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Authors: Boyd Morrison

Tags: #Intriga, arqueología.

El arca (32 page)

Eso explicaba por qué no habían querido hacerle daño. Si estuviera malherida llamarían demasiado la atención al salir. Petrova entró en el bañó y salió con los zapatos de Dilara.

—¿Adónde vamos? —preguntó mientras se calzaba de nuevo los zapatos de tacón.

—Ya lo verá cuando lleguemos —respondió Ulric—. Pero le garantizo que será mejor que quedarse a bordo de este barco.

Ella asintió. Pensó que de camino a la salida tendría la oportunidad de alertar a alguien de su situación.

—Y sé lo que está pensando —añadió Ulric mientras la llevaba hacia la puerta—. Si intenta contarle a alguien que la sacamos del barco en contra de su voluntad, no será usted quien lo pague, sino la persona a quien se dirija en busca de ayuda.

Mientras recorrían el corredor, Petrova la apuntó con la pistola, que llevaba escondida bajo un chal que le colgaba del brazo.

—Vi cómo se cogía del brazo de Locke durante la fiesta —dijo la rusa con tono burlón—. Ya puede olvidarse de él. Nunca volverá a verlo. De hecho, puede darlo por muerto.

Capítulo 36

Tyler y Perez tomaron el ascensor de cristal hasta la planta situada dos cubiertas por encima de la zona central. Durante el descenso, el ingeniero reparó en los miembros del personal de limpieza que arreglaban el lugar una vez finalizada la fiesta, aunque aún había pasajeros repartidos por el centro y también en algunos de los locales que había a lo largo de ambos costados.

Salieron del ascensor y empezaron a caminar hacia la popa.

Tyler no tenía ni idea de qué podía ser tan importante para que Perez le insistiera de esa forma, pero no hubo forma de sonsacárselo.

—¿Qué vamos a hacer con Ulric? —preguntó a Perez—. Apenas quedan unas horas para que el
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se haga a la mar.

—¿Qué quiere que haga?

—Registre su suite. Si estoy en lo cierto, ha instalado un dosificador en el conducto de ventilación del barco. No creo que lo active hasta que abandone el crucero, pero si podemos atraparlo con las manos en la masa, demostraríamos que está detrás de todo esto.

—¿Sabe una cosa, doctor Locke? Usted ha perdido mucha credibilidad al venir aquí sin ponerme al corriente. ¿Por qué me ocultó sus sospechas relativas a Sebastian Ulric cuando hablamos ayer por teléfono?

—En ese momento no había atado cabos. Incluso después de obtener la información de que podría estar involucrado en la construcción del búnker del que le hablé, no contaba con pruebas fehacientes. Quise hablar antes con él personalmente, y pensé que usted podría interferir si le explicaba mis planes.

—Maldita sea, ¡no se equivoca! Aunque Sebastian Ulric está involucrado con la Iglesia de las Sagradas Aguas, a la cual el FBI lleva un tiempo investigando sin encontrar pruebas de que haya cometido un solo delito, acusar a uno de los hombres más ricos del país de estar involucrado en ese proyecto Torbellino supone una acusación muy seria.

Una sensación de alarma cruzó por la mente de Tyler, pero no supo identificar qué la había motivado. Algo de lo que Perez acababa de decir no encajaba.

—Agente Perez, ¿ha comprobado usted el equipaje, verdad?

—A fondo. Encontramos algo de contrabando, pero nada parecido a un arma biológica.

—¿Y las maletas de Ulric?

—Insisto en que registramos todo a fondo.

Alcanzaron una cabina externa situada al fondo del corredor. Tyler no estaba muy contento con la respuesta de Perez. Ulric tenía que haber subido a bordo ese dosificador de alguna forma. Incluirlo en las maletas era el modo más lógico, pero ¿cómo había podido burlar el registro del equipaje?

Algo no encajaba. Se llevó la mano al bolsillo y jugueteó con la Leatherman.

—¿Ha podido hablar con Aiden MacKenna o bien con Grant Westfield? —preguntó.

—No los conozco.

Perez introdujo la llave en la cerradura y cedió el paso a Tyler. Acababa de entrar cuando cayó por fin en la cuenta de qué había hecho saltar todas las alarmas. Proyecto Torbellino. Ése era el nombre que tuvo durante el breve periodo de tiempo que Tyler trabajó en él. Sin embargo, le habían cambiado el nombre por Oasis cuando se lo traspasaron a Coleman, y cuando él habló con Perez el día anterior lo llamó así, «proyecto Oasis».

Sólo Dilara, Grant, Aiden y él estaban al corriente de la relación existente entre Torbellino y Oasis. Si los demás no habían informado a Perez de dicha relación, sólo había un motivo que explicara el hecho de que el agente supiera que era Torbellino: Perez estaba involucrado en el asunto.

El camarote era una suite de dos habitaciones como la que compartía con Dilara. De haberse tratado de un punto de vigilancia, Tyler habría encontrado a otros agentes sentados y equipo de alta tecnología. Sin embargo, el salón estaba vacío.

Todos estos pensamientos cruzaron por su mente en lo que tardó en dar un paso. Había bastado con ese simple gesto para que Tyler pasara de sentirse totalmente seguro a tener la certeza de que corría un grave peligro.

No hizo ningún movimiento extraño, por tanto no pudo alcanzar la Glock, que llevaba bajo el brazo izquierdo. Si lo hacía, Perez repararía en ello antes de que llegase a desenfundarla. En lugar de eso, sacó la multiusos Leatherman de la funda y abrió el cuchillo plegable.

—¿Y a qué hemos venido a este lugar? —preguntó.

En ese mismo instante, se agachó mientras giraba sobre sí. Perez había desenfundado el arma, pero en lugar de apuntarlo con ella la había alzado para descargar un culatazo en la nuca del ingeniero.

Tyler se hizo a un lado. La culata le golpeó el bíceps y el dolor se extendió por su brazo. Lanzó una cuchillada que produjo un corte en la muñeca de Perez. El agente del FBI gritó, la pistola salió disparada en dirección a la puerta, y ahí cayó sobre la alfombra. El ingeniero cargó con el hombro sobre la cara de Perez, que se estrelló contra la puerta, astillándola. A pesar del impacto, siguió en pie; bajó la mirada y localizó el arma en el suelo. Se agachó para recogerla, mientras Tyler desenfundaba la Glock y le apuntaba con ella, antes de que el agente del FBI lograse empuñar su arma de reglamento.

—¡No se mueva! —gritó.

Perez se quedó inmóvil, con la mano a escasos centímetros del arma.

—Nunca mencionó Torbellino, ¿verdad? —preguntó el agente—.

Así lo llamaban cuando usted trabajó en el proyecto, y por eso me confundí. En cuanto lo mencioné supe que había cometido un error. Es curioso, basta con un pequeño desliz para enviarlo todo al traste.

—¿Dónde está su compañera? —preguntó Tyler.

—En la habitación contigua. Viva. Por el momento.

El ingeniero echó un vistazo rápido al dormitorio. Por el rabillo del ojo alcanzó a ver a Melanie Harris inmóvil en la cama.

—Entonces, ¿usted trabaja para ese chiflado?

—Sebastian Ulric es un gran hombre. La historia lo demostrará.

El tipo estaba tan loco como Ulric.

—Incorpórese —le ordenó Tyler.

Perez no se movió.

—El mundo no tardará en ser totalmente distinto.

—Si intenta coger el arma, dispararé.

—La humanidad es débil. Lograremos que recupere su fortaleza.

—He dicho que se incorpore —insistió Tyler.

—No podrá impedirlo.

—Impedir ¿qué?

—El Nuevo Mundo.

Perez extendió el brazo y empuñó el arma, veloz como una cobra. Tyler no tuvo alternativa. Efectuó tres disparos en rápida sucesión, todos ellos dirigidos al pecho del hombre, que empujado por la fuerza de los proyectiles se estampó contra la debilitada puerta del camarote. El arma salió disparada hacia arriba y cayó más allá de la barandilla. El agente del FBI quedó tendido en el suelo.

Tyler echó a correr hacia el dormitorio. La agente Harris estaba atada de pies y manos, amordazada, gimiendo débilmente. Tenía un feo chichón en un costado de la cara.

Le quitó la mordaza y empezó a desatarla. Cuando le dio la vuelta para aflojar la cuerda, se le desabrochó la blusa a la altura del pecho. Debajo atisbo un tejido gris. Al palparlo, Tyler reconoció la dureza del kevlar. Era un chaleco antibalas. «¡Maldita sea!»

Corrió hacia la entrada del camarote. Tal como se temía, Tyler no vio nada más que la alfombra. Perez había desaparecido.

Capítulo 37

Tyler salió corriendo al vestíbulo abalconado. Vio pasajeros que salían al corredor tras oír los disparos. Una anciana asomó la cabeza por la puerta del camarote contiguo y ahogó un grito al ver que iba armado.

—Llame a urgencias médicas —le dijo Tyler. Señaló la puerta—. Hay una agente del FBI herida en ese camarote.

La mujer cerró dando un portazo. Al ingeniero no le cupo duda de que la policía estaba de camino, por no mencionar al equipo de seguridad del propio barco. Pero tenía que hacer lo posible por evitar que Perez lograra huir, se pusiera en contacto con Ulric y le avisara de que había sobrevivido al intento de asesinato. Si lo lograba, quizá no pudieran recuperar el dosificador de la suite del multimillonario.

Tyler se asomó a la barandilla y miró en ambas direcciones por el corredor. No vio ni rastro de Perez. Debía de estar en la escalera. Vio al agente del FBI descender con torpeza el tramo de escalera que llevaba a la zona central, dos plantas más abajo, en busca de la pistola. El ingeniero aguzó la vista y la localizó justo debajo de él. El agente no tardaría en encontrarla.

La munición de nueve milímetros de Tyler no había penetrado el chaleco antibalas, pero debía de haberle dolido lo suyo. Vio a Perez torcer el gesto por el esfuerzo de correr. Los disparos le habrían dejado considerables hematomas en el pecho, puede incluso que algunas costillas rotas. Si el agente lograba recuperar el arma, él perdería la ventaja. Perez nunca permitiría que abandonase vivo el barco. Tenía que llegar allí antes.

Tardaría demasiado bajando por la escalera. Una pizzería tenía un toldo extendido a la entrada. La caída era de unos cuatro metros y medio.

Mientras apartaba de la mente lo mala que era esa idea, enfundó el arma y saltó por la barandilla. Pensó que el toldo amortiguaría la caída, pero aunque tenía aspecto de tela, era de metal. El impacto lo dejó sin aire en los pulmones. Tyler se dejó caer por el borde.

Mientras aspiraba aire con fuerza, se arrastró hacia la pistola y logró hacerse con ella antes de que Perez la alcanzara. Mostró la automática Sig Sauer al agente porque no tenía aliento ni para hablar. El tipo pasó corriendo por su lado, en dirección al extremo opuesto del atrio.

Tyler se puso de rodillas. Perez continuó corriendo en zigzag por la zona central. Aún había algunos invitados que alargaban la fiesta, y el agente aprovechó su presencia allí para escudar su trayectoria contra posibles disparos del ingeniero.

—¡Alto! —gritó Tyler, apuntando con el arma a Perez. Esperaba que el hombre se detuviera ante la amenaza de un disparo, pero siguió corriendo, y él no estaba dispuesto a disparar, teniendo en cuenta que el agente del FBI llevaba el chaleco antibalas y la posibilidad de herir a un inocente.

Tendría que perseguirlo. Se puso en pie y echó a correr tras él. A medida que recuperaba el aliento, vio que acortaba las distancias. Perez seguía dolorido por los tres disparos. Tyler podría alcanzarlo antes de que llegara al extremo opuesto de la zona central.

Perez volvió la vista varias veces, y vio que Tyler se aproximaba. Comprendió que lo alcanzaría, y cortó en diagonal, en dirección a la plataforma donde se encontraban los premios.

Subió a ella de un salto y descargó una patada en el cristal de la vitrina, lo que causó una lluvia de esquirlas. Cogió la llave con el llavero negro y la insertó en la motocicleta negra. El motor arrancó, y Perez levantó la pierna sobre el asiento. El estruendo de los cuatro cilindros de la Suzuki llenó por completo el atrio, y la motocicleta abandonó la plataforma en dirección a la rampa en espiral que rodeaba los ascensores de cristal.

Tyler saltó a la plataforma aprovechando para coger la otra llave. Algunos tripulantes se habían acercado al lugar para ver qué había pasado con la vitrina de cristal, pero vieron que empuñaba un arma y se apartaron. El ingeniero hundió la pistola en la faja del esmoquin y arrancó la otra Suzuki. Era un poco distinta de su propia Ducati, pero casi igual de rápida. Rugió al arrancar, dio gas y los neumáticos dibujaron su trazado en la superficie de la plataforma.

Pérez subía ya por la espiral. Tyler condujo la moto hacia la rampa. Vio algunos pasajeros que miraban con asombro desde el ascensor cómo se les acercaba un tipo subido a una Suzuki y vestido con esmoquin. Siguió subiendo por la rampa, intentando ver por cuál de las cubiertas salía el agente.

Serpentearon rampa arriba a treinta kilómetros por hora hasta que llegaron a la parte superior. Perez abandonó la rampa y aceleró por la balconada de babor. Los pasajeros, alineados junto a la barandilla para observar el espectáculo de la persecución, gritaron y retrocedieron a toda prisa hacia sus camarotes antes de que el agente pasara en dirección a la popa del barco. Tyler lo seguía a unos seis metros.

Al otro extremo de la galería, Perez atravesó una puerta exterior. Buscaba otro modo de abandonar el barco. El ingeniero de Gordian había estudiado los planos del
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y era consciente de que la pasarela de popa se encontraba dos cubiertas más abajo. Aquel tipo estaba atrapado.

La moto perdió estabilidad al atravesar la puerta, lo que dio tiempo a Tyler para alcanzarlo. Se encontraban en la cubierta de popa de un barco de mil trescientos pies de eslora.

Perez recuperó el equilibrio y el ingeniero lo alcanzó. Condujeron en paralelo hacia la popa del barco, el agente situado a la izquierda de Tyler, esquivando hamacas a su paso. Perez intentó dar una patada a la moto de su perseguidor para tumbarlo, pero no la alcanzó.

Tyler no pudo ni mirar el indicador de velocidad, pero supuso que debían de conducir a más de sesenta kilómetros por hora, y no quedaba mucha cubierta por recorrer. Si lograba que Perez redujese la velocidad para girar, quizá podría arremeter contra su moto y derribarlo.

Siguieron conduciendo, ambos a la misma altura. El suelo adquirió un tono verdoso, y Tyler reparó en que habían invadido un campo de minigolf. Al otro extremo se encontraban la barandilla de popa y un enorme globo de tres metros con forma de payaso que anunciaba el inicio de un espacio para niños.

Perez estaba concentrado en Tyler, así que no vio que se acercaba rápidamente a la barandilla de popa. Tyler sí. Apretó con fuerza los frenos, derrapando por el césped artificial, pero cayó en la cuenta de que no podría parar a tiempo.

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