El asno de oro (15 page)

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Authors: Apuleyo

«¿Dónde sé yo ahora si por ventura mi señor mora en este templo?»

Luego enderezó el paso hacia allá, el cual como quiera que ya le desfallecía por los grandes y continuos trabajos, pero la esperanza de hallar a su marido la aliviaba. Así que, habiendo ya subido y pasado todos aquellos montes, llegó al templo y entrose dentro, donde vio muchas espigas de trigo y cebada, hoces y otros instrumentos para segar; pero todo estaba por el suelo, sin ningún orden, confuso, como acostumbran a hacer los segadores cuando con el trabajo se les cae de las manos. Psiches, como vio todas estas cosas derramadas, comenzó a apartar cada cosa por su parte y componerlo y ataviarlo todo, pensando, como era razón, que de ningún dios se deben menospreciar las ceremonias, antes, procurar de siempre tener propicia su misericordia. Estando Psiches ataviando y componiendo estas cosas entró la diosa Ceres, y como la vio, comenzó de lejos a dar grandes voces, diciendo:

«¡Oh Psiches desventurada! La diosa Venus anda por todo el mundo con grandísima ansia buscando rastro de ti: y con cuanta furia puede desea y busca traerte a la muerte; y con toda la fuerza de su deidad procura haber venganza de ti, y tú ahora estás aquí teniendo cuidado de mis cosas. ¿Cómo puedes tú pensar otra cosa sino lo que cumple a tu salud?»

Entonces, Psiches lanzose a sus pies y comenzolos a regar con sus lágrimas y barrer la tierra con sus cabellos, suplicando y pidiéndole perdón con muchos ruegos y plegarias, diciendo:

«Ruégote, señora, por la tu diestra mano sembradora de los panes, y por las ceremonias alegres de las sementeras, y por los secretos de las canastas de pan, y por los carros que traen los dragones tus siervos, y por las aradas y barbechos de Sicilia, y por el carro de Plutón que arrebató a Proserpina, y por el descendimiento de tus bodas, y por la tornada cuando tornó con las hachas ardiendo de buscar a su hija, y por el sacrificio de la ciudad eleusina, y por las otras cosas y sacrificios que se hacen en silencio, que socorras a la triste ánima de tu sierva Psiches, y consiénteme que entre estos montones de espigas me pueda esconder algunos pocos días, hasta que la cruel ira de tan gran diosa como es Venus por espacio de algún tiempo se amanse, o hasta que al menos mis fuerzas, cansadas de tan continuo trabajo, con un poco de reposo se restituyan.»

Ceres le respondió:

«Ciertamente yo me he conmovido a compasión por ver tus lágrimas y lo que me ruegas, y deseo ayudarte; pero no quiero incurrir en desgracia de aquella buena mujer de mi cuñada, con la cual tengo antigua amistad. Así, que tú parte luego de mi casa, y recibe en gracia que no fuiste presa por mí ni retenida.»

Cuando esto oyó Psiches, contra lo que ella pensaba, afligida de doblada pena y enojo tomó su camino, tornando para atrás, y vio un hermoso templo que estaba en una selva de árboles muy grandes, en un valle, el cual era edificado muy pulidamente: y como ella se tuviese por dicho ninguna vía dudosa o de mejor esperanza jamás dejarla de probar, y que andaba buscando socorro de cualquier dios que hallase, llegose a la puerta del templo y vio muy ricos dones de ropas y vestiduras colgadas de los postes y ramas de los árboles, con letras de oro que declaraban la causa por que eran allí ofrecidas y el nombre de la diosa a quien se dan. Entonces, Psiches, las rodillas hincadas, abrazando con sus manos el altar y limpiadas las lágrimas de sus ojos, comenzó a decir de esta manera:

«¡Oh, tú, Juno, mujer y hermana del gran Júpiter! O tú estás en el antiguo templo de la isla de Samos, la cual se glorifica porque tú naciste allí y te criaste: o estás en las sillas de la alta ciudad de Cartago, la cual te adora como doncella que fuiste llevada al cielo encima de un león: o si por ventura estás en la ribera del río Inaco, el cual hace memoria de ti, que eres casada con Júpiter y reina de las diosas: o tú estás en las ciudades magníficas de los griegos, adonde todo Oriente te honra como diosa de los casamientos y todo Occidente te llama Lucina: o doquiera que estés, te ruego que socorras a mis extremas necesidades, y a mí, que estoy fatigada de tantos trabajos pasados, plégate librarme de tan gran peligro como está sobre mí, porque yo bien sé que de tu propia gana y voluntad acostumbras socorrer a las preñadas que están en peligro de parir.»

Acabado de decir esto, luego le apareció la diosa Juno, con toda su majestad, y dijo:

«Por Dios, que yo querría dar mi favor y todo lo que pudiese a tus rogativas, pero contra la voluntad de Venus, mi nuera, la cual siempre amé en lugar de mi hija, no lo podría hacer, porque la vergüenza me resiste.

Además de esto, las leyes prohíben que nadie pueda recibir a los esclavos fugitivos contra la voluntad de sus señores.»

Capítulo II

Cómo, cansada Psiches de buscar remedio para hallar a su marido Cupido, acordó de irse a presentar ante Venus por demandarle merced, porque Mercurio la había pregonado, y cómo Venus la recibió.

—Con este naufragio de la fortuna, espantada Psiches viendo asimismo que ya no podía alcanzar a su marido, que andaba volando, desesperada de toda su salud, comenzó a aconsejarse con su pensamiento en esta manera:

¿Qué remedio se puede ya buscar ni tentar para mis penas y trabajos a los cuales el favor y ayuda de las diosas, aunque ellas lo querían, no pudo aprovechar? Pues que así es, ¿adónde podría yo huir, estando cercada de tantos lazos? ¿Y qué casas o en qué soterraños me podría esconder de los ojos inevitables de la gran diosa Venus? Pues que no puede huir, toma corazón de hombre y fuertemente resiste a la quebrada y perdida esperanza y ofrécete de tu propia gana a tu señora, y con esta obediencia, aunque sea tarde, amansarás su ímpetu y saña. ¿Qué sabes tú si por ventura hallarás allí, en casa de la madre, al que muchos días hace que andas a buscar? De esta manera aparejada para el dudoso servicio y cierto fin, pensaba entre sí el principio de su futura suplicación. En este medio tiempo, Venus, enojada de andar a buscar a Psiches por la tierra, acordó de subirse al cielo, y mandando aparejar su carro, el cual Vulcano, su marido, muy sutil y pulidamente había fabricado y se lo había dado en arras de su casamiento, hecho las ruedas de manera de la Luna, muy rico y precioso, con daño de tanto oro y de muchas otras aves, que estaban cerca de la cámara de Venus, salieron cuatro palomas muy blancas, pintados los cuellos, y pusiéronse para llevar el carro; y recibida la señora encima del carro, comenzaron a volar alegremente, y tras del carro de Venus comenzaron a volar muchos pájaros y aves, que cantaban muy dulcemente, haciendo saber cómo Venus venía. Las nubes dieron lugar, los cielos se abrieron y el más alto de ellos la recibió alegremente; las aves iban cantando: con ella no temían las águilas y halcones que encontraban. En esta manera, Venus, llegada al palacio real de Júpiter, y con mucha osadía y atrevimiento, pidió a Júpiter que mandase al dios Mercurio le ayudase con su voz, que había menester para cierto negocio. Júpiter se lo otorgó y mandó que así se hiciese. Entonces ella, alegremente, acompañándola Mercurio, se partió del cielo, la cual en esta manera habló a Mercurio:

«Hermano de Arcadia, tú sabes bien que tu hermana Venus nunca hizo cosa alguna sin tu ayuda y presencia; ahora tú no ignoras cuánto tiempo ha que yo no puedo hallar a aquella mi sierva que se anda escondiendo de mí: así que ya no tengo otro remedio sino que tú públicamente pregones que le será dado gran premio a quien la descubriere. Por ende, te ruego que hagas prestamente lo que digo. Y en tu pregón da las señales e indicios por donde manifiestamente se pueda conocer. Porque si alguno incurriere en crimen de encubrirla ilícitamente, no se pueda defender con excusación de ignorancia.»

Y diciendo esto, le dio un memorial en el cual se contenía el nombre de Psiches y las otras cosas que había de pregonar. Hecho esto, luego se fue a su casa. No olvidó Mercurio lo que Venus le mandó hacer, y luego se fue por todas las ciudades y lugares, pregonando de esta manera: Si alguno tomare o mostrare dónde está Psiches, hija del rey y sierva de Venus, que anda huida, véngase a Mercurio, pregonero que está tras el templo de Venus, y allí recibirá por galardón de su indicio, de la misma diosa Venus, siete besos muy suaves y otro muy más dulce. De esta manera pregonando Mercurio, todos los que lo oían, con codicia de tanto premio, se aderezaron para buscarla. La cual cosa, oída por Psiches, le quitó toda tardanza de irse a presentar ante Venus, y llegando ella a las puertas de su señora, salía a ella una doncella de Venus, que había nombre Costumbre, la cual, como vio a Psiches, comenzó a dar grandes voces, diciendo:

«Vos, dueña, mala esclava, hasta que ya sentís que tenéis señora: aun sobre toda la maldad de tus malas mañas finges ahora que no sabes cuánto trabajo hemos pasado buscándote. Pero bien está, pues que caíste en mis manos: haz cuenta que caíste en la cárcel del infierno, y donde no podrás salir, y prestamente recibirás las penas de tu contumacia y rebeldía.»

Diciendo esto, arremetió a ella, y con gran audacia echole mano de los cabellos y comenzola a llevar ante Venus, como quiera que Psiches no resistía la ida. La cual, luego que Venus la vio comenzose de reír como suelen hacer todos los que están con mucha ira, y meneando la cabeza, rascándose en la oreja, comenzó a decir:

«Basta que ya fuiste contenta de hablar a tu suegra; y por cierto, antes creo yo que lo hiciste por ver a tu marido, que está a la muerte de la llaga de tus manos; pero está segura que yo te recibiré como conviene a buena nuera.»

Y como esto dijo, mandó llamar a sus criadas la Costumbre y la Tristeza, a las cuales, como vinieron, mandó que azotasen a Psiches. Ellas, siguiendo el mandamiento de su señora, dieron tantos de azotes a la mezquina de Psiches, que la afligieron y atormentaron, y así la tornaron a presentar otra vez ante su señora. Cuando Venus la vio comenzose otra vez a reír, y dijo:

«¿Y aun ves cómo en la alcahuetería de su vientre hinchado nos conmueve a misericordia? ¿Piensas hacerme abuela bien dichosa con lo que saliere de esta tu preñez? Dichosa yo, que en la flor de mi juventud me llamarán abuela y el hijo de una esclava bellaca oirá que le llame nieto de Venus. Pero necia soy en esto yo, porque por demás puedo yo decir que mi hijo es casado, porque estas bodas no son entre personas iguales, y además de esto fueron hechas en un monte sin testigos y no consintiendo su padre, por lo cual estas bodas no se pueden decir legítimamente hechas; y por esto, si yo consiento que tú hayas de parir, a lo menos nacerá de ti un bastardo.»

Y diciendo esto, arremetió con ella y rompiole las tocas, trabándole de los cabellos y dándole de cabezadas, que la afligió gravemente; luego tomó trigo y cebada, mijo, simientes de adormideras, garbanzos, lentejas y habas, lo cual, todo mezclado y hecho un gran montón, dijo a Psiches:

«Tú me pareces tan disforme y bellaca esclava, que con ninguna cosa aplaces a tus enamorados, sino con los muchos servicios que les haces.

Pues yo quiero ahora experimentar tu diligencia. Aparta todos los granos de estas simientes que están juntas en este montón, y cada simiente de éstas, muy bien dispuestas y apartadas de por sí, me las has de dar antes de la noche.»

Y dicho esto, ella se fue a cenar a las bodas de sus dioses. Psiches, embargada con la grandeza de aquel mandamiento, estaba callando como una muerta, que nunca alzó la mano a comenzar tan grande obra para nunca acabar. Entonces aquella pequeña hormiga del campo, habiendo mancilla de tan gran trabajo y dificultad, como era el de la mujer del gran dios del amor, maldiciendo la crueldad de su suegra Venus, discurrió prestamente por esos campos y llamó y rogó a todas las batallas y muchedumbres de hormigas diciéndoles:

«¡Oh sutiles hijas y criadas de la tierra, madre de todas las cosas, habed merced y mancilla y socorred con mucha velocidad a una moza hermosa, mujer del dios de Amor, que está en mucho peligro!»

Entonces, como ondas de agua, venían infinitas hormigas cayendo unas sobre otras, y con mucha diligencia cada una, grano a grano, apartaron todo el montón. Después de apartados y divisos todos los géneros de granos de cada montón sobre sí, prestamente se fueron de allí. Luego, al comienzo de la noche, Venus, tornando de su fiesta, harta de vino y muy olorosa, llena toda la cabeza y cuerpo de rosas resplandecientes, vista la diligencia del gran trabajo, dijo:

«¡Oh mala!; no es tuya ni de tus manos esta obra, sino de aquel a quien tú por tu mal y por el suyo has aplacido.»

Y diciendo esto, echole un pedazo de pan, para que comiese y fuese a acostar. Entre tanto, Cupido estaba solo y encerrado en una cámara de las que estaban más adentro de casa: el cual estaba allí encerrado así por que la herida no se dañase, si algún mal deseo le viniese, como por que no hablase con su amada Psiches. De esta manera, dentro de una casa y debajo de un tejado, apartados los enamorados, con mucha fatiga pasaron aquella noche negra y muy obscura.

Capítulo III

En el cual trata cómo la vieja, procediendo en su muy largo cuento, narra los trabajos que Venus dio a Psiches, por darle ocasión a desesperar y morir. Y cómo, por conmiseración de los dioses, Venus la vino a perdonar, y con mucho placer se celebraron las bodas en el cielo.

—Después que amaneció, mandó Venus llamar a Psiches y dijo de esta manera:

«¿Ves tú aquella floresta por donde pasa aquel río que tiene aquellos grandes árboles alrededor, debajo del cual está una fuente cerca? ¿Y ves aquellas ovejas resplandecientes y de color de oro que andan por allí paciendo sin que nadie las guarde? Pues ve allá luego y tráeme la flor de su precioso vellocino en cualquier manera que lo puedas haber.»

Psiches, de muy buena gana se fue hacia allá, no con pensamiento de hacer lo que Venus le había mandado, sino por dar fin a sus males, lanzándose de un risco de aquellos dentro en el río. Cuando Psiches llegó al río, una caña verde, que es madre de la música suave, meneada por un dulce aire por inspiración divina, habló de esta manera:

«Psiches, tú que has sufrido tantas tribulaciones no quieras ensuciar mis santas aguas con tu misérrima muerte, ni tampoco llegues a estas espantosas ovejas, porque tomando el calor y ardor del Sol suelen ser muy rabiosas, y con los cuernos agudos y las frentes de piedra, aun mordiendo con los dientes ponzoñosos, matan a muchos hombres. Pero después que pasare el ardor del mediodía y las ovejas se van a reposar a la frescura del río, podrás esconderte debajo de aquel alto plátano, que bebe del agua de este río que yo bebo. Y como tú vieres que las ovejas, pospuesta toda su ferocidad, comienzan a dormir, sacudirás las ramas y hojas de aquel monte que está cerca de ellas y allí hallarás las guedejas de oro que se pegan por aquellas matas cuando las ovejas pasan.»

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