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Authors: Christian Jacq

Tags: #Histórico, Intriga

El árbol de vida (29 page)

En lo alto de un cerro había un chacal. De largas piernas, con la cabeza fina, miraba fijamente a los intrusos que se atrevían a aventurarse por su territorio. Con el cuello en posición vertical lanzó unos extraños gritos que
Viento del Norte
escuchó atentamente. Con paso firme se dirigió hacia el depredador.

Iker comprendió que los dos animales se habían hablado. ¿Acaso el chacal no era la encarnación de Anubis, que conocía todos los caminos, en este mundo y en el otro?

Adoptando
El rápido
ritmo de su guía, que, sin embargo, cuidaba de no perderlo, los dos compañeros llegaron a la vista de Ra-henty, «la boca del canal», paraje marcado por un gran dique y una esclusa que regulaban la aportación del agua que proporcionaba al Fayum un brazo del Nilo. Gracias a las obras de los ingenieros de Sesostris II, la superficie de las tierras cultivables había aumentado y el riego estaba controlado.

Varios policías impidieron el paso a los viajeros.

—Zona militar prohibida —dijo un oficial—. ¿Quién eres y de dónde vienes?

—Mi nombre es Iker. Soy escriba de la ciudad de Tot.

El oficial esbozó una desagradable sonrisa.

—Bueno, veamos. Dada tu edad es creíble. Y yo soy el general en jefe del ejército del rey. Mi especialidad es detectar a los mentirosos. Que quede entre nosotros: habrías podido encontrar algo mejor.

—Es la verdad. Voy a enseñarte un documento que os convencerá.

Cuando Iker abrió una de las bolsas que llevaba su asno, los arcos de los policías se tensaron y la punta de la corta espada del oficial se clavó en sus lomos.

—¡Ni un gesto más! Querías tomar un arma, ¿verdad? Nadie utiliza esta pista, salvo las fuerzas de seguridad. ¿Quién te la ha indicado?

—¡No vais a creerme!

—Dilo, de todos modos.

—Un chacal.

—Tenías razón, no te creo. Probablemente, eres el emisario de una pandilla que piensa cometer algunos robos en la región.

—¡Mirad vos mismo en mis bolsas de viaje! Sólo contienen mi material de escriba. Sobre todo, manejadlo con precaución.

Desconfiado, el oficial registró el equipaje del sospechoso. Le decepcionó no encontrar un arma.

—¡Qué astuto eres! ¿Y el famoso documento?

—Es un papiro enrollado y sellado, para el alcalde de Kahum. El sello es el de Djehuty, jefe de la provincia de la Liebre.

—Si lo rompo, el alcalde me destituirá por violación de correspondencia oficial. Y si lo dejo intacto, me veo obligado a creer en tu palabra. ¡Buena astucia, de nuevo, muchacho! Tomaré partido: este documento es un engaño. Pero ¡a mí no me la juegan! Conozco bien a los tipos de tu estilo.

—Dejemos la comedia y llevadme a casa del alcalde de Kahum.

—¿Crees que va a perder el tiempo recibiendo a delincuentes?

—¡Ya habéis visto que soy un escriba!

—¿A quién has robado este material?

—Me lo dio el general Sepi.

—No lo conozco. De todos modos, inventarías un nombre cualquiera. ¿Por qué no el de un general?

—Os equivocáis. Lo que os he dicho es cierto.

—Lo único que quiero saber es si pensabas actuar solo o con cómplices.

Iker comenzaba a perder la calma; el otro lo advirtió.

—¡Nada de gestos irresponsables, muchacho! De lo contrario te hundiré la espada en el cuerpo y todos mis subordinados testimoniarán a mi favor.

Eran demasiado numerosos para que Iker los venciera, y no corría lo bastante de prisa como para escapar a las flechas de los arqueros.

—Que el alcalde de Kahum rompa este sello y lea esta carta de recomendación. Comprenderéis entonces vuestro error.

—¡Ahora, amenazas! Vas a pasar un buen rato en la cárcel.

—No tenéis derecho a encarcelarme.

—¿Eso crees…? Que le pongan las esposas de madera.

Tres policías se abalanzaron sobre el joven escriba y lo arrojaron al suelo. Cuando lo levantaron tenía las manos atadas a la espalda.

—¿Qué vais a hacer con mi asno?

—Un hermoso animal, sano y potente. Yo lo usaré.

—¿Y mi material?

—Lo cambiaremos por ropa.

—¡No sois más que un ladrón!

—No inviertas los papeles, muchacho. El ladrón eres tú. Y voy a ser felicitado por haberte interceptado a tiempo. Cuando hayas permanecido algunos meses en una hedionda mazmorra, con bandidos de tu especie, tendrás más flexible el espinazo. Luego, varios años de trabajos forzados te devolverán la afición al esfuerzo y a la buena conducta. Lleváoslo y que no vuelva a verlo.

Iker no dirigió la palabra a los esbirros que lo llevaron a la cárcel que estaba en las afueras de la ciudad. Lo arrojaron a una celda ocupada por tres ladrones de gallinas, un muchacho y dos viejos.

—¿Qué has hecho tú? —le preguntó el muchacho.

—Nada.

—Pues yo tampoco. ¿Y cuántas ocas has robado?

—Ninguna.

—Tranquilízate, puedes hablar. Estamos contigo.

—¿Cuánto tiempo hace que estás aquí?

—Unas semanas. Esperamos que el juez tenga a bien encargarse de nosotros. Por desgracia, no es precisamente blando. Puede caernos encima una condena larga, puesto que no estamos aquí por primera vez. Cuando confiesas y finges sentir remordimientos, se muestra más clemente. Si no estás acostumbrado, te entrenaremos.

—Soy un escriba y no he robado a nadie.

Uno de los viejos abrió un ojo.

—¿Un escriba en la cárcel? Debes de ser, entonces, un gran criminal. Cuéntanos.

Cansado, Iker se sentó en una esquina de la habitación.

—Dejémoslo tranquilo —recomendó el muchacho.

Iker lo había perdido todo, pero se negó a entregarse a la desesperación.

¿No habría caído en una nueva trampa? No, puesto que lo había conducido el chacal de Anubis. Se trataba de un malentendido. Aunque necesitara tiempo para deshacerlo, el muchacho lo lograría.

46

La puerta de la celda se abrió con estruendo.

—Tú —le dijo un policía a Iker—, levántate y síguenos.

—¿Adonde me llevas?

—Ya lo verás.

Tres carceleros lo llevaron fuera de la prisión, pero, con gran sorpresa por su parte, no le pusieron las esposas de madera.

—¿Soy libre, acaso?

—Nuestra misión es llevarte a las autoridades. Si intentas huir, te mataremos.

La esperanza de una suerte mejor se desvanecía. Aquellas autoridades le comunicarían una grave condena. Sin duda, varios años de trabajos forzados en las minas de cobre o en un oasis del desierto del oeste.

Uno contra tres, la cosa era posible. No obstante, se necesitaba, también, que los policías se apartaran un poco para que Iker pudiera hacer unas presas eficaces. Lamentablemente, se trataba de buenos profesionales que no le dieron posibilidad alguna.

Iker descubrió la ciudad de Kahum, un cuadrilátero de 590 x 420 m, delimitado por una muralla de seis metros de altura y tres de grosor. La puerta de acceso principal se encontraba en la esquina nordeste. Cuatro militares ocupaban el puesto de guardia.

—Os traemos al prisionero.

—Nos encargamos de él —afirmó un oficial, y llamó a dos de sus hombres.

Los soldados, más fuertes que los policías, iban armados con jabalinas. Si las manejaban bien, el muchacho no llegaría muy lejos. De modo que Iker se resignó.

El cuarteto tomó por una ancha arteria de la que salían las calles que llevaban a los dos principales barrios. A la primera ojeada se advertía que el conjunto había sido cuidadosamente cuadriculado y que se correspondía con un plano muy preciso. En aquel extraño lugar, donde reinaba una insólita calma impropia de una ciudad egipcia, Iker se sintió cómodo.

Pocas tiendas, hermosas casas blancas, una limpieza ejemplar: al muchacho le hubiera gustado descubrir los rincones de Kahum, pero los soldados lo obligaron a apretar el paso.

—Apresurémonos, al alcalde le horroriza esperar.

La imponente morada del dueño de la ciudad estaba construida sobre una acrópolis desde la que se dominaba la población.

Aunque la inmensa villa de setenta habitaciones no abarcaba menos de 2.700 m
2
, se accedía a ella por una estrecha entrada. A uno y otro lado había dos garitas ocupadas por centinelas.

—He aquí el prisionero al que quiere ver el alcalde —anunció el oficial.

—Un instante, avisaré a su intendente.

A la izquierda, un camino enlosado llevaba a las cocinas, los establos y los talleres. El intendente, los soldados e Iker siguieron el de la derecha, que desembocaba en una antecámara. De allí salía un corredor que daba a un gran patio cerrado, al sur, por un pórtico donde al dueño de la casa le gustaba tomar el fresco. Abandonando el ala de los aposentos privados, que comprendían dormitorios y cuartos de baño, el intendente condujo a sus huéspedes hasta la sala de recepción, con dos columnas.

Con la cabeza gacha, el administrador del templo del valle del rey Sesostris II sufría una buena reprimenda. Molesto, el intendente dio media vuelta.

—Acércate —le ordenó su patrón, un hombre de pequeña estatura, frente estrecha y espesas cejas.

—He aquí el prisionero que…

—Ya sé —interrumpió el alcalde con sequedad—. Salid todos de aquí y dejadme a solas con él.

—Este bandido puede ser peligroso —intervino el oficial—, y…

—Calla y obedece.

Iker se quedó solo ante el notable, cuya negra mirada no prometía nada bueno.

—¿Te llamas Iker?

—Ése es mi nombre.

—¿De dónde eres originario?

—De Medamud.

—¿Y de dónde vienes?

—De la ciudad de Tot.

—¿Reconoces esto?

El alcalde mostró al muchacho su material de escriba, puesto en una mesa baja.

—Estos objetos me pertenecen.

—¿Dónde los compraste?

—Me los dio el general Sepi. Tuve la suerte de ser su alumno y, luego, de acceder a la dignidad de escriba. El jefe de provincia me asignó mi primer puesto.

El alcalde volvió a leer el papiro que le habían entregado los policías y cuyo sello había roto.

—La vigilancia de mi ciudad es satisfactoria, pero la inteligencia no es la primera cualidad que exijo a las fuerzas del orden. La policía no ha comprendido quién eras tú. Un escriba tan joven y que recibe semejantes elogios por parte de un jefe de provincia más bien avaro en cumplidos merece cierta atención. ¿Por qué quieres, entonces, trabajar en Kahum?

—Para intentar pertenecer a la élite de los escribas.

La mirada del alcalde se hizo menos agresiva.

—Muchacho, no podías elegir mejor. Esta ciudad fue edificada por geómetras y ritualistas instruidos en los misterios. Edificaron también una pirámide, y luego el lugar se convirtió en un centro administrativo de primera línea. Debo administrar tierras, canteras, graneros, talleres, proceder a confeccionar censos, velar por los desplazamientos de mano de obra en el Fayum, comprobar las compras y los gastos diarios, asegurarme de que los sacerdotes, los artesanos, los escribas, los hortelanos y los militares desempeñen correctamente su trabajo… Esta agotadora tarea no me deja tiempo ya para consagrarme a mi pasión: la escritura. Fíjate en que todo ha sido dicho ya y nadie, ni siquiera yo mismo, es capaz de inventar nada nuevo. ¡Ah, si pudiera pronunciar palabras sorprendentes, modelar expresiones inéditas! Cada año resulta más pesado que el precedente, la justicia no es lo suficientemente justa y la acción de las divinidades sigue siendo misteriosa. Ni siquiera la autoridad es respetada como se merece. Si quieres mi opinión, todo va bastante mal. ¿Quién lo advierte, quién toma las medidas necesarias, quién se atreve a expulsar los malos augurios, quién ayuda en realidad a los pobres, quién lucha contra la hipocresía y la mentira?

—¿No es éste el papel del faraón? —insinuó tímidamente Iker.

La exaltación del alcalde se desvaneció.

—Claro, claro… Recuerda que lo esencial es la escritura. Los escritores no construyen templos ni tumbas, no tienen más herederos que sus textos, que les sobreviven y aseguran su reputación, siglo tras siglo. Tus hijos son tus pinceles y tus tablillas. Tu pirámide, tu libro. Yo malgasto mi talento en interminables tareas administrativas.

—¿Pensáis darme un cargo?

—Te lo aviso: estarás acompañado por escribas muy cualificados que detestan a los aficionados. No tolerarán falta alguna y exigirán que te despida si tus conocimientos técnicos son insuficientes. Quiero creer que el jefe de provincia Djehuty no ha trazado de ti un retrato en exceso halagador. Bueno… Bien, necesito alguien en la administración de los graneros.

Iker disimuló su decepción. No era, ciertamente, el cargo que esperaba.

—He trabajado mucho en los archivos y…

—El personal de los archivos está al completo y cumple a plena satisfacción. ¿No te ha enseñado el general Sepi a administrar un granero?

—Esta disciplina no se omitió, y os agradezco que me concedáis vuestra confianza.

—¡Sólo la realidad cuenta, muchacho! O eres competente o no lo eres. En el primer caso, Kahum será para ti un paraíso; en el segundo, regresarás por donde has venido.

—Deseo corresponder a vuestras expectativas, pero existe un punto en el que no transigiré.

—¿Cuál?

—Mi asno. Es mi compañero, quiero recuperarlo.

—¡Con tu paga comprarás otro!

—No lo comprendéis.
Viento del Norte
es único. Lo salvé y me aconseja.

—¿Un asno… te aconseja?

—Sabe responder a mis preguntas. Con él lo lograré. Sin él fracasaré.

—¿Sabes por lo menos dónde está?

—Probablemente cerca de la prisión donde fui encarcelado.

—He aquí una nota que te permitirá recuperarlo con toda legalidad. Mi intendente te indicará dónde está tu alojamiento oficial.

Iker se inclinó con respeto.

—¿Te habló el general Sepi de los grandes escribas que desvelaron el secreto de la creación?

—¿La escucha, el entendimiento y el dominio de los fuegos no son cualidades indispensables para lograrlo?

—¡Tuviste un excelente profesor! Pero debemos pensar también en equiparte.

—¿No me devolveréis mi material?

—¡Claro que sí! Estoy hablando de otro equipamiento, el compuesto por las fórmulas necesarias para cruzar las puertas, obtener la barca por parte del batelero o escapar de la gran red que captura las almas de los malos viajeros. Sin esta ciencia serás sólo un escriba ordinario.

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