El arca (15 page)

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Authors: Boyd Morrison

Tags: #Intriga, arqueología.

Tyler lanzó un suspiro. Iba a ser un vuelo muy largo.

Capítulo 17

Después de aterrizar en el McCarren International de Las Vegas, Tyler, nuevo tras cuatro horas de sueño, tomó las llaves del jeep de alquiler que les acercaron hasta el reactor de Gordian, y ocupó el asiento del conductor. En el salpicadero, delante de Grant, había un GPS. Al cabo de unos minutos tomaron la autopista 93, que los llevaría hasta el lugar del accidente.

—¿A qué distancia estamos? —preguntó Dilara desde el asiento trasero.

—Judy Hodge, la ingeniera jefe de Gordian que conoceremos en el lugar del accidente, me ha dicho que a unos ciento treinta kilómetros —respondió Grant—. En mitad de la nada. Por suerte está a kilómetro y pico de la autopista y en terreno llano. Si se hubiera estampado en un cañón o en la montaña, las labores de recuperación habrían llevado diez veces más tiempo.

—¿Cuánto se tardará? Me refiero a averiguar lo sucedido.

—Por lo general, se tarda meses, para los hallazgos iniciales, y años, para el informe final.

—¿Años? Sam dijo que teníamos hasta el viernes, ¡y ya estamos en la mañana del lunes!

—Porque esto no parece que sea un accidente —dijo Tyler—. Convenceré a la Junta Nacional de Seguridad del Transporte para que acelere la investigación. Grant, quiero que cuando lleguemos te hagas cargo de todo.

—Ay, qué malo eres —dijo su socio—. Con Tiffany, quiero decir.

—Podrá vivir sin ti unos días más. Enviaremos los restos al CIC. Los pondremos en el hangar tres.

—¿Qué es el CIC? —preguntó Dilara, pronunciándolo como si fuera una palabra, tal como había hecho Tyler.

—Es el Centro de Ingeniería y Control de Gordian. Está en Phoenix, así que no nos llevará mucho trasladar los restos allí. Se trata de unas instalaciones de dos mil hectáreas construidas hace veinte años en pleno desierto. Phoenix creció tanto en ese periodo que ahora casi linda con las afueras de la ciudad. Tenemos una pista de pruebas oval de once kilómetros, una pista de tierra y obstáculos, una pista para deslizamientos y un trineo para pruebas de colisiones tanto en interior como en exterior, además de un laboratorio provisto de todo lo necesario. También tenemos una pista de kilómetro y medio y cinco hangares para las pruebas de vuelo.

Tyler comprendió que acababa de expresarse con el entusiasmo propio de un padre orgulloso, pero no podía evitarlo. Era la joya de la corona de Gordian.

—¿También hacéis pruebas para los fabricantes de coches? —preguntó Dilara—. Pensé que dispondrían de sus propias instalaciones.

—Y así es, pero muchas compañías quieren que las pruebas las realicen equipos independientes. Compañías de seguros, bufetes de abogados, compañías fabricantes de neumáticos… Nuestro principal cliente es el Gobierno de Estados Unidos. Podemos probar prácticamente cualquier cosa que se desplace sobre ruedas. Todo, desde bicicletas hasta camiones pesados. De hecho, pasado mañana mismo pondrán a prueba un camión minero.

—Parece que disfrutas con esas cosas. ¿Pero podrás conducirlo?

—Trato de hacer las pruebas siempre que tengo ocasión. Lo del camión será especialmente entretenido.

—¿Un camión? Me tomas el pelo. ¿Por qué?

—Es un Liebherr Te dos ocho dos be, un camión con casi ocho metros de altura y una tara de doscientas toneladas.

—No creo haber visto nunca nada de ese tamaño —admitió Dilara.

—Es el camión más grande del mundo. Un edificio de tres plantas sobre ruedas. Cuando va cargado, pesa el doble que un siete cuatro siete en el momento del despegue. Sólo los neumáticos tienen un diámetro de tres metros y medio, y superan el peso de cualquier coche que hayas podido conducir. Una mina de carbón de Wyoming nos ha pedido ponerlo a prueba para decidir si lo compran. Vale la pena pagar nuestra tarifa cuando te planteas adquirir veinte camiones de éstos a cuatro millones de dólares por unidad.

—Parece increíble.

—Por desgracia, puesto que tenemos que ir a Seattle, tendré que dejar para otro momento la oportunidad de conducirlo.

Guardaron silencio el resto del camino. Pronto pasaron de largo la presa Hoover y cruzaron la frontera con Arizona. El implacable terreno desértico estaba salpicado a veces por algún que otro árbol. El calor producía la reverberación del aire, y la temperatura no bajaba de los treinta y dos grados.

A cuarenta y un kilómetros al norte de Kingman, el GPS señaló que se encontraban cerca de una salida, y Tyler giró el volante para meter el jeep en un camino de tierra. Al cabo de otro minuto se acercaron a un lugar donde había aparcados varios vehículos. Treinta furgonetas con antenas de satélite salpicaban el seco paisaje. Los periodistas posaban ante las cámaras, explicando lo que sabían acerca del accidente que había arrebatado la vida a uno de los actores más famosos de la gran pantalla.

Condujeron más allá de las furgonetas, hasta un control establecido por tres coches del cuerpo de policía estatal de Arizona. Un agente les hizo un gesto para que frenaran.

—Ningún periodista puede ir más allá de este lugar —les informó.

—No somos periodistas —dijo Tyler—. Trabajamos para Gordian Engineering. —Y tendió al agente su identificación.

El agente le echó un somero vistazo antes de devolvérsela.

—Le están esperando, doctor Locke. Los encontrará a ochocientos metros de aquí.

—Gracias.

Tyler siguió conduciendo hasta que alcanzaron otro grupo de vehículos, dominado por coches de policía, de bomberos y los coches en que se retiran los cadáveres. También había tres Humvees del ejército y un camión recolector de residuos peligrosos. A su lado, dos hombres con traje de protección contra guerra bacteriológica se inclinaban sobre una hilera de bolsas negras que debían de contener los restos que habían encontrado hasta el momento. Tyler no comprendió qué hacía allí esa unidad de residuos peligrosos. El avión no debía de transportar sustancias químicas peligrosas y el combustible se habría consumido en el momento de la explosión.

Vio una furgoneta algo distanciada de los demás vehículos. En un lateral figuraba el logotipo de Gordian, un engranaje que abarcaba cuatro iconos que representaban los cuatro ámbitos de actuación de la empresa: una llamarada, un rayo, un avión inscrito en un coche y una estilizada silueta humana.

Una mujer de unos treinta y tantos años se hallaba junto a la furgoneta, hablando por un
walkie-talkie.
Judy Hodge levantó la vista al oír que se acercaba el jeep. Llevaba puesta una gorra de béisbol con el emblema de Gordian, camiseta de tirantes, vaqueros y guantes de látex. Al reconocer a Tyler, se colgó el
walkie-talkie
del cinto y se acercó al vehículo.

Él le estrechó la mano. Ella inclinó la cabeza para saludar a Grant, y Tyler le presentó a Dilara.

—Me alegro de verte, Judy —dijo—. Menudo circo se ha organizado aquí.

—La policía ya ha detenido a un par de periodistas que traspasaron la barricada —explicó Judy—. También hemos tenido que mantener alejados a los cazadores de recuerdos. Menos mal que disponemos de la Etiqueta-G. Tenemos que sacar de aquí todo esto en cuanto podamos. Jamás imaginé que los seguidores de Hayden estuviesen locos como cabras.

La Etiqueta-G era un método para procesar los restos de un accidente aéreo que había desarrollado la propia Gordian. Cada resto era fotografiado por una cámara digital, y se hacía constar en el archivo la ubicación GPS del mismo. A continuación se imprimía un código de barras con un número de identificación personalizado que etiquetaba cada pieza. Los datos se enviaban automáticamente a los ordenadores de la sede de Gordian, lo que proporcionaba un mapa detallado de cada resto del accidente, tal como había sido hallado. Comparado con el anterior método manual, el sistema de Etiquetado-G reducía diez veces el tiempo necesario para documentar el accidente, lo que suponía que podían empezar a retirar los restos en cuestión de unas horas, protegiéndolos de la acción de los elementos.

—¿Habéis comenzado a enviar los restos al CIC? —preguntó Tyler.

—Esperamos la llegada del primer camión recolector en cosa de una hora. En total dispondremos de veinte que irán haciendo viajes entre este punto y el CIC. La principal concentración de los restos se encuentra allí. —Señaló un punto donde había reunidos más operarios. Tyler vio únicamente piezas grandes, incluida la que parecía ser uno de los motores.

—Cuando termine aquí, volaremos a Seattle con la doctora Kenner. Tenemos que apretar con esta investigación. Judy, tú te quedarás aquí hasta que hayamos retirado todos los restos del accidente. Grant se encargará de procesarlos en el CIC. Ahora ponme al corriente de toda la información que tengas relativa al suceso.

Mientras conversaban, Judy les habló acerca del vuelo fantasma que había dado la vuelta para regresar al continente. Había recibido una copia digital de los informes de los pilotos de caza, de modo que también les puso al corriente de los particulares. Tyler vio docenas de piezas metálicas, equipaje y otras piezas indistinguibles, todo etiquetado para su traslado.

Se detuvo ante un pedazo de menos de un metro cuadrado de fuselaje en mitad del cual había una ventanilla que había explotado hacia afuera. Hincó una rodilla en el suelo mientras conversaban.

—¿Ha habido indicios de descompresión explosiva?

—Ninguno. El avión se encontraba totalmente intacto hasta que se estrelló.

A través del marco de la ventanilla, Tyler vio que algo blanco debajo del fuselaje reflejaba la luz del sol.

—¿Llevas encima otro par de guantes? —preguntó. Quizá se les había escapado un resto aislado bajo el fuselaje, que sí estaba etiquetado e identificado, lo que suponía que ya lo habrían fotografiado.

—Claro —dijo Judy al tiempo que le tendía los guantes.

—¿Buscamos una fuga lenta de oxígeno? —preguntó Tyler mientras se los ponía. Judy lo miró intrigada.

—No. Espera, pensaba que sabías…

—¿Que sabía qué? —preguntó él mientras levantaba el pedazo de fuselaje. Dio un respingo, sorprendido al ver lo que había debajo. Era un reluciente hueso que correspondía a un fémur humano, probablemente de un varón.

No era inusual encontrar restos humanos en el lugar de un accidente de avión, lo extraño era hallar un hueso. Sobre todo uno que parecía recién rebañado por animales carroñeros, teniendo en cuenta que los coyotes no habían podido alcanzarlo debajo del fuselaje.

Judy habló por el
walkie-talkie.

—Aquí hay otro —dijo.

Tyler oyó responder a alguien que no tardaría en llegar.

—¿No es el primer hueso que encontráis? —Se inclinó más para poder mirarlo de cerca.

Judy negó con la cabeza.

—Verás…

Pero antes de que pudiera decir más, una voz exclamó detrás de Tyler:

—¡No toquen eso!

Al darse la vuelta, vio acercarse a un tipo vestido con el traje de guerra bacteriológica. Tomó una fotografía del hueso, luego lo recogió y lo introdujo en una bolsa de plástico. Después de marcarla, se alejó sin decir una sola palabra más.

—Lo siento —se disculpó Judy—. Creí que ya te habían puesto al corriente.

—Aiden MacKenna nos informó de los aspectos básicos cuando nos dirigíamos hacia aquí —dijo Tyler—. ¿Qué coño está pasando, Judy?

—Ese hueso es la razón de la presencia del equipo de guerra bacteriológica. Debido a las condiciones en que se encuentran los restos, al FBI le preocupaba la existencia de residuos biológicos o químicos. El equipo más cercano era una unidad del ejército del campo de pruebas de Dugway, en Utah. No encontraron nada. Ayer por la tarde nos dieron el visto bueno para proceder.

—¿Cuántos cadáveres habéis recuperado hasta la fecha?

—Ninguno.

—¿Qué? —preguntó Tyler, incrédulo—. Alguno habréis encontrado a estas alturas. Según la lista de embarque que vi, viajaban veintisiete personas a bordo.

—Encontramos restos de al menos veinte cuerpos distintos, pero ningún cadáver.

—¿Por restos te refieres a manos, torsos, cosas así?

—No. Esa hilera de bolsas que has visto al venir no contiene más que huesos.

Tyler se quedó sin habla. Grant parecía totalmente asombrado.

—¿Cómo es posible? —preguntó finalmente el ingeniero.

—No tenemos ni idea —respondió Judy—. Lo único que sabemos es que antes de que se estrellase el avión, algo convirtió en esqueletos a todas y cada una de las personas que viajaban a bordo.

COLEMAN

 

Capítulo 18

Gavin Dane había tardado ocho horas en regresar a Washington después de que el yate atracara en Halifax. Ulric se aseguró de que el líder de la fracasada misión de la Scotia One recibiese únicamente la información de que debía personarse de inmediato en la finca de Isla Orea. Debía contar con que iba a recibir un buen rapapolvo por su fracaso, pero no debía sospechar la severidad del castigo.

Barry Pinter, que había recibido el encargo de asesinar a Dilara Kenner cuando salió del aeropuerto, ya había llegado a la finca y colaboraba en los últimos preparativos de los días venideros. Una vez reunidos los observadores, Cutter acompañó a ambos a la sala subterránea.

Un séquito de los mejores científicos y agentes de Ulric se hallaban reunidos en la sala de observación. Estaban inquietos. Aparte de algunos murmullos, permanecían en silencio. Eran conscientes de que iba a suceder algo importante, pero no tenían conocimiento de qué se trataba. Ulric, que se encontraba de pie ante la ventana, junto a Petrova, no les quitaba la vista de encima. Bien. Estaban tan nerviosos como deseaba. Apretó el botón del panel de control.

—Empecemos —dijo, inclinándose un poco ante el micrófono.

Se abrió una puerta en el interior de la sala de pruebas, lo que acalló los últimos murmullos. Cutter condujo a dos hombres al interior de la estancia de paredes de acero. El primero era Gavin Dane, un tipo recio con el pelo cortado al cepillo y camiseta negra ajustada que mostraba una musculatura trabajada.

El segundo era Barry Pinter, que sacaba media cabeza de altura a Dane y pesaba al menos veinte kilos más que el primero. Caminaba con la elegancia de un felino. Ambos eran veteranos de grupos de operaciones especiales del ejército. Dane había servido en los Rangers y Pinter en los Boinas Verdes.

Ulric miró a ambos con frialdad. No disfrutaba haciendo aquello, pero era necesario. Era una lástima tener que despedirse de ellos, pero el proyecto había alcanzado un momento muy delicado y no podía correr riesgos. Los utilizaría para dar ejemplo.

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