El alfabeto de Babel (61 page)

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Authors: Francisco J de Lys

Tags: #Misterio, Historia, Intriga

Sin embargo, para Münch, aunque pareciesen similares, aquellas dos manos eran tan diferentes entre sí como la imagen que formaban en su conjunto y aquélla sobre la que disertaba pausadamente Natsumi Oshiro.

—… el hombre que conversa con el capitán en la proa del
Beagle
—expuso Oshiro— era un joven naturalista de inclinaciones liberales, interesado en la geometría euclidiana, aficionado a la entomología, muy observador y sin prejuicios, que estudiaba Teología en la Universidad de Cambridge y que se llamaba Charles Robert Darwin. —En la sala se oyeron murmullos—. En esa «discusión» que refleja la litografía ya resultaba latente lo que posteriormente sería el agrio enfrentamiento entre los creacionistas, es decir, los que ven en el Génesis…

El cardenal Münch observaba detenidamente las siluetas de los curiales, iluminados débilmente por la luz que se reflejaba sobre sus rostros. La mayoría de ellos pertenecían a las «familias» más poderosas y a los grupos más influyentes del Vaticano. En aquel
congressus,
según Münch, se estaba intentando transmitir un mensaje, para que a su vez, ellos lo hiciesen llegar a otros: en el próximo cónclave podría haber una nueva correlación de fuerzas entre los grupos ancestrales y los, por así decirlo,
ad hoc.

—… simbolizados en este detalle… —Natsumi Oshiro señaló las dos enormes manos proyectadas sobre una pared— perteneciente a
La creación de Adán,
obra de Miguel Ángel Buonarroti que se encuentra en la cúpula de la Capilla Sixtina. Los creacionistas respaldan con su certeza, con su esperanza y con su fe que el mundo fue creado por Dios en seis días
«fiat ex verbo»,
es decir, mediante la palabra. El primer día, Dios creó el Cielo, la Tierra y la Luz, que debidamente separada de las tinieblas diferenció el día de la noche…

«Están tomando posiciones —pensó Münch, analizando la situación, mientras continuaba sentado e inmóvil— y ya han empezado a actuar. En el
congressus
no se encuentra el secretario de Estado, ni el secretario personal de Su Santidad, ni los cardenales más preeminentes. Están abonando el terreno para hacer creer que se han apoderado de los
signum in extermis locis,
pero sé que no es cierto y muy pronto se lo haré saber. ¡Y no saben de qué manera!»

—… hasta que en el sexto día, Dios creó los animales que vivirían en la Tierra…, y a continuación, creó a Adán y Eva, a su imagen y semejanza, para que reinasen sobre toda la Creación, según se dilucida en el Génesis 11-31…

Fedor Münch escuchaba con displicencia la disertación del japonés, que era el único laico, junto al portavoz del Vaticano y el miembro de la Asociación Josefina, que se encontraba en la sala. Oía el tono grave de sus palabras y analizaba el vuelo de sus manos, que acompañaban sus palabras, a la estilizada manera de un grácil ejercicio de Tai-Chi.

—… en controversia —continuó Oshiro— con los evolucionistas, que sostienen que la vida es fruto de la sucesiva evolución de las especies, partiendo desde células…

«Debo actuar inmediatamente», pensó el cardenal Münch al observar cómo el portavoz del Vaticano, Máximo Serbando, había girado varias veces la cabeza.

—La Iglesia, durante el transcurso de los próximos años, tiene un reto trascendental, como ya apuntan desde los pulpitos algunos ilustres cardenales. —Oshiro eludió pronunciar nombres, que por otra parte estaban en la mente de
todos
—. Llegará el momento, dentro de muy pocos años, en que los avances científicos serán tan abrumadores que obligarán a la Iglesia, de un modo perentorio, a alinearse claramente y de un modo terminante, como no podría ser de otro modo, con los creacionistas, pero… —Oshiro hizo otra pausa y abrió ceremoniosamente los brazos en dirección hacia los curiales— deberá hacerlo con argumentos propios del siglo XXI y no con los desfasados de la Edad Media, esto es, apostando abiertamente por el «Diseño Inteligente», que es el nombre con que ha venido a denominarse el nuevo, dinámico y clarividente envoltorio del movimiento creacionista, que asegura que la evolución está fundada en bases científicas, pero está dirigida por un Ser Superior. La Iglesia deberá posicionarse inequívocamente en que la naturaleza de Dios, por esencia, es inabarcable por la mente humana, pero, en ningún caso entra en controversia con la ciencia…

Las imágenes que hasta aquel momento podían verse proyectadas en la pared, así como reflejadas en la pantalla de plasma, desaparecieron de improviso, y en su lugar, irrumpieron una sucesión muy rápida de instantáneas que mostraban, desde todos los ángulos posibles, el Templo Expiatorio de la Sagrada Familia, tanto en su aspecto actual como en el que mostraría en el futuro, una vez finalizado.

Eran imágenes que, como
flashes
vertiginosos, obligaron a entrecerrar los ojos a los curiales.

—… el Vaticano —continuó Natsumi Oshiro—, sobre todo basándose en la extrema debilidad retórica de los fundamentos que tiene la teoría de la Evolución, y que, según nuestro criterio, radica primordialmente en el desconocimiento absoluto del origen de la vida, tiene un argumento preeminente en el templo que están viendo. Será el mejor exponente de la teoría del Diseño Inteligente, porque la proyectó y la erigió —en ese momento apareció en la pantalla de plasma unas fotografías que mostraban a Antoni Gaudí i Cornet en diferentes etapas de su vida— un arquitecto que en el curso del tiempo será proclamado beato y que va camino de la santidad…

»En el maravilloso templo que proyectó, en la Sagrada Familia, se entremezclan de un modo genial «los preceptos religiosos más puros del dogma católico a través de la liturgia» con los conceptos aún sin explotar del empleo de las formas alabeadas de la geometría reglada que representan magistralmente sus escaleras helicoidales, que simbolizan premonitoriamente la estructura del ADN, la logarítmica forma de las conchas, los factores áureos del número pi, las secuencias de Fibonacci… En las paredes de ese maravilloso templo, está representada toda la secuencia de la evolución, partiendo desde los primeros protozoos y las conchas marinas, pasando por los gigantescos bosques del cretáceo simbolizados en sus elevadas columnas, los reptiles y las aves, hasta llegar a los mamíferos…

El sacerdote que estaba al frente de los equipos informáticos accionó una tecla y apareció en la pantalla un pequeño robot especializado en penetrar por pequeños intersticios de las construcciones.

Natsumi Oshiro extrajo del bolsillo de su americana un ajado libro de apuntes.

—A continuación, van a ver una filmación mediante la que descenderemos a una cripta secreta que está relacionada con este libro de apuntes… —Oshiro lo elevó con la mano para que todos los curiales pudiesen verlo con claridad—… se trata del códex que se perdió a finales del siglo XIX…

Münch, en aquel preciso momento, supo exactamente cómo harían creer que habían encontrado los «signum» que aparecieron, misteriosamente, hacia el año 1900 en Barcelona, y a los que se les perdió el rastro veinticinco años después.

«Tenían preparada esta farsa desde hacía mucho tiempo, pero sin sospechar que la Chartham aparecería de verdad. ¡Y será mía esta misma noche!», pensó el cardenal Münch, que se puso de pie y se dirigió inmediatamente hacia la puerta.

72

Para el cardenal Münch, el golpe de mano
«ex insidiis»
que trataba de llevar a cabo una facción de la curia romana estaba perfectamente planificado desde hacía años. Mientras atravesaba una lujosa sala del Palau de Pedralbes, escoltado por sus dos más fieles custodios, pensó: «Debo reaccionar inmediatamente, si no los asistentes al
congressus,
dentro de muy poco, harán creer que han accedido a los
signum
para desestabilizar el inminente cónclave».

Las facciones de su rostro mostraban la férrea determinación del hombre que siente, o cree, que sobre sus hombros ha caído la tarea más preeminente, que debe ser, de un modo indefectible e inmediato, acometida por él.

Sin la más leve demora.

Imperiosamente.

«Pienso ejercer mi responsabilidad
a fortiore.
La acometo
in puribus
y sin que nadie me haya instado a ello. Tengo las claves para que mi plan surta efecto. ¡Y voy a aplicarlas inmediata mente! Mañana, un nuevo orden muy alejado de toda esta indolencia, despreocupación e incuria hará brotar una Iglesia renovada. Todo está perfectamente trazado, y tengo con qué pagar sobradamente el meticuloso trabajo llevado a cabo durante años por la profesa.»

El cardenal Münch palpó en el interior de su sotana un sobre que contenía un antiguo pergamino.

Sintió, al rozar la carta lacrada, cómo su corazón volvía a latir con fuerza. Percibió que su sangre recorría el interior de sus venas con la fuerza y la calidez, de nuevo, de la juventud, de un modo similar a que si en su caudal volviese a estar disuelta la sustancia que hace contemplar el mundo a los jóvenes mucho mejor de lo que es en realidad.

Sentía cómo sus músculos recobraban de nuevo el tono vigoroso y la fuerza que tuvieron un día, y cómo la animosidad erizaba el vello de su espalda, mientras observaba, desde la ventana del salón de los Espejos, la inadecuada suntuosidad y la impropia placidez con que el secretario de Estado vaticano asistía, junto a las autoridades civiles, los obispos y los cardenales, al concierto de un célebre tenor catalán que los agasajaba con una selección de las mejores arias de ópera en los jardines de Les Hespérides.

Se percató, mientras un custodio le mostraba el esquema eléctrico de la sala donde se estaba llevando a cabo el
congressus,
de que todos sus músculos se tensaban al ritmo de aquella aria que tantas veces había escuchado en su tierra natal durante su juventud.

«Ha llegado el momento de emprender la "labor"; si yo no la abordo…, quizá, no la acometa nadie nunca», pensó Fedor Münch, en tanto marcaba una cruz con un lápiz en el plano que sostenía el custodio.

Münch escuchó los primeros compases de un aria de Giacomo Puccini que él conocía muy bien y que le hizo recordar los tiempos de sus primeros días en el seminario. Ninguno de los dos escoltas se percató de aquella circunstancia, ya que ni arqueó una ceja ni levantó la vista del detallado esquema.

Mientras estudiaba aquel plano con detenimiento, a Münch le resultó imposible abstraerse de la música que llegaba hasta aquella sala, igual que si se tratase de un eco lejano de su juventud…

… Nessum dorma!

… Nessum dorma!

Münch apreció, de un modo nuevo e intenso, el peso de los ropajes con que un día lo invistieron como cardenal. Sintió la liviana pero comprometedora presión que ejercía el fajín rojo sobre su cintura, que le exigía que defendiera, con su vida si era necesario, la trascendencia que simbolizaba. Reparó, como jamás lo había hecho antes, en el ligero pero cardinal peso de su anillo eminentísimo. Advirtió, de un modo renovado, la sutil pero cargada de responsabilidad caricia que le infería, sobre la piel, el solideo que cubría su cabeza tonsurada.

Le impresionó descubrir los renovados e intensísimos destellos con que la luz se reflejaba, esa noche, en la cruz de oro que llevaba colgada a su cuello.

Una luz tan pura como nunca antes había visto.

Supo, mientras daba concisas órdenes a sus dos más fieles custodios, que la «labor» que debía cumplir, aunque preparada durante muchos años, entrañaba un peligro que iba mucho más allá de los propios límites terrenales. Mucho más allá de ellos, porque se alejaba de los terrenos fangosos del mundo, para adentrarse en la propia naturaleza de la materia ignota. En el noble terreno que tenía que ver, ya, con la misma misteriosa e impenetrable sustancia de Dios.


Nía il mió mistero é chiuso in me, il nome mió nessum saprá!…

La labor que se disponía a acometer sobrepasaba los límites de las acciones terrenales que fluctúan entre los términos «del bien o del mal». Excedía lo tangible para insertarse, de lleno, en un espacio misterioso e ignoto donde luchan, de un modo feroz y eternamente, las nebulosas candelas.

Para ser, finalmente, tinieblas o luz.


quando la luce splenderá!…

La «labor» sobrepasada de tal manera los preceptos que nadie, excepto Dios, podía saber si obraba correctamente o no.


Dilegua, o notte! Tramóntate, stelle!

No sabía si merecería un premio o un castigo.


Tramóntate, stelle!…

Alguien tenía que hacerlo.


All'alba vinceró!…

El cardenal sintió, al ver alejarse a los dos custodios en dirección hacia los sótanos del palacio, cómo sus pulmones volvían a llenarse de aire con la fuerza que cierto día, en su ya lejana juventud, tuvieron. Con la misma fuerza que el tenor henchía su pecho para atacar la fase culminante y más comprometida del aria…


vinceró!

… vinceró!

73

Las angostas escaleras situadas en la torre de Judes Tadeu, visibles desde el exterior de la fachada del Naixement de la Sagrada Familia, se ensancharon considerablemente hasta desembocar en un gran y sobrecogedor ahuecamiento central.

Catherine y Grieg continuaron avanzando por unos oscuros pasadizos a los que se accedía mediante escalones que formaban, en su conjunto, una forma helicoidal y que estaban adosados a las paredes de piedra y a los muros exteriores de las torres, en forma de imbricado laberinto.

Catherine ascendía por detrás de Grieg y observaba su silueta, que, recortándose a contraluz, aparecía y desaparecía, según incidiera sobre ella la luz procedente de la calle, y que llegaba de un modo muy difuso hasta donde ellos se encontraban.

—Gabriel, aunque tengo muchas preguntas que formularte, dime solamente una cosa: ¿de dónde has sacado las esferas de espuma y las tiras de plástico con las que has inmovilizado al
sourveillant?

—Catherine, no estamos para conversaciones ahora —le respondió mientras golpeaba la linterna de petaca que había vuelto a dejar de funcionar—. Me he arriesgado a venir hasta aquí, sabiendo lo que me jugaba. Vine en busca de información y ya estoy en posesión de ella. Puedo asegurarte que ha valido la pena…, pero ahora… —Grieg se volvió y miró a Catherine, que ascendía tres escalones por detrás de él— debemos salir de aquí inmediatamente, y te aseguro que es prácticamente imposible, sin que antes nos atrapen.

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