Read El discípulo de la Fuerza Oscura Online
Authors: Kevin J. Anderson
—Estoy seguro de que sería factible, señor —se mostró de acuerdo Cetrespeó.
—Cierra el pico, Cetrespeó —repitió Han sin apartar los ojos de Lando—. No quiero ninguna antigualla. El
Halcón
es mío y sólo mío.
Lando fulminó a Han con la mirada.
—Me lo ganaste en una partida de sabacc, y si quieres que te sea sincero..., viejo amigo... siempre he sospechado que hiciste trampas.
Han se puso lívido y dio un paso hacia atrás.
—¿Me estás acusando de hacer trampas? —exclamó—. ¡Me habían llamado granuja, pero nunca me han llamado tramposo! De hecho, tengo entendido que tú ganaste el
Halcón
en una partida de sabacc antes de que yo apareciese en escena —añadió en voz baja y amenazadora—. ¿Acaso no le ganaste las minas de gas de la Ciudad de las Nubes de Tibanna al antiguo Barón Administrador en otra partida de sabacc? ¿Qué pudiste poner sobre la mesa como apuesta para que el Barón Administrador se jugara las minas? Eres un condenado estafador, Lando, y será mejor que lo admitas.
—¡Y tú eres un pirata! —dijo Lando.
Dio un paso hacia adelante con los puños tensos a los lados. Lando Calrissian se había labrado toda una reputación como experto jugador.
Chewbacca gruñó dentro del
Halcón
y produjo una serie de estrepitosos ruidos metálicos al salir del angosto pasadizo. El wookie bajó tambaleándose por la rampa de acceso, se detuvo y se agarró a los pistones del mecanismo.
Han y Lando ya estaban lo bastante cerca el uno del otro para empezar a darse puñetazos cuando Cetrespeó consiguió interponerse entre ellos.
—Discúlpenme, caballeros, pero me estaba preguntando si me permitirían hacer una sugerencia... —dijo—. Si es cierto que los dos ganaron la nave en una partida de sabacc, y si ahora no están conformes con la forma en que terminaron esas partidas, quizá podrían limitarse a jugar otra partida de sabacc para resolver este problema de una vez por todas.
Cetrespeó volvió sus relucientes sensores ópticos primero hacia Lando y luego hacia Han.
—He venido aquí para recoger mi nave, pero ahora has convertido esto en una cuestión de honor —dijo Han.
Lando sostuvo la mirada de Han sin inmutarse.
—Puedo vencerte cualquier día de la semana, Han Solo.
—Éste no —dijo Han, bajando la voz todavía más—. Pero no estoy dispuesto a conformarme con una mera partida de sabacc. Así que jugaremos al sabacc aleatorio.
Lando enarcó las cejas, pero siguió sosteniéndole la mirada a Han.
—¿Y quién se encargará de llevar las cuentas? Han movió el mentón hacia un lado.
—Utilizaremos a Cetrespeó como nuestro modulador —dijo—. El viejo Bastón Dorado no es lo suficientemente listo para hacer trampas.
—Pero señor, la verdad es que no cuento con la programación necesaria para... —empezó a decir Cetrespeó.
—¡Cierra el pico, Cetrespeó! —gritaron al unísono Han y Lando. —Muy bien. Han —dijo Lando un momento después—. Hagámoslo antes de que pierdas el valor.
—Tú habrás perdido algo más que eso antes de que esta partida haya terminado, Lando —dijo Han.
Lando se ocupó de preparar las cartas y la mesa de sabacc mientras Han Solo expulsaba al último integrante del grupito de burócratas que había estado disfrutando de un rato de descanso en la salita.
—Fuera —dijo llevándolos hacia la puerta—. ¡Venga, largo! Tenemos que utilizar este sitio durante un rato.
Hubo protestas y objeciones formuladas en toda una variedad de lenguajes, pero Han se mantuvo inflexible y fue dirigiendo a los burócratas hacia la salida con suaves empujones.
—Presentad una queja a la Nueva República. —Después cerró la puerta, activó los sellos y se volvió hacia Lando—. ¿Todavía no has terminado?
La estancia era muy distinta de las salas de juego de atmósfera asfixiante y saturada por el humo del tabaco en las que Han solía jugar al sabacc, como aquel garito subterráneo donde había ganado un planeta para Leia en un intento de conseguir su afecto.
Lando desplegó sobre la mesa un puñado de cartas rectangulares con pantallas cristalinas incrustadas entre dos capas de metal.
—Si tú estás listo, yo también lo estoy, viejo amigo. —Pero parecía un poco inquieto—. Han, ya sabes que en realidad no es necesario que hagamos esto...
Han olisqueó el aire y arrugó la nariz al captar los intensos olores de las neblinas desodorizantes y los perfumes de los embajadores.
—Sí, ya lo sé —replicó—. Pero Leia ha tenido un accidente durante una de sus misiones diplomáticas, y quiero que vuelva a casa conmigo en vez de hacerlo a bordo de un navío hospital.
—¿Leia está herida? —exclamó Lando, poniéndose en pie y mirándole con cara de sorpresa—. Así que por eso estabas tan trastornado... Olvídalo y llévate la nave. Sólo te estaba tomando el pelo. Ya jugaremos al sabacc en alguna otra ocasión.
—¡No! —replicó Han—. Jugaremos ahora, o de lo contrario nunca conseguiré que me dejes en paz. Ven de una vez, Cetrespeó. ¿Por qué tardas tanto?
El androide dorado emergió de la terminal de ordenadores que había al fondo de la sala de reposo, pareciendo tan nervioso y alterado como de costumbre.
—Ya estoy aquí, amo Solo —dijo—. Sólo estaba revisando la programación concerniente a las reglas del juego.
Han tecleó la petición de bebidas en la consola del androide camarero, sonriendo para sí mientras seleccionaba un cóctel afrutado que estaba haciendo furor entre las solteronas —con una flor tropical azul de adorno incluida— para Lando, y una cerveza con especias para él. Después se sentó, deslizó el cóctel sobre la superficie de la mesa en dirección a Lando y tomó un sorbo de su cerveza.
Lando probó su copa, torció el gesto y se obligó a sonreír.
—Gracias, Han —dijo—. ¿Doy cartas?
Ya tenía la baraja de sabacc en la mano, y empezó a inclinarse sobre el campo proyector de la mesa.
—Todavía no. —Han alzó una mano—. Cetrespeó, comprueba que las superficies de esas cartas no presentan ningún factor de orden y que son totalmente aleatorias.
—Pero señor, seguramente...
—Haz lo que te he dicho, ¿de acuerdo? Queremos estar totalmente seguros de que nadie cuenta con una ventaja injusta... ¿No es así, viejo amigo?
Lando se las arregló para mantener su sonrisa forzada mientras entregaba las cartas a Cetrespeó, que las metió en el difusor de aleatoriedad colocado en un lado de la mesa.
—Han quedado completamente desordenadas, señor —anunció el androide.
Después Cetrespeó repartió meticulosamente cinco de las delgadas cartas metálicas a Lando y otras tantas a Han.
—Como ya saben, van a jugar al sabacc aleatorio, que es una combinación de varias formas del juego —dijo Cetrespeó, como si estuviera recitando la programación que acababa de introducir en sus bancos de datos—. Existen cinco conjuntos de reglas distintos ordenados mediante el azar, y un conjunto es sustituido por otro a intervalos de tiempo totalmente irregulares determinados por el ordenador que genera el factor de azar... ¡En este caso, yo!
—¡Conocemos las reglas! —gruñó Han, aunque en realidad no estaba tan seguro de ello como quería aparentar—. Y también sabemos qué hay en juego.
Los ojos de Lando se encontraron con los suyos desde el otro extremo de la mesa, y Han sintió el peso de la mirada de aquellas pupilas insondables que parecían tan duras como el pedernal.
—El ganador se lleva el
Halcón
—dijo Lando—. El perdedor... Bueno, a partir de ahora el perdedor tendrá que utilizar los transportes públicos de Coruscant.
—Muy bien, señores —dijo Cetrespeó—. Activen sus cartas. El primer jugador que llegue a los cien puntos será declarado ganador. Nuestra primera ronda se jugará según… —El androide guardó silencio durante unos momentos mientras su circuito aleatorio llevaba a cabo una selección de entre la lista de reglas que ya había sido sometida a un proceso de ordenación aleatoria previo—. Sí, según las reglas alternativas del Casino de la Ciudad de las Nubes.
Han contempló las imágenes que fueron apareciendo en sus cartas mientras su mente funcionaba a toda velocidad intentando recordar en qué se diferenciaban las reglas del Casino de la Ciudad de las Nubes de las utilizadas en la variedad Estándar Bespiniano del juego. Sus ojos no se apartaron ni un instante de las cartas de los cuatro palos existentes en el sabacc —espadas, monedas, recipientes y báculos—, con sus distintos valores positivos y negativos, que le habían tocado en suerte.
—Cada jugador puede escoger una, y sólo una, de sus cartas para llevar a cabo un cambio de orientación —dijo Cetrespeó—. Después haremos el recuento para averiguar quién se ha acercado más a una puntuación de veintitrés positivo o negativo o al cero.
Han siguió contemplando sus cartas concentrándose al máximo, pero no encontró ningún conjunto cuya suma de valores pudiera dar una puntuación adecuada. Los labios de Lando estaban curvados en una gran sonrisa, pero naturalmente no había que olvidar que Lando siempre sonreía de aquella manera cuando jugaba a las cartas. Han tomó un sorbo de su cerveza con especias y escogió una carta.
—¿Listo? —preguntó, y alzó los ojos para mirar a Lando.
Lando presionó el diminuto botón de aleatoriedad que había en la esquina inferior izquierda de una carta. Han le imitó, y vio cómo la imagen del ocho de monedas parpadeaba y se alteraba hasta convertirse en el doce de recipientes. Sumado al nueve de recipientes que tenía en su mano, había alcanzado un total de veintiuno. No era gran cosa, pero cuando vio que Lando contemplaba su nueva carta con el ceño fruncido se permitió albergar la esperanza de que resultaría suficiente.
—Veintiuno —dijo, depositando las cartas sobre la mesa.
—Dieciocho —replicó Lando sin dejar de fruncir el ceño—. Obtienes la diferencia.
—¡Cambio de reglas! ¡El tiempo fijado ha transcurrido! —anunció Cetrespeó—. Tres puntos a favor del amo Solo. La próxima ronda se juega con..., con el sistema Preferido de la Emperatriz Teta.
Han contempló su nueva mano de cartas, muy complacido al ver que tenía una excelente combinación. Pero si su memoria no le estaba traicionando, según las reglas de la Emperatriz Teta los jugadores intercambiaban una carta escogida al azar, y cuando Lando alargó la mano para coger una carta del lado derecho Han pensó que podría sustituir la suya por un Comandante de Espadas... pero no logró ligar la mano. Lando ganó la ronda y obtuvo una pequeña ventaja, pero Cetrespeó intervino gritando de nuevo «¡Cambio de reglas!» antes de que pudieran sumar los totales. La siguiente ronda se jugó según las reglas del Estándar Bespiniano, y Lando logró doblar su ventaja.
Han se maldijo a sí mismo mientras contemplaba las pésimas cartas que le tocaron en la mano siguiente. No tenía ni idea de cuáles debía conservar y cuáles no, pero el reloj aleatorio del cerebro electrónico de Cetrespeó obligó al androide a anunciar otro cambio de reglas antes de que Han pudiera tomar una decisión.
—Ahora le toca el turno al Gambito Corelliano, señores...
Han lanzó un grito de deleite, pues las nuevas reglas hacían que sus cartas encajaran a la perfección unas con otras formando una combinación totalmente distinta.
—¡Te pillé! —exclamó, y puso su mano sobre la mesa.
Lando soltó un gruñido y mostró una carta que le costó perder catorce puntos en el nuevo sistema de puntuación a pesar de que había sido muy valiosa tan sólo unos momentos antes.
Han fue acumulando una cierta ventaja durante las manos siguientes, y después perdió terreno cuando las reglas cambiaron de nuevo y entró en vigor la variedad Casino de la Ciudad de las Nubes, que prohibía cualquier clase de cambio de cartas. Cuando eso ocurrió, Han acababa de alargar la mano para coger una de las cartas de Lando en el mismo instante en el que Lando escogía una de las cartas de Han para llevar a cabo el cambio de aleatoriedad. Los dos se quedaron totalmente inmóviles.
—Vuelve a decirnos bajo qué reglas jugamos, Cetrespeó.
—No es necesario, ya que ha transcurrido un nuevo intervalo de tiempo —respondió el androide dorado—. Cambio al Estándar Bespiniano. No, esperen... ¡Otro intervalo de tiempo! ¡Volvemos a las reglas de la Emperatriz Teta!
Han y Lando volvieron a contemplar sus cartas, cada vez más confusos y sintiendo que empezaba a darles vueltas la cabeza. Han tomó otro sorbo de su cerveza con especias y Lando apuró su brebaje de frutas torciendo el gesto. La flor azul había empezado a desarrollar raicillas que se retorcían y serpenteaban por el fondo de la copa.
—¿Puedes repetirnos las puntuaciones, Cetrespeó? —preguntó Lando.
—Por supuesto, señores. Después de haber hecho los cálculos correspondientes al último cambio de reglas, el total es de noventa y tres puntos para el amo Solo y de ochenta y siete para el general Calrissian.
Han y Lando se miraron fijamente.
—La última mano, viejo amigo —dijo Han.
—Disfruta de tus últimos segundos como propietario del
Halcón Milenario
, Han —dijo Lando.
—Reglas del Gambito Corelliano, caso especial de la última mano —anunció Cetrespeó.
Han intentó recordar qué ocurría en la última mano del Gambito Corelliano y sintió que le empezaba a palpitar la cabeza. Un instante después vio cómo Lando fijaba el valor de una sola de sus cartas y se preparaba para colocar el resto de su mano en el campo de flujo del centro de la mesa de sabacc.
Han estudió sus cartas de más valor, Equilibrio y Moderación, cada una de las cuales le colocaría por encima de los cien puntos. Pulsó el botón fijador de la carta de Equilibrio dejándola configurada en once puntos, y después metió el resto de su mano en el campo de flujo.
Han y Lando se inclinaron sobre el campo y contemplaron con los ojos llenos de tensión y expectativa cómo las imágenes de las cartas cambiaban a toda velocidad, pasando de un valor a otro con tal rapidez que las figuras apenas podían distinguirse hasta que acabaron estabilizándose una por una.
Lando se encontró contemplando una mano de cartas de valores numéricos bastante bajos que no tenía nada de espectacular, mientras que Han obtuvo la mejor mano que le había tocado en suerte durante toda la partida. El campo de flujo le había dejado únicamente con figuras, y su nueva mano se componía del Fallecimiento, la Resistencia, la Estrella y la Reina del Aire y la Oscuridad, junto con la carta de Equilibrio que había fijado previamente. Su puntuación rebasaba limpiamente la meta acordada, con lo que Lando quedaba totalmente derrotado.