Eichmann en Jerusalén. Un estudio acerca de la banalidad del mal (12 page)

A parte de estos triunfos secundarios, Eichmann recordaba únicamente sus estados de ánimo y las frases estimulantes que fabricó para acompañarlos; efectuó el viaje a Egipto en 1937, antes de ocupar su cargo en Viena, y de Viena no recordaba más que el ambiente general y cuán optimista se sentía allí. En vista de su asombrosa perseverancia en no abandonar nunca un estado de ánimo y sus correspondientes frases una vez por todas, cuando eran incompatibles con una nueva época que requería distintos estados de ánimo y diferentes frases «estimulantes» ―perseverancia que demostró una y otra vez durante el interrogatorio policial―, uno siente tentaciones de creer en su sinceridad cuando califica el tiempo de Viena de idílico. Debido a la completa falta de estabilidad de sus pensamientos, esta sinceridad no podía ponerse en entredicho, ni siquiera por el hecho de que su año en Viena, desde la primavera de 1938 hasta marzo de 1939, transcurriera durante la época en que el régimen nazi había abandonado su postura prosionista. Estaba en la esencia del movimiento nazi el seguir adelante y llegar a mayores extremos a cada mes que pasaba, pero una de las características más sobresalientes de sus miembros era que psicológicamente tendían a situarse siempre un paso atrás del movimiento. Es decir, tenían suma dificultad en conservarse a la par con él, o, como Hitler solía decir, no podían «saltar sobre sus propias sombras».

Sin embargo, la deficiente memoria de Eichmann fue más perjudicial que cualquier hecho externo. Había algunos judíos de Viena a quienes Eichmann recordaba en forma muy vívida ―el doctor Löwenherz y el
Kommerzialrat
Storfer―, pero estos no eran los emisarios de Palestina, que podían haber respaldado su historia.

Josef Löwenherz, que después de la guerra escribió un memorando muy interesante sobre sus negociaciones con Eichmann (uno de los pocos documentos presentados en el juicio; fue mostrado, en parte, a Eichmann, que estuvo de acuerdo con sus puntos más importantes), fue el primer agente judío que organizó un grupo judío, con características de institución, al servicio de las autoridades nazis. Y fue uno de los poquísimos agentes de esta clase que recibió una recompensa por sus servicios; se le permitió permanecer en Viena hasta el fin de la guerra; después, emigró a Inglaterra y a Estados Unidos. Murió poco después de la captura de Eichmann, en 1960. La suerte de Storfer, como ya hemos visto, fue menos afortunada, pero verdaderamente esto no fue culpa de Eichmann.

Storfer había sustituido a los emisarios de Palestina, que se habían independizado en exceso, y su tarea, tarea que le asignó Eichmann, era la de organizar algunos transportes ilegales de judíos a Palestina sin la colaboración de los sionistas. Storfer no era sionista y no había demostrado ninguna clase de interés en los asuntos judíos antes de la llegada de los nazis a Austria. Sin embargo, con la ayuda de Eichmann logró sacar de Europa, en 1940, unos tres mil quinientos judíos, cuando la mitad del continente estaba ocupado por los nazis, y parece que hizo todo lo que pudo para solventar las dificultades existentes con la gente de Palestina. (Probablemente esto es lo que tenía presente Eichmann cuando añadió a su relato referente a Storfer en Auschwitz la críptica observación de: «Storfer nunca traicionó el judaísmo, ni con una sola palabra».) Por último, un tercer judío a quien Eichmann nunca olvidaba, en relación con sus actividades de antes de la guerra, era el doctor Paul Eppstein, encargado de emigración en Berlín durante los últimos años de la Reichsvereinigung, una organización central judía nombrada por los nazis, que no debe ser confundida con la Reichsvertretung auténticamente judía, disuelta en julio de 1939. El doctor Eppstein fue nombrado por Eichmann para servir como
Judenältester
(decano judío) en Theresienstadt, donde fue fusilado en 1944.

En otras palabras, los únicos judíos que recordaba Eichmann eran los que habían estado por completo en su poder. Había olvidado no solo a los emisarios de Palestina, sino también a sus conocidos anteriores de Berlín, con quienes había estado en estrecha relación cuando todavía se dedicaba a trabajos de investigación y no tenía poderes ejecutivos. Nunca mencionó, por ejemplo, al doctor Franz Meyer, ex miembro del Ejecutivo de la Organización Sionista de Alemania, que fue a testificar para la acusación respecto a sus contactos con el acusado desde 1936 hasta 1939. En cierta manera, el doctor Meyer confirmó la propia historia de Eichmann: en Berlín, los agentes judíos podían «presentar quejas y peticiones», existía una especie de cooperación. A veces, dijo Meyer, «íbamos a pedir algo, y en algunas ocasiones él solicitaba alguna cosa de nosotros»; en aquella época Eichmann «nos escuchaba de verdad e intentaba sinceramente comprender la situación», su comportamiento era «totalmente correcto», «solía dirigirse a mí con el tratamiento de señor y ofrecerme asiento». Pero en febrero de 1939, todo cambió. Eichmann convocó a todos los jefes de la judería alemana de Viena para explicarles sus nuevos métodos de «emigración forzosa». Y ahí estaba él, sentado en una gran sala de la planta baja del Rothschild Palais, fácil de reconocer, naturalmente, pero cambiado por completo: «De inmediato, dije a mis amigos que no sabía si estaba ante el mismo hombre. Tan terrible fue el cambio... Me encontraba con un hombre que se comportaba como señor de la vida y la muerte. Nos recibió con insolencia y grosería. No nos dejó acercar a su escritorio. Tuvimos que permanecer en pie». El fiscal y los jueces estaban de acuerdo en que Eichmann experimentó un auténtico y permanente cambio de personalidad cuando fue ascendido a un cargo con poderes ejecutivos. Pero en el curso del juicio demostró que, en este caso también, Eichmann tenía «recaídas», y que el asunto no podía haber sido nunca tan sencillo como parecía. Hubo el caso del testigo que declaró con referencia a una entrevista que sostuvo con él en Theresienstadt, en marzo de 1945, cuando Eichmann se mostraba de nuevo muy interesado en los asuntos sionistas. El testigo era miembro de una organización juvenil sionista y poseía un certificado de entrada en Palestina. La entrevista «se llevó a cabo en términos agradables y la actitud fue amable y respetuosa». (Cosa rara, el abogado defensor nunca mencionó la declaración de este testigo en su alegato.)

Sean cuales sean las interrogantes que pueda plantear el cambio de personalidad de Eichmann en Viena, no hay duda de que este nombramiento marcó el verdadero principio de su carrera. Entre 1937 y 1941, fue ascendido cuatro veces; en catorce meses pasó de
Untersturmführer
a
Hauptsturmführer
(es decir, de segundo teniente a capitán); y al cabo de un año y medio fue promovido
Obersturmbannführer
, o teniente coronel. Esto sucedía en octubre de 1941, poco después de que se le asignara la misión en la Solución Final que iba a llevarlo hasta el tribunal de Jerusalén. Y ahí, con gran pena suya, se «quedó clavado»; como comprobó, no era posible obtener, puesto que no lo había, un grado más alto en la sección donde trabajaba. Pero esto no podía saberlo durante los cuatro años en los que ascendió más rápidamente y a mayor altura de lo que nunca había esperado. En Viena había demostrado su temple, y ahora era reconocido no simplemente como un experto en «la cuestión judía», en los intrincados problemas de las organizaciones judías y de los partidos sionistas, sino como una «autoridad» en materia de emigración y evacuación, como el «maestro» que sabía cómo hacer actuar a la gente. Su mayor triunfo llegó poco después de la
Kristallnacht
, en noviembre de 1938, cuando los judíos alemanes vivían dominados por frenéticos deseos de escapar. Göring, probablemente por iniciativa de Heydrich, decidió establecer en Berlín un Centro del Reich para la Emigración Judía, y en la carta que contenía sus instrucciones, la oficina vienesa de Eichmann se citaba específicamente como el modelo que debía utilizarse en el establecimiento de una autoridad central. Sin embargo, el director de la oficina de Berlín no iba a ser Eichmann, sino el que más tarde sería su muy admirado jefe Heinrich Müller, otro de los descubrimientos de Heydrich. Heydrich había sacado a Müller de su trabajo como oficial de la policía bávara (no era ni miembro del partido y había sido adversario de este hasta 1933), y lo había puesto en la Gestapo de Berlín, porque se le tenía como una autoridad en el sistema policíaco de la Rusia Soviética. Para Müller, también, esto significó el principio de su carrera, aunque tuvo que empezar por un cargo relativamente pequeño. (Dicho sea de paso, Müller, poco propenso a los alardes de Eichmann y conocido por su «conducta de esfinge», logró desaparecer por completo; nadie sabe su paradero, aunque circulan rumores de que primero Alemania Oriental y ahora Albania han contratado los servicios del experto en policía rusa.)

En marzo de 1939, Hitler entró en Checoslovaquia e instauró un protectorado alemán sobre Bohemia y Moravia. Eichmann fue nombrado inmediatamente para establecer otro centro de emigración para judíos en Praga. «Al principio no estaba muy contento de salir de Viena. Después de haber instalado una oficina así y ver que marchaba suave y ordenadamente, era lógico que no tuviera ganas de abandonarla.» Y realmente, Praga constituyó cierta desilusión, aunque el sistema fuera el mismo que en Viena, porque «los representantes de la organización judía checa fueron a Viena y la gente de Viena vino a Praga, de modo que no tuve que intervenir en absoluto. Se copió simplemente el modelo de Viena y se llevó a Praga. Así todo se puso en marcha automáticamente». Pero el centro de Praga era mucho más pequeño, y «siento tener que decir que allí no había gente del calibre y de la energía de un doctor 65 wenherz». Pero estas, por así decirlo, reacciones personales de descontento eran de poca monta comparadas con las crecientes dificultades de otra clase, totalmente objetivas. Centenares de miles de judíos habían abandonado su patria en pocos años, y millones esperaban hacerlo, puesto que los gobiernos de Polonia y Rumania no dejaban ninguna duda en sus declaraciones oficiales de que, también ellos, deseaban librarse de sus judíos. No podían entender la indignación mundial que esto provocaba, ya que, al fin y al cabo, estaban siguiendo los pasos de una «nación grande y culta». (Estas enormes reservas de refugiados potenciales quedaron de manifiesto durante la Conferencia de Evian, reunida en el verano de 1938 para resolver el problema de la judería alemana a través de una acción intergubernamental. Constituyó un ruidoso fracaso y causó mucho daño a los judíos alemanes.) Las vías para emigrar a ultramar comenzaban a ser impracticables por lo atestadas que estaban, al igual que las posibilidades de escapar en el ámbito de Europa se habían agotado antes, por lo que incluso en las mejores circunstancias, incluso si la guerra no hubiera obstaculizado su programa, Eichmann difícilmente hubiera podido repetir el «milagro» vienés en Praga.

Sabía esto perfectamente, en realidad se había convertido en un experto en asuntos de emigración, y no podía esperarse que recibiera su siguiente nombramiento con gran entusiasmo. La guerra había estallado en septiembre de 1939, y un mes después Eichmann fue llamado a Berlín para suceder a Müller en la jefatura del Centro del Reich para la Emigración Judía. Un año antes, esto hubiera sido un auténtico ascenso, pero ahora era un mal momento. Nadie que estuviera en sus cabales podía pensar ya en una
solución de la cuestión judía
en términos de emigración forzosa; por una parte, existían las dificultades de trasladar gente de un país a otro en tiempo de guerra y, por otra, el Reich había adquirido, por la conquista de los territorios polacos, dos o dos millones y medio más de judíos. Es verdad que el gobierno de Hitler estaba todavía dispuesto a dejar que se fueran sus judíos (la orden suspendiendo toda clase de emigración judía no llegaría hasta dos años más tarde, en otoño de 1941), y si alguna Solución Final se había decidido al respecto, nadie había recibido órdenes hasta entonces a este efecto, aunque los judíos ya eran objeto de concentración en guetos en el este, y estaban siendo liquidados por los
Einsatzgruppen
. Era lógico que la emigración, por muy bien organizada que estuviera en Berlín según el «principio de la línea de montaje», se agotara por sí misma, proceso este que Eichmann describió como «igual que masticar aire... yo diría, por ambas partes. En el lado judío porque era realmente difícil para ellos obtener medios, dignos de atención, que les permitieran emigrar, y por nuestro lado porque no había movimiento en nuestras oficinas, nadie que fuera y viniera. Allí estábamos, sentados en un edificio grande e importante, bostezando, sin nada que hacer». Evidentemente, si los asuntos judíos, que eran su especialidad, quedaban limitados a una cuestión de emigración, Eichmann pronto perdería su empleo.

5
LA SEGUNDA SOLUCIÓN: CONCENTRACIÓN

No fue hasta el estallido de la guerra, el 1 de septiembre de 1939, cuando el régimen nazi se hizo abiertamente totalitario y abiertamente criminal. Uno de los pasos más importantes en este sentido, desde el punto de vista orgánico, fue el decreto, firmado por Himmler, que fusionaba el Servicio de Seguridad de las SS, al que había pertenecido Eichmann desde 1934, y que era un órgano del partido, con la Policía de Seguridad del Estado, que comprendía la Policía Secreta del Estado o Gestapo. El resultado de la fusión fue la Oficina Principal de Seguridad del Reich (RSHA), cuyo jefe fue primero Reinhardt Heydrich, y de la que, a la muerte de este en 1942, se encargó un viejo conocido de Eichmann en Linz, el doctor Ernst Kaltenbrunner. Todos los funcionarios de la policía, no solo de la Gestapo sino también de la Policía Criminal y de la Policía de Orden Público, recibieron títulos de las SS, que correspondían a su anterior rango, prescindiendo de si eran o no miembros del partido, y esto significó que en el transcurso de un día una parte muy importante de los antiguos servicios civiles fue incorporada a la sección más radical de la jerarquía nazi. Hasta donde alcanzan mis conocimientos, ninguno de ellos protestó o dimitió de su cargo. (A pesar del hecho de que Himmler, el jefe y fundador de las SS, ostentaba al mismo tiempo, desde 1936, la jefatura de la policía alemana, las dos organizaciones se habían mantenido separadas hasta entonces.) La RSHA, por otra parte, solo era una de las doce oficinas principales de las SS, la más importante de las cuales, en el presente texto, fue la Oficina Principal de la Policía de Orden Público, al mando del general Kurt Daluege, responsable de la detención de judíos, y la Oficina Principal para Administración y Economía (la SS-Wirtschafts-Verwaltungshauptmat, o WVHA), dirigida por Oswald Pohl, encargada de los campos de concentración y posteriormente del aspecto «económico» del exterminio.

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