se llamara «solución radical»; esto resultaba bastante ingenioso, ya que el gobierno títere católico de Eslovaquia, ante el cual el Vaticano efectuó ciertas gestiones, no había actuado, en opinión de los nazis, de modo «suficientemente radical» en lo referente a su legislación antisemita, y había cometido el «básico error» de excluirde ella a los judíos bautizados. Los «receptores de secretos» tan solo podían hablar entre sí sin emplear la clave, y es muy improbable que hicieran uso de esta libertad en el ejercicio de sus funciones de asesinato, por lo menos así era cuando se hallaban en presencia de las secretarias y personal subalterno de sus oficinas. Sean cuales fueren las razones por las que se decidió el lenguaje en clave, lo cierto es que resultó extraordinariamente eficaz para el mantenimiento del orden y la serenidad en los muy diversos servicios cuya colaboración era imprescindible, a fin de llevar a feliz término el asunto. Además, incluso las mismísimas palabras «lenguaje en clave» (
Sprachregelung
) constituían una denominación en clave, puesto que representaban lo que en lenguaje ordinario se denomina mentira. Cuando un receptor de secretos se reunía con alguien del mundo exterior ―como en el caso en que Eichmann recibió la orden de mostrar el gueto de Theresienstadt a los representantes suizos de la Cruz Roja― no solo recibía la orden de cumplir la misión de que se tratara, sino que junto con la orden iba el correspondiente «lenguaje en clave», que en el caso de Eichmann al que nos acabamos de referir consistía en mentir, diciendo que se había declarado una epidemia de tifus en el campo de Bergen-Belsen, el cual los representantes de la Cruz Roja también querían visitar. El último efecto de este modo de hablar no era el de conseguir que quienes lo empleaban ignorasen lo que en realidad estaban haciendo, sino impedirles que lo equiparasen al viejo y normal concepto de asesinato y falsedad. La gran facilidad con que las frases hechas y las palabras rimbombantes impresionaban a Eichmann, junto con su incapacidad de hablar normalmente, le hicieron un sujeto ideal para el empleo del «lenguaje en clave».

Sin embargo, y tal como Eichmann tuvo muy pronto ocasión de comprobar, el sistema no constituía una sólida protección contra la realidad. Eichmann acudió a Lublin con la finalidad de entrevistarse con el
Brigadeführer
Odilio Globocnik ―aunque no. desde luego, con la misión de «comunicarle la orden secreta de exterminar a los judíos», pese a que así lo sostuvo la acusación en el juicio de Jerusalén, ya que Globocnik la supo antes que Eichmann―, y allí, Eichmann empleó las palabras Solución Final, a fin de identificarse, o como santo y seña. (En Jerusalén, la acusación hizo una afirmación parecida a la anterior, con lo que demostró hasta qué punto se perdió en el laberinto de la ordenación burocrática del
Tercer Reich
, según la cual creía que Rudolf Höss, el comandante de Auschwitz, recibió la orden del
Führer
a través de Eichmann. Este error fue, al fin, señalado por la defensa, que dijo que no existían «pruebas que corroborasen los hechos presentados por la acusación». En realidad, el propio Miss declaró, en el curso del juicio a que fue sometido, haber recibido la orden directamente de Himmler, en junio de 1941, y añadió que Himmler le dijo que Eichmann le visitaría para tratar algunos «detalles». En sus memorias, Höss sostiene que estos detalles hacían referencia al uso de gas; lo cual Eichmann negó categóricamente, y es probable que, en esto, dijera la verdad, ya que todas las fuentes de información de que disponemos contradicen la historia de Höss y afirman que las órdenes, escritas u orales, de exterminio en los campos siempre provenían de la AVHA, y eran dadas por su jefe, el
Obergruppenführer
[teniente general] Oswald Pohl o por el
Brigadeführer
Richard Glücks, que era el inmediato superior de Höss ―con respecto a la dudosa veracidad de Höss, véase
Mörder
und Ermordete, 1961, de R. Pendorf―. Y Eichmann nunca tuvo nada que ver con el empleo de gas. Los «detalles» que estudió con Höss, en el curso de visitas regularmente espaciadas, hacían referencia a la capacidad de matanza del campo ―a cuántas expediciones semanales podía el campo absorber―, y quizá, también, a planes de ampliación.) Cuando Eichmann llegó a Lublin, Globocnik se comportó muy cortésmente para con él, y ordenó a un subordinado que mostrara el campo al visitante. Fueron hasta una carretera que atravesaba un bosque, a cuya derecha se alzaba una edificación totalmente normal, en la que se alojaban los trabajadores. Entonces, un capitán de la policía de orden público (quizá fuese el mismísimo Christian Wirth, quien estuvo encargado de la faceta técnica del gaseamiento de «enfermos incurables» en Alemania, bajo los auspicios de la Cancillería del
Führer
) fue a su encuentro, les mostró unos pequeños bungalows de madera, y comenzó sus explicaciones, «en voz ronca, vulgar e ineducada», diciendo «lo muy cuidadosamente que había aislado los diversos edificios, y que tenía el proyecto de emplear el motor de un submarino ruso, merced al cual los gases penetrarían en el edificio destinado al efecto, y los judíos morirían envenenados. También a mí me pareció monstruoso. No, no soy lo bastante duro para soportar una cosa así sin reaccionar en consecuencia... Si ahora viera una herida abierta, probablemente apartaría la vista de ella. Soy así, y quizá a esto se deba que tantas veces me hayan dicho que jamás podría ejercer la medicina. Todavía recuerdo la vividez con que imaginé la escena, y, entonces, me acometió una gran debilidad física, como si hubiera pasado unos momentos de gran agitación. Esto le ocurre a mucha gente, y me dejó la secuela de un temblor interno».

Bien, en este caso, Eichmann fue afortunado, ya que únicamente vio lo que era una fase previa a las futuras cámaras de monóxido de carbono de Treblinka, uno de los seis campos de exterminio del Este, en el que morirían varios cientos de miles de judíos. Poco después, en el otoño del mismo año, Müller, el superior inmediato de Eichmann, le mandó inspeccionar el centro de exterminio de las zonas occidentales de Polonia incorporadas al Reich, llamadas el Warthegau. Este campo se encontraba en Kulm (en polaco Chelmno), donde, el año 1944, se asesinarían a más de trescientos mil judíos procedentes de toda Europa, que habían sido primeramente «reasentados» en el gueto de Lódz. El campo se hallaba en pleno funcionamiento, pero el sistema era distinto al empleado en el anterior, ya que en vez de cámaras de gas se utilizaban camiones. He aquí lo que Eichmann vio: los judíos se encontraban en una gran sala; les dijeron que se desnudaran totalmente; entonces llegó un camión que se detuvo ante la puerta de la gran estancia, y se ordenó a los judíos que entrasen, desnudos, en el camión; las puertas se cerraron y el camión se puso en marcha. «No sé cuántos judíos entraron, apenas podía mirar la escena. No, no podía. Ya no podía soportar más aquello. Los gritos... Estaba muy impresionado, y así se lo dije a Müller cuando le di cuenta de mi viaje. No, no creo que mi informe le sirviera de gran cosa. Después, seguimos al camión en automóvil, y entonces vi la escena más horrible de cuantas recuerdo. El camión se detuvo junto a un gran hoyo, abrieron las puertas, y los cadáveres fueron arrojados al hoyo, en el que cayeron como si los cuerpos estuvieran vivos, tal era la flexibilidad que aún conservaban. Fueron arrojados al hoyo, y me parece ver todavía al hombre vestido de paisano en el acto de extraerles los dientes con unos alicates. Aquello fue demasiado para mí. Volví a entrar en el automóvil y guardé silencio. Después de haber presenciado esto era capaz de permanecer horas y horas sentado al lado del conductor de mi automóvil, sin intercambiar ni una sola palabra con él. Fue demasiado. Me destrozó. Recuerdo que un médico con bata blanca me dijo que si quería podía mirar, a través de un orificio, el interior del camión, cuando los judíos aún estaban allí. Pero rehusé la oferta. No podía. Tan solo me sentía con ánimos para irme de allí.»

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