El discípulo de la Fuerza Oscura (10 page)

—Vaya, almirante, muchas gracias —dijo con voz asombrada—. Muy amable por su parte. Le agradecemos mucho su hospitalidad.

Los guardias de las tropas de asalto se los llevaron por los pasillos impolutos del Destructor Estelar. La puerta de la sala de interrogatorios volvió a cerrarse, dejando a Daala a solas con el comandante Kratas.

—¿Es que nos hemos rebajado hasta el nivel de los piratas espaciales, almirante? —preguntó Kratas, volviéndose hacia ella y mirándola fijamente con sus ojos oscuros muy abiertos bajo sus frondosas cejas—. ¿Vamos a dedicarnos a atacar naves de transporte para robarles los suministros?

Daala cogió el tablero de datos que colgaba de su cadera y pulsó un botón solicitando la última lectura registrada en él. Después lo volvió hacia Kratas para que pudiera ver la información.

—Aprecio en lo que vale el respeto que siente hacia el honor de la Armada Imperial, comandante —dijo—, pero antes de venir a ver a los cautivos recibí un informe concerniente al contenido de la bodega de carga de la corbeta corelliana. Hay suministros para una nueva colonia, cierto, pero también hemos encontrado armamento pesado, sistemas de comunicaciones y equipo prefabricado para hangares de cazas espaciales.

Daala movió una mano señalando la puerta.

—Volvamos al puente —dijo—. Quiero ver qué ocurre ahora.

—¿Qué quiere decir? —preguntó Kratas.

Daala apagó el tablero de datos y le miró.

—Ya lo verá. Tenga un poco de paciencia y espere.

Salieron de la sala de interrogatorios y la puerta se cerró detrás de ellos, ocultando la oscuridad y el olor del miedo atrapados en la habitación.

La imagen del general Odosk parpadeaba y oscilaba, pero aun así Daala pudo ver la sonrisa de satisfacción que había en su curtido rostro moreno.

—Misión cumplida, almirante.

—Excelente, general. Supongo que está en una posición desde la que puede observarlo todo, ¿no?

Odosk asintió.

—No me lo perdería por nada del mundo —dijo—. Muchas gracias, almirante.

Daala se volvió hacia el visor del puente. La corbeta corelliana emergió lentamente del hangar del
Gorgona
y quedó flotando en el espacio.

—Retroceda —le dijo al navegante—, y ordene al
Basilisco
y al
Mantícora
que hagan lo mismo.

—Sí, almirante.

Los tres Destructores Estelares se desplegaron en abanico y se alejaron de la corbeta, que parecía insignificante en comparación con ellos. El motor que había recibido los impactos ya había dejado de brillar.

Kratas meneó la cabeza.

—Sigo sin poder creer que les esté dejando marchar... —dijo.

Daala le contempló en silencio durante unos momentos, y después habló en un tono de voz lo bastante alto para que el resto de la dotación del puente de mando pudiera oírla. Rara vez sentía la necesidad de explicar sus órdenes a los subordinados, pero había momentos en los que explicar sus razonamientos podía servir para que la respetaran todavía más de lo que ya la respetaban.

—Las desapariciones de naves en el espacio son algo que ocurre continuamente, comandante —dijo—. Si nos limitáramos a destruir esta nave, quizá pensarían que ha sufrido algún accidente durante el curso de su misión. Una tormenta de meteoros, una placa del reactor que se rompe, un fallo de navegación a través del hiperespacio... Pero si permitimos que este capitán envíe un mensaje antes, entonces la Alianza Rebelde se enterará de lo que hemos hecho. Después podremos llevar a cabo nuestra labor destructiva tal como lo habíamos planeado, pero así incrementamos considerablemente el terror y el caos. ¿Está de acuerdo conmigo?

Kratas asintió, pero seguía sin parecer demasiado convencido.

—El transductor que hemos instalado en su sistema de comunicaciones acaba de ser activado —dijo el oficial de comunicaciones—. El capitán está enviando una transmisión en un haz concentrado dirigido a unas coordenadas determinadas.

Daala sonrió.

—Excelente —murmuró—. Ya suponía que no esperaría a estar lejos de nosotros.

El oficial de comunicaciones presionó el receptor de mensajes que llevaba en la sien.

—Está informando de la situación, almirante. Tres Destructores Estelares... Dispararon contra ellos sin ninguna advertencia previa... Fue hecho prisionero e interrogado.

—Creo que ya es suficiente —dijo Daala, y abrió el canal de comunicación—. Ya puede actuar, general Odosk —ordenó, y se tapó los ojos con una manó.

Los detonadores térmicos que habían sido colocados junto a las paredes del reactor en cada uno de los doce módulos de los cohetes estallaron simultáneamente, dejando en libertad el infierno que había estado aprisionado por el blindaje del reactor y enviando una oleada de radiaciones mortíferas por toda la nave corelliana. Un instante después el tremendo calor del núcleo evaporó todo el casco convirtiéndolo en vapor metálico. Los módulos de los cohetes estallaron con una deslumbrante serie de conflagraciones solares, y después el resto de la nave quedó pulverizado y los fragmentos se expandieron creando una nube cegadora.

Daala asintió.

—Bien, me parece que los supervivientes del
Hidra
acaban de cobrarse venganza.

Kratas sonrió y la contempló con una mezcla de aturdimiento y admiración.

—Eso creo, almirante.

Daala se volvió hacia la dotación del puente de mando.

—Ahora disponemos de mapas y de información precisa sobre la situación política de la Alianza Rebelde. Hemos asestado nuestro primer golpe..., el primero de muchos.

Daala respiró hondo, sintiéndose más viva que nunca y llena de una jubilosa exaltación. El Gran Moff Tarkin habría estado orgulloso de ella.

—Nuestra próxima parada será el planeta Dantooine —dijo—. Tenemos una colonia que visitar.

5

Luke Skywalker, Maestro Jedi, había reunido a sus doce estudiantes en la gran sala de audiencias del templo massassi.

Una difusa claridad anaranjada se filtraba por los angostos ventanales del techo y las lianas crecían exuberantemente sobre las paredes de piedra, desplegándose por los rincones para formar telarañas de verdor. Casi todas las losas eran de un color gris humo y sus superficies opacas no reflejaban ninguna imagen, pero la inmensa cámara estaba adornada con losas color verde oscuro, rojo y ocre.

Luke no había olvidado aquel lejano día de su juventud en que había estado allí durante su breve celebración de la victoria después de la destrucción de la
Estrella de la Muerte
. Sonrió al recordar cómo él, Han Solo y Chewbacca habían recibido sus medallas de manos de la princesa Leia. Pero de eso ya hacía mucho tiempo, y en aquellos momentos la gran sala de audiencias estaba totalmente vacía salvó por Luke y su grupito de candidatos Jedi.

Luke contempló la fila de estudiantes que iba avanzando hacia él a lo largo de la espaciosa avenida. Los candidatos vestían túnicas Jedi marrón oscuro, y caminaban en un silencio casi fantasmal sobre las resbaladizas losas que habían sido pulidas hasta brillar hacía muchísimo tiempo por la misteriosa raza massassi.

Streen y Gantoris venían los primeros andando el uno al lado del otro, y Gantoris parecía sentirse muy seguro de sí mismo y estar convencido de su gran valía. De todos los candidatos que Luke había reunido en su centro de adiestramiento Jedi, Gantoris era el que más había progresado hasta el momento y el que había dado muestras de poseer una mayor fortaleza interior, pero el hombre de Eol Sha no parecía ser consciente de que se hallaba en una encrucijada. Gantoris no tardaría en tener que decidir cómo iba a seguir avanzando en su proceso de familiarización con la Fuerza y su desarrollo corno Jedi.

Detrás de ellos venían Kirana Ti, una de las jóvenes y poderosas brujas de Dathomir, que había dejado a las otras amazonas de rancors capaces de manejar la Fuerza en su mundo natal para aprender a controlarla mejor. La ayuda de Kirana Ti y de las otras brujas habían jugado un papel decisivo en la recuperación de una antigua estación espacial semidestruida llamada Chu'unthor que contenía muchos registros y datos sobre el antiguo adiestramiento Jedi, y que Luke había estudiado para desarrollar ejercicios con los que entrenar a sus candidatos Jedi.

Al lado de Kirana Ti caminaba Dorsk 81, un humanoide calvo de piel verde y amarilla procedente de un mundo en el que todas las unidades familiares eran genéticamente idénticas. Los habitantes de aquel mundo nacían mediante clonación y eran educados para que nada cambiara nunca, pero Dorsk 81, la octogésimo primera reencarnación de los mismos atributos genéticos, había sufrido un cambio tan espectacular como carente de explicación. Parecía idéntico en todos los aspectos, pero su mente funcionaba de una manera distinta y sus pensamientos discurrían por senderos distintos, y aparte de todo eso también podía sentir cómo la Fuerza operaba a través de él. Dorsk 81 se había marchado de su planeta natal de seres idénticos con la esperanza de encontrar algo nuevo y poder convertirse en un Caballero Jedi.

Después venía Kam Solusar, un hombre ya bastante mayor hijo de un Jedi al que Vader había matado hacía mucho tiempo. Solusar había huido del Imperio después de la gran purga de los Jedi, y había pasado varias décadas viviendo en el aislamiento más allá de los sistemas estelares habitados. Al volver había sido capturado y torturado por un Jedi malvado que se había dejado atraer por el lado oscuro de la Fuerza, pero Luke había conseguido vencer a su atormentador en el juego del Lado de la Luz. Solusar había recibido adiestramiento avanzado en ciertas facetas del uso de la Fuerza, pero el exilio que se autoimpuso había tenido como resultado que siguiera sabiendo muy poco sobre otros muchos aspectos de ella.

El resto de los candidatos se congregó alrededor de la plataforma y Luke echó hacia atrás su capucha con un encogimiento de hombros mientras intentaba ocultar el orgullo que sentía al ver al grupo. Si lograba completar con éxito su adiestramiento, aquellos candidatos formarían el núcleo de una nueva orden de Caballeros Jedi, campeones de la Fuerza que ayudarían a proteger a la Nueva República contra las épocas oscuras.

Oyó cómo se removían levemente sin hablar entre ellos, y no le cupo ninguna duda de que en la mente de cada uno sólo había lugar para la idea de establecer contacto con la Fuerza y encontrar nuevos caminos hacia la fortaleza interior, descubriendo ventanas al universo que únicamente las enseñanzas Jedi eran capaces de abrirles. Su talento colectivo le asombraba, pero Luke albergaba la esperanza de aumentar todavía más el número de estudiantes. Han Solo no tardaría en enviarle a su joven amigo Kyp Durron, y después de que él y su antigua oponente Mara Jade hubieran llegado a una especie de tregua durante la batalla contra Joruus C'Baoth. Luke le había dejado muy claro que deseaba que se uniera a ellos.

Luke se irguió sobre la plataforma intentando parecer lo más alto posible. Buscó en su interior, y halló el núcleo de paz que le permitía hablar con una voz firme y segura de sí misma.

—Os he traído aquí para estudiar y aprender, pero yo mismo sigo aprendiendo —dijo—. Cada ser vivo debe seguir aprendiendo hasta que muere. Aquellos que cesan de aprender, mueren mucho más pronto de lo que habrían muerto si hubiesen seguido haciéndolo.

—Quizá no debería haber llamado a este lugar una "academia" para Jedi, pues eso puede haceros llegar a conclusiones equivocadas. Os enseñaré todo lo que sé, pero no quiero que os limitéis a escucharme mientras hablo.

—Vuestro adiestramiento será un paisaje de autodescubrimiento. Aprended cosas nuevas y compartid lo que habéis aprendido con otros. Llamaré a este lugar "praxeum". Esta palabra, compuesta a partir de antiguas raíces, fue utilizada por primera vez por el estudioso Jedi Krena cuando destiló los conceptos del aprendizaje combinado con la acción. Así pues, nuestro praxeum es un lugar para el aprendizaje de la acción. Un Jedi ha alcanzado la consciencia, pero no desperdicia el tiempo en la contemplación inconsciente de lo que le rodea. Cuando la acción llega a ser necesaria, un Jedi actúa.

Luke colocó un pequeño cubo traslúcido sobre el estrado que había detrás de él. Después deslizó los dedos sobre la fría superficie del antiguo depósito de conocimientos que Leia había robado al Emperador resucitado, el Holocrón Jedi.

—Invocaremos a un Maestro Jedi del pasado mediante el Holocrón —dijo Luke—. Hemos utilizado este artefacto para ir descubriendo los secretos de los antiguos Caballeros Jedi. Veamos qué historias tiene que ofrecernos esta mañana.

Luke activó aquel artefacto valiosísimo. En el lejano pasado había sido tradición que cada Maestro Jedi recopilase los conocimientos obtenidos a lo largo de su vida y los guardara en un gran depósito como aquel cubo, que después era confiado al cuidado de uno de sus estudiantes. Luke apenas había empezado a investigar sus profundidades.

Una imagen se formó tanto dentro como fuera del cubo, una proyección semitangible que era algo más que unos cuantos datos almacenados: también era una representación interactiva del Maestro Jedi, un alienígena no muy alto cuyo aspecto hacía pensar en un cruce entre el insecto y el crustáceo. El Maestro Jedi parecía estar encorvado a causa de la edad o de un exceso de gravedad. Su cabeza se extendía formando un largo embudo, como una especie de pico del que colgaban protuberancias recubiertas de vello. Sus ojos, vidriosos y bastante juntos, eran dos relucientes puntitos de sabiduría que brillaban con una mirada profunda y penetrante.

La criatura se apoyaba en un largo báculo de madera y en dos piernas flacas y nudosas. Su rostro en forma de embudo giró para contemplar a su nueva audiencia. Su cuerpo estaba recubierto de maltrechos harapos que sobresalían en direcciones bastante extrañas, no estando muy claro si eran prendas o piel. La voz que surgió de su boca hacía pensar en una frágil melodía, como una música muy aguda que estuviera siendo interpretada bajo una veloz corriente de agua.

—Soy el Maestro Vodo-Siosk Baas —dijo la criatura.

—Maestro Vodo, yo soy el Maestro Skywalker y éstos son mis estudiantes —dijo Luke—. Has visto muchas cosas y has registrado muchos pensamientos. Nos sentiríamos muy honrados si nos dijeras algo que debamos saber.

La imagen del Maestro Vodo-Siosk Baas inclinó su cabeza en forma de pico hasta apoyarla sobre la compleja articulación de su cuello, como si se hubiera sumido en una profunda reflexión. Luke sabía que en realidad lo único que ocurría era que el Holocrón estaba accediendo a enormes cantidades de datos, examinándolos después a toda velocidad para escoger una historia adecuada a través de un algoritmo de personalidad que había sido grabado en su interior junto con la imagen del Maestro Jedi.

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