El Extraño (27 page)

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Authors: Col Buchanan

Realmente recibió con alivio que el Vidente interrumpiera su meditación silenciosa. El anciano chasqueó los labios y se inclinó alejando el cuerpo del sello muerto que sostenía en las manos entrelazadas. —
Shinsho ta-kana
... —dijo con voz chillona—,
¡Yoshi, linaga!
—Y entonces inclinó la cabeza y frunció el ceño en un gesto tristísimo.

—Asesinato —tradujo Ash con sequedad.

Aquella noche, mientras los roshun terminaban de cenar en las mesas repartidas por el comedor que ocupaba buena parte del ala norte del edificio del monasterio, con las velas refulgiendo para compensar la luz mortecina procedente de las numerosas ventanas, el repentino tintineo de un cubierto que golpeaba una copa de cristal acalló las apacibles conversaciones de los comensales.

Nico levantó la vista de la mesa que ocupaba junto a los demás aprendices, todavía masticando el último bocado de su pastel de arroz. Aléas interrumpió lo que estaba diciéndole y también levantó la mirada. En el fondo de la sala, un roshun con la piel negra arrugada se levantó lentamente de su silla de madera. Era mayor aún que Ash, aunque no tanto ni estaba tan ajado como el Vidente. Nico sabía que se llamaba Osho y que era el prior de la orden, el hombre que había fundado el monasterio en las montañas de Cheem. Varias veces lo había visto paseando con su cojera por allí, pero nunca lo había oído hablar.

La voz del roshun resonó con claridad en toda la sala en silencio.

—Amigos míos —declaró, dirigiéndose a la miríada de rostros que se habían vuelto hacia él—, esta noche se nos presenta una tarea de una naturaleza excepcional. Uno de nuestros patrocinados ha emprendido el Camino Elevado. El Vidente nos ha informado de que ha sido un asesinato. También nos ha revelado con su sabiduría quién es el responsable de su muerte. —Osho hizo una pausa y examinó una por una las caras de los presentes, midiendo su nivel de atención, o quién sabe si alguna otra particularidad que sólo él percibía—. Esta noche tenemos que declarar la
vendetta
contra un sacerdote de Mann. Y no se trata de un sacerdote cualquiera, no. Como siempre, la vida nos niega la sencillez. Esta noche declaramos la
vendetta
contra Kirkus dul Dubois, es decir, el hijo de Sasheen dul Dubois, la Santa Matriarca de Mann.

Una oleada de murmullos recorrió la sala. Nico lanzó una mirada hacia su maestro, sentado en la misma mesa elevada que el anciano líder de la orden. Ash simplemente bebía agua de su copa con una expresión neutra en el rostro.

—Hemos llevado a cabo
vendettas
en numerosas ocasiones contra ciudadanos del Imperio, pero nunca contra nadie de una posición tan prominente. Por lo tanto, esta noche se emprende una operación arriesgada para nuestra orden. Kirkus sabía que su víctima llevaba el sello y, por consiguiente, que estaba bajo nuestra protección. Así pues, el Imperio ya debe de saber que buscaremos la venganza contra su sacerdote. Sin duda, ellos harán todo lo que esté en sus manos para detenernos, incluida, sospecho, la elaboración de un plan para nuestra aniquilación total. Después de todo, Kirkus dul Dubois es el único hijo de la matriarca. Imagino que sus primeros objetivos serán los agentes que tenemos diseminados por los puertos del Midéres, movidos por la creencia errónea de que conocen la ubicación exacta de nuestro monasterio en Cheem. Puesto que el único contacto que mantenemos con nuestros patrocinados se realiza a través de nuestros agentes, eso es todo lo que los mannianos pueden hacer por el momento. Esta noche ya he dado instrucciones para que se envíen aves mensajeras a todos ellos con la advertencia de que deben permanecer alerta. Como es un asunto que acarrea consecuencias para todos nosotros he decidido hablar aquí y ahora, un lugar y un momento en los que nos reunimos para compartir un sencillo plato de comida. Todos y cada uno de nosotros ha de ser consciente del compromiso que asumimos esta noche. Y guiándome por ese mismo espíritu he decidido no designar a nadie para esta
vendetta
. En cambio solicito tres voluntarios.

Hubo unos momentos de silencio.

En el centro del comedor, una silla chirrió arrastrada por el suelo. Un hombre se puso en pie y dio una palmada delante de sí. Casi inmediatamente se levantó de sus asientos otra docena de roshuns.

—Gracias a todos —dijo Osho, sonriendo—. Ahora, dejadme que vea, ¿a quién tenemos? Ah, Antón, tú serás uno. Y Kylos el de las pequeñas islas. Y tú... sí, Baso, te veo... Tú también irás. Perfecto, tres de nuestros mejores hombres. —El resto tomó asiento de nuevo. Los tres elegidos sobresalían del mar de cabezas—. Temo que tendréis que partir esta misma noche. Puede que ya sea demasiado tarde para interceptar a Kirkus dul Dubois antes de que regrese a Q'os; aun así debemos apresurarnos y no conceder tiempo al Imperio para urdir sus represalias. Represalias son lo que tenemos que llevar a cabo nosotros, pese a la evidente amenaza que eso supone para nuestra orden. Recordad que ha muerto una mujer. Y que ese joven sacerdote es quien le ha arrebatado la vida. Por una vez, y es la excepción que confirma la regla, la justicia de nuestra tarea no deja lugar a dudas. En esta ocasión no se trata de la mera persecución del asesino de un matón ricachón, de un patricio que ha pillado a su hermano en la cama con su esposa, ni de una mujer desesperada abocada a cometer actos para los que no tenía ninguna alternativa razonable. Aquí no se dan las habituales ambigüedades de otros casos que nos empujan a buscar el perdón en nuestras horas de quietud.

Las cabezas asintieron, conformes con las palabras de Osho. Sin embargo, hubo una notable excepción de la que Nico se apercibió. Baracha, sentado junto a Ash, parecía inquieto y era evidente que quería hablar.

—Nuestra presa es un auténtico monstruo. Tenemos un compromiso que cumplir y lo acometeremos sin reparar en los costes. Si los roshuns realmente somos de alguna utilidad para el mundo, ha llegado la hora de demostrarlo. Eso es todo. —Inclinó la cabeza a modo de reverencia—. He acabado.

—Es un asunto feo —observó el jefe de la orden Roshun a la mañana siguiente, sentado en la butaca acolchada de su despacho en el último piso de la torre del monasterio. Hablaba en su lengua materna de Honshu, con sus sílabas ásperas y breves, como era su costumbre cuando se encontraban a solas.

Ash, sentado en el sofá junto a la ventana, en el lado opuesto de la estancia, no respondió.

—Esta
vendetta
nos enfrenta a todo un Imperio —continuó Osho—. Rezo por que no signifique nuestra ruina.

—Ya hemos resistido contra enemigos poderosos en otras ocasiones, maestro —le recordó Ash suavemente.

—Sí, pero también lo perdimos todo.

La observación provocó el temblor de un músculo de la mandíbula de Ash.

—Quizá entonces no teníamos más elección —repuso—. Lo mismo ocurre ahora. ¿Qué podemos hacer sino mantener nuestra promesa y actuar de acuerdo con nuestro
Cha
?

Cha
. Una palabra interesante. En lengua franca se necesitaban muchas palabras para dar una definición ajustada de su significado; palabras como «centro», «quietud», «corazón límpido».

—¿El
Cha
...? —musitó Osho. Era evidente la ironía contenida en su sonrisa—. Mi
Cha
siempre se me aparece nítidamente, amigo mío, cuando corto queso, bebo chee o me tiro un pedo en mi vieja cama de madera de pino. Pero cuando me siento a reflexionar sobre asuntos como éste, que afectan al monasterio, y sobre los muchos riesgos que debemos tomar en consideración en aras del futuro de todos y cada uno de nosotros, mi
Cha
se tiñe de incertidumbre. Y entonces me preguntó si no habré perdido el norte.

—Tonterías —espetó Ash—, Anoche te levantaste delante de todos y dejaste bien claro que hemos de cumplir esta
vendetta
sin temor a las consecuencias. Tus acciones tomaron una decisión sobre el asunto, ¿qué otra evidencia esperabas?

Osho suspiró.

—Y mientras os hablaba no dejaba de preguntarme si mis palabras no estarían conduciéndonos hacia otra masacre o, en el mejor de los casos, hacia otro exilio lejos de nuestra tierra —repuso con voz queda, como hablando consigo mismo.

Ash desvió de nuevo la vista hacia la ventana. Se sentía fatigado, como todos los días desde su regreso al monasterio. Sus dolores de cabeza eran cada vez frecuentes y le costaba dormir. Ya había esperado que fuera así. Le solía ocurrir que cuando estaba inmerso en una
vendetta
. Su cuerpo esperaba a que regresara a un lugar seguro para permitir que el dolor y la enfermedad siguieran su proceso natural.

Siempre había sido propenso a aislarse durante sus estancias en el monasterio. Sin embargo, desde que había vuelto esta última vez su voluntad de retraimiento se había agudizado. Cuando se sentía con fuerzas suficientes, entrenaba fuera de los muros del monasterio o emprendía largas caminatas por las montañas, evitando a los camaradas que habían emprendido sus propios paseos cuando los divisaba, entre ellos a su propio aprendiz. No obstante, pasaba la mayor parte del tiempo recluido en su celda, durmiendo cuando conseguía conciliar el sueño, leyendo poesía de su vieja patria o simplemente meditando. No quería que los demás miembros de la orden se enteraran de que estaba enfermo.

—Ése no es el tipo de evidencia que pido —insistió Osho—, En mi vida he sido algo más que un mero roshun. He liderado ejércitos en el campo de batalla, ¿o acaso lo has olvidado? He comandado una flota por el inmenso océano en medio de una tempestad. Mi querido Ash, una vez maté a un tirano en un encontronazo casual en menos de tres segundos. No, no es la evidencia de la rectitud de mis actos lo que ahora echo de menos, pues, siempre la he echado de menos. Pienso que quizá lo que he perdido es el
Chan
, y me temo que eso debilita mi resolución.

Chan
. Otra palabra interesante. Como
Cha
, en la lengua franca podía significar muchas cosas: «pasión», «fe», «amor», «esperanza», «arte», «coraje». A veces también podía designar los misteriosos y sabios caminos mostrados por el Necio. En el fondo eran las manifestaciones externas del
Cha
llevadas a la acción.

—Cada vez estoy más harto de este trabajo, eso es todo. Llevo demasiado tiempo siendo un roshun; primero soldado, luego general, ahí acaba todo. Mi vida se ha convertido en algo por lo que no sé si vale la pena seguir luchando. Cuando llegue el momento oportuno, le entregaré las riendas a Baracha. Aunque tenga un
Cha
algo turbio, está mucho mejor dotado que yo para las intrigas políticas.

—¡Puf! Si él estuviera al mando, ya estaríamos negociando con los mannianos una compensación por la vida del joven sacerdote.

—En ese caso puede que Baracha sea más sabio de lo que cabría esperar de alguien de su edad. ¿Quién se atrevería a decir que no era lo correcto si fuera beneficioso para de nuestra supervivencia?

Ash sentía cómo le hervía la sangre, pero guardó silencio.

—En nuestra patria no eras roshun, Ash. Yo sí —prosiguió Osho— No sabes lo que era aquello... en realidad. Nuestros patrocinados llevaban a la vista un simple medallón, y si morían asesinados, teníamos que recabar toda la información posible para encontrar al culpable. Era un trabajo de lo más desagradable, te lo aseguro. A veces matábamos a la persona equivocada, y a menudo nunca llegábamos a dar con el verdadero asesino. Incluso hoy en día, aquí, en el Midéres, con todos nuestros sellos y nuestros malis importados directamente desde las Islas del Cielo, alguna vez hemos fracasado en el cumplimiento de una
vendetta
.

—Sí, pero nunca hemos dejado de intentarlo. Ése es nuestro compromiso.

—Nuestro compromiso, sí —admitió Osho—. Pero en nuestra vieja patria nuestro compromiso siempre era una cuestión práctica. Dudo que nunca hubiéramos arriesgado la pervivencia de la orden como vamos a hacer ahora.

Ash meneó la cabeza.

—Quizá. Pero lo que somos ahora, en estas tierras, no tiene nada que ver con los asesinos que fuimos antaño. Nos mantenemos al margen de los tejemanejes políticos del mundo, y ni siquiera nos guiamos por la búsqueda del beneficio propio. Simplemente ofrecemos la posibilidad de justicia a aquellos que la necesitan. Si decidimos no asumir el riesgo que se nos presenta ahora, nuestras promesas a toda esa gente carecerán de valor, nosotros mismos careceremos de valor, y todo aquello a lo que hemos dedicado nuestras vidas se habrá convertido en una farsa.

Osho meditó las palabras de Ash. Al parecer no podía poner un pero a nada de lo que había dicho.

—¿Qué era lo que siempre me decías cuando me veías inquieto porque no era capaz de tomar una decisión?

—Te decía muchas cosas, la mayoría tonterías.

—Sí, pero había algo que me repetías una y otra vez.

—¡Ah!—exclamó el viejo general—. «Sonríe y tira los dados.»

—Siempre la tuve por una máxima muy valiosa.

Osho soltó un largo suspiro, pero no fue una expresión de exasperación, sino más bien de alivio. Y se hundió aún más en su envolvente butaca, relajado, con la mirada fija en algo que le llamaba la atención de la mesa de chee situada en el centro de la cámara, quizá la luz del sol desparramada sobre su superficie. La mesa estaba hecha de madera de liq silvestre, obtenida de un tablón de las naves que los habían traído a ambos desde Honshu treinta años atrás.

Ash contempló a aquel hombre que conocía de toda la vida. Su maestro parecía no reparar en su propia mano rascándose distraídamente la pierna izquierda. Sin embargo, Ash sí se fijó en ella, y se sonrió sin hacer ningún comentario.

Al parecer, la discusión había terminado de momento, y se sumieron en uno de sus cómodos silencios, que podían extenderse durante horas sin que ninguno de los dos sintiera la necesidad de hablar. Se oyó un estruendo seco procedente de algún lugar de los pisos inferiores, lo suficientemente lejano como para pasar desapercibido, probablemente a alguien se le debía de haber caído el montón de armas que acarreaba entre los brazos o quizá se había derrumbado una pila de platos en la cercana cocina. Ash pensó que ya se acercaba la hora de la comida, así que lo más probable era que se tratara de los platos. Por la ventana abierta se colaban los agradables aromas a keesh horneándose y a estofado muy condimentado.

Osho se revolvió en la butaca y bajó la mirada hacia la mano que le rascaba la pierna. La retiró, con una mueca jocosa.

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