El Árbol del Verano (27 page)

Read El Árbol del Verano Online

Authors: Guy Gavriel Kay

Tags: #Aventuras, Fantástico

—Duerme, criatura —murmuró—. Lo necesitas, porque el camino es oscuro y antes de llegar al final habrá fuego y un profundo dolor en el corazón. Por la mañana no llores por mi alma; mi sueño ha llegado a su fin, mi querida soñadora. ¡Que el Tejedor te bendiga y te proteja siempre de la Oscuridad!

Luego se hizo el silencio en la habitación. El gato miraba desde la ventana.

—Ya está —dijo Ysanne despidiéndose de la habitación, de la noche, de las estrellas del verano, de sus fantasmas y del único hombre al que había amado; ahora iba a perderse para siempre en la muerte.

Con sumo cuidado abrió la trampilla de la cámara subterránea y bajó lentamente por las escaleras de piedra hasta donde reposaba la daga de Colan, reluciendo en su vaina desde hacía mil años.

El dolor iba en aumento. La Luna había pasado por encima de su cabeza. Su última luna, pensó con dificultad. La conciencia se estaba convirtiendo en un estado transitorio, en algo insoportable, y ante el duro camino que le quedaba por recorrer había empezado a alucinar. Colores y sonidos. El tronco del Árbol parecía haber desarrollado dedos, rugosos como la corteza, que se aferraban a su cuerpo. Se sentía más y más unido al Árbol. A veces, por un momento, creía que estaba dentro de él, mirando hacia fuera, y no atado a él como en realidad estaba. Y pensaba que él mismo era el Árbol del Verano.

En realidad no tenía miedo a morir; sólo miedo a morir demasiado pronto. Había hecho un juramento. Pero era muy duro mantener despierta su mente y seguir teniendo deseos de sobrevivir otra noche más. Era mucho más sencillo dejarse ir y dejar atrás el dolor. Al fin y al cabo, el perro y el lobo parecían haber formado parte de un sueño, aunque sabía perfectamente que la batalla había acabado hacía unas pocas horas. En sus muñecas había sangre coagulada, sangre que había corrido mientras intentaba liberarse de sus ataduras.

Cuando un segundo hombre apareció ante él, creyó que era una alucinación. Había llegado demasiado lejos. «Soy un espectáculo público», bromeó en su mente una débil y evanescente sombra de conciencia. «¡Pasen y vean al hombre colgado!»

Aquel hombre tenía barba y unos ojos oscuros y profundos, y no parecía que fuera a convertirse en ningún animal. Se limitó a detenerse ante él y mirarlo. Era una alucinación aburrida. Los árboles resonaban con el viento y se oyó un trueno.

Paul hizo un esfuerzo y echó su cabeza hacia atrás para ver mejor. Sus ojos, por alguna razón, ardían, pero podía ver. Y en el rostro de la figura ante él leyó un deseo frustrado tan espantoso que sus pelos se pusieron de punta. Debería saber quién era, debería saberlo. Si su mente pudiera funcionar, lo sabría; pero era demasiado difícil, estaba fuera de su alcance, más allá de sus fuerzas.

—Me has robado mi propia muerte —dijo aquella figura.

Paul cerró los ojos. Estaba demasiado lejos de allí, en un camino muy lejano. Y era incapaz de explicar nada, incapaz de hacer otra cosa más que resistir.

Un juramento, había hecho un juramento. ¿Qué significa un juramento? Significa un día más. Y una tercera noche.

Algún tiempo después sus ojos se abrieron y con enorme alivio vio que estaba solo.

Por el este el cielo estaba gris; un día más, el último.

Y así transcurrió la segunda noche de Pwyll el Extranjero en el Árbol del Verano.

Capítulo 9

Por la mañana sucedió algo inaudito: un caliente, seco, insoportable e irregular viento comenzó a soplar en Paras Derval desde el norte.

Nadie recordaba un viento caliente del norte. Soplaba cargado con el polvo de las resecas granjas, de modo que el cielo estaba aquel día oscurecido, incluso al mediodía, y en lo más alto brillaba el Sol con una luz anaranjada y funesta a través de la neblina polvorienta.

Continuaba tronando; casi parecía una broma, porque no se veían nubes por ningún lado.

—Con todos mis respetos, y aunque comparto tales sentimientos —dijo Diarmuid desde la ventana con un tono insolente e irritado—, estamos perdiendo el tiempo. —

Estaba despeinado y tenía un aspecto temible; estaba también un poco borracho, según comprobó Kevin con desaliento.

Desde su asiento, en la cabecera de la mesa del Consejo, Ailell parecía ignorar a su heredero. Kevin, que todavía no entendía por qué había sido invitado a asistir al Consejo, vio en las mejillas del rey dos manchas de color rojo. Ailell tenía un aspecto terrible: parecía haberse consumido durante la noche.

Dos hombres más entraron en la habitación: uno alto y apuesto y junto a él un gordezuelo y agradable sujeto. El otro mago, adivinó Kevin: Teyrnon con Barak, su fuente.

Cuando Gorlaes, el canciller, hizo finalmente las presentaciones, descubrió que había acertado a medias, pues en realidad el mago era el hombrecillo de aspecto inofensivo y no el otro.

Loren no había llegado todavía, pero Matt sí estaba presente, así como otros dignatarios de la corte. Kevin reconoció a Mabon, el duque de Rhoden, primo de Ailell, a cuyo lado estaba Niavin de Seresh. El hombre rudo con barba negra y blanca era Ceredur, que había sido nombrado guardián de la Frontera del Norte después del exilio del hermano de Diarmuid. Lo había visto durante el banquete de la víspera, pero ahora su aspecto era muy distinto.

Todos estaban esperando a Jaelle y, a medida que el tiempo pasaba, Kevin se iba poniendo más y más nervioso.

—Señor —dijo dirigiéndose sin preámbulos al rey—, mientras esperamos, ¿podrías decirme quién es Galadan? Lo desconozco por completo.

Fue Gorlaes quien le respondió. Ailell estaba sumido en un absoluto silencio y Diarmuid seguía de mal humor junto a la ventana.

—Es la fuerza de la Oscuridad desde hace mucho tiempo. Tiene un poder enorme, aunque no siempre estuvo al servicio de la Oscuridad —explicó el canciller—. Es uno de los andains, hijos de una mujer mortal y de un dios. En los días remotos no eran raras esas uniones. Los andains son una extraña raza y no se mueven con facilidad en cualquier mundo. Galadan se hizo su rey, pues era con mucho el más poderoso de todos ellos, y se dice que era la inteligencia más sutil de Fionavar. Luego algo lo cambió totalmente.

—Ésa es una información incompleta —murmuró Teyrnon.

—Así es —dijo Gorlaes—. Sucedió que se enamoró de Lisen del Bosque. Y cuando ella lo rechazó y se entregó a un mortal, Amairgen Rama Blanca, el primero de los magos, Galadan juró la venganza más terrible jamás jurada. —La voz del canciller adquirió una cierta nota de terror—. Galadan juró que el mundo que había sido testigo de su humillación cesaría de existir.

Se hizo el silencio. A Kevin no se le ocurría nada que decir. Nada.

Teyrnon siguió contando la historia.

—En los tiempos del Bael Rangat fue el primer lugarteniente de Rakoth y el más temible de sus servidores. Tenía el poder de tomar la apariencia de un lobo y por eso era el jefe de todos ellos. Sus propósitos eran, sin embargo, diferentes de los de su jefe, pues, mientras el Desenmarañador pretendía tiranizar al mundo por su sed insaciable de poder y dominio, Galadan hubiera querido triunfar para destruirlo todo por completo.

—¿Lucharon entre ellos? —logró articular Kevin.

Teyrnon sacudió la cabeza.

—Uno no se lanza solo contra Rakoth. Galadan tiene enormes poderes y, si ha reunido a los svarts con sus lobos para declararnos la guerra, estamos desde luego en serio peligro; pero Rakoth, a quien custodian las piedras, está fuera del Tapiz. No hay ningún hilo con su nombre en él. No puede morir y nadie puede nunca imponerle su voluntad.

—Amairgen lo hizo —acotó Diarmuid desde la ventana.

—Y murió —replicó con calma Teyrnon.

—Hay cosas peores que la muerte —masculló el príncipe con rabia.

Al oír esas palabras el rey se agitó. Pero antes de que pudiera hablar se abrió la puerta y Jaelle entró en la habitación. Hizo un leve saludo con la cabeza a Ailell e, ignorando a todos los demás, ocupó el asiento que le estaba reservado a un extremo de la larga mesa.

—Muchas gracias por tu premura —murmuró Diarmuid, ocupando su sitio a la derecha de Ailell.

Jaelle sonrió de un modo forzado. Sin duda, no era una sonrisa amistosa.

—Bien, ahora —comenzó el rey aclarándose la garganta— me parece que lo más procedente es emplear esta mañana en revisar…

—¡En nombre del Tejedor y del Telar, padre! —Diarmuid golpeó la mesa con un puño—

. ¡Todos sabemos lo que ha ocurrido! ¿Qué es lo que tenemos que revisar? Anoche yo juré que ayudaríamos a los lios alfar, y…

—Un juramento precipitado, príncipe Diarmuid —lo interrumpió Gorlaes—. Y que además no está en tu mano poder cumplir.

—¿No? —respondió el príncipe en voz baja—. Entonces deja que te recuerde lo sucedido; revisémoslo con cuidado —corrigió con delicadeza—. Uno de mis hombres fue muerto. Una de las damas de esta corte fue muerta. Un svart alfar estaba dentro de los muros de este palacio hace seis noches. —Iba llevando la cuenta con sus dedos—.

Algunos lios alfar han sido muertos en Brennin. Galadan ha regresado. Avaia ha regresado. Nuestro primer mago es un vil traidor. Una huésped de esta casa ha sido raptada en nuestras narices; huésped también, debo puntualizarlo, de nuestra radiante suma sacerdotisa. Lo cual debe significar algo, a menos que ella considere que semejantes cosas carecen de sentido.

—No pienso eso —replicó con violencia Jaelle apretando sus dientes.

—¿No? —dijo el príncipe enarcando una ceja—. ¡Qué sorpresa! Creí que le darías la misma importancia que al hecho de llegar a tiempo a un Consejo de Guerra.

—No se trata de un Consejo de Guerra —apuntó el duque Mabon con franqueza—.

Aunque, para ser sinceros, estoy de acuerdo con el príncipe: creo que deberíamos poner en pie de guerra a todo el país. Sin demora.

Matt dejó oír un gruñido de asentimiento. Sin embargo, Teyrnon sacudió gravemente su honesta y redonda cabeza.

—La ciudad ha sido presa del miedo —objetó— y es indudable que éste va a extenderse pronto por todo el país. —Niavin, el duque de Seresh, asintió con la cabeza—.

A menos que sepamos con exactitud qué debemos hacer y con qué tenemos que enfrentarnos, creo que tenemos que preocuparnos de que no cunda el pánico —acabó de decir el rechoncho mago.

—¡Sabemos muy bien con qué nos enfrentamos! —respondió a su vez Diarmuid—.

Galadan ha sido visto.

¡Ha sido visto! Y afirmo que debemos llamar a los dalreis, unirnos a los líos alfar, combatir al Señor de los Lobos donde quiera que esté y aplastarlo lo antes posible.

—Es asombroso —murmuró Jaelle con acritud tras la pausa que siguió— cuan impetuosos pueden llegar a ser los hijos más jóvenes, sobre todo cuando están borrachos.

—Ten cuidado, cariño —dijo el príncipe muy despacio—. Yo no aguanto ofensas de nadie. Y mucho menos de ti, querida criatura lunar de medianoche.

Kevin explotó.

—¿Queréis dejar a un lado vuestras tonterías? ¡No entendéis lo que ha sucedido: se han llevado a Jennifer! ¡Por Dios! ¡Tenemos que hacer urgentemente algo en lugar de reñir!

—Estoy de acuerdo —respondió con calma Teyrnon—. ¿Puedo sugerir que invitemos a nuestro amigo de Daniloth a que se reúna con nosotros si sus fuerzas se lo permiten? Así sabríamos el punto de vista de los lios alfar.

—Debes enterarte de su punto de vista, en efecto —dijo Ailell dan Art levantándose de pronto e irguiéndose como una torre por encima de todos—, y deberías comunicarme luego sus planes. Pero por ahora he decidido posponer el Consejo hasta mañana a esta misma hora. Podéis retiraros.

—Padre… —balbuceó consternado Diarmuid.

—¡Ni una palabra más! —interrumpió Ailell con energía, y sus ojos relampaguearon en su descarnada faz—. ¡Todavía soy yo el soberano rey de Brennin, permitidme que os lo recuerde!

—Todos lo recordamos, queridísimo señor —dijo desde la puerta una voz familiar—.

Todos lo recordamos —continuó diciendo Loren Manto de Plata—, pero Galadan ha reunido demasiado poder como para que nosotros nos permitamos el lujo de demoras.

Sucio y lleno del polvo del camino, con los ojos hundidos por el cansancio, el mago desconocía la impresión que causaba su aparición y miraba sólo al rey. Kevin se dio cuenta de que todos los reunidos experimentaban un cierto alivio, que él también notó en su interior: Loren había regresado; ahora todo era diferente.

Matt Sören se había levantado y se había puesto al lado del mago, mirando a su amigo con una severa expresión de preocupación. El cansancio de Loren era evidente, pero pareció hacer acopio de todas sus fuerzas y, recorriendo con la mirada a todos los reunidos, sus ojos se encontraron con los de Kevin.

—Lo siento —dijo con sencillez—, lo siento muchísimo.

Kevin asintió con una sacudida.

—Lo sé —susurró.

Eso fue todo; luego ambos se volvieron hacia el rey.

—¿Desde cuándo el soberano rey necesita dar explicaciones? —dijo Ailell, pero un cierto esfuerzo para controlarse parecía haberlo apaciguado; su voz era ahora quejumbrosa, pero no imperiosa.

—En modo alguno tienes que hacerlo, señor. Pero, si lo haces, tus opiniones y consejos pueden resultar de gran ayuda. —El mago había avanzado algunos pasos.

—A veces sí —replicó el rey—, pero otras puede haber cosas que los demás no tienen por qué saber.

Kevin vio cómo ei canciller rebullía en su asiento. Y probó suerte.

—Pero en cambio el canciller sí las sabe. ¿Por qué no los demás consejeros? Perdona mi atrevimiento, pero una mujer a la que yo quiero ha desaparecido, soberano señor.

Ailell lo miró largo tiempo sin decir palabra. Luego hizo un gesto de asentimiento.

—Has hablado con sabiduría —respondió—. De todos modos, la única persona que tiene aquí derecho a enterarse de algo eres tú, pero sólo te lo diré si me lo preguntas.

—¡Señor! —exclamó Gorlaes con inquietud.

Ailell levantó una mano para hacerlo callar.

En el silencio que siguió se oyó un trueno en la distancia.

—¿No lo oís? —susurró el rey con voz aguda—. Escuchad. El dios está acercándose.

Si la ofrenda resiste, llegará esta noche. Esta será la tercera noche. ¿Cómo podemos tomar una determinación antes de que sepamos en qué acaba esto?

Todos se levantaron.

—Hay alguien en el Árbol del Verano —dijo Loren de un modo contundente.

El rey afirmó con la cabeza.

—¿Mi hermano? —preguntó Diarmuid con el rostro ceniciento.

Other books

The Perfect Rake by Anne Gracie
The Chinese Egg by Catherine Storr
Code 13 by Don Brown
Mila's Tale by Laurie King
Dostoevsky by Frank, Joseph
Gaze by Viola Grace