El asno de oro (13 page)

Read El asno de oro Online

Authors: Apuleyo

Este mal consejo pareció muy bueno a las dos malas hermanas, y, escondidas las joyas y dones que Psiches les había dado, tornáronse desgreñadas, como que venían llorando; y rascándose lascaras, fingiendo de nuevo grandes llantos, en esta manera dejaron a sus padres, refrescándoles su dolor, y con mucha ira, turbadas de la envidia, tornáronse para sus casas, concertando por el camino traición y engaño y aun muerte contra su hermana, que estaba sin culpa.

Capítulo III

Cómo Cupido avisa a su mujer, Psiches, que en ninguna manera descubra a sus hermanas de quién está preñada, ni las crea a cuanto le dijeren, porque se perderá.

—Entre tanto, el marido de Psiches, al cual ella no conocía, la tornó a amonestar otra vez con aquellas sus palabras de noche, diciendo:

«¿No ves cuánto peligro te ordena la fortuna? Pues si tú, de lejos, antes que venga, no te apartas y provees, ella será contigo de cerca. Aquellas lobas sin fe ordenan cuanto pueden contra ti muy malas asechanzas, de las cuales la suma es ésta: ellas te quieren persuadir que tú veas mi cara, la cual, como muchas veces te he dicho, tú no la verás más, si la ves. Así que si después de esto aquellas malas brujas vinieren armadas con sus malignos corazones, que bien sé que vendrán, no hables con ellas ni te pongas a razones; y si por tu mocedad y por el amor que les tienes no te pudieres sufrir, al menos de cosa que toque a tu marido ni las oigas ni respondas a ella; porque acrecentaremos nuestro linaje, que aun este tu vientre niño otro niño trae ya dentro, y si tú encubrieres este secreto, yo te digo que será divino, y si lo descubrieres, desde ahora te certifico que será mortal.»

Psiches, cuando esto oyó, gozose mucho y hubo placer con la divina generación. Alegrábase con la gloria de lo que había de parir, y gozándose con la dignidad de ser madre, con mucha ansia contaba los días y meses cuando entraban y cuando salían. Y como era nueva, en los comienzos de la preñez, maravillábase de un punto y toque tan sutil crecer en tan abundancia su vientre. Pero aquellas furias espantables y pestíferas ya deseaban lanzar el veneno de serpientes, y con esta prisa aceleraban su camino por la mar cuanto podían. En esto, el marido tornó a amonestar a Psiches de esta manera:

«Ya se te llega el último día y la caída postrimera, porque tu linaje y la sangre tu enemiga ya ha tomado armas contra ti, y mueve su real y compone sus batallas y hace tocar las trompetas, y diciéndolo más claro, las malvadas de tus hermanas, con la espada sacada te quieren degollar. ¡Oh cuántas fatigas nos atormentan! Por eso tú, muy dulce señora, ten merced de ti y de mí, y con grande continencia, callando lo que te he dicho, libra a tu casa y marido y este nuestro hijo de la caída de la Fortuna que te amenaza; y a estas falsas y engañosas mujeres, las cuales según el odio mortal te tienen, y el vínculo de la hermandad ya está quebrantado y roto, no te conviene llamar hermanas, ni las veas ni las oigas, porque ellas vendrán a tentarte encima de aquel risco como las sirenas de la mar, y harán sonar todos estos montes y valles con sus voces y llantos.»

Entonces Psiches, llorando, le dijo:

«Bien sabes tú, señor, que yo no soy parlera, y ya el otro día me enseñaste la fe que había de guardar y lo que había de callar; así, que ahora tú no verás que yo mude de la constancia y firmeza de mi ánimo; solamente te ruego que mandes otra vez al viento que haga su oficio y que sirva en lo que le mandare, y en lugar de tu vista, pues me la niegas, al menos consiente que yo goce de la vista de mis hermanas: esto, señor, te suplico por estos tus cabellos lindos y olorosos, y por este tu rostro, semejante al mío, y por el amor que te tengo, aunque no te conozco de vista: así conozca yo tu cara en este niño que traigo en el vientre: que tú, señor, concedas a mis ruegos, haciendo que yo goce de ver y hablar a mis hermanas, y de aquí adelante no curaré más de querer conocer tu cara; y no me curo que las tinieblas de la noche me quiten tu vista, pues yo tengo a ti, que eres mi lumbre.»

Con estas blandas palabras, abrazando a su marido y llorando, limpiaba las lágrimas con sus cabellos, tanto, que él fue vencido y prometió de hacer todo lo que ella quería, y luego, antes que amaneciese, se partió de ella como él acostumbraba. Las hermanas, con su mal propósito, en llegando, no curaron de ver a sus padres, sino, en saliendo de las naos, derechas se fueron corriendo cuanto pudieron a aquel risco, adonde, con el ansia que tenían, no esperaron que el viento las ayudase, antes, con temeridad y audacia, se lanzaron de allí abajo. Pero el viento, recordándose de lo que su señor le había mandado, recibiolas en sus alas contra su voluntad, y púsolas muy mansamente en el suelo; ellas, sin ninguna tardanza, lánzanse luego en casa; iban a abrazar a la que querían perder, y mintiendo el nombre de hermanas, encubrieron con sus caras alegres el tesoro de su escondido engaño, y comenzáronle a lisonjear de esta manera:

—Hermana Psiches, ya no eres niña como solías: ya nos parece que eres madre. ¿Cuánto bien piensas que nos traes en este tu vientre? ¿Cuánto gozo piensas que darás a toda tu casa? ¡Oh cuán bienaventuradas somos nosotras, que tenemos linaje en tantas riquezas! Que si el niño pareciere a sus padres, como es razón, cierto él será el dios Cupido, que nacerá.

Con este amor y afición fingido comienzan poco a poco a ganar la voluntad de su hermana. Ella las mandó asentar a sus sillas para que descansasen, y luego las hizo lavar en el baño; y después de lavadas sentáronse a la mesa, donde les fueron dados manjares reales en abundancia; y luego vino la música y comenzaron a cantar y a tañer muy suavemente: lo cual, aunque no veían quién lo hacía, era tan dulcísima música que parecía cosa celestial; pero con todo esto no se amansaba la maldad de las falsas mujeres, ni pudieron tomar espacio ni holganza con todo aquello: antes, procuraban de armar su lazo de engaños que traían pensado. Y comenzaron disimuladamente a meter palabras, preguntándole qué tal era su marido y de qué nación o ley venía. Psiches, con su simpleza, habiéndosele olvidado lo que su marido le encomendara, comenzó a fingir una nueva razón, diciendo que su marido era de una gran provincia, y que era mercader que trataba en grandes mercadurías, y que era hombre de más de media edad, que ya le comenzaban a nacer canas. No tardó mucho en esta habla, que luego las cargó de joyas y ricos dones, y mandó al viento que las llevase: después que el viento las puso en aquel risco, tornáronse a casa altercando entre sí de esta manera:

«¿Qué podemos decir de una tan gran mentira como nos dijo aquella loca? Una vez nos dijo que era su marido un mancebo que entonces le apuntaban las barbas; ahora dice que es de más de media edad y ya tiene canas: ¿quién puede ser aquel que en tan poco espacio de tiempo le vino la vejez? Cierto, hermana, tú hallarás que esta mala hembra nos miente, o ella no conoce quién es su marido; y cualquier cosa de éstas que sea nos conviene que la echemos de estas riquezas; y si, por ventura, no conoce a su marido, cierto por eso se casó ella, y nos trae algún dios en su vientre; y así fuese lo que nunca Dios quiera, que ésta oyese ser madre de niño divino: luego me ahorcaría con una soga; así que tornemos a nuestros padres y callemos esto, encubriéndolo con el mejor color que podremos.»

En esta manera, inflamadas de la envidia, tornáronse a casa y hablaron a sus padres, aunque de mala gana.

Capítulo IV

Cómo venidas las hermanas a visitar a Psiches le aconsejan que trabaje por ver quién es aquel con quien tiene acceso, fingiéndole que sea un dragón: y ella, convencida del consejo, le ve viniendo a dormir, e indignado Cupido nunca más la vio.

—Aquella noche, sin poder dormir sueño, turbadas de la pena y fatiga que tenían, luego como amanecía corrieron cuanto pudieron hasta el risco, de donde, con la ayuda del viento acostumbrado, volaron hasta casa de Psiches; y con unas pocas de lágrimas que, por fuerza y apretando los ojos, sacaron, comenzaron a hablar a su hermana de esta manera:

«Tú piensas que eres bienaventurada, y estás muy segura y sin ningún cuidado, no sabiendo cuánto mal y peligro tienes. Pero nosotras, que con grandísimo cuidado velamos sobre lo que te cumple, mucho somos fatigadas con tu daño: porque has de saber que hemos hallado por verdad que este tu marido que se echa contigo es una serpiente grande y venenosa; lo cual, con el dolor y pena que de tu mal tenemos, no te podemos encubrir, y ahora se nos recuerda de lo que el dios Apolo respondió cuando le consultaron sobre tu casamiento, diciendo que tú eras señalada para casarte con una cruel bestia. Y muchos de los vecinos de estos linajes que andan a cazar por estas montañas, y otros labradores, dicen que han visto este dragón cuando a la tarde torna de buscar de comer, que se echa a nadar por este río para pasar acá; y todos afirman que te quiere engordar con estos regalos y manjares que te da, y cuando esta tu preñez estuviere más crecida y tú estuvieres bien llena, por gozar de más hartura que te ha de tragar; así que en esto está ahora tu estimación y juicio. Si por ventura quieres más o creer a tus hermanas que por tu salud andan solícitas y que vivas con nosotras segura de peligro huyendo de la muerte, o si quieres quizá ser enterrada en las entrañas de esta cruelísima bestia. Porque si las voces solas que en este campo oís, o el escondido placer y peligroso dormir juntándote con este dragón te deleitan, sea como tú quisieres, que nosotras con esto cumplimos, y ya habemos hecho oficio de buenas hermanas.»

Entonces, la mezquina de Psiches, como era muchacha y de noble condición, creyó lo que le dijeron, y con palabras tan espantables salió de sí fuera de seso: por lo cual se le olvidó los amonestamientos de su marido y de todos los prometimientos que ella le hizo, y lánzase en el profundo de su desdicha y desventura; y temblando, la color amarilla, no pudiendo cuasi hablar, cortándosele las palabras y medio hablando, como mejor pudo, les dijo de esta manera:

«Vosotras, señoras hermanas, hacéis oficio de piedad y virtud como es razón: y creo yo muy bien que aquellos que tales cosas os dijeron no fingieron mentira, porque yo hasta hoy nunca pude ver la cara de mi marido ni supe de dónde se es. Solamente lo oigo hablar de noche, y con esto paso y sufro marido incierto y que huye de la luz; y de esta manera consiento que digáis que tengo una gran bestia por marido, y que me espanta diciendo que no lo puedo ver: y siempre me amenaza que me vendrá gran mal si porfío en querer ver su cara. Y pues que así es, si ahora podéis socorrer al peligro de vuestra hermana con alguna ayuda y favor saludable, hacedlo y socorrerme, porque si no lo hacéis podré muy bien decir que la negligencia siguiente corrompe el beneficio de la providencia pasada.»

Cuando las dos malas mujeres hallaron el corazón y voluntad de Psiches descubierto para recibir lo que le dijeren, dejados los engaños secretos, comenzaron con las espadas descubiertas públicamente a combatir el pensamiento temeroso de la simple mujer, y la una de ellas dijo de esta manera:

«Porque el vínculo de nuestra hermandad nos compele por tu salud a quitarte delante los ojos cualquier peligro, te mostraremos un camino que días ha habemos pensado, el cual sólo te sacará a puerto de salud, y es éste: Tú has de esconder secretamente en la parte de la cama donde te sueles acostar una navaja bien aguda, que en la palma de la mano se aguzó, y pondrás un candil lleno de aceite bien aparejado y encendido debajo de alguna cobertura al canto de la sala: y con todo este aparejo, muy bien disimulado, cuando viniere aquella serpiente y subiese en la cama como suele, desde que ya tú veas que él comienza a dormir y con el gran sueño comienza a resollar, salta de la cama y descalza muy paso, y saca el candil debajo de donde está escondido, y toma de consejo del candil oportunidad para la hazaña que quieres hacer; y con aquella navaja, alzada primeramente la mano derecha con el mayor esfuerzo que pudieres, da en el nudo de la cerviz de aquel serpiente venenoso, y córtale la cabeza: y no pienses que te faltará nuestra ayuda, porque luego que tú con su muerte hayas traído vida para ti, estaremos esperándote con mucha ansia, para que llevándote aquí con todos estos tus servidores y riquezas que aquí tienes, te casaremos como deseamos con hombre humano, siendo tú mujer humana.»

Con estas palabras encendieron tanto las entrañas de su hermana, que la dejaron cuasi del todo ardiendo. Y ellas, temiendo del mal consejo que daban a la otra no les viniese algún gran mal por ello, se partieron, y con el viento acostumbrado se fueron hasta encima del risco, de donde huyeron lo más presto que pudieron, y entráronse en sus naos y fuéronse a sus tierras.

Psiches quedó sola: aunque quedando fatigada de aquellas furias no estaba sola, pero llorando fluctuaba su corazón como la mar cuando anda con tormenta; y como quiera que ella tenía deliberado con voluntad muy obstinada el consejo que le habían dado, pensando como había de hacer aquel negocio, pero todavía titubeaba y estaba incierta del consejo, pensando en el mal que le podía venir; y de esta manera ya lo quería hacer, ya lo quería dilatar: ahora osaba, ahora temía: ya desconfiaba, ya se enojaba. En fin, lo que más le fatigaba era que en un mismo cuerpo aborrecía a la serpiente y amaba a su marido. Cuando ya fue tarde que la noche se venía, ella comenzó a aparejar con mucha prisa aquel aparato de su mala hazaña; y siendo de noche vino el marido a la cama, el cual, de que hubo burlado con ella, comenzó a dormir con gran sueño. Entonces, Psiches, como quiera que era delicada del cuerpo y del ánimo, pero ayudándole la crueldad de su hado se esforzó, y sacando el candil debajo de donde estaba, tomó la navaja en la mano, y su osadía venció y mudó la flaqueza de su género. Como ella alumbrase con el candil y pareciese todo el secreto de la cama, vido una bestia, la más mansa y dulcísima de todas las fieras: digo que era aquel hermoso dios del amor que se llama Cupido, el cual estaba acostado muy hermosamente; y con su vista alegrándose, la lumbre de la candela creció, y la sacrílega y aguda navaja resplandeció.

Cuando Psiches vio tal vista, espantada y puesta fuera de sí, desfallecida, con la color amarilla, temblando, se cortó y cayó sobre las rodillas, y quiso esconder la navaja en su seno, e hiciéralo, salvo por el temor de tan gran mal como quería hacer se le cayó la navaja de la mano. Estando así fatigada y desfallecida, cuanto más miraba la cara divina de Cupido tanto más recreaba con su hermosura. Ella le veía los cabellos como hebras de oro, llenos de olor divino; el cuello, blanco como la leche; la cara, blanca y roja como rosas coloradas, y los cabellos de oro colgando por todas partes, que resplandecían como el Sol y vencían a la lumbre del candil. Tenía asimismo en los hombros péñolas de color de rosas y flores; y como quiera que las alas estaban quedas, pero las otras plumas debajo de las alas tiernas y delicadas estaban temblando muy gallardamente; y todo lo otro del cuerpo estaba hermoso y sin plumas, como convenía a hijo de la diosa Venus, que lo parió sin arrepentirse por ello. Estaba ante los pies de la cama el arco y las saetas, que son armas del dios de amor; lo cual todo estando mirando Psiches no se hartaba de mirarlo, maravillándose de las armas de su marido, sacó del carcaj una saeta, y estándola tentando con el dedo a ver si era aguda como decían, hincósele un poco de la saeta, de manera que le comenzaron a salir unas gotas de sangre de color de rosas, y de esta manera, Psiches, no sabiendo, cayó y fue presa de amor del dios de amor: entonces, con mucho mayor ardor de amor, se abajó sobre él y le comenzó a besar con tan gran placer, que temía no despertase tan presto.

Other books

Madeleine Is Sleeping by Sarah Shun-lien Bynum
The Keeper by Sarah Langan
The Cursed Towers by Kate Forsyth
The Contract: Sunshine by McCarver, Shiree
Immortal Need by Newton, LeTeisha
Forgotten Witness by Forster, Rebecca
Braco by Lesleyanne Ryan
Class A by Lucas Mann