El discípulo de la Fuerza Oscura (5 page)

—De acuerdo —dijo Kyp, y conectó los motores de sus turboesquís—. Pero olvidémonos de la pista para niños, ¿eh?

El joven dio la espalda a la espaciosa calzada de hielo y señaló una pista lateral que se extendía a lo largo de varias cornisas bastante traicioneras y sobre el hielo quebradizo de un glaciar medio derretido para acabar pasando por encima de una cascada helada y terminar en una zona de recepción y rescate. El parpadeo rojizo de las balizas láser indicaba con toda claridad el trazado de aquella peligrosa pista.

—¡Ni lo sueñes, Kyp! Es demasiado...

Pero Kyp ya se había lanzado hacia adelante y estaba descendiendo a toda velocidad por la pendiente.

—¡Eh! —gritó Han. Sintió que se le formaba un vacío en el estómago, y por un momento estuvo seguro de que acabaría teniendo que recoger el cuerpo destrozado de Kyp en algún punto del trayecto. Pero ya no le quedaba más elección que salir disparado en persecución del muchacho—. Has cometido una auténtica estupidez, chico...

Cristales de nieve pulverulenta salieron despedidos por detrás de los turboesquís de Kyp cuando se inclinó hacia adelante, rozando el suelo de vez en cuando con sus palos deflectores. Conservaba el equilibrio como un auténtico experto, sabiendo de manera intuitiva qué debía hacer en cada momento. Han sólo llevaba un segundo de vertiginoso descenso, pero ya había comprendido que Kyp quizá tuviera más posibilidades de sobrevivir a aquel viaje que él.

Han bajó a toda velocidad por la pendiente con el hielo y la nieve siseando detrás de él como un chorro de aire comprimido. De repente se encontró con un promontorio helado que le hizo salir volando por los aires, y giró locamente sobre sí mismo mientras agitaba sus palos deflectores en todas direcciones. Los diminutos cohetes estabilizadores de su cinturón consiguieron enderezarle justo a tiempo, un instante antes de que volviera a caer sobre la nieve. Han siguió bajando por la pendiente tan deprisa como un rebaño de banthas en estampida.

Entrecerró los ojos detrás de sus gafas para el hielo, y se concentró al máximo en la complicada tarea de mantenerse erguido. El paisaje parecía demasiado nítido, y Han podía distinguir con toda claridad cada montaña nevada de bordes afilados como cuchillos y los destellos de una pared de hielo. Era como si cada detalle pudiera ser el último que veía en su vida.

Kyp se desvió hacia la derecha y dejó escapar un ruidoso grito de placer al meterse en el tramo más peligroso de la pista para turboesquís. El grito rebotó tres veces en los escarpados riscos, creando otros tantos ecos antes de apagarse definitivamente.

Han empezó a maldecir la temeridad del joven, pero un instante después se sintió invadido por una repentina oleada de cálido afecto hacia él al comprender que en realidad era justo lo que había esperado de Kyp. Decidió disfrutar al máximo de la experiencia, y respondió al grito de Kyp con otro mientras viraba para seguirle.

Las balizas láser se encendían y se apagaban, guiando a los imprudentes turboesquiadores con sus parpadeos de advertencia a lo largo del camino. La superficie ondulada susurraba bajo la blandura invisible de los campos repulsores de sus turboesquís.

El camino de hielo parecía haberse acortado de repente delante de ellos, y después seguía discurriendo a un nivel distinto. Han se percató del peligro un momento antes de llegar al precipicio.

—¡Un risco! —gritó.

Kyp se inclinó tanto que pareció haberse convertido en un componente más de sus turboesquís. Pegó los palos deflectores a los costados, y después activó los cohetes traseros de sus esquís. El joven salió disparado por el borde del precipicio, y fue bajando en una larga y suave trayectoria curva hasta llegar al punto en el que se reanudaba el sendero.

Han activó sus cohetes justo a tiempo y se lanzó por encima del vacío. Su estómago cayó en un picado todavía más veloz del que podía provocar el tirón de la gravedad, y el viento hizo temblar los pliegues de la capucha de su chaquetón.

Han sólo tuvo tiempo de tragar una bocanada de aire mientras la meseta de hielo subía a toda velocidad hacia él para recibir sus turboesquís con un estrepitoso chasquido, y tensó los dedos sobre sus palos deflectores en un esfuerzo desesperado por no perder el equilibrio.

Una cinta de nieve tan fina que parecía polvo apareció de repente ante ellos obstruyendo su camino. Kyp bajó bruscamente sus palos reflectores, saliendo disparado hacia arriba y salvando limpiamente el obstáculo.., pero Han se incrustó en él.

La nieve cubrió sus gafas y le cegó. Han se tambaleó y movió locamente sus palos deflectores de un lado a otro. Consiguió deslizar una mano enguantada sobre los cristales de sus gafas justo a tiempo de girar a la izquierda y evitar chocar con un monolito de hielo que sobresalía del suelo.

Han todavía no había tenido tiempo de recuperar el equilibrio cuando salió disparado por encima de un abismo que se abrió de repente debajo de él. Durante un momento que le pareció eterno se encontró contemplando un precipicio que parecía medir un millón de kilómetros de profundidad, y después aterrizó al otro lado. Un instante después oyó un golpe ahogado detrás de él cuando un bloque de nieve que debía de llevar siglos allí perdió su precario asidero en la pared y se precipitó por el abismo.

Kyp acababa de encontrarse con una lengua de glaciar repleta de rocas. Las balizas láser de aquella zona estaban mucho más espaciadas, como si se hubieran dicho que sus esfuerzos eran inútiles y hubiesen decidido permitir que los turboesquiadores lo bastante temerarios para llegar hasta allí escogieran el camino a seguir sin su ayuda. Los turboesquís de Kyp empezaron a chocar con pequeños promontorios de nieve y hielo, y los impactos hicieron que se tambaleara de un lado a otro. El joven incrementó la intensidad del campo repulsor para mantenerse un poco más por encima de la superficie.

La lengua del glaciar empezó a volverse todavía más escarpada, y no tardó en quedar llena de nieve muy granulosa que había sido llevada hasta allí por el viento. Han no paraba de murmurar quejas y maldiciones ahogadas entre dientes. Logró conservar el equilibrio sin saber muy bien cómo, pero Kyp había perdido parte de la ventaja que le llevaba y Han no tardó en encontrarse respirando la estela de nieve pulverizada que dejaba el chico. Estaba cada vez más cerca de Kyp y no paraba de acelerar..., y de repente la carrera volvió a tener un significado para él. Cuando estuvieran sentados en la cantina intercambiando historias un rato después, Han ya se las arreglaría de alguna manera para convencerse a sí mismo de que toda la experiencia había resultado increíblemente divertida.

De repente Han sintió aquel mismo impulso de cometer una temeridad que había maldecido antes en Kyp, y activó sus cohetes para salir disparado hacia adelante en una brusca aceleración que acabó colocándole al lado del joven.

Estaban llegando a un gigantesco campo de nieve. La gran extensión de blancura reluciente que se extendía ante ellos no mostraba ni una sola huella de turboesquís a pesar de que hacía más de un mes que aquellos parajes de clima tan frío no conocían una nevada, lo cual indicaba con toda claridad que había muy pocos esquiadores que fuesen lo suficientemente amantes de los riesgos como para tratar de recorrer aquella pista tan peligrosa.

La zona de rescate y recepción delimitada con cordones se desplegaba delante de ellos como un santuario. Contenía equipo de comunicaciones, barracones con sistemas de calefacción, androides médicos en modalidad de reposo que podían ser activados al instante y un viejo puesto de bebidas calientes que se había quedado sin clientela hacía ya mucho tiempo. La meta por fin estaba a la vista... ¡Lo habían conseguido!

Kyp le lanzó una rápida mirada de soslayo, y Han pudo ver las finas arrugas de tensión que rodeaban sus ojos entrecerrados. El joven se encogió sobre sus turboesquís y los puso a plena potencia. Han se inclinó hacia adelante para disminuir al máximo la resistencia que ofrecía al aire. Surtidores de nieve impoluta salían despedidos en todas direcciones a su alrededor, siseando en sus oídos.

La hilera de balizas láser se apagó de repente como otros tantos ojos metálicos que se cerraran al unísono. Han no tuvo tiempo para preguntarse qué podía haber ocurrido, porque de repente la lisa manta de nieve que se extendía ante él se hinchó para volver a derrumbarse casi enseguida.

Un rechinar atronador acompañó el repentino estrépito de unos gigantescos motores. Chorros de vapor brotaron del campo de nieve repentinamente alterado, y el reluciente morro rojizo de una perforadora térmica emergió de un agujero en el centro de la blancura. La punta en forma de sacacorchos siguió girando mientras roía el hielo sólido para acabar de abrirse paso a través de él.

—¡Cuidado! —gritó Han.

Pero Kyp ya se había desviado hacia la izquierda, apoyándose con todas sus fuerzas en un palo deflector mientras acuchillaba el aire con el otro. Han encendió sus cohetes estabilizadores y salió disparado hacia la derecha en el mismo instante en que la colosal máquina procesadora de hielo agrandaba un poco más la abertura del túnel por el que había emergido y se aferraba a las paredes con sus orugas tractoras provistas de pinchos.

Han pasó a toda velocidad junto al pozo surgido de la nada, y sintió cómo una ráfaga de vapor caliente le rozaba las mejillas. Los cristales de sus gafas quedaron cubiertas de vapor, pero logró llegar a la cascada de hielo, el último obstáculo que se interponía entre él y la línea de llegada. El borde del precipicio estaba lleno de hileras de carámbanos parecidos a cables colgantes que habían ido formándose allí a lo largo de los siglos durante los cortos deshielos primaverales.

Kyp se lanzó sobre el borde del río congelado volviendo a encender los cohetes de sus dos turboesquís en el mismo instante. Han le imitó y pegó sus palos deflectores a los costados mientras veía cómo la nieve subía hacia él con la velocidad del rayo, y siguió contemplándola hasta que la dura capa blanca y el fondo de sus turboesquís entraron en contacto con un golpe seco que resonó a lo largo de los campos de hielo, produciendo un sinfín de ecos que se confundieron con los que acompañaron el aterrizaje de Kyp.

Los dos siguieron avanzando unos momentos a toda velocidad, y después fueron girando para frenar hasta que se detuvieron delante del grupo de barracones prefabricados. Kyp echó hacia atrás la capucha de su chaquetón y empezó a reír. Han se apoyó en sus palos deflectores, sintiendo cómo todo su cuerpo temblaba a causa del alivio y de una sobredosis de emociones. Después también empezó a reírse.

—Eso ha sido una auténtica estupidez, chico —consiguió decir por fin.

—Oh, ¿sí? —Kyp se encogió de hombros—. ¿Y quién ha sido lo bastante estúpido como para seguirme? Después de haber estado en las minas de especia de Kessel, no me parece que bajar por una pequeña pendiente en turboesquís sea demasiado peligroso... Eh, cuando volvamos quizá podríamos pedirle a Cetrespeó que nos calculara cuáles son las probabilidades de bajar por esa pista y llegar al final del trayecto enteros.

Han meneó la cabeza y contempló a Kyp con una sonrisa torcida en los labios.

—No me interesan las probabilidades —replicó—. Lo hicimos, y eso es lo único que importa.

Kyp clavó la mirada en la lejanía helada. Sus ojos parecieron seguir las líneas rectas como flechas que trazaban los conductos de agua no reflectantes, rodeados a intervalos regulares por estaciones de bombeo y conexiones de presión.

—Me alegra mucho que nos hayamos divertido tanto, Han —dijo mientras contemplaba algo que sólo él parecía poder ver—. Desde que me rescataste lo he pasado tan bien que... Bueno, es como si llevara una vida entera recuperándome de todo lo que me había ocurrido antes.

La intensa emoción que captó en el tono de voz de Kyp hizo que Han se sintiera un poco incómodo, e intentó ponerle de mejor humor.

—Bueno, chico, tú jugaste un papel tan importante en nuestra huida como yo.

Kyp no parecía haberle oído.

—He estado pensando en lo que dijo Luke Skywalker cuando descubrió mi capacidad para utilizar la Fuerza —murmuró—. Sé muy poco sobre ella, pero parece estar llamándome... Podría prestar un enorme servicio a la Nueva República. El Imperio ha arruinado mi vida y destruyó a mi familia, así que me encantaría tener una ocasión de cobrarme las deudas pendientes que tengo con él.

Han trazó saliva. Ya había entendido lo que estaba intentando decirle el chico.

—Así que crees estar preparado para irte a estudiar con Luke y los otros candidatos Jedi, ¿eh?

Kyp asintió.

—Preferiría quedarme aquí y dedicar el resto de mi vida a divertirme, pero...

—Ya sabes que te lo mereces, ¿no? —le interrumpió Han en voz baja y suave.

Pero Kyp meneó la cabeza.

—Creo que ha llegado el momento de que empiece a tomarme un poco en serio a mí mismo. Si realmente poseo el don de utilizar la Fuerza, no puedo permitirme no sacarle provecho.

Han le puso una mano en el hombro y apretó con fuerza, sintiendo la delgadez de Kyp a través de sus gruesos guantes.

—Me ocuparé de buscarte una buena nave para que vayas a Yavin 4.

El zumbido de unos haces repulsores rompió el silencio que había seguido a sus palabras. Han alzó la mirada y vio aproximarse a un androide mensajero que avanzaba por encima de los campos de hielo a tal velocidad que parecía un proyectil cromado. El androide fue en línea recta hacia ellos.

—Si tiene algo que ver con la estación de turboesquí, presentaré una protesta formal por lo de esa máquina minera que salió del hielo —masculló Han—. Podríamos habernos matado.

Un instante después el androide mensajero se detuvo por encima de ellos, bajó hasta quedar al nivel de los ojos de Han y abrió un panel sensor en su estructura.

—Le ruego que confirme la identificación, general Solo —dijo con su voz monótona y asexuada—. Bastará con una comparación vocal.

Han dejó escapar un gemido.

—¡Oh, vamos, estoy de vacaciones! No quiero que me molesten con deberes diplomáticos de ninguna clase...

—Comparación vocal satisfactoria. Gracias —dijo el androide—. Prepárese para recibir el mensaje codificado.

El androide siguió flotando delante de Han y empezó a proyectar una imagen holográfica sobre la limpia blancura de la nieve. Han reconoció al instante la silueta de Mon Mothma gracias a sus cabellos castaño rojizos, y se irguió mientras ponía cara de sorpresa. La Jefe de Estado rara vez se comunicaba directamente con él.

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