El Consuelo (27 page)

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Authors: Anna Gavalda

Tags: #Romántica

»Y ahí empezó la bajada a los infiernos. Para empezar no se lo esperaba en absoluto... Lo cual de hecho nunca dejará de extrañarme... Pero ya se sabe, "en casa del herrero, cuchillo de palo"... Anouk creía que fumaba porros de vez en cuando porque lo ayudaban á "tocar mejor". Sí, seguro... Y entonces ella, esa mujer, la mejor profesional con la que he trabajado nunca, porque antes te hablaba de su ternura, pero también sabía mostrarse dura, sabía mantenerlos a todos a raya: a la Parca, a los médicos siempre desbordados, a los internos arrogantes, a las compañeras de trabajo insensibles, a los funcionarios burócratas, a las familias pesadas, a los enfermos complacientes, nadie, ¿me oyes?, nadie se le resistía. La llamaban
La
Men, o también Amén. Lo asombroso, lo excepcional era esa mezcla de dulzura y de profesionalidad, e imponía respeto... Espera, que he perdido el hilo...
—El Samu...
—Ah, sí... entonces, cuando la llamaron, le entró el pánico por completo. Creo que se había quedado traumatizada, en el sentido médico de la palabra, el de «daños y lesiones de la estructura o del funcionamiento del organismo», cuando los primeros años del sida. Creo que nunca se recuperó... Y saber que su hijo tenía muchas probabilidades de correr esa misma suerte, no, esa palabra no está bien elegida, mejor decir correr el mismo destino... Muchas probabilidades como digo de terminar como todos esos desgraciados, eso la... no sé... la partió en dos. Zaca. Como un trozo de madera. Entonces cada vez se le fue haciendo más difícil recurrir a la bebida para esconder sus problemas. Era la misma, pero ya no era ella. Era un fantasma, un autómata; una máquina que sonreía, vendaba y a la que todo el mundo obedecía. Un nombre y un número de código de empleada sobre una bata que olía a alcohol... Empezó por dimitir de su puesto de enfermera jefe diciendo que estaba hasta el gorro de resolver chorradas de papeleo, y luego quiso reducirse la jornada para poder ocuparse de Alexis. Hizo lo imposible por sacarlo del agujero y por conseguir que lo admitieran en los mejores centros. Se había convertido en su razón de vivir y, en cierta manera, también la salvó... Digamos que era un buen yugo... Una tregua corta puesto que...
Sylvie se quitó las gafas y se pellizcó la nariz largo rato antes de proseguir.
—... puesto que ese cabrón, perdóname, sé que es amigo tuyo, pero no veo otra palabra...
—No. Ya...
—¿Cómo?
—Nada. La escucho.
—La mandó a paseo. Cuando recuperó las fuerzas suficientes para articular una idea como es debido, le anunció tranquilamente que, debido a una rehabilitación que había llevado a cabo con «el equipo de apoyo», no debía verla más. De hecho se lo anunció amablemente... ¿Comprendes, mamá?, es por mi bien, ya no puedes ser mi madre. Luego le dio un beso, algo que llevaba años sin hacer, y se marchó para reunirse con los demás en su bonito parque rodeado de grandes verjas...
«Entonces Anouk se pidió la primera baja por enfermedad de su vida... Cuatro días, recuerdo... Al cabo de esos cuatro días volvió y pidió que la pasaran al turno de noche. No sé qué razones les daría, pero las conozco de sobra: es más fácil cuidar a los enfermos cuando el barco no avanza a toda máquina... El equipo entero se portó muy bien con ella. Ella, que había sido nuestra roca, nuestra referencia, se convirtió en nuestra mayor convaleciente. Recuerdo a ese hombre maravilloso, Jean Guillemard, un médico que se había pasado la vida trabajando en la esclerosis múltiple. Le escribió una carta magnífica, muy detallada, recordándole los numerosos casos que habían seguido juntos, y concluía asegurándole que si la vida le hubiese dado más a menudo la ocasión de trabajar con profesionales tan buenos como ella, hoy en día probablemente sabría más y podría jubilarse más feliz...
»¿Estás bien? ¿No quieres otra Coca-Cola?
Charles dio un respingo.
—No, no... gracias.
—Yo, en cambio, discúlpame pero me voy a servir algo... No sabes cómo me afecta hablar de todo esto. Qué desastre... Qué desastre más espantoso... Es toda una vida, ¿comprendes?
Silencio.
—No, no podéis comprenderlo... El hospital es otro mundo, y los que no pertenecen a él no pueden comprender... Gente como Anouk o yo hemos pasado más tiempo con los enfermos que con nuestras propias familias... Era una vida a la vez muy dura y muy protegida... Una vida de uniforme... No sé cómo hacen aquellas que no tienen esto que hoy en día se considera un poco cursi, esto que llaman «vocación». No, por más que me esfuerzo por comprender, no lo consigo... Es imposible aguantar sin tener vocación... Y no hablo de la muerte, no, hablo de algo mucho más difícil todavía... de la... de la fe en la vida, creo... Sí, eso es lo más duro cuando se trabaja en estos sectores difíciles, no perder de vista que la vida es más... cómo decir... más
legítima
que la muerte. Algunas noches, te lo aseguro, el cansancio es muy, muy malo... porque sientes como un vértigo, ¿sabes...?, y... ¡Pero bueno! —bromeó—. ¡Qué filósofa me he puesto de repente! Ah... ¡qué lejos están nuestras batallas de caramelos en el jardín de tus padres!

 

Sylvie se levantó y se dirigió hacia la cocina. Él la siguió.
Se sirvió un gran vaso de agua con gas. Charles, que se había apoyado contra la barandilla del balcón, permaneció ahí, en el duodécimo piso, de pie ante el vacío. Silencioso. Indispuesto.
—Por supuesto, todas esas muestras de afecto fueron muy importantes para ella, pero lo que más la ayudó por aquel entonces (bueno, no sé si «ayudar» es la palabra adecuada por lo que ocurrió después) fueron las palabras de un solo hombre: Paul Ducat. Un psicólogo que no trabajaba en ningún servicio en concreto pero que venía varias veces a la semana a visitar a los pacientes que lo reclamaban.
»Era muy bueno, tengo que reconocerlo... Es una tontería, pero de verdad yo tenía la impresión, quiero decir una impresión física, de que hacía la misma tarea que los equipos de limpieza. Entraba en las habitaciones llenas de miasmas, cerraba la puerta, se quedaba ahí, unas veces diez minutos, otras, dos horas, no quería saber nada de nuestro trabajo, nunca nos dirigía la palabra y apenas nos saludaba, pero cuando nos ocupábamos del paciente después de marcharse él, era... ¿cómo decirte?... como si la luz hubiera cambiado... Era como si ese hombre hubiera abierto la ventana. Una de esas grandes ventanas sin pomo y que nunca se abren, por la sencilla razón de que están... condenadas.
»Una noche, tarde ya, entró en el despacho, algo que no había hecho nunca antes, pero necesitaba un papel, creo, y... y ella estaba ahí, con un espejo en la mano, maquillándose en la penumbra.
»"Perdón", dijo él, "¿puedo encender la luz?". Y entonces la vio. Lo que sostenía en la otra mano no era un lápiz de ojos o un pintalabios, sino un bisturí.
Sylvie bebió un gran sorbo de agua.
—Se arrodilló junto a ella, le limpió las heridas, esa noche y durante meses... Escuchándola largo rato, asegurándole que la reacción de Alexis era del todo normal, mejor incluso que normal, era vital, sana. Que volvería, que siempre había vuelto, ¿verdad? Que no, que no había sido una mala madre, nunca en la vida. Que él había trabajado mucho con toxicómanos, y que aquellos a los que sus padres habían querido mucho salían de la droga más fácilmente que los demás. ¡Y Dios sabe si ella había querido a Alexis, ¿verdad?! Sí, se reía, sí, ¡Dios lo sabía, desde luego! ¡Y hasta estaba celoso! Que su hijo estaba bien allí donde estaba, que ya se informaría él, que la mantendría al corriente, y que debía seguir comportándose como siempre lo había hecho. Es decir: debía estar ahí, sencillamente, y sobre todo, sobre todo, seguir siendo ella misma, porque ahora le tocaba a él recorrer el camino, y que quizá ese camino la alejara de ella... al menos un tiempo... ¿Me cree, Anouk? Y ella lo creyó y... No tienes buena cara... ¿Te encuentras bien? Estás muy pálido...
—Creo que debería comer algo pero tengo... —Charles trató de sonreír—, o sea, yo... ¿Tiene un pedazo de pan?

 

—¿Sylvie? —articuló entre dos bocados.
—¿Sí?
—Qué bien cuenta las cosas...
Su mirada se veló.
—A ver, qué quieres... desde que murió sólo pienso en todo esto... De noche, de día me vuelven sin parar a la cabeza retazos de recuerdos... Duermo mal, hablo sola, le hago preguntas, intento comprender... Ella me enseñó mi profesión, a ella le debo los momentos más fuertes de mi carrera, y también los más alegres, los más divertidos. Siempre estuvo ahí cuando la necesité, encontraba siempre las palabras que hacen a la gente más fuerte, más... tolerante... Es la madrina de mi hija mayor, y cuando mi marido enfermó de cáncer, como siempre se portó muy bien con todos nosotros... Conmigo, con él, con las niñas...
—¿Y su marido, esto...?
—¡No, no! —exclamó, y se le iluminó el rostro—. ¡Sigue aquí con nosotras! Pero no lo verás, ha pensado que era mejor dejarnos solos... ¿Sigo? ¿Tienes más hambre?
—No, no, la... te escucho...
—Así que lo creyó, como te iba diciendo, y entonces vi, lo
vi
con mis propios ojos, ¿me oyes?, lo que llaman «el poder del amor». Anouk se recuperó, dejó de necesitar tanto a Alexis, adelgazó, rejuveneció y, bajo la corteza de la... tristeza, como decías antes, su antiguo rostro reapareció: los mismos rasgos, la misma sonrisa, esa misma alegría en la mirada. ¿Recuerdas cómo era cuando hacíamos bromas y tonterías? Era viva, irresistible, loca. Como esas colegialas tan espabiladas que se equivocan de dormitorio en el internado y nunca las pillan... Y guapa, Charles... tan guapa... Charles se acordaba, sí.
—Pues bien, fue por él... por ese Paul... No te imaginas lo feliz que me hacía verla así. Me decía: ya está, la Vida ha comprendido lo que le debía. La Vida le da las gracias por fin... Fue entonces cuando yo dejé el trabajo. Por la enfermedad de mi marido, precisamente... Se había salvado de milagro y, ajustándonos el cinturón, podíamos apañarnos sin mi sueldo. Además nuestra hija iba a tener un bebé, y Anouk había vuelto, así que... había llegado el momento de dejarlo y de ocuparme un poco de mi familia... Nació el bebé, el pequeño Guillaume, y yo volví a aprender a vivir como la gente normal y corriente: sin estrés, sin guardias, sin tener que buscar un calendario cada vez que me proponían un viaje y olvidando poco a poco todos esos olores... las bandejas de la comida, los desinfectantes, el café goteando en la cafetera, la sangre, las plaquetas... Sustituí todo aquello por tardes en el parque y paquetes de galletas... Entonces perdí un poco de vista a Anouk, pero nos llamábamos por teléfono de vez en cuando. Todo marchaba bien.
»Y entonces un día, o más bien una noche, me llamó, y yo no entendí nada de lo que mascullaba. Lo único que comprendí es que había bebido... Fui a verla al día siguiente.
«Alexis le había escrito una carta que no acertaba a comprender del todo. Quería que yo la leyera y se la explicara. ¿Qué le decía Alexis? ¿¡¿Qué le decía?!? ¿La abandonaba o no? Anouk estaba... aniquilada. Así que leí aquella...
Meneó la cabeza de lado a lado.
—... mierda llena de jerga técnica seudopsicológica... Era un estilo elegante y muy complicado, lleno de palabras cultas. Quería ser digno, generoso, pero no era más que... el colmo de la cobardía.
»¿Entonces? ¿Entonces?, me suplicaba ella, ¿qué te parece que quiere decir? ¿Dónde estoy yo en toda esta historia?
»¿Qué querías que le dijera? No estás en ninguna parte. Mira... Ya no existes. Te desprecia hasta tal punto que ya ni se molesta siquiera en ser claro... No... no podía decírselo así. En lugar de eso, la abracé, y entonces, claro, entonces lo comprendió todo.
»¿Sabes, Charles?, esto es algo que he presenciado a menudo y que nunca llegaré a comprender... ¿Por qué seres tan excepcionales en su profesión, seres que, objetivamente, hacen el Bien en el mundo, resultan ser estúpidos tan infames en la vida de verdad? ¿Eh? ¿Cómo es posible? Al final, ¿dónde está su humanidad?
»De modo que me quedé con ella todo el día. Me daba miedo dejarla sola. Estaba segura de que, en el mejor de los casos, se refugiaría en el alcohol, y en el peor... Le supliqué que se viniera a vivir una temporada a mi casa, la habitación de las niñas estaba libre, seríamos discretos y... Anouk se sonó enérgicamente, se recogió el pelo, se frotó los párpados, levantó la cabeza y me sonrió. La sonrisa más frágil que le he conocido jamás.
»Y, sin embargo, Dios sabe si... bueno... olvidémoslo. Intentó alargar esa sonrisa lo más posible, siempre queriendo aparentar lo que no sentía, y me aseguró, acompañándome hasta la puerta, que podía marcharme tranquila, que no me haría
una cosa así
, que había pasado por momentos peores y que, a fuerza de sufrir, se había curtido.
»Cedí con la condición de poder llamarla por teléfono a cualquier hora del día o de la noche. Se rió y dijo que de acuerdo. Y añadió que estaba acostumbrada ya a las pesadas como yo... Y, en efecto, aguantó. Yo no me lo podía creer. Empecé a verla un poco más a menudo en aquella época y, por mucho que me esforzara por estar atenta a la menor señal, por mucho que le observara el blanco de los ojos o que olisqueara su abrigo cuando iba a colgarlo... nada... No bebía...
Silencio.
—Ahora, con un poco más de distancia, me digo que, al contrario, eso tendría que haberme preocupado. Es horrible lo que te voy a decir, pero a fin de cuentas, mientras bebiera quería decir que estaba viva y, de cierta manera, no sé...
reactiva...
En fin... Hoy me digo tantas cosas... Y un buen día me anunció que iba a presentar su dimisión. Me llevé una sorpresa tremenda. Lo recuerdo muy bien, acabábamos de salir de un salón de té y estábamos paseando por las Tullerías. Hacía bueno, íbamos cogidas del brazo, y entonces me lo anunció: se acabó, lo dejo. Yo aflojé el paso y me quedé callada largo rato, como esperando a que añadiera algo más: lo dejo por esto o por lo otro... Pero no, nada. ¿Por qué, Anouk, por qué?, terminé por articular, pero si sólo tienes cincuenta y cinco años... ¿Cómo vas a vivir? ¿De qué vas a vivir? Pensaba sobre todo para
quién
o para
qué
vas a vivir, pero no me atreví a expresárselo así. Ella no contestó. En fin...
»Y luego murmuró:
»"Todos, todos... todos me han abandonado. Uno tras otro... Pero no el
hospital
, ¿me oyes? Necesito ser yo la primera en irme, si no sé que no me recuperaría jamás. Que algo al menos, en esta vida mía tan perra, no me deje en la estacada... ¿Me imaginas a mí, el día de mi copa de despedida?", se rió. "Cojo mi regalo, me despido de todos con un beso, ¿y después? ¿Dónde voy después? ¿Qué hago? ¿Cuándo me muero?"

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