El Encuentro (21 page)

Read El Encuentro Online

Authors: Frederik Pohl

No la asustaba tanto como los agujeros negros que visitaban, uno tras otro. También le daban miedo a Wan. Pero el miedo no le impedía continuar; simplemente le hacía más insoportable a nivel de convivencia.

Cuando Dolly se dio cuenta de que toda aquella loca expedición no era más que una inútil búsqueda del tiempo atrás desaparecido, y seguramente tiempo atrás fallecido, padre de Wan, sintió verdadera ternura por él. Deseaba que él le permitiese expresarla. Había veces en que, especialmente después de mantener relaciones sexuales, especialmente en las raras ocasiones que él no se quedaba dormido de inmediato o en las que no la apartaba de su lado con algún comentario hiriente o imperdonable, había ocasiones, como digo, en que al menos durante unos minutos permanecían abrazados el uno al otro en silencio. Entonces ella sentía un gran deseo de poder establecer un contacto humano con él. Había veces en que ella deseaba colocar sus labios junto al oído de Wan y susurrarle: «Wan, ya sé cómo te sientes con respecto a tu padre. Ojalá pudiese ayudarte.»

Pero, por supuesto, nunca osaba hacerlo.

La otra cosa que nunca se atrevía a decirle era que, en su opinión, iba a matarles a los dos. Hasta que llegaron al octavo agujero y a ella no le quedó elección. Incluso a dos días de distancia de él —dos días viajando a mayor rapidez lumínica, casi a un año luz de distancia— parecía diferente.

—¿Por qué tiene ese aspecto? —preguntó ella.

Pero Wan, que ni siquiera se dignó darse la vuelta mientras ella se colocaba delante de la pantalla, sólo respondió lo que ella esperaba:

—Cállate —y siguió parloteando con sus Hombres Muertos. Cuando se dio cuenta de que ella no sabía hablar ni español ni chino, se dedicó a hablar con ellos abiertamente delante de ella, pero en un idioma que ella no entendía.

—No, por favor, cariño —dijo sintiendo un extraño dolor en el estómago—. ¡Esto está todo equivocado!

No hubiese podido explicar por qué había dicho «equivocado». El objeto que se veía en la pantalla era muy pequeño. No aparecía muy claro, y se movía en la pantalla. Pero no había rastro de los rápidos destellos de energía que a veces se producían al caer materia en los agujeros negros y destruirse. Sin embargo, algo llamaba la atención. Una radiación azulada que desde luego no era negra.

—Pah —dijo Wan, sudando; y, como él también estaba asustado, ordenó—: Dile a la zorra lo que quiere saber. En inglés.

—¿Señora Walthers? —la voz parecía débil e insegura; claro que era la voz de una persona muerta, si era de una persona—. Le estaba explicando a Wan que esto es lo que se llama una singularidad. Eso significa que no está rotando, por lo que no es exactamente negro. ¿Wan? ¿Lo has comparado con las cartas Heechees?

Wan lanzó un gruñido.

—Claro que sí, idiota, iba a hacerlo ahora. —Pero le temblaba la voz cuando puso las manos sobre los mandos. Junto a la primera imagen, se formó una más. Era el objeto azulado y nebuloso. Y allí, en la otra mitad de la pantalla, el mismo objeto, con un montón de brillantes y cortas líneas rojas y centelleantes círculos verdes.

El Difunto habló con satisfacción lúgubre:

—Es un objeto de peligro, Wan. Los Heechees lo calificaron así.

—¡Maldito idiota! ¡Todos los agujeros negros son peligrosos! —le hizo un gesto con la mano a su interlocutor y se volvió hacia Dolly con rabia y desprecio—. ¡Tú también estás asustada! —acusó y salió a grandes zancadas hacia la plataforma de aterrizaje donde estaban todos aquellos chismes robados y espantosos.

A Dolly no le sirvió de consuelo ver que él también estaba temblando. Se quedó esperando, mirando inútilmente a la pantalla, a que Wan regresase de su exploración con el TTP. Tuvo que esperar bastante, porque el TTP no trabajaba a distancias interestelares; se quedó dormida a ratos y luego se asomó a la plataforma para ver a Wan inmóvil, agazapado junto a la briliante malla y la coraza de brillo diamantino, y se volvió a dormir.

Estaba durmiendo cuando sus sueños fueron interrumpidos por el navajazo de la turbada mente de Wan a través del TTP, y tan sólo medio dormida cuando él mismo entró en la cabina y se plantó frente a ella.

—¡Una persona! —dijo precipitadamente, parpadeando por las gotas de sudor que le resbalaban por la frente y caían a sus ojos—. ¡Ahora tengo que conseguir entrar!

Y mientras, yo estaba soñando con un profundo agujero que gravitaba y un tesoro escondido en él. Mientras Wan estaba preparando sus artefactos, sudando de terror, yo sudaba por el dolor. Mientras Dolly miraba fijamente el fantasmagórico objeto azul de la pantalla yo estaba mirando el mismo objeto. Ella no lo había visto nunca antes. Yo, sí. Tenía una foto suya sobre mi cama, y la había tomado en un momento en que me sentía más dolorido y me encontraba más desorientado. Intenté incorporarme, pero la mano firme y suave de Essie me empujó hacia atrás.

—Todavía sigues conectado a algunos monitores, Robin —me regañó—. No debes moverte demasiado.

Estaba en la pequeña habitación que habíamos construido sobre la casa del mar de Tappan cuando empezó a parecemos demasiado jaleo ir a alguna clínica cada vez que uno de nosotros necesitaba reparaciones.

—¿Cómo he llegado aquí? —logré preguntar.

—En avión, ¿cómo si no? —se inclinó sobre mí para mirar algo en la pantalla que había encima de mi cabeza y asintió.

—Me han operado —deduje—. Ese hijo de perra de Albert me dejó fuera de combate. Y tú me trajiste mientras aún estaba bajo los efectos.

—¡Qué listo! Sí. Ya ha pasado todo. El doctor dice que te repondrás pronto, el dolor de estómago todavía seguirá durante un tiempo por los casi dos metros y medio de intestino nuevo. Ahora, come algo y luego duerme un poco.

Me eché hacia atrás mientras Essie discutía con el programa culinario y miré fijamente a la gráfica. Estaba allí para recordarme, por más desagradable que fuese cuanto me estuviesen haciendo para mantenerme con vida, que habían habido veces peores todavía, pero no era aquello lo que me sugería. Lo que estaba recordándome era una mujer que yo había perdido. No diré que hacía años que no pensaba en ella, porque no sería cierto. Pensaba en ella a menudo, sólo como un recuerdo algo remoto, pero en aquellos momentos me encontré pensando en ella como persona.

—Es la hora —dijo Essie alegremente— para tomar caldo de pescado.

Y por Dios que no estaba bromeando: eso era, con un olor repugnante, pero, según ella, con todas las cosas que me hacían falta y podía tolerar dadas mis circunstancias. Y mientras, Wan estaba pescando en el agujero negro con la sofisticada y complicada maquinaria Heechee; y mientras, acababa de ocurrírseme que la comida repugnante que yo estaba comiendo contenía algo más que medicinas; y mientras, la sofisticada maquinaria estaba llevando a cabo una tarea independiente de la que Wan no tenía noticia; y mientras, yo me obligaba a mí mismo a estar lo suficientemente despierto como para preguntarle a Essie cuánto tiempo había estado dormido, y cuánto más tiempo lo estaría, y ella me respondía «Bastante en ambos casos, querido Robín» y yo me quedaba dormido de nuevo.

La tarea extra a realizar ahora era la notificación, pues de todos los artefactos Heechees, el disruptor de orden de sistemas lineales era el que más preocupaba a los Heechees. Si no se usaba correctamente, y eso era lo que les asustaba, podía alterar su propio orden de forma decisiva y desagradable, y por ello cada uno contaba con su propio sistema de alarma.

Cuando tenemos miedo de que nos ataquen en la oscuridad, ponemos trampas; una hilera de latas que suenan al ser movidas, o algo que pueda caer sobre la cabeza del intruso, lo que sea. Y no hay mayor oscuridad que la que queda entre las estrellas, así que los Heechees colocaron sus propios centinelas para dar la voz de alarma. Las trampas que habían puesto eran numerosas, flexibles y muy, muy potentes. Cuando Wan desplegó su disruptor, éste transmitió de inmediato, y de inmediato el oficial de comunicaciones lo puso en conocimiento del Capitán.

—El extraño lo ha hecho —dijo el oficial contrayendo sus músculos.

El Capitán lanzó una exclamación biológica. No significaría mucho traducida, puesto que se refería al acto de la copulación sexual en un momento en que la hembra no estaba enamorada. El Capitán no lo dijo por su sentido técnico. Lo dijo porque era violentamente obsceno, y era lo único que podía aliviar sus sentimientos. Cuando vio que Dosveces se movía nerviosa al inclinarse sobre su panel de control remoto, se arrepintió instantáneamente.

El Capitán tenía la mayor parte de las preocupaciones, porque era el Capitán, pero era a Dosveces a quien le correspondía la mayor parte del trabajo. Estaba operando tres objetos a la vez: la nave comando a la que estaban a punto de transbordar, el carguero en el que iba a esconder su propia nave, y una nave especial en el sistema planetario de la Tierra, que tenía por misión vigilar todas las transmisiones y localizar todos los artefactos. Y no estaba en las debidas condiciones para realizar nada de esto. Le había llegado el momento de amar, corría por sus venas, el programa biológico estaba en marcha, y su cuerpo había madurado para aquello. No tan sólo su cuerpo. La personalidad de Dosveces maduraba y se suavizaba. El esfuerzo que se veía obligada a realizar para guiar sus naves con un cuerpo y un sistema nervioso que sólo estaban listos para una temporada de preocupante actividad sexual era una tortura. El Capitán se inclinó hacia ella.

—¿Estás bien? —preguntó.

Ella no respondió, y eso ya era bastante respuesta.

El Capitán suspiró y se volvió hacia el siguiente problema:

—¿Y bien, Zapato?

El oficial de comunicaciones tenía un aspecto parecido al de Dosveces.

—Ha sido posible mantener una serie de intercambios conceptuales, pero el programa de traducción dista mucho de ser completo, Capitán —informó.

El Capitán se pellizcó las mejillas. ¿Había algo inesperado, ilógico, que pudiera salirles mal y que aún no hubiera ocurrido? Aquellas comunicaciones no eran sólo peligrosas por el mero hecho de existir, sino porque se hacían en varios idiomas. ¡Varios! No sólo en dos, como parecía lógico admitir en el esquema Heechee. No sólo en el Lenguaje de los Actos y el Lenguaje de los Sentimientos, como hablaban los Heechees, sino en otras muchas lenguas que resultaban incomprensibles entre sí. Su dolor se hubiese mitigado un tanto si, al menos, hubiese podido saber qué decían.

¡Tantas preocupaciones y problemas! Y no sólo ver que Dosveces se debilitaba cada hora que pasaba y estaba más distraída, o saber que alguna criatura que no era Heechee estaba activando los mecanismos que perforaban los agujeros negros; la mayor preocupación del Capitán en aquellos momentos era saber si sería capaz o no de resolver todos aquellos retos en cascada. Mientras, había un trabajo pendiente. Localizaron el velero y establecieron contacto sin problemas. Enviaron un mensaje a su tripulación, pero, inteligentemente, no esperaron respuesta. La nave comando, despertada de su largo sueño que había durado milenios, apareció en el momento previsto. Se trasladaron, precinto a precinto, a la nave mayor y más potente. Aquello se desarrolló también sin prácticamente ningún contratiempo, aunque Dosveces, jadeando y gimiendo mientras corría de panel a panel, estuvo bastante lenta para asumir sus funciones con los controles remotos de la nueva nave. Aunque ello no causó ningún daño. Asimismo, la burbuja de la pesada nave de carga apareció donde y cuando se la esperaba.

Todo el proceso duró sobre unas doce horas. Para Dosveces, fueron horas de trabajo interminables. El Capitán tenía menos que hacer, lo que le dejaba bastante tiempo para fijarse en ella. Observó que su piel cobriza se volvía de un tono purpúreo por no haber satisfecho sus necesidades amorosas, incluso ahora, que comenzaba a oscurecerse a causa de la fatiga. Le preocupaba. ¡Habían estado tan poco el uno por el otro con todos aquellos problemas! De haber sabido que iba a haber una emergencia, hubiese podido contar con otro operador de control remoto para que se repartiese el trabajo con Dosveces. Si se les hubiese pasado por la cabeza que podía ser necesario, hubiesen utilizado una nave comando desde un principio y se hubiesen evitado el esfuerzo de tener que cambiar de vehículo. Si lo hubiesen pensado... si lo hubiesen sospechado... Si al menos hubiesen tenido alguna oportunidad de intimar...

Pero las cosas no habían sido así. Además, ¿cómo podían preverlo? Incluso en tiempo galáctico, habían pasado unas pocas décadas desde la última salida de inspección fuera del fondo del escondite, lo que en tiempo astronómico no era más que un parpadeo, y ¿cómo podían imaginarse que iban a ocurrir tantas cosas en ese mínimo lapso?

Los Heechees dejaron sólo pequeñas naves para que los humanos las descubriesen; tuvieron mucho cuidado para no dejar las naves que se reservaban con fines especiales donde pudiesen ser fácilmente localizables. Por ejemplo, el carguero en forma de burbuja. Éste no era más que una esfera metálica vacía capaz de viajar a mayor rapidez lumínica y con equipo de navegación.

Los Heechees la usaban aparentemente para transportar materiales pesados de un sitio a otro; la raza humana hubiese podido usarla a la perfección también. Cada carguero burbuja podía albergar el equivalente a mil S. Ya. Diez como ella hubiesen resuelto el problema de población de la Tierra en una década.

El Capitán rebuscó entre las bolsas de comida hasta encontrar las más sabrosas y digeribles, y se las fue dando afectuosamente a Dosveces mientras ella seguía en su puesto. Tenía poco apetito. Sus movimientos eran más lentos cada vez, más inseguros, cada hora más dura para ella. Pero conseguía realizar todo el trabajo. Cuando finalmente las alas del velero fotónico estuvieron plegadas, la gran garganta de la nave burbuja abierta, y la cápsula con forma de mariposa que llevaba a los pasajeros se deslizó hacia el interior de la burbuja, el Capitán comenzó a respirar de nuevo libremente. Al menos para Dosveces, aquélla había sido la parte más dura de lo que tenían que hacer. Ahora tendría ocasión de descansar, incluso tal vez pudiese hacer con él lo que tanto su cuerpo como su alma estaban prestos a hacer.

Puesto que la gente del velero había respondido a su mensaje instantáneamente —para ellos fue instantáneamente—, su respuesta llegó justo antes de que la gran esfera brillante se cerrase sobre ellos. El oficial de comunicaciones, Zapato, manipuló su pantalla y el mensaje apareció:

Other books

All Kinds of Tied Down by Mary Calmes
England's Assassin by Samantha Saxon
A Fine Line by Brandt, Courtney
The Torn Guardian by J.D. Wilde
The Wizard's War by Oxford, Rain
Hunting Kat by Armstrong, Kelley
The Naylors by J.I.M. Stewart