El Árbol del Verano (41 page)

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Authors: Guy Gavriel Kay

Tags: #Aventuras, Fantástico

Más tarde, en plena mañana, estalló la Montaña detrás de ellos.

Con el terror más grande que había sentido en toda su vida, Dave volvió la cabeza, como también hicieron los dalreis, y vio la lengua de fuego que se levantaba para dominar el cielo. La vieron dibujar la garra y oyeron la carcajada de Maugrim.

—Los dioses garantizan que permanecerá siempre encadenado —había dicho Levon tan sólo el día antes.

Al parecer no había cabido esa suerte.

Y Dave no podía encontrar nada en sí mismo que pudiera vencer el brutal sonido de aquella carcajada en el viento. Todos ellos eran insignificantes, estaban indefensos, estaban en las manos de aquel que ahora era libre de nuevo. En medio de una especie de trance, Dave vio que los hombres que iban en cabeza retrocedían a galope tendido para reunirse con ellos.

—¡Levon! ¡Levon! ¡Levon! Tenemos que volver a casa —gritaba uno de ellos mientras se acercaban.

Dave se volvió a mirar al hijo de Ivor y, al verlo, su corazón recuperó el ritmo normal y se llenó de asombro. El rostro de Levon era por completo inexpresivo; su perfil parecía tallado en roca mientras miraba fijamente la torre de fuego sobre el Rangat. Pero, en aquella tranquilidad, en aquella impasible aceptación, Dave encontró la firmeza que le hacía falta. Sin mover ni un músculo, Levon parecía crecer, parecía obligarse a sí mismo a crecer hasta soportar y superar el terror que se cernía en el cielo y en el viento. Y, de alguna forma, en aquel momento, Dave tuvo la imagen de Ivor haciendo lo mismo en el campamento que había abandonado hacía sólo dos días, bajo la sombra directa de aquella garra. Miró a Torc y vio que él también lo estaba mirando; y, en los ojos de Torc, Dave no leyó la austera firmeza de Levon, sino un orgulloso, indomable y apasionado desafío, un amargo odio contra lo que aquella mano significaba; pero tampoco había miedo en ellos.

«Tu hora conoce tu nombre», pensó Dave Martyniuk, y entonces, en aquel instante apocalíptico, otro pensamiento acudió a su mente: «Amo a este pueblo». Esa certeza lo sobresaltó —pues Dave era como era— casi tanto como lo había sobresaltado la Montaña. Luchando para recuperar su perdido equilibrio, se dio cuenta de que Levon estaba hablando para calmar la confusión que se había levantado entre sus hombres.

—No volveremos. Mi padre cuidará de la tribu. Se irán a Celidon con las demás.

Nosotros también iremos allí cuando hayamos dejado a Davor con Manto de Plata. Hace dos días, Gereint dijo que algo se estaba acercando. Es esto. Iremos hacia el sur, a Brennin, tan rápido como podamos —dijo Levon— y allí celebraremos Consejo con el soberano rey.

Mientras así hablaba, Ailell dan Art estaba muriendo en Paras Derval. Cuando Levon hubo acabado de hablar no se oyó ni una palabra más. Los dalreis reanudaron la marcha, ahora mucho más deprisa y todos juntos. Cabalgaban a una marcha dura y sostenida, dejando atrás a su tribu para seguir a Levon sin objetar nada, aunque cada uno de ellos sabía que si estallaba la guerra con Maugrim, se combatiría en la Llanura.

Y fue esta tensión la que los alertó del peligro, aunque esto no fue suficiente para salvarlos.

Avanzada la tarde, Torc se adelantó un poco; inclinándose desde su silla de montar, cabalgó durante un rato escrutando el suelo antes de volver con presteza junto a Levon.

El Bosque estaba de nuevo cerca, a su derecha.

—Ahora vamos a tener problemas —anunció Torc sucintamente—. Delante, no muy lejos de nosotros, hay una partida de svarts alfar.

—¿Cuántos? —preguntó Levon con calma, mientras ordenaba el alto.

—Unos cuarenta o sesenta.

Levon asintió con la cabeza.

—Podemos hacerles frente, pero sufriremos bajas. Saben que estamos aquí, por supuesto.

—Si es que tienen ojos, desde luego —asintió Torc—. Estamos en campo abierto.

—Muy bien. Estamos cerca del río Adein, pero por ahora no quiero presentar batalla.

Eso nos haría perder tiempo; vamos a eludirlos y a cruzar los dos ríos más al este.

—No creo que podamos, Levon —murmuró Torc.

—¿Por qué? —Levon permanecía muy quieto.

—Mira.

Dave miró hacia el este al tiempo que Levon hacia donde señalaba Torc, y, al cabo de un momento, vio una oscura masa que se movía sobre la hierba a una distancia de poco más de un kilómetro y que lentamente se iba acercando.

—¿Qué es eso? —preguntó con voz tensa.

—Lobos, lobos —musitó Levon—. Y son muchos. —Desenvainó la espada—. No podemos dar un rodeo; nos detendrían junto al río hasta que llegaran los svarts alfar.

Debemos hacerles frente hacia el sur antes de que lleguen los lobos. —Levantó la voz—.

Combatiremos al galope, amigos míos. Matad y galopad, sin deteneros. Cuando lleguéis al Adein, cruzadlo. Podemos detenerlos en la otra orilla. —Hizo una pausa y continuó—: Antes dije que estallaría la guerra. Según parece, nosotros libraremos la primera batalla de nuestro pueblo. Que los servidores de Maugrim aprendan de nuevo a temer a los dalreis, como les temieron en los tiempos de la cabalgata de Revor.

Gritando por toda respuesta, los jinetes, Dave entre ellos, sacaron sus armas y se lanzaron al galope. Con el corazón encogido, Dave siguió a Levon hacia un tummorck. Al otro lado pudo ver que el río brillaba a menos de un kilómetro. Pero entre ellos y el río se interponían los svarts y, tan pronto como los dalreis salvaron la pequeña elevación, una lluvia de flechas cayó sobre ellos. Poco después, Dave vio que a su lado caía un jinete con el pecho lleno de sangre.

Entonces lo invadió una cólera inmensa. Lanzando su caballo a gran velocidad, chocó, junto a Torc y Levon, con la línea de batalla de los svarts. Inclinado desde la silla, levantó el hacha y la dejó caer sobre una de aquellas feas criaturas de color verde oscuro.

Cegado por la furia, levantó el hacha para descargarla de nuevo.

—¡No! —gritó Torc—. ¡Mata y galopa! ¡Vamos!

Dave vio de soslayo que los lobos ya estaban a tan sólo ochocientos metros. En galope desenfrenado se lanzó con los demás hacia el Adein. Ya faltaba poco. Un muerto y dos heridos de consideración, pero el río estaba cerca y una vez cruzado estarían a salvo.

Así debería haber sido. Así lo esperaban ellos. Pero la pura y mala suerte quiso que los svarts que habían preparado la emboscada a Brendel y a los lios alfar estuvieran esperando allí.

Allí estaban, en efecto, y un centenar de ellos surgieron de los bajíos del Adein y cortaron el paso a los dalreis. Y así, con los lobos en su flanco y los svarts detrás y delante de ellos, Levon se vio obligado a detenerse y luchar.

Bajo aquel sol rojo, los Hijos de la Paz libraron su primera batalla desde hacía mil años.

Con un coraje alimentado por la rabia, combatieron en su tierra, bajo una avalancha de flechas, dirigiendo sus caballos con desiguales y letales movimientos, luchando con espadas que pronto estuvieron tintas en sangre.

—¡Revor!

Dave oyó el grito de Levon y le pareció que sólo aquel nombre acobardaba a las numerosas fuerzas de la Oscuridad. Pero sólo por un momento, pues eran muchas. En el caos de la lucha, Dave se encaró una y otra vez con la pesadilla de aquellos svarts que surgían ante él con las espadas levantadas, mostrando sus dientes afilados como cuchillos; en el frenesí de la batalla alzó y dejó caer su hacha una y otra vez. Todo lo que podía hacer era luchar, y así lo hizo. Era imposible saber cuántos svarts había matado con su acero, pero luego, mientras limpiaba el hacha de los fragmentos de cráneo que se le habían adherido, vio que los lobos los habían alcanzado y comprendió que había llegado su hora, junto al río Adein, en la Llanura. Iba a morir, y también Levon y Torc, en manos de aquellas repugnantes criaturas.

—¡No! —vociferó entonces Dave Martyniuk con una súbita inspiración, y su voz se elevó como un inmenso rugido por encima del fragor de la lucha—. ¡Al Bosque! ¡Vamos!

Y, empujando por el hombro a Levon, espoleó su caballo y lo hizo saltar por encima de los enemigos que lo cercaban; al mismo tiempo esgrimió el hacha y sembró la muerte a ambos lados de su montura. Por un momento los svarts titubearon y, aprovechando la situación, Dave espoleó de nuevo su caballo y los atacó una y otra vez mientras su hacha subía y bajaba roja de sangre; de pronto la línea enemiga se rompió ante él y se lanzó en veloz carrera hacia el oeste. Hacia el oeste, donde se extendía Pendaran, implacable y amenazador, donde no se atrevían a entrar ni los hombres, ni los svarts, ni siquiera los enormes lobos de Galadan.

Pero ellos tres sí se atrevieron. Al mirar atrás, Dave vio que Levon y Torc se lanzaban por la brecha que él había abierto entre los enemigos y lo seguían en su loca carrera hacia el oeste, con los lobos en sus talones y una lluvia de flechas cayendo a su alrededor en medio de la creciente oscuridad.

Ellos tres, ninguno más, y no por falta de coraje. Todos los demás habían muerto. Los diecisiete dalreis habían muerto aquel día combatiendo con gallardía y valor, junto al río Adein, en el punto en que fluye hacia el lago Llewen bordeando el Bosque de Pendaran.

Tras la puesta de sol fueron devorados por los svarts. Siempre hacían así con los muertos. No era lo mismo que si los muertos hubieran sido líos alfar, pero la sangre era siempre sangre y todos ellos estaban profundamente poseídos aquella noche por la sed de sangre y la alegría de matar. Luego los dos grupos de svarts, reunidos de modo tan oportuno, apilaron los huesos, ya bastante roídos, y se retiraron dejándoselos a los lobos para que también disfrutaran de los muertos.

La sangre era siempre sangre.

A su izquierda encontraron un lago, cuyas tenebrosas aguas brillaban a través del entramado de los árboles mientras avanzaban con rapidez. Dave tuvo una veloz imagen de su hiriente belleza, pero los lobos estaban cerca y no podían perder tiempo. A toda velocidad corrían como el rayo, internándose en la espesura del Bosque, saltando sobre ramas caídas, sorteando árboles, sin aflojar la marcha, hasta que Dave se dio cuenta de que los lobos ya no los seguían.

El tortuoso sendero que seguían se fue haciendo más escabroso e intrincado, obligándolos a retardar su marcha, y pronto fue sólo una ilusión, no un auténtico sendero.

Los tres jóvenes se detuvieron entonces respirando con dificultad, en medio de las alargadas sombras amenazadoras de los árboles.

Ninguno hablaba. Y Dave vio que el rostro de Levon era de nuevo de piedra, pero no como antes. Lo vio claramente: no tenía la firmeza de la resolución, sino que una férrea voluntad controlaba el miedo, dominando los músculos y el corazón. «Controlas el miedo como nadie puede hacerlo», pensó Dave, y en realidad siempre lo había pensado así.

Pero no pudo observar mucho tiempo el rostro de su amigo: le encogía el corazón más que cualquier otra cosa.

Al mirar a Torc, vio algo muy diferente.

—Estás herido —dijo al ver que la sangre corría por su muslo—. Siéntate, voy a examinarlo.

Pero él, por supuesto, no tenía ni idea de lo que había que hacer. Levon, contento de poder hacer algo, desgarró su saco de dormir e hizo un torniquete; la herida tenía mal aspecto, pero una vez limpia vieron que no era de importancia.

Mientras Levon acababa de curarlo, se hizo de noche, y los tres fueron por un momento conscientes de que algo se estaba moviendo en el Bosque en torno suyo. No sabían qué podía ser: lo que ellos captaron era una especie de enfado, que podía oírse en el ruido de las hojas y sentirse en las vibraciones que surgían de la tierra bajo sus pies.

Estaban en Pendaran, eran sólo hombres y el Bosque no perdonaba.

—No podemos quedarnos aquí —dijo de pronto Torc. Su voz resonó en la oscuridad; por primera vez Dave notó tensión en su voz.

—¿Puedes andar? —preguntó Levon.

—Sí —gruñó Torc—. Sinceramente, preferiría yo enfrentarme de pie con lo que nos envíen, sea lo que sea.

Las hojas sonaban de nuevo y su sonido parecía tener un ritmo. ¿O quizás eran sólo imaginaciones?

—Dejaremos aquí los caballos —dijo Levon—. Estarán bien. Estoy de acuerdo contigo: no creo que podamos descansar esta noche. Caminaremos hacia el sur hasta que nos encontremos con lo que…

—Hasta que salgamos del Bosque —dijo Dave con energía—. Vamos, Levon, tú dijiste no hace mucho que este Bosque no era diabólico.

—No necesita serlo para matarnos —opinó Torc—. Escucha. —No eran imaginaciones; el sonido de las hojas parecía tener un sentido.

—¿Preferirías volver atrás y complacer a los lobos? —preguntó con brusquedad Dave.

—Tiene razón, Torc —dijo Levon. En la oscuridad sólo se distinguían sus cabellos.

Torc, tan moreno, era casi invisible—. Davor —continuó con una voz diferente—, ahí atrás te comportaste con enorme coraje. Dudo de que algún hombre de nuestra tribu hubiera podido abrirse paso entre los enemigos como tú lo hiciste. Sea lo que sea lo que nos suceda a partir de ahora, has salvado nuestras vidas.

—Yo diría que sólo he variado el curso de los acontecimientos —murmuró Dave.

Asombrado por sus palabras, Torc rió a carcajadas. Por un momento los árboles se quedaron quietos: nadie había reído en Pendaran durante un milenio.

—Eres tan malo como yo —dijo Torc dan Sorcha—, tan malo como él. Ninguno de los tres puede soportar un elogio. ¡Te has sonrojado, amigo mío!

Por Dios, claro que se había sonrojado.

—¿A ti qué te parece? —farfulló. Luego, dándose cuenta de lo ridículo de la situación y oyendo el gruñido divertido de Levon, Dave sintió que se liberaba del miedo, de la tensión, del dolor, de todo, y coreó la risa de sus amigos en el Bosque de Pendaran, donde ningún hombre se atrevía a entrar.

Rieron durante un buen rato; eran jóvenes, habían librado su primera batalla y a su alrededor habían visto morir a sus compañeros. Su risa en cierto modo bordeaba la histeria.

Levon fue el primero en dejar de reír.

—Torc tiene razón —dijo—. Nos parecemos en esto y en otros muchos aspectos.

Antes de abandonar este lugar, quiero que hagamos una cosa. Algunos de mis mejores amigos han muerto hoy y me gustaría tener dos nuevos hermanos. ¿Queréis mezclar vuestra sangre con la mía?

—No tengo hermanos —replicó Torc en voz baja—. Y me gustaría tenerlos.

El corazón de Dave latía aceleradamente.

—A mí también —dijo.

El ritual se celebró en el Bosque. Torc hizo las incisiones con su cuchillo y luego, en la oscuridad, unieron sus muñecas. Ninguno pronunció ni una sola palabra. Después Levon hizo los vendajes, cogieron sus pertrechos y armas de los caballos y los soltaron; luego emprendieron la marcha hacia el sur a través del Bosque; Torc iba el primero, Levon el último y Dave entre sus dos nuevos hermanos.

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