El anillo (40 page)

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Authors: Jorge Molist

Hice acopio de cualquier escrito que mencionara aquel edificio y su historia, desde guías turísticas de la ciudad a sesudos volúmenes sobre arquitectura gótica catalana. Oriol, dada la vinculación de su familia con el templo, conocía ya mucho sobre él y me facilitó una joya: un libro de un respetable grosor sobre Santa Anna, recientemente publicado y de distribución muy limitada. Allí estaría todo lo que quisiéramos conocer. ¡Me iba a convertir en una autoridad sobre la iglesia!

La sonrisa irónica que mi amigo dedicó a mi arrebatada afirmación me sacudió en una mezcla de arrobo y ofensa. «Qué guapo está y qué pedante es», me dije.

Los siguientes días los dediqué a tiempo completo a leer y a visitar una y otra vez la iglesia, donde con cierta frecuencia podía encontrar a Arnau d'Estopinyá, que a veces ni respondía a mi saludo, otras lo hacía con un gruñido y jamás cedió a mis intentos de entablar una conversación de más de dos frases.

Aunque me tiente, no quiero aburrir con detalles de lo mucho leído sobre Santa Anna, pero su historia documentada parece empezar en el año 1141, a resultas del testamento del rey aragonés Alfonso I, que donó la totalidad de su reino a las órdenes militares del Temple, Hospital y Santo Sepulcro. En dicho año un tal canónigo Carfillius vino a negociar, por parte de los sepulturistas, con el heredero de la corona, por matrimonio, el conde de Barcelona Ramón Berenguer IV, que pactó permutando bienes y prebendas con las tres órdenes para recuperar el reino.

Así que el Santo Sepulcro se encontró de la noche a la mañana con amplias posesiones en Cataluña y Aragón, entre las cuales estaba la iglesia extramuros de Santa Anna, sin duda anterior a ese momento y donde decidieron establecer el monasterio que continuó bajo la advocación de la santa y que no sólo llegó a tener posesiones en Cataluña, sino también en Mallorca y Valencia. En su agitada y turbulenta historia, pasó de unos primeros tiempos de esplendor y riqueza a siglos de decadencia, donde dejó de ser monasterio para convertirse en colegiata y al final parroquia. Sus cuantiosas posesiones se fueron vendiendo, incluidos los solares circundantes donde hoy se alzan los edificios que rodean los restos de aquel esplendor. La iglesia fue saqueada y clausurada en la invasión napoleónica, profanada por grupos armados y cerrada al público en 1873, durante la Primera República, e incendiada y expoliada en 1936, cuando la Segunda República. Fue entonces, tal como me había contado Artur, cuando la nueva iglesia fue dinamitada. Los únicos restos de aquel estilizado edificio neogótico que hoy podemos ver son unas paredes que limitan uno de los lados de la plaza de Ramón Amadeu.

Oriol alternaba sus investigaciones con el trabajo y nos reuníamos en la noche, o cuando encontrábamos un rato, para comparar notas.

En nuestro primer encuentro expresé mi entusiasmo por una foto que mostraba el interior de la iglesia después del incendio: en los restos de un altar, sin duda originalmente oculta por éste, aparecía una gigantesca cruz patada.

Nuestros abuelos se reunían aquí —afirmó Oriol tajante—. Y al contrario que la orden del Santo Sepulcro, nuestro culto siempre ha sido secreto.

El conjunto actual se edificó a través de los siglos. Hay documentación que atestigua que el presbiterio y la nave transversal se construyeron entre los años 1169 y 1177, la nave central y alguna de las capillas lo fueron en el siglo XIII, otras como la del Santo Sepulcro y el pórtico principal en el XIV, el claustro y la sala capitular en el siglo XV y la capilla del Santísimo en el siglo XIV, siendo modificada en el XX.

Pero pronto me di cuenta de que había un anacronismo entre la pintura y la construcción. Si la capilla del Santísimo no se edificó hasta el siglo XVI, ¿cómo podía aparecer un oratorio en la tabla de la derecha? ¿Nos estábamos confundiendo de iglesia? Además, a pesar de la coincidencia del Santo Sepulcro en el cuadro y en el templo, esa capilla era del siglo XIV, tarde ya para el pintor de las tablas, y ninguna de las otras capillas coincidía en cuanto a santos. En el presbiterio, en el altar mayor, se rinde culto, como corresponde, a la patrona, a Santa Anna, en una imagen que abre los brazos, protectora sobre su hija y nieto. Ése es el lugar donde debe estar. Y aunque las imágenes son modernas, lógico después del incendio del siglo pasado, siempre debió de ser así. El altar principal para la patrona. Además la capilla de la derecha, la moderna, la del Santísimo, no muestra ninguna crucifixión. Aunque sí una Piedad encuadrada en una pintura mural contemporánea. Había puntos coincidentes, pero muchos más antagónicos, me sentía desanimada. Estábamos de nuevo sobre una pista falsa.

—Nos hemos creído nuestras propias fantasías, Oriol —le dije al encontrarnos. Y le razoné todo lo anterior.

—Edificios tan viejos como éste no siempre fueron como los ves ahora, ni las cosas han estado en el mismo lugar —repuso— Por otra parte, Santa Anna no ha sido suficientemente estudiada.

—¿Crees que los libros sobre la iglesia están equivocados?

—En algo. Para empezar, la parte más antigua del templo no son el presbiterio y la nave transversal. Sólo es lo primero documentado. Cuando la orden del Santo Sepulcro tomó posesión de Santa Anna, ésta ya existía. Si no, le hubieran llamado convento del Santo Sepulcro y no de Santa Anna. ¿De acuerdo hasta aquí?

Afirmé con la cabeza.

—¿En qué lugar estaría el edificio antiguo de Santa Anna? Me encogí de hombros.

—¡Ven conmigo!

Fuimos a la iglesia y cogiéndome de la mano me llevó hasta el presbiterio.

—¿Ves algo curioso en las ventanas?

En la pared del ábside, detrás del altar mayor, se abre en lo alto un gran ventanal vidriado gótico y más abajo, dos ventanas estrechas de arco apuntado, a la misma altura y semejantes a las tres ventanas que se abren en el muro de la derecha, el orientado al sur.

—Veo ventanas en la pared derecha y no en la izquierda.

—¿Y qué más?

Antes de contestarle di una vuelta de inspección.

—Fuera del ventanal que se encuentra en lo alto —concluí—, ninguna de las demás ventanas del presbiterio da al exterior, las dos del fondo comunican con la sacristía y las tres de la derecha con la capilla del Santísimo.

—¿Y qué te hace pensar eso?

—Que cuando se construyó el ábside, todas las ventanas daban al exterior y si en el lado norte, a la izquierda, no hay ventanas es porque allí había otro edificio. Quizá la iglesia original de Santa Anna.

—¡Exacto! Lo que hoy es la capilla del Santo Sepulcro fue la antigua iglesia, que debió de construirse durante el siglo XI, en estilo románico.

—Y así, ¿por qué los investigadores modernos la sitúan en el siglo XIV?

—Porque no conocen bien lo ocurrido y evaluaron la construcción por lo que hoy se puede ver. La antigua capilla románica se hundió cuando el incendio del año 1936, al igual que muchas otras partes de la iglesia y el cimborrio, que saltó por los aires convirtiéndose en una gigantesca chimenea. Lo reconstruido ofrece un arco de cañón apuntado, semejante al presbiterio y nave transversal, pero el primitivo no debía de tener tal apunte. Es más, he encontrado unos planos de la iglesia firmados en 1859 por un arquitecto llamado Miguel Garriga y muestran una estructura de paredes en la capilla Dels perdons, tal como se llamaba entonces, distinta por completo al resto de los muros de la iglesia. Eran más gruesos y en ellos se abrían hornacinas, seguramente conteniendo imágenes de santos.

Y en cuanto a la parte de la derecha del presbiterio, la capilla conocida hoy como del Santísimo no existía en el siglo XIII ya que las ventanas daban al exterior. Lo que allí se construyó en el siglo XVI fue la sacristía. En cambio, en la época sí había dos oratorios, cuya estructura, cubierta con dos pequeñas bóvedas de crucero góticas, podemos ver hoy a la entrada de dicha capilla y que aparecen en la pintura representadas por ese arco rebajado, que creímos con un lóbulo, puesto justo encima de la cruz, pero que en realidad representa los dos oratorios. La entrada principal, con su pórtico, se encuentra justo al lado; está datada en el año 1300 y dado que su estilo gótico parece coincidir con el de los oratorios, es de suponer que fueron construidos en la misma fecha.

—Así, que Arnau, si continuamos creyendo en él, debió de ver cuatro arcos y no tres como aparecen en las tablas.

—Cierto. Los trípticos son corrientes en la pintura gótica y los conjuntos de cuatro tablas simplemente no existían. Así que lo resumió en tres. La capilla situada a nuestra izquierda representa la del Santo Sepulcro, con Jesús triunfante y resucitando, con un báculo con la cruz patriarcal, la de los templarios, en su extremo. En el centro, que en tamaño corresponde al presbiterio, tenemos a la Virgen, sin embargo la palabra
mater
recuerda a Santa Ana. Siguiendo en la misma dirección aparecerían los dos oratorios, que se mantuvieron como tales hasta el incendio de 1936. En el primero se encontraba entonces la Virgen de la Estrella, talla gótica semejante a la Madona de la tabla central, y el segundo daba acceso a la sacristía. Y adivina a quién estaba dedicado este último oratorio.

Me quedé en silencio esperando su respuesta.

—¡A Jesús crucificado! —dijo sonriente—. Había una gran cruz con imagen de tamaño natural.

—¡Como en las tablas! —susurré.

Cincuenta y tres

Salimos de la iglesia para poder hablar con comodidad y andando por la calle Santa Anna camino de las Ramblas, Oriol me iba contando:

—Suponiendo que el personaje de Arnau tuviera realmente que ver con el anillo y las pinturas tal como mi padre cuenta en su relato, que aceptamos que está basado en la tradición oral, y teniendo en cuenta que la parte del pórtico y los oratorios se construyeron alrededor del 1300, él debió de ver la iglesia de Santa Anna tal como se refleja en las tablas. Los templarios no fueron perseguidos hasta el año 1307, y según los legajos Arnau d'Estopinyá vivió al menos hasta el año 1328, un año después del fallecimiento de Jaime II.

—Todo encaja —dije convencida—. Alguien de la época que conociera la iglesia podría identificarla en las pinturas.

—La historia quedaría así —continuó él—: Arnau dirigió su galera rumbo norte en lugar de sur. Al contrario que con la orden del Hospital, los templarios siempre mantuvieron buenas relaciones con sus colegas del Santo Sepulcro. Era una orden mucho más pequeña y no daba motivos para rivalidades como con la de los sanjuanistas. Además los sepulturistas no tenían en esa época un brazo militar en Cataluña, eran clérigos comunes. Los frailes Lenda y Saguardia habían ya acordado con el comendador de la orden del Santo Sepulcro en Barcelona la custodia de sus tesoros y Arnau d'Estopinyá desembarcó en una playa cercana a la ciudad, evitando tanto la sede del Temple, situada muy cerca de las atarazanas, y sin duda bajo vigilancia, como el puerto de Can Tunis, ubicado en la costa sur de la montaña de Montjuïc y protegido por un castillo bien guarnecido por las tropas del rey. Dejó que sólo sus galeotes sarracenos vieran a quién entregaba el cargamento y después, en el camino de regreso, les hizo degollar para que no hablaran al llegar a Peñíscola. Tenía buenas razones para temer que los agentes de la Inquisición o del rey interrogaran a su tripulación. Los frailes del Santo Sepulcro, en cambio, estaban libres de toda sospecha y trasladaron el tesoro a su monasterio guardándolo en su iglesia, la que ya entonces se conocía por Santa Anna. El monasterio se hallaba extramuros de Barcelona, por lo que poseía defensas propias, pero precisamente en esa época se estaba construyendo la segunda muralla de la ciudad, que terminaría acogiendo a Santa Anna en su interior. No sé si por entonces el muro protegía ya la encomienda del Santo Sepulcro, pero es seguro que los frailes o tenían puerta propia, ya que su convento terminaría limitando con las defensas de la ciudad, o disfrutaban del privilegio de poder entrar sin someterse a tasas o registros. Eso evitó tener que dar explicaciones.

—O quizá no fuera así —dije.

—Quizá no. Tal vez lo trajeran por vía terrestre desde el castillo de Miravet. Pero el resultado final sería el mismo.

—Bien, de acuerdo. El tesoro templario está en la iglesia de Santa Anna. ¿Y ahora qué hacemos?

Oriol se rascó la cabeza como pensando. Estábamos en plena Rambla de las Flores, y el fulgor, el colorido de aquella tarde de verano y de la pintoresca multitud nos abrigaba. Se detuvo frente a uno de los kioscos y tomando un buqué de florecillas variopintas me lo entregó sazonándolo con un beso en los labios. No por desear el beso intensamente dejó de sorprenderme, tras el desapego que Oriol había exhibido en los últimos días, pero recuperé al instante mis reflejos, echándole los brazos al cuello y uniéndome a él en un besuqueo apasionado.

—Habrá que buscarlo —me dijo una vez nos separamos del abrazo—. ¿No crees? —sonreía y vi la felicidad dentro de sus ojos azules rasgados.

—Habrá —afirmé.

Y cogidos de la mano vagamos Rambla abajo, hablando de esto y de lo otro, riendo por nada, quizá sólo por vivir, por aquel instante de felicidad. ¿Qué importa el tesoro? Me decía. ¿Pero qué tesoro? ¿De qué tesoro hablamos?

Disfrutamos de la tarde, de la ciudad, de la noche; y la madrugada nos encontró sentados, desnudos sobre la cama revuelta de Oriol, con la ventana abierta sobre una Barcelona nocturna, callada, mirando a las tablas que un par de lamparillas iluminaban.

Al cabo de un tiempo de silencio, sin respetar la profunda meditación en la que había caído Oriol, que parecía tratar de sacarles todos sus secretos a los cuadros a base de poder mental, quise resumir mis propias ideas en voz alta:

—Sabemos, pues, que el conjunto pictórico es como un plano de la iglesia —dije—. Ahora habrá que encontrar la ruta en el mapa.

—Sí —concedió pensativo.

—Tendremos que encontrar cualquier cosa infrecuente...

—La disposición del Niño Jesús sentado a la derecha de la Virgen —me cortó—. Ya te dije que no es nada usual. La gran mayoría de las vírgenes góticas de esa época en el reino de Aragón, tanto en pintura como en escultura, sostienen al Niño a la izquierda de su regazo, como para poderle atender con la mano derecha. Pero no en ésta.

—¡Otra pista!

—Exacto. Además el Niño acostumbra a aparecer en distintas actividades, sosteniendo un libro, jugando con pájaros, ofreciendo una fruta a su madre. La más común es bendiciendo.

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