El arca (18 page)

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Authors: Boyd Morrison

Tags: #Intriga, arqueología.

A partir de entonces, se aseguró de procurarse su propio camino, tanto en el ámbito militar como en el privado. Obtener ayuda de su padre era un anatema. Su relación se enfrió desde entonces, incluso cuando Karen intentó mediar y juntarlos. A la muerte de su mujer, volvió a levantarse el muro que separaba a padre e hijo.

Estaba claro que Miles no creía que Tyler estuviese tomando la decisión adecuada. Pudo leerlo en la expresión de su rostro, pero no se le ocurrió nada capaz de hacerle cambiar de opinión.

—De acuerdo —dijo el hombre tras una pausa incómoda—. Es decisión tuya. Supongo que no te apartarás de la doctora Kenner. Parece vital para este asunto.

—Me está esperando ya en la oficina. No pienso perderla de vista.

—Dile que venga. —Y cuando Tyler hubo hecho la llamada, preguntó—: ¿Cuál va a ser tu siguiente paso?

—Después de pasar por el rincón de los ordenadores y charlar con Aiden, voy a llevar a Dilara a la oficina de Coleman a ver si ahí encontramos algo que pueda estar relacionado.

Llamaron a la puerta. En esa ocasión, Miles adoptó un tono más agradable.

—Pase, por favor.

Dilara entró en el despacho. Aunque Tyler no la había puesto al corriente de la condición de Miles, no mostró el menor indicio de sorpresa al verlo sentado en una silla de ruedas casi a un metro de altura del suelo. Caminó derecha hacia él con la mano tendida.

—Es un placer conocerlo, doctor Benson —dijo.

—Las fotos no le hacen justicia, doctora Kenner. Y, por favor, llámeme Miles.

—Gracias, Miles. A mí puede llamarme Dilara. Doy por sentado que ya lo han puesto al corriente de mi historia.

—Según Tyler, estos últimos días han sido una pesadilla para usted.

—Así es, aunque al menos he conseguido algo de ropa nueva.

Miles dedicó a Tyler una sonrisa como para confirmar que tenía razón. Aquella mujer era impresionante.

—Tyler piensa que hay más en este asunto de lo que parece —dijo Miles—. Cuente con todos los recursos de Gordian para llevar a cabo las pesquisas necesarias.

—Gracias por su ayuda.

—Verá, no se precipite al atribuirlo todo a mi buen corazón. La Scotia One ya me ha reclamado el dinero para sustituir la barca de salvamento que Tyler hizo saltar por los aires, así que mi principal interés en este asunto consiste en averiguar a quién debo enviarle la factura. El contrato por investigar el accidente aéreo de Hayden cubrirá parte de los gastos. Pero, sobre todo, soy un soldado veterano, y me tomo muy a pecho que alguien ponga tanto empeño en matar a uno de mis hombres.

—A mí me pasa lo mismo —admitió Tyler al tiempo que se levantaba—. ¿Vamos a ver qué puede contarnos Aiden?

—Tened los ojos bien abiertos ahí fuera —aconsejó Miles.

—No te preocupes —dijo Tyler—. Dilara sabe cuidar bien de sí misma.

—Lo sé. No lo decía precisamente por ella.

Howard Olsen se encontraba a quince metros de la entrada de la sede central de Gordian Engineering, cerca de una parada de autobús para no levantar sospechas. Puesto que ignoraba cómo pensaba llegar Tyler Locke a Seattle, el lugar más idóneo para interceptar a sus objetivos era la sede central de la compañía. Había visto a Locke y Dilara Kenner llegar hacía media hora en un deportivo rojo, pero la puerta de acceso al garaje le había impedido seguirlos al interior y terminar ahí mismo el trabajo.

Había inspeccionado a conciencia los alrededores del edificio, pero, sin llevar a cabo un estudio previo, no había modo de infiltrarse sin que nadie reparase en él. Su siguiente paso consistía en seguirlos cuando salieran en coche del edificio. Su socio, Cates, aguardaba en un vehículo estacionado a la vuelta de la esquina. No había dónde aparcar a la vista del acceso al garaje, así que Olsen avisaría a Cates cuando viera salir el coche de Locke. Entonces sería cuestión de seguirlos y esperar a que hicieran un alto en un semáforo. Olsen y Cates se acercarían a ellos y abrirían fuego con los subfusiles MP5 que llevaban en el coche. Ambos morirían antes de enterarse de lo que había pasado.

Capítulo 20

Como el resto de las instalaciones de Gordian Engineering, el rincón de los ordenadores no era lo que Dilara había imaginado. Pensó que se trataría de una oficina pequeña donde reinarían el desorden y pilas de equipos informáticos amontonados por todas partes, pero en lugar de ello se encontró un centro de alta tecnología que hubiera servido de puente de mando de una futurista nave espacial. Los paneles de control de colores vivos descansaban en escritorios ergonómicos, cómodamente espaciados alrededor de la sala. A través de un enorme cristal situado en el extremo opuesto, alcanzó a ver una pared enteramente cubierta con una pantalla del tamaño de las que suelen verse en los estadios de fútbol.

Todo cuanto veía no dejaba de socavar la idea que se había formado acerca de la profesión de ingeniero. Tyler Locke era su espadachín aventurero, su compañía era puntera en tecnología y toda la gente a la que conocía desafiaba el concepto que tenía del típico empollón de ciencias. Le sorprendió ver la silla de ruedas de Miles Benson erguida con estabilidad sobre dos ruedas, pero creyó haberlo disimulado bien.

—Ésa es nuestra instalación de previsualización —dijo Tyler, señalando la enorme pantalla. Había dos hombres, repantingados en un sofá, con mandos de control que zarandeaban a lo loco para disparar a los alienígenas de tamaño real de algún videojuego—. Antes de ponernos a trabajar en un proyecto difícil, nos gusta esbozar posibles escenarios o mostrar a lo grande los planos. Cuando no usamos la previsualización, dejamos que los muchachos se relajen un poco.

Aparte de los dos jugadores, había otra persona en el rincón de los ordenadores que estaba tecleando como loco ante una pantalla.

—Es lunes —dijo Dilara—. ¿Dónde están todos?

—Quizás estén reunidos, aunque la mayoría de nuestros ingenieros no tienen un horario regular, así que aquí la jornada laboral es algo muy relativo. Nos dejamos guiar más por las fechas de entrega y las citas que puedan pedirnos los clientes. A veces te encuentras la sala hasta la bandera de gente un sábado por la noche cuando terminamos un proyecto.

El solitario ocupante de la sala, un tipo de unos veintitantos años y abundante pelo, no apartaba la vista del monitor, mientras sus manos volaban sobre el teclado como vuelan las de un virtuoso que interpreta una sonata de Beethoven. Les daba la espalda, y estaba tan concentrado en su trabajo que no pareció reparar en ellos.

—Odia las sorpresas —dijo Tyler con una sonrisa torcida.

El tipo siguió aporreando el teclado. Tyler se acercó a él y se situó detrás. Acto seguido levantó las manos, como si se dispusiera a aferrarlo de los hombros.

—No llegarás muy lejos, Tyler —advirtió el hombre con fuerte acento irlandés, mientras seguía tecleando al ordenador—. Os vi a ti y a la hermosa dama en cuanto entrasteis. No puedes llegar hasta donde estoy sin que los veinte monitores que hay en la sala reflejen hasta tu último movimiento.

Giró sobre sí en la silla y se puso en pie. Estrechó la mano de su amigo y luego empezó a utilizar el lenguaje de signos. Ésa era la razón de que no se diera la vuelta cuando hablaron. Era sordo.

Tyler esbozó una sonrisa y respondió a la vez verbalmente y utilizando el lenguaje de signos.

—Sí, os presentaré, y no, no está interesada en eso que propones.

El hombre, que era atractivo y tenía unas cejas espesas que se imponían a la parte superior de la montura de las gafas, sonrió a Dilara con descaro. Dijera lo que dijese, la arqueóloga tuvo la sensación de que Tyler no pensaba repetirlo.

—Dilara —dijo Tyler sin apartar la vista del joven—, te presento a nuestro experto en recuperación de datos informáticos, Aiden MacKenna. Como puedes ver, es sordo y además tiene un retorcido sentido del humor. Recurro al lenguaje de signos por deferencia, pero la verdad es que lee los labios perfectamente, y sus gafas le muestran una traducción en texto diminuto de todo lo que diga su interlocutor.

Dilara aceptó la mano que le tendía Aiden.

—Encantado —dijo el informático—. Tan sólo he preguntado a Tyler cuándo había llegado a la ciudad.

Pronunció las palabras con una claridad inusual para tratarse de alguien sordo. Si no la hubiera advertido, Dilara no habría reparado en su sordera.

Tyler lo miró con desaprobación.

—Tienes suerte de ser indispensable.

—No te lo niego. Y también tú puedes considerarte afortunado de que no escogiera a Microsoft o Google. —Aiden volcó de nuevo su atención en Dilara—. De modo que usted es la arqueóloga de la que tanto he oído hablar. Yo la veo perfectamente.

—Es que Tyler ha cuidado muy bien de mí.

Nada más responder, cayó en la cuenta de cómo sonaban sus palabras.

—Ah, ¿conque sí, eh? ¿Y qué puedo hacer yo por ambos?

—Un par de cosillas —se apresuró a responder Tyler. Dilara tuvo la impresión de verlo sonrojarse un poco. —En primer lugar, ¿has encontrado alguna relación entre los asuntos de que te hablé?

Aiden recostó la espalda en la silla.

—Ah, sí. Tus palabras crípticas. —Despegó una nota autoadhesiva del marco del monitor—. Hayden. Proyecto. Oasis. Alba. Génesis.

—No olvides a Coleman.

—Cierto. ¿Y dices que guardan relación con el arca de Noé?

—Tú sabrás.

—Creo que todos estaremos de acuerdo en que Hayden hace referencia a Rex Hayden y a su desdichada muerte. La verdad es que a mí ni siquiera me gustaba cómo actuaba, y sus películas son bodrios.

—¿Estaba relacionado con Coleman?

—Mi investigación no muestra ninguna relación entre Hayden y Coleman. Pero tampoco confiaba en encontrar un nexo de unión entre una estrella de cine y un ingeniero. No he podido acceder por Internet a los archivos de Coleman. La oficina sigue allí, pero me han contado que a la muerte de los ingenieros jefe cerraron todos los accesos a la red. Para obtener información de sus archivos tendrás que acceder in situ a sus ordenadores.

—¿Qué me dices de las demás palabras?

—Bueno, por separado son demasiado genéricas para que nos den alguna pista. Por ejemplo, pensé que Génesis era simplemente una referencia al primero de los libros de la Biblia. Pero entonces ordené las palabras según me las dictaste. Tuve la impresión de que más que tratarse de palabras sueltas, eran frases, así que las junté. No he encontrado datos acerca del Proyecto Oasis por ninguna parte. Tal vez fuera algo en lo que trabajaba Coleman. Pero sí encontré detalles acerca de algo llamado Alba del Génesis.

Tyler chascó los dedos, como si también él acabara de caer en la cuenta de algo.

—El crucero.

—Bromeas —dijo Dilara, perpleja ante el modo en que encajaban las piezas—. ¿Un crucero?

—No se trata de un crucero cualquiera —explicó Aiden, tendiéndoles una fotografía de una embarcación gigantesca—. Es el mayor crucero jamás construido. Claro que todos los cruceros nuevos parecen mayores que sus antecesores. Tiene capacidad para seis mil pasajeros y dos mil tripulantes. A su lado el
Titanic
es la bañera de una casa de muñecas.

Tyler miró la foto impresa, que después ofreció a Dilara. Parecía la fotografía publicitaria extraída de la página web de la naviera. El
Alba del Génesis
pasaba frente a la Estatua de la Libertad, empequeñecida ante el inmenso barco.

—¿Y sabes qué? —continuó Aiden—. Resulta que emprende su primera travesía este mismo viernes.

Tyler levantó la vista, entornando los ojos.

—¿De dónde zarpa?

—De Miami.

Dilara recordó los restos del accidente aéreo del avión privado de Hayden y el terrible hallazgo de los huesos. Cruzó una mirada con Tyler. Ambos comprendieron qué implicaba aquello.

—¡Dios mío! —exclamó ella—. ¡Tenemos que impedirlo!

—¿A qué te refieres? —preguntó Aiden, confundido—. ¿Impedir qué?

—Tiene razón —dijo Tyler—. El
Alba del Génesis
podría ser el próximo objetivo.

—¿De qué?

—Del arma biológica que utilizaron en el avión de Rex Hayden.

—¿Qué motivos tienen para asesinar a todos los pasajeros de un barco?

—Ésa es una buena pregunta.

—No importa —intervino Dilara—. Tenemos que impedir que se haga a la mar.

—No podremos convencerlos para que detengan la travesía inaugural de un barco que ha costado mil millones de dólares sin contar con pruebas de peso —objetó Tyler—. Como mucho extremarían las medidas de seguridad, pero con ocho mil personas entre tripulación y pasaje, costará dar con los saboteadores a menos que sepamos a quién buscar.

—Entonces, ¿a qué estamos esperando? —preguntó Dilara, impaciente—. Vayamos a la oficina de Coleman y veamos qué podemos averiguar.

A Aiden pareció divertirle su pronta disposición, pero Dilara estaba demasiado encendida para dejar que eso la importunara. Se había cansado de estar a la defensiva, y quería emprender el ataque y adelantarse a los pasos de quienquiera que estuviese detrás de todo aquello.

—Ya has oído a la dama —dijo Tyler—. Nos dirigimos hacia allí. Pero antes, una última cosa: ¿qué has averiguado de Sam Watson?

—Aún no he tenido tiempo de ponerme con ello. Lo único que sé es que trabajaba para una pequeña compañía farmacéutica.

—Sigue tirando del hilo. Necesitamos averiguar cómo se enteró él de este asunto.

—Lo haré. —Aiden alargó a Tyler un objeto del tamaño de un paquete de chicle—. Es el último lápiz de memoria USB de Samsung. Ahí podrás descargar cualquier cosa que encuentres de interés en los ordenadores de Coleman. Sólo por curiosidad, ¿cómo te has propuesto entrar?

—Tengo una idea.

—Bueno, pues buena caza.

Y sin pronunciar otra palabra, Aiden giró la silla, se puso ante el ordenador y siguió tecleando.

—Aiden tiene una pronunciación perfecta —comentó Dilara cuando abandonaron la sala.

—Perdió el oído hace cinco años. Padeció una meningitis bacteriana.

—¿Empleáis a más discapacitados?

—Alrededor de una docena. Lo de Aiden fue un hallazgo muy afortunado por nuestra parte, pero Miles es muy conocido en la comunidad de discapacitados. Insiste mucho en reclutarlos.

En el ascensor, Tyler presionó el botón del vestíbulo en lugar de el del garaje.

—¿No vamos en coche? —preguntó Dilara.

—El edificio donde está la oficina de Coleman está sólo a tres manzanas de aquí. Las calles están muy concurridas, así que estaremos a salvo. No parece que quieran testigos. Pero si lo prefieres iremos en coche.

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