El asesino dentro de mí (19 page)

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Authors: Jim Thompson

Tags: #Novela Negra

Bajé gradualmente la voz, sonriéndole. Abrió la boca y volvió a cerrarla sin decir una palabra.

Metralla. Eso es lo que tenía.

—Ha encontrado respuesta a todo, ¿eh? —murmuró—. Cuatro… cinco asesinatos; seis, si contamos la muerte del pobre Bob Maples, que confiaba en usted, y usted ahí tan tranquilo dando explicaciones y sonriendo. No le preocupa lo más mínimo. ¿Cómo puede hacer eso, Ford? ¿Cómo se atreve…?

Me encogí de hombros.

—Alguien tiene que mantener la cabeza clara, y usted no parece capaz. ¿Alguna pregunta más, Howard?

—Si. Una. ¿Cuál es el origen de las magulladuras que aparecen en el cuerpo de la señorita Stanton? Magulladuras antiguas, no de anoche. La misma clase de señales que encontramos en el cuerpo de la otra mujer, Joyce Lakeland. ¿A qué se deben esas señales, Ford?

Metralla…

—¿Magulladuras? Ahora sí que me ha pillado. ¿Cómo quiere que lo sepa?

—¿Q-que cómo quiero que lo sepa? —tartamudeó.

—Claro —exclamé, extrañado—. ¿Cómo?

—Pero ¡maldita sea! ¡Lleva años tirándose a esa chica! Usted…

—No diga eso —corté.

—No —intervino Jeff Plummer—, no diga eso.

—Pero… —Howard se volvió hacia él y de nuevo se dirigió a mí—. Muy bien, ¡no lo digo! No necesito decirlo. Esa chica nunca salió con nadie más que con usted, así que usted es el único que pudo hacerlo. ¡La golpeó, y golpeó también a esa ramera!

Reí con tristeza.

—¿Y Amy se sometía a que le pegase, no? ¿No es eso, Howard? ¿Yo le pegaba y ella seguía viéndose conmigo? ¿Y estaba a punto de casarse conmigo? Eso es absurdo, ninguna mujer lo soportaría, y Amy menos aún. Si hubiese conocido a Amy Stanton, ni por un momento se le habría ocurrido semejante idea.

Meneó la cabeza mirándome como si yo fuese una especie de fenómeno. Esa metralla no le hacía ningún bien, ciertamente.

—Mire, es muy posible que Amy se diese algunos golpes, por aquí y por allá —continué—. Realizaba toda clase de trabajos: cuidaba la casa, daba clases en la escuela… Sería muy extraño que no se hubiese dado algún golpe.

—No me refiero a eso. Y usted lo sabe perfectamente.

—… Si cree que yo la traté así y que ella lo soportaba, está completamente despistado. No conocía usted a Amy Stanton.

—Quizás —respondió—, era usted quien no la conocía.

—¿Yo? Pero no acaba de decir que estuvimos juntos durante años.

—No —dijo dudando, y frunció el ceño—. No lo sé. No veo nada claro, y no finjo que lo esté. Pero no creo que usted la conociera. No tan bien como…

—¿Sí? —contesté.

Buscó en el bolsillo interior de su abrigo y sacó un sobre azul cuadrado. Lo abrió y extrajo uno de esos dobles folios de papelería. Vi que estaba escrito por las dos caras, cuatro páginas en total. Y reconocí aquella letra, pequeña y clara.

Howard levantó la vista del papel y atrajo mi atención.

—Esto estaba en su bolso —.
Su bolso
—. Debió escribirlo en casa y supuestamente planeaba dárselo a usted cuando ya estuvieran fuera de Central City. De hecho —dio un vistazo a la carta— pretendía que se detuvieran en un restaurante de carretera y hacérsela leer mientras ella iba a los servicios. La carta empieza, «Querido Lou…»

—Déjeme verla —le dije.

—Yo la leeré.

—Es su carta —intervino Jeff—. Déjasela.

—Muy bien —protestó Howard y me la entregó. Sabía que había planeado que la leyera por completo. Quería que la leyera mientras él se recostaba y me miraba.

Observé detenidamente el grueso folio doble, mantuve mis ojos fijos en él:

Querido Lou:

Ahora ya sabes por qué te he hecho parar aquí, y por qué me he ido de la mesa. Era para dejarte leer esto, las cosas que de otro modo no podría decirte. Por favor, léela detenidamente, querido. Te dejaré mucho tiempo. Y si te parecí confusa y que divagaba, por favor, no te enfades conmigo. Sólo es porque te amo tanto, y estoy un poco asustada y preocupada.

Cariño, desearía poder decir lo feliz que me has hecho estas últimas semanas. Me gustaría poder estar segura de que en algún momento de tu vida eres por un pequeño instante tan feliz como lo he sido yo. Aunque sea únicamente un instante diminuto. A veces tengo la loca y maravillosa sensación de que lo has sido, de que fuiste incluso tan feliz como lo he sido yo (¡aunque no alcanzo a saber como pudiste!) y a los demás me digo a mi misma… ¡Oh, no lo sé, Lou!

Supongo que el problema está en que pareció que todo surgía tan de repente. Hemos estado saliendo durante años, y tú parecías ser cada vez más indiferente; parecía que te mantenías alejado de mí y que te complacías en hacer que te siguiera. (Parecía, Lou; no estoy diciendo que lo hicieras.) No intento excusarme a mí misma, cariño. Sólo quiero explicar, para que entiendas que no voy a comportarme así nunca más. No voy a ser ruda ni exigente ni increpante ni… No voy a poder cambiarlo todo de una vez (oh, pero lo haré, querido; me vigilaré, lo haré tan rápido como pueda) pero si me amas, Lou, sólo actuarás por amor, estoy segura.

¿Comprendes cómo me siento? ¿Aunque sólo sea un poco? ¿Entiendes por qué me comportaba de ese modo, y por qué no lo haré nunca más? Todo el mundo sabía que yo era tuya. Casi todos. Yo quería que fuera de ese modo; estar con otro era inimaginable. Pero yo no podría haber estado con nadie más aunque lo hubiese deseado. Yo era tuya. Siempre sería tuya aunque me abandonaras. Y parecía, Lou, que te estabas escabullendo más y más, perteneciéndome todavía sin dejar que fueras mío. Estabas (según parecía, cariño, sólo parecía) dejándome sin nada —y sabías que lo estabas haciendo, sabías que estaba indefensa— y parecía que disfrutaras con ello. Me evitabas. Hacías que te persiguiera. Hacías que dudara de ti y te rogara, y… y entonces actuaste de una forma tan inocente y desconcertante y… Perdóname, querido. No quiero criticarte nunca, nunca más. Sólo deseaba que lo entendieras, y supongo que esto sólo lo podría hacer otra mujer.

Lou, quiero preguntarte algo, unas cuantas cosas, y te ruego, por favor, por favor, por favor que no te lo tomes a mal. ¿Me tienes —oh, no lo tengas, cariño— miedo? ¿Te sientes obligado a ser bueno conmigo? Entonces no diré nada más, pero sabes lo que quiero decir, tan bien como yo lo sé al fin. Y tú comprenderás…

Espero y ruego que este equivocada, cariño. Lo espero tanto. Pero tengo miedo —¿tienes problemas? ¿Hay algo que te preocupa? No quiero preguntarte más que esto, pero quiero que sepas que sea lo que sea, incluso si soy yo— sea lo que sea, Lou, estaré a tu lado. Te quiero (¿estás cansado de oírme decirlo?) y te conozco. Sé que nunca harías nada malo deliberadamente, simplemente no podrías, y te quiero tanto y… Déjame que te ayude, cariño. Sea lo que sea, sea cual sea la ayuda que necesites. Incluso si implica que estemos separados un tiempo, mucho tiempo, permíteme —deja que te ayude. Porque yo te esperaré, el tiempo que sea— y puede no ser mucho tiempo, sólo es una cuestión de… bueno, todo irá bien, Lou, porque tu nunca harías nada malo deliberadamente. Yo lo sé y todo el mundo lo sabe, y todo irá bien. Haremos que todo vaya bien, tú y yo juntos. Si sólo me lo contaras. Si sólo me dejaras ayudarte.

Ahora bien. Te pedí que no me tuvieras miedo, pero sé cómo te sentías, como solías sentirte, y sé que preguntártelo o decírtelo no sería suficiente. Es por esto que te he hecho detener en este lugar, aquí en una parada de autobús. Es por esto por lo que te estoy dando tanto tiempo. Para demostrarte que no debes tener miedo.

Espero que cuando vuelva a la mesa todavía estés aquí. Pero si no estás, cariño, si sientes que no puedes… entonces sólo deja mis bolsas en la habitación. Llevo dinero y puedo conseguir un trabajo en alguna ciudad, y haz esto, Lou. Si crees que debes hacerlo. Lo entenderé y todo será perfectamente correcto —honestamente lo será, Lou— y…

Oh, cariño, cariño, cariño. Te amo tanto. Siempre te he amado y siempre lo haré, ocurra lo que ocurra. Siempre, cariño. Siempre y siempre. Para siempre.

Siempre y para siempre,

AMY

21

Bueno. ¿BUENO?

¿Qué es lo que vas a hacer? ¿Qué es lo que vas a decir?

¿Qué es lo que vas a decir cuando te ahogas en tu propio estiércol y ellos te dan un puntapié para rematarte, cuanto todas tus maldiciones a gritos no suenan tan fuerte como quisieras, cuando estás en el fondo de un hoyo y el resto del mundo esta arriba, cuando no ves más que una cara, una cara sin ojos ni oídos que, a pesar de todo, ve y escucha…?

¿Y ahora qué es lo que vas a hacer y a decir? Porque, socio, es así de simple. Es tan fácil como clavar tus pelotas al tronco de un árbol y dejarte caer de espaldas. Está nevando de nuevo, chico, y que me arrastre, porque es una respuesta fácil.

Vas a decir que ellos no pueden reducir a un buen hombre. Tú vas a decir que un vencedor nunca abandona, que un rajado nunca gana. Vas a sonreír, chico, les vas a mostrar esa vieja sonrisa luchadora. Y entonces vas a salir fuera y les vas a golpear duro y rápido y bajo, y ¡lucharás!

¡Vamos!

Doblé la carta y se la devolví a Howard.

—Desde luego era una pequeña habladora —dije—. Dulce pero terriblemente habladora. Parece como si ella no pudiera decirte las cosas y te las tuviera que escribir.

Howard tragó saliva y añadió. —¿Eso, eso es todo lo que tiene que decir?

Encendí un cigarrillo fingiendo que no le había oído decir nada.

La silla de Jeff Plummer chirrió.

—Yo apreciaba mucho a la señorita Amy —dijo—. Mis cuatro críos fueron a clase con ella, y les trataba con la misma amabilidad que si fuesen hijos de alguno de esos potentados del petróleo.

—Sí, señor —repuse—. Ponía todo el corazón en su trabajo.

Aspiré el cigarro, la silla de Jeff volvió a chirriar, más fuerte esta vez, y en los ojos de Howard el odio lanzaba llamaradas contra mí. Tragaba con dificultad, como si estuviera a punto de vomitar.

—¿Se impacientan quizá? —pregunté—. Agradezco sinceramente que hayan venido a visitarme en un momento como éste, pero no quiero retenerles aquí si tienen cosas importantes que hacer.

—¡Usted…! ¡Usted!

—¿Ya vuelve a tartamudear, Howard? Tendría que ejercitarse en hablar con una piedrecita en la boca. O con un trozo de metralla…

—¡Miserable hijo de puta!

—No me llame así —advertí.

—No —terció Jeff—, no le llame así. No se debe mencionar nunca la madre de nadie.

—¡Déjese de tonterías! Ese… usted —y me hundió el puño en el pecho—, usted mató a esa chica. ¡Si prácticamente lo dice ella misma!

Me reí.

—Escribió la carta después de que yo la matase, ¿no? Buen truco.

—Sabe perfectamente lo que quiero decir. Ella sabía que usted la mataría…

—Y a pesar de todo, vino para casarse conmigo…

—¡Sabía que había matado a todos los demás!

—¿Ah, sí? Pues resulta curioso que no lo mencione.

—¡Claro que lo menciona! Dice…

—No recuerdo que diga nada parecido. Si apenas dice nada. Sólo una retahíla de regañinas y recelos femeninos…

—Usted mató a Joyce Lakeland, a Elmer Conway, a Johnnie Pappas y…

—¿Y al presidente McKinley?

Se dejó caer en la silla jadeando.

—Les mató usted, Ford. Les mató usted.

—Y entonces, ¿por qué no me detiene? ¿A qué espera?

—No se preocupe —gruñó, con las facciones contorsionadas—. No se preocupe. No voy a aguardar mucho.

—Ni yo —repliqué.

—¿Qué quiere decir?

—Quiere decir que usted y toda su banda del juzgado están actuando de mala fe. Me lo quieren colgar a mí porque lo ordena Conway, por motivos que no acierto a adivinar. No tienen ustedes el menor indicio, pero intentan manchar mi reputación…

—¡Aguarde un momento, oiga! No hemos…

—Si, señor. Está intentando ensuciarme. Ha puesto a Jeff ahí afuera esta mañana para impedir que yo recibiese visitas. Lo intenta pero no puede porque no tiene el menor indicio contra mí. Sabe que no puede hacerme nada legalmente, y entonces intenta destrozar mi reputación. Y con el apoyo de Conway, llegará a conseguirlo. Con suficiente tiempo, llegará a conseguirlo. Supongo que no podré impedirlo. Pero no voy a quedarme aquí sentado aguardando. Me voy de la ciudad, Howard.

—¡Ah, no! Usted no se va. Se lo advierto ahora mismo formalmente, Ford, ni lo intente.

—¿Lo impedirá usted?

—Se lo impido.

—¿Con qué base?

—Ase… sospecha de asesinato.

—¿Y quién me acusa, Howard? ¿Y por qué? ¿Me acusan los Stanton? Creo que no. ¿Mike Pappas? En fin… ¿Chester Conway? Verá, tengo una impresión curiosa sobre la actitud de Conway. Me parece que se quedará entre bastidores, sin hacer ni decir nada públicamente, por mucha falta que les haga a ustedes.

—Ya veo —musitó—. Ya veo.

—¿Y ve ese hueco que tiene detrás, Howard? Pues mire, Howard, eso es una puerta, por si no lo sabía, y no veo ningún motivo para que usted y el señor Plummer no salgan inmediatamente por ella.

—Claro que saldremos —intervino Jeff—. Y usted también.

—No, yo no. No tengo la menor intención de hacerlo, señor Plummer. No insista.

Howard seguía sentado. Su cara parecía un globo de materia incandescente. Meneó la cabeza en dirección a Jeff y quedó absolutamente inmóvil.

—Y… por su interés tanto como por el nuestro, es preciso resolver este caso, Ford. Le pido que se ponga usted a… que en todo momento esté a disposición de la policía hasta que…

—¿Quiere que colabore con usted…? —pregunté.

—Si.

—Esa puerta… Les ruego que la cierren con cuidado. He sufrido un shock y puedo tener fácilmente una recaída.

La boca de Howard se contorsionó, se abrió y volvió a cerrarse bruscamente. Suspiró y cogió el sombrero.

—Yo apreciaba mucho a Bob Mapples —murmuró Jeff—. Y a la encantadora señorita Amy.

—¿Seguro? —pregunté—. ¿De veras?

Dejé el puro en un cenicero, hundí la cabeza en la almohada y cerré los ojos. Una silla crujió con estrépito, y oí que Howard decía:

—Ahora, Jeff.

Luego hubo otro ruido sordo como si hubiesen tropezado.

Abrí los ojos de nuevo. Jeff Plummer estaba inclinado sobre mí.

Me sonreía y llevaba un 45 en la mano, con el seguro quitado.

—¿Estás seguro de que no vienes con nosotros? —preguntó—. ¿No crees que podrías cambiar de opinión?

El tono no dejaba lugar a dudas; deseaba y esperaba que yo no cambiase de opinión. Me estaba suplicando que le dijese que no. Y yo sabía que no me daría tiempo a pronunciar una palabra tan corta siquiera; antes de balbucearla me habría ido al otro mundo silenciosamente.

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