Read El discípulo de la Fuerza Oscura Online
Authors: Kevin J. Anderson
—Han... —dijo Mon Mothma en voz baja y llena de preocupación. Han se dio cuenta al instante de que le había llamado por su nombre en vez de usar el tratamiento formal de su rango, y sintió cómo un puño de miedo surgía de la nada y le apretaba el estómago—. Te envío este mensaje porque ha habido un accidente. La lanzadera del almirante Ackbar se ha estrellado en el planeta Vórtice. Leia iba a bordo con él, pero se encuentra a salvo y no ha sufrido ningún daño. El almirante la lanzó fuera del aparato en el asiento eyectable antes de perder el control y acabar chocando con un centro cultural de grandes dimensiones del planeta. El almirante Ackbar también consiguió activar los escudos de energía de su nave, pero toda la estructura quedó destruida. Hasta el momento, se ha confirmado la muerte de trescientos cincuenta y ocho vors entre los restos.
—Es un día trágico para todos nosotros. Han, vuelve inmediatamente a la Ciudad Imperial. Creo que Leia puede necesitarte tan pronto como haya regresado.
La imagen de Mon Mothma tembló y se disolvió en una nube de copos de nieve de estática que se esfumaron en el aire.
—Gracias —dijo el androide mensajero—. Aquí tiene su recibo.
Una ranura escupió una diminuta ficha azul, que cayó sobre la nieve a los pies de Han.
Han mantuvo la mirada fija en el androide mientras éste giraba sobre sí mismo y se alejaba en dirección al campamento base, y después hundió la ficha azul en la nieve con la base de un turboesquí. Estaba muy afectado. Todas las intensas emociones que acababa de experimentar y toda la alegría que había vivido al lado de Kyp acababan de evaporarse, dejando en su interior únicamente el peso insoportable del temor.
—Ven, Kyp —dijo—. Tenemos que irnos.
Cetrespeó estaba pensando que si su centro de control motriz lo hubiese permitido, en aquellos momentos todo su cuerpo dorado estaría temblando de frío. Sus unidades térmicas internas no habían sido diseñadas para enfrentarse a las gélidas regiones polares de Coruscant.
Era un androide de protocolo y dominaba con fluidez más de seis millones de formas de comunicación distintas. Era capaz de llevar a cabo un número increíble de tareas distintas, y en aquellos instantes todas y cada una de ellas le parecían más atractivas que cuidar de un par de niños de dos años y medio totalmente imposibles de controlar y que lo consideraban como un mero juguete con el que entretenerse.
Cetrespeó había llevado a los gemelos a la zona de juegos que se extendía debajo de las laderas cubiertas de nieve, donde podrían montar en tauntauns domesticados. El pequeño Jacen y su hermana Jaina parecían estarlo pasando en grande con aquellas criaturas enormes y torpes que no paraban de bufar y gruñir, y el ranchero umguliano que había traído los peludos animales a Coruscant también parecía muy satisfecho de la marcha de su negocio.
Después Cetrespeó había aguantado estoicamente cuando los gemelos insistieron en transformarle en un «androide de nieve» y dejaron su resplandeciente cuerpo metálico oculto bajo un montón de capas de nieve. Aún podía sentir la presencia de los cristales de hielo que se habían formado dentro de sus articulaciones. Cetrespeó aumentó la capacidad de captación de sus sensores ópticos, y tuvo la impresión de que el metal dorado con el que estaba construido había adquirido un tono decididamente azulado debido a las bajas temperaturas.
Los gemelos estaban dando vueltas por una pista para trineos, riendo y chillando mientras rebotaban contra las protecciones acolchadas a bordo de un deslizador de las nieves para niños. Cetrespeó les esperó durante un buen rato al final de la pista, y después inició el largo ascenso colina arriba remolcando el deslizador para que los niños pudieran repetir la diversión. Se sentía igual que un androide de trabajos manuales de baja capacidad cuya potencia de computación fuese demasiado reducida para comprender lo penosa que llegaba a ser su existencia.
—Oh, cómo deseo que el amo Solo vuelva pronto... —dijo.
Llegó al comienzo de la rampa y aseguró a Jacen y Jaina en sus asientos, cerciorándose de que estaban cómodos y bien sujetos. Los gemelos alzaron la cabeza al unísono contemplándole con sus caritas de mejillas sonrosadas. Los humanos afirmaban encontrar tonificante el frío invernal, pero Cetrespeó estaba deseando que sus constructores lo hubieran provisto de lubricantes dotados de una mayor eficiencia en situaciones de bajas temperaturas.
—Y ahora tened mucho cuidado durante el descenso, niños —dijo—. Os estaré esperando al final de la pista y os subiré hasta aquí... —Hizo una pausa—. Otra vez.
Después dio un empujón al deslizador y lanzó a los niños pendiente abajo. Jacen y Jaina rieron y chillaron mientras el vehículo giraba y se bamboleaba y los chorros de nieve salían despedidos por toda la pista. Cetrespeó empezó a bajar por la larga rampa con veloces zancadas.
Cuando llegó al final de la pista, los gemelos ya estaban intentando quitarse los arneses. Jaina había conseguido abrir una hebilla a pesar de que el empleado de la estación de alquiler de equipos había asegurado a Cetrespeó que los arneses eran totalmente a prueba de niños.
—¡No toquéis los arneses, niños! —ordenó.
Cetrespeó volvió a cerrar la hebilla del arnés de Jaina y conectó el campo de repulsión que se extendía por debajo del deslizador. Después agarró las asas y volvió a iniciar el ascenso por la pendiente en dirección a la plataforma de lanzamiento.
Apenas llegó arriba los dos gemelos gritaron «¡Otra vez!» en el mismo instante, como si tuvieran una conexión mental. Cetrespeó decidió que había llegado el momento de prevenir a los niños contra los peligros de un exceso de diversiones, pero una lanzadera repleta de pasajeros llegó a la plataforma antes de que hubiera podido componer un discurso que tuviera los niveles adecuados de firmeza y vocabulario. Han Solo salió de ella con los turboesquíes encima del hombro izquierdo y echó hacia atrás la capucha de su chaquetón gris. Kyp Durron salió del transporte inmediatamente detrás de él.
Cetrespeó alzó un brazo dorado.
—Estamos aquí arriba —dijo—. ¡Estamos aquí, amo Solo!
—¡Papá! —exclamó Jaina, y Jacen coreó su exclamación una fracción de segundo después.
—Gracias al cielo —dijo Cetrespeó, y empezó a soltar las tiras de los arneses protectores.
—Nos vamos enseguida —dijo Han.
Fue hacia ellos con el rostro inexplicablemente lleno de preocupación. Cetrespeó dio un paso hacia adelante disponiéndose a iniciar su letanía de quejas, pero Han dejó caer los turboesquís en los brazos del androide.
—¿Ocurre algo, amo Solo? —preguntó Cetrespeó, intentando sostener los pesados esquís sin que se le cayeran.
—Lamento tener que acortar vuestras vacaciones de esta manera, niños, pero debemos volver a casa —dijo Han sin prestar ninguna atención al androide.
Cetrespeó se irguió cuan alto era.
—Me alegra mucho oírle decir eso, señor —observó—. No es mi intención quejarme, pero no he sido diseñado para soportar temperaturas tan extremas.
Un segundo después sintió un impacto en la parte de atrás de la cabeza, y una bola de nieve de dimensiones considerables se esparció sobre su espalda.
—¡Oh! —exclamó Cetrespeó, y alzó los brazos en un gesto de alarma, faltando muy poco para que se le cayeran los turboesquís—. ¡Debo protestar, amo Solo! —dijo.
Jacen y Jaina rieron y se apresuraron a coger otra bola de nieve para arrojársela al androide.
Han se volvió hacia los gemelos.
—Dejad de jugar con Cetrespeó. Tenemos que volver a casa.
Lando Calrissian se encontraba en los hangares de reparaciones del reconstruido Palacio Imperial de Coruscant, y no conseguía entender cómo se las arreglaba Chewbacca para meter su enorme cuerpo peludo por el angosto túnel de mantenimiento del
Halcón Milenario
. Lando, de pie en el pasillo, veía al wookie como una masa de pelaje marrón incrustada entre el generador de energía auxiliar, el compensador de aceleración y el generador del escudo antiimpactos.
La llave hidráulica que Chewbacca estaba utilizando se le escurrió entre los dedos, y el wookie soltó un chillido. La herramienta rebotó y cayó con una serie de golpes metálicos para acabar deteniendose en un lugar totalmente inaccesible. El wookie gruñó, y un instante después dejó escapar un segundo chillido al golpearse la cabeza con una cañería de refrigeración.
—¡No, no, Chewbacca! —dijo Lando, echando hacia atrás su elegante capa mientras metía el brazo en el túnel de mantenimiento e intentaba señalar los circuitos—. ¡Eso va ahí, y esto va aquí!
Chewbacca soltó un rugido gutural en wookie indicando que no estaba de acuerdo con él.
—Mira. Chewie, yo también conozco esta nave tan bien como la palma de mi mano... Supongo que ya sabes que fui su dueño durante algunos años, ¿verdad?
Chewbacca emitió una retahíla de sonidos ululantes que crearon ecos en el pequeño recinto.
—De acuerdo, hazlo a tu manera. Utilizaré las escotillas de acceso externo del casco y recuperaré tu llave hidráulica. ¿Quién sabe? Puede que encontremos un montón de trastos más perdidos por ahí...
Lando giró sobre sí mismo, fue hacia la rampa de entrada y bajó por ella hasta entrar en la cacofonía de peticiones formuladas a gritos y ruidos de motores que hacía vibrar el hangar de naves espaciales. La atmósfera estaba impregnada de un fuerte olor a aceite que la volvía casi irrespirable, y también se podían percibir los olores de los refrigerantes gaseosos y los vapores que brotaban de los tubos de escape de aparatos de todos los modelos y tamaños imaginables, desde las pequeñas lanzaderas diplomáticas hasta los mercantes de grandes dimensiones. Ingenieros humanos y alienígenas trabajaban en sus naves. Ugnaughts bajitos y rechonchos desaparecían por las escotillas de acceso o parloteaban entre sí, solicitando herramientas y diagramas para reparar motores que no funcionaban correctamente.
La cuadrilla de astromecánicos calamarianos cuidadosamente seleccionada por el almirante Ackbar estaba supervisando las modificaciones especiales en las naves más pequeñas de la flota de la Nueva República. Terpfen, el jefe de mecánicos de Ackbar, iba de una nave a otra con la tablilla de situación interna del hangar en la mano, verificando las reparaciones solicitadas y examinando el trabajo con sus vidriosos ojos de pez.
Lando abrió la escotilla de acceso externa del casco del
Halcón
. La llave hidráulica salió por el hueco con un tintineo metálico y cayó en sus manos extendidas, junto con ciberfusibles quemados, un cambiador de hiperimpulsión averiado y el envoltorio de un paquete de comida deshidratada.
—¡Ya la tengo, Chewbacca! —gritó.
La respuesta del wookie apenas pudo oírse fuera de la pequeña escotilla de acceso al túnel.
Lando inspeccionó las quemaduras y marcas negras esparcidas sobre el maltrecho casco del
Halcón
. La nave parecía ser una gigantesca colección de remiendos y reparaciones. Lando deslizó una mano encallecida a lo largo del casco acariciando el metal.
—Eh, ¿qué le estás haciendo a mi nave?
Lando apartó rápidamente la mano del
Halcón
y giró sobre sí mismo con una expresión entre sorprendida y culpable en la cara para ver a Han Solo viniendo hacia él. Chewbacca rugió un saludo atronador desde el túnel de mantenimiento.
El rostro de Han mostraba toda una tormenta de preocupación y mal humor mientras cruzaba el suelo lleno de herramientas y piezas sueltas del hangar de reparaciones.
—Necesito mi nave ahora mismo —dijo—. ¿Está lista para volar?
Lando puso los brazos en jarras.
—Estaba haciendo unas cuantas reparaciones y modificaciones, viejo amigo. ¿Cuál es el problema?
—¿Y quién te ha dicho que hicieras ninguna modificación en el
Halcón
? —Han parecía inexplicablemente enfadado—. Tenemos que despegar ahora mismo, Chewie. ¿Por qué has permitido que este payaso metiera las narices en mis motores?
—¡Espera un momento, Han! No sé si recuerdas que hubo un tiempo en el que esta nave me pertenecía —dijo Lando, sin tener ni idea de qué podía haber provocado tal ira en su amigo—. Y además, ¿quién sacó esta nave de Kessel? ¿Quién te ayudó a salir de aquel lío cuando estabas siendo perseguido por la flota imperial?
Cetrespeó entró a toda prisa en el hangar de reparaciones con su cuerpo metálico tan tieso y envarado como de costumbre.
—Ah, general Calrissian... Saludos —dijo.
Lando no hizo ningún caso del androide.
—Perdí el
Dama Afortunada
rescatando tu nave —siguió diciendo—. Creo que eso merece un poquito de gratitud, ¿no te parece? De hecho, y dado que sacrifiqué mi nave para salvarte el pellejo, pensé que quizá me lo agradecerías lo suficiente como para devolverme el
Halcón
.
—¡Oh, cielos! —exclamó Cetrespeó—. Esa idea quizá merezca ser tomada en consideración y meditada, amo Solo.
—Cierra el pico, Cetrespeó —dijo Han sin volver la mirada ni un solo instante hacia el androide.
—Parece que tienes un pequeño problema emocional, Han —dijo Lando.
Acompañó sus palabras con una sonrisa que sabía irritaría todavía más a su amigo, pero Han se había saltado todas las normas de la cortesía con sus secas acusaciones, y Lando no estaba dispuesto a permitir que se saliera con la suya.
Han parecía encontrarse a punto de estallar. Lando no entendía por qué estaba tan trastornado.
—Mi problema es que has estado saboteando mi nave —dijo Han—. No quiero que vuelvas a ponerle un solo dedo encima nunca más, ¿entendido'? Consíguete una nave. Teniendo en cuenta que aún no te has gastado esa recompensa de un millón de créditos que obtuviste en las carreras de amorfoides de Umgul, creo que podrías comprar la nave que te dé la gana y dejar de trastear en la mía.
—Una idea excelente, señor —intervino Cetrespeó, siempre dispuesto a ayudar—. Es cierto, general Calrissian. Con esa cantidad de dinero podría comprarse una nave realmente magnífica.
—Silencio, Cetrespeó —dijo Lando, y volvió a ponerse las manos en las caderas—. No quiero comprar otra nave, viejo amigo —añadió, poniendo un énfasis lleno de sarcasmo en las dos últimas palabras—. Si no puedo tener la
Dama Afortunada
, entonces quiero el
Halcón
. Tu esposa es la Ministra de Estado, Han. Puedes conseguir que el gobierno te proporcione el medio de transporte que más te apetezca... ¿Por qué no te consigues un caza de último modelo recién salido de los astilleros calamarianos?