El discípulo de la Fuerza Oscura (8 page)

Han lanzó un grito de júbilo en el mismo instante en que Cetrespeó anunciaba otro cambio de reglas. Han se volvió hacia el androide dorado y lo fulminó con la mirada mientras aguardaba en silencio.

—Esta mano se jugará según las reglas de la Variación Ecclessis Figg —dijo Cetrespeó.

Han y Lando se miraron el uno al otro, y sus bocas se movieron al unísono articulando las mismas palabras.

—¿Qué cuernos es la Variación Figg? —murmuraron los dos.

—En la última ronda, los valores de todas las cartas impares son sustraídos de la puntuación final en vez de ser añadidos a ella —explicó Cetrespeó—. En su caso, amo Solo, eso significa que obtiene diez puntos por la Resistencia y la Reina del Aire y la Oscuridad, pero que pierde un total de cuarenta y uno por el Equilibrio, la Estrella y el Fallecimiento.

Cetrespeó hizo una breve pausa antes de seguir hablando.

—Me temo que ha perdido, señor. El general Calrissian obtiene dieciséis puntos con una puntuación total de ciento tres, en tanto que su puntuación final queda reducida a sesenta y dos.

Han parpadeó y contempló con expresión aturdida su jarra de cerveza con especias medio vacía mientras Lando celebraba su triunfo dando un puñetazo sobre la mesa.

—Ha sido una partida magnífica, Han —dijo—. Y ahora ve a recoger a Leia. ¿Quieres que vaya contigo?

Han seguía con la mirada fija en su mesa o en la jarra de cerveza, en cualquier cosa que no fuese Lando. Se sentía totalmente vacío por dentro. Aquel día horrible no sólo había traído consigo la noticia de la tragedia sufrida por Leia, sino que también le había hecho perder la nave de la que había sido propietario durante más de una década.

—Quédatela, es tuya —farfulló, y por fin consiguió alzar la vista para que sus ojos se encontraran con los de Lando.

—Vamos. Han... Estás muy trastornado. Para empezar, no tendrías que haber apostado el
Halcón
. Basta con que...

—No, Lando. El
Halcón
es tuyo. No soy un tramposo, y me metí en esta partida de sabacc sabiendo lo que me jugaba en ella. —Han se puso en pie, y dio la espalda a Lando olvidándose de la cerveza que aún quedaba dentro de su jarra—. Autoriza un cambio de registro de propiedad para el
Halcón
, Cetrespeó. Ah, y será mejor que te pongas en contacto con el control central de transportes. Consigue un transporte diplomático para Leia, ¿de acuerdo? Parece que no podré ir a recogerla después de todo...

Lando se removió nerviosamente en su asiento.

—Yo... Eh... Cuidaré del
Halcón
lo mejor posible, Han. No sufrirá ni un arañazo.

Han fue hacia la puerta de la sala de reposo sin decir ni una palabra más, desactivó los sellos y salió a los pasillos llenos de ecos.

4

La almirante Daala estaba inmóvil con las manos enguantadas de negro unidas detrás de la espalda en el puente de mando del Destructor Estelar
Gorgona
.

Los torbellinos de gases resplandecientes iluminados por un nudo de gigantes azules convertían la Nebulosa del Caldero en un fabuloso espectáculo lumínico delante del visor del puente. El
Basilisco
y el
Mantícora
flotaban en perfecta formación al lado del
Gorgona
. Los gases ionizados dejaban prácticamente inservibles los sistemas sensores de las naves, lo que convertía a la nebulosa en el escondite perfecto para tres navíos de combate armados hasta los dientes.

Daala oyó el roce vacilante de un pie calzado con una bota deslizándose sobre el suelo detrás de ella, y se volvió para encontrarse con el comandante Kratas.

—¿Sí, comandante?

Cuando se movía, el uniforme de un color verde aceitunado de Daala se pegaba a su cuerpo como si fuese una segunda piel y su melena cobriza flotaba detrás de ella igual que la cola de un cometa.

Kratas saludó con impecable marcialidad y permaneció inmóvil a un paso por debajo de la plataforma de observación de la almirante.

—Nuestra evaluación de las pérdidas sufridas durante la batalla librada en Kessel ha sido completada a las nueve horas, almirante —dijo.

Los labios de Daala se tensaron hasta formar una delgada línea en una mueca totalmente desprovista de emociones. Kratas no era muy alto, y había sido reclutado por la Armada Imperial a través de una de las fuerzas de ocupación de uno de los planetas que abastecían de conscriptos al Imperio. Tenía el cabello oscuro pulcramente recortado hasta dejarlo en la longitud reglamentaria, grandes ojos acuosos, cejas frondosas y un mentón prominente que parecía flotar debajo de unos labios casi inexistentes. Daala no le encontraba nada atractivo, pero había algo que le gustaba mucho de él: Kratas siempre obedecía las órdenes al pie de la letra. La Academia Militar Imperial de Carida había sabido adiestrarlo bien.

—Infórmeme de las bajas, comandante —dijo Daala.

Kratas no parpadeó mientras iba recitando las cifras que se había aprendido de memoria.

—Hemos perdido un total de tres escuadrones de cazas TIE y, naturalmente, a todos los soldados que se hallaban a bordo del
Hidra
y a toda su tripulación.

Oír el nombre del navío de combate que había quedado totalmente destruido hizo que Daala sintiera una gélida punzada de ira. Kratas debió de captar algo en su expresión, porque se encogió levemente sobre sí mismo aunque permaneció donde estaba.

El
Hidra
, el cuarto Destructor Estelar de Daala, había sido despedazado por uno de los agujeros negros del cúmulo de las Fauces. Era la primera pérdida en combate significativa que sufría Daala, y la desaparición del
Hidra
significaba la eliminación repentina de una cuarta parte de la capacidad destructora con la que contaba. ¡Y todo eso había ocurrido debido a la intervención de Han Solo y de Qwi Xux, la investigadora que había traicionado al Imperio robando la superarma conocida como el
Triturador de Soles
y había huido de la estrechamente vigilada Instalación de las Fauces!

—Sin embargo... —siguió diciendo Kratas. La voz le tembló de una manera casi imperceptible, y volvió a erguirse—. Sin embargo —repitió—, cuarenta cazas TIE del
Hidra
lograron ponerse a salvo dentro de los otros Destructores Estelares, lo que en cierta manera compensa un poco las otras pérdidas.

Los Destructores Estelares de Daala habían emergido de las Fauces esperando caer sobre Han Solo para borrarle del universo, pero las naves de la almirante se habían tropezado con la abigarrada flota de Kessel, cuyas naves habían luchado tan frenéticamente como sabuesos rabiosos. Los Destructores Estelares de Daala habían derrotado a casi dos tercios de las naves de Kessel, pero el
Basilisco
había sufrido serios daños, y había tenido que establecer una conexión con los ordenadores de navegación del
Gorgona
para escapar a una posición secreta en el interior de la Nebulosa del Caldero.

—¿Cuál es la situación actual del proceso de reparaciones en el
Basilisco
? —preguntó Daala.

Kratas hizo entrechocar sus talones tan secamente y con tanto entusiasmo como si le complaciera tener la ocasión de poder dar buenas noticias.

—Tres de los cuatro cañones turboláser dañados ya han sido reparados y se encuentran en condiciones de funcionar —dijo—. Esperamos terminar las reparaciones en la cuarta batería dentro de los dos días próximos. Soldados de las tropas de asalto provistos de armaduras ya han completado los trabajos de reparación en la brecha del casco exterior. Las cubiertas 7, 8 y 9 han recuperado la estanqueidad, y en estos momentos estamos volviendo a llenarlas de aire. Los circuitos del control de vuelo dañados han sido reparados, y el ordenador de navegación y las consolas de puntería ya vuelven a estar en condiciones de funcionar al cien por cien de su capacidad.

Kratas hizo una profunda inspiración de aire.

—En resumen, almirante, creo que toda nuestra flota vuelve a estar preparada para entrar en combate —concluyó.

Daala se inclinó hacia adelante acercándose un poco más a la mirilla de observación, y curvó sus largos dedos sobre la similimadera de la barandilla mientras intentaba impedir que una sonrisa apareciese en sus labios sin llegar a conseguirlo del todo. El olor a metal que impregnaba la atmósfera la reconfortaba. Llevaba más de una década viviendo a bordo del
Gorgona
. El aire había sido reprocesado y enriquecido hasta eliminar todos los acres olores orgánicos, dejando únicamente olores estériles, el aroma levemente picante del metal y los aceites lubricantes y el tranquilizador olor de los uniformes de la Armada Imperial limpios y almidonados y de las armaduras de las tropas de asalto que habían sido concienzudamente frotadas hasta hacerlas brillar.

—Si me permite hacerle una pregunta, almirante... —dijo Kratas.

El comandante miró a su alrededor, y vio que todos los miembros de la dotación del puente mantenían la cabeza vuelta en otra dirección y fingían no escuchar la conversación y estar muy absortos en sus puestos. Daala enarcó las cejas y esperó a que siguiera hablando.

—Gracias a la información que hemos obtenido al interrogar a Han Solo y a las transmisiones que hemos recibido —dijo Kratas por fin—, sabemos que el Emperador ha muerto, que Darth Vader y el Gran Moff Tarkin también han muerto y que el Imperio ha quedado fragmentado por la guerra civil.

Kratas vaciló antes de seguir hablando, y Daala se encargó de hacerlo por él.

—¿Se está preguntando quién es nuestro comandante en jefe, comandante Kratas?

Kratas asintió vigorosamente.

—El Gran Almirante Thrawn ha muerto, al igual que el Señor de la Guerra Zsinj —dijo—. Sabemos que varios comandantes siguen luchando entre ellos disputándose los restos del Imperio, pero parecen estar más interesados en destruirse los unos a los otros que en combatir la Rebelión. Si me permite hacer una sugerencia... Bien, la Academia Militar Imperial de Carida parece seguir siendo leal al Imperio y haber conservado la estabilidad, y cuenta con una gran cantidad de armas a su disposición. Quizá sería preferible que...

—No lo creo —dijo secamente Daala.

Dio la espalda a Kratas e intentó recobrar la calma. Había sido adiestrada en la durísima Academia Militar de Carida, y había sufrido muchas ofensas y humillaciones durante su estancia en ella. Ser una mujer había hecho que fuera olvidada una y otra vez a la hora de conceder los ascensos, y siempre le habían asignado las peores misiones. La habían tratado con una increíble brutalidad, y eso sólo había servido para reforzar todavía más su decisión de triunfar.

Daala había acabado creándose una falsa identidad a través de las enormes redes de ordenadores de Carida, y había utilizado esa identidad en las salas de simulación de combates. Había vencido repetidamente, creando tácticas revolucionarias que posteriormente habían sido adoptadas por una gran parte de las fuerzas de superficie del Imperio. Después de que el Gran Moff Tarkin descubriera la verdadera identidad de Daala y comprendiera que tenía un inmenso talento, la había sacado en secreto de allí utilizando su nueva autoridad como gobernante de los territorios del Perímetro Exterior. Tarkin la había ascendido hasta el rango de almirante, convirtiéndola —al menos por lo que ella sabía— en la única mujer que había conseguido llegar a ser almirante de la Flota Imperial.

Pero los prejuicios contra las mujeres y las razas no humanas que albergaba el Emperador habían obligado a Tarkin a guardar en secreto la verdad sobre su nueva almirante. Daala y Tarkin se habían convertido en amantes. Tarkin no quería hacer nada que pudiera atraer la atención del Emperador hacia Daala, por lo que la había puesto al mando de cuatro Destructores Estelares a los que se les asignó la misión de vigilar y proteger el «tanque de cerebros» supersecreto oculto en el interior del cúmulo de agujeros negros.

Pero Daala ya había salido de allí con sus navíos de combate preparada para devastar cualquier planeta leal a la Rebelión, y la idea de entregar esa autoridad a sus antiguos atormentadores de Carida le resultaba sencillamente inconcebible.

Volvió a respirar hondo y se encaró con el comandante Kratas, que había permanecido totalmente inmóvil y seguía aguardando su respuesta. Algunos miembros de la dotación del puente de mando alzaron la vista de sus consolas y empezaron a volverse hacia ellos, pero bastó una mirada de Daala para que enseguida encontraran otras cosas en que ocuparse.

—Las facciones parecen haber olvidado que nuestro verdadero enemigo es la Rebelión, por lo que creo que hemos de proporcionarles un ejemplo. Debemos centrar su atención en el enemigo correcto..., los rebeldes que mataron al Gran Moff Tarkin, destruyeron la
Estrella de la Muerte
y asesinaron al Emperador. El Gran Almirante Thrawn era el único alto mando de la Flota Imperial con un rango superior al mío, por lo que debo suponer que ahora mi rango es como mínimo igual al de cualquiera de los aspirantes.

Kratas abrió mucho los ojos, pero Daala meneó la cabeza. Su larga cabellera osciló de un lado a otro como una hoguera centelleante.

—No, comandante, no tengo ni la más mínima intención de tomar parte en la lucha por adueñarse de los restos del Imperio. No es el tipo de trabajo que me gusta. Dejaremos eso para los mezquinos e insignificantes aspirantes a dictadores... Lo único que quiero es causar daños. Muchos daños...

Sus labios se fruncieron en una mueca salvaje, y su voz se volvió ronca y gutural.

—Dada la situación, creo que lo más aconsejable es confiar en las tácticas de ataque y retirada inmediata y librar una guerra de guerrillas. Disponemos de tres Destructores Estelares, una fuerza suficiente para barrer las civilizaciones de un gran número de mundos... Debemos atacar por sorpresa y esfumarnos inmediatamente después. Seguiremos golpeando a los rebeldes allí donde más les duela mientras podamos hacerlo.

Daala recorrió el puente de mando con la mirada y vio que toda la dotación la estaba observando, algunos con la boca y los ojos muy abiertos, otros sonriendo. Sus hombres llevaban demasiado tiempo atrapados en el interior de las Fauces, preparados para luchar pero viendo cómo se les negaba cualquier oportunidad de entrar en acción porque estaban obligados a proteger al grupo de prodigios científicos encargados de crear superarmas para el Imperio.

Daala volvió la cabeza hacia la Nebulosa del Caldero y contempló los brillantes resplandores procedentes de los soles de otros sistemas estelares que se abrían paso a través de la calina de gases ionizados. Había muchos objetivos esperándola ahí fuera.

Other books

Spartan Gold by Clive Cussler
One True Love by Lori Copeland
Lover Enshrined by J. R. Ward
In The Cage by Sandy Kline
Snow Kills by Rc Bridgestock
Asesinato en Bardsley Mews by Agatha Christie