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Authors: Hans Magnus Enzensberger

Tags: #Matemáticas

El diablo de los números (27 page)

—Eso no es ni será nunca una pirámide —dijo Robert—. Eso no son más que triángulos.

—Sí, pero ¿qué pasa si los recortas y doblas?

Enseguida apareció en la pantalla el resultado, sin necesidad de tijera ni cola:

—Y puedes hacer lo mismo con las siguientes figuras —dijo el anciano, y dibujó distintas estructuras en la pantalla:

¡Si no es más que eso!, pensó Robert. Ya he hecho figuras otras veces. Recortando y pegando la primera figura se hace un cubo. Pero ¿y las otras dos?

—Aquí están los objetos que salen: una especie de doble pirámide con una punta hacia arriba y otra hacia abajo y una cosa casi esférica hecha a base de veinte triángulos exactamente iguales:

»Incluso puedes construir una especie de bola a base de pentágonos. El pentágono es nuestra figura favorita. Dibujado en el papel, tiene este aspecto:

»Y si lo pegas queda así:

—No está mal —dijo Robert—. Quizá algún día me haga una cosa así.

—Ahora no, por favor. Ahora preferiría volver a nuestro juego con los nudos, líneas y superficies. Empecemos por el cubo, es el más sencillo:

Robert contó 8 nudos, 6 superficies, 12 líneas.

— 8 + 6 - 12 = 2 —dijo.

—¡Siempre dos! Da igual lo torcido o complicado que sea el objeto, siempre sale dos. Nudos más superficies menos líneas igual a dos. Regla de hierro. Sí, ardillita, eso es lo que ocurre con los cuerpos que puedes formar a base de papel. Pero también funciona con los brillantes de la sortija de tu madre. Probablemente incluso con los copos de nieve, lo que pasa es que siempre se funden antes de que termines de contar.

Mientras decía las últimas frases, la voz del anciano se había ido haciendo cada vez más débil, más algodonosa. El pequeño cine se había oscurecido, y en la pantalla empezó a nevar otra vez. Pero Robert no tuvo miedo. Sabía que estaba en un cálido cine, donde no se podía congelar aunque la vista se volviera cada vez más blanca.

Cuando despertó, se dio cuenta de que no se encontraba bajo un manto de nieve, sino bajo su grueso edredón blanco. No tenía nudos ni líneas negras, y tampoco una auténtica superficie, y desde luego no era pentagonal. Y, naturalmente, también el hermoso ordenador plateado había desaparecido.

¿Qué pasaba con la enrevesada cifra? Uno coma seis, hasta ahí se acordaba, pero había olvidado el resto del infinito número.

Si habéis terminado los cinco modelos y aún no os habéis cansado, hay un objeto especialmente refinado que podéis construir. Pero sólo si tenéis de verdad paciencia y sois muy precisos. Coged una hoja muy grande (por lo menos de 35 x 20 cm) de papel duro, pero que no sea cartón, y dibujad en ella con la mayor precisión posible la figura que está reproducida en la página siguiente: cada uno de los lados de los triángulos tiene que medir exactamente lo mismo que los otros. Podéis elegir la longitud quequeráis, lo mejor son 3 o 4 cm (o un cuang). Luego, recortad la figura. Doblad hacia delante con la regla las líneas rojas y hacia atrás las azules. Luego, pegad el objeto: las lengüetas marcadas con A en el triángulo con las a, las B con las b, etcétera. ¿Qué sale? Una cosa completamente absurda formada por diez pequeñas pirámides, que podéis enroscar (¡pero con cuidado!) hacia delante o hacia atrás, y si lo hacéis os saldrá siempre un nuevo pentágono y una estrella de cinco puntas. Por lo demás, adivinad qué sale si contáis los nudos (o esquinas), las superficies y las líneas:

N+S-L=?

La undécima noche

Ya casi había oscurecido. Robert corría por el centro de la ciudad, por calles y plazas desconocidas. Corría tan rápido como podía, porque el señor Bockel andaba tras él. A veces, el perseguidor estaba tan cerca que Robert le oía jadear a sus espaldas. «¡Alto!», gritaba el señor Bockel, y Robert tenía que acelerar para escapar. No tenía ni idea de lo que ese tipo quería de él, ni de por qué escapaba. Solamente pensaba: Nunca me cogerá. ¡Está mucho más gordo que yo!

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