El fantasma de Harlot (100 page)

Read El fantasma de Harlot Online

Authors: Norman Mailer

Tags: #Policíaco

Chevi se animó para lanzar un último ataque.

—No señor, somos nosotros, no ustedes, los que nos suscribimos a la sabiduría de Aristóteles, porque él es griego, es decir, un hombre del lado oscuro, bañado por la razón y por la luz.

Con eso, Hunt consultó el reloj, pidió la cuenta, la revisó cuidadosamente, puso la cuarta parte mientras yo ponía la mía, esperó que agregase algunas monedas para la mitad de la propina que nos correspondía, saludó a Chevi, besó a Libertad en la mano («Tiene una mano firme y hermosa, querida», le dijo) y salió conmigo, aunque no tan rápido como para que yo pudiese evitar una última mirada de Libertad. No parecía sugerir que estuviese interesada en volver a verme.

Nos detuvimos en un bar para tomar tres cafés cada uno, seguidos de dos tabletas de sen-sen, pero no pretendo que creas que cuando llegamos a la Embajada nos pusimos a trabajar de firme. A las cinco logré llamar a Chevi a su bufete de abogados, lo desperté y le dije que me esperara en la «biblioteca de leyes», es decir, el piso franco sobre la Rambla. Puedo prometerte que habrá ciertas revelaciones, de modo que continuaré con otra carta mañana.

Tuyo, siempre,

HARRY

30

17 de abril de 1958

Queridísima Kittredge:

El encuentro con Chevi en el piso franco duró varias horas, pero te ahorraré la primera parte, durante la cual le hice recriminaciones verbales, e incluso estuve a punto de pegarle. Es absolutamente enloquecedor. Intentó excusarse diciendo que había acompañado a Libertad diciendo para defenderme a mí.

—Si Hunt comenzaba algo con ella habría sido un desastre —dijo, y asintió vigorosamente—. Ella no es lo que parece ser.

Luego guardó silencio durante un rato.

Sí, podría haberlo matado. Lo habría hecho de no haber estado todavía bajo los efectos del alcohol. Pasó toda una hora antes de que sintiera suficiente interés humano para preguntarle a Chevi dónde había adquirido su erudición griega. Resultó que había pasado unas cuantas horas aprendiendo citas de memoria.

—Un capricho —dijo—. No quería llegar con las manos vacías.

—Pero, ¿cómo sabías que no te hablaría en griego? Lo estudió en el colegio.

—Es un jenízaro. Los jenízaros no retienen nada que tenga que ver con cultura.

—Estás loco.

—Valía la pena.

Volví a enfadarme.

—No creas que has superado las dificultades —le dije.

—Reconozco que no.

—Renunciarás a Libertad.

—No creo que sea necesario —dijo.

—Sí que lo es. Tu relación fundamental es con la Agencia.

—Sí. Tú eres mi amo y señor.

—¡Terminemos con todo esto! —grité—. Renunciarás a la dama.

—¿Podemos discutirlo mañana?

—Diablos, no —dije—. Si no sigues las instrucciones al pie de la letra, el fin de nuestra relación es inevitable. Y no olvides que somos implacables con quienes nos traicionan.

En realidad, si termino la relación, me bombardearán desde Washington. ¿Por qué? preguntarán. Pero, no importa, Chevi no lo sabe. El uso de una palabra como «implacable» encoge de miedo a un corazón comprometido.

—No la veré más —dijo de repente—. Desde este mismo momento renuncio a ella. Te diré la verdad, y entonces verás que te he protegido.

Entonces pensé que podíamos entregárselo a Pedro Peones. Me sorprendo de lo grande que puede ser mi corazón cuando está frío como el hielo. A juzgar por el tamaño de la furia que en ese momento contenía, bien podría haber tenido una piedra en el pecho. Hay algo en sus mentiras que me perturba profundamente.

—Primero debes decir la verdad con respecto a ella.

Me miró a los ojos. Nuestra contienda de miradas siguió durante un largo rato, y por turnos cada uno era más fuerte que el otro, o tal vez menos mentiroso, no lo sé. Finalmente, Chevi dijo:

—Tú no sabes la verdad, o no habrías concertado esta cita.

—Hasta que me lo digas, no puedo comparar tu conocimiento con el mío.

Sonrió. Obviamente, estaba más cansado que yo.

—Te lo diré porque ahora la realidad objetiva está clara. Debo despojarme de ella —dijo.

—¿Despojarte?

—Deshacerme de ella. No debería haber apoyado su petición de conocer a Hunt. A fin de cuentas, es una puta imposible.

Entonces me abrazó, como si fuéramos hermanos en un velatorio.

—Libertad no es una mujer —dijo—, sino la transformación femenina de lo que una vez fue un hermafrodita. —Suspiró con tanta fuerza que no sólo recibí todo su aliento, sino el sonido muerto de responsabilidades onerosas soportadas durante demasiado tiempo. Convencido de que lo que decía era una metáfora, apenas reaccioné. Chevi continuó hablando—: Un cambio real y profundo. Metamorfosis quirúrgica.

—¿Una transformación? —pregunté.

—Sí.

—¿Dónde?

—En Suecia.

—¿Tú has... ?

Quise preguntar si había un conducto. Preguntas estúpidas se debatían en mi cerebro. «Tiene una mano firme y hermosa», recordé que le había dicho Hunt.

—Puede adoptar la posición fundamental —dijo Chevi tristemente—. Pero sólo en la oscuridad. Se aceita los dedos y con los nudillos hace una especie de truco. En una ocasión oí que se jactaba de haber estado con setenta hombres en Las Vegas a lo largo de treinta días, y que ninguno se dio cuenta de que en realidad no la había penetrado. Fue sólo un juego de manos. Prestidigitación.

—¿Y sus senos?

—Los hermafroditas tienen senos. Además, toma hormonas.

—Muy bien. Ya he oído bastante —dije.

Había continuado la conversación porque sabía que cuando dejase de hacer preguntas tendría que creer todo lo que me decía, y me enfermaría.

Créeme si te digo, Kittredge, que en ese momento mis sentimientos eran tan confusos que podía sentir la existencia simultánea de Alfa y Omega. Sí, Alfa, nuestro varonil oficial de caso operando en el mundo de la acción y el trabajo de escritorio, tuvo que preguntarse si él mismo no era acaso un homosexual. Eso salta a la vista, ¿verdad? Sentirse tan atraído hacia un travestido o como quieras llamarlo (¿un transexual?). A medida que escribo esto, me retuerzo entre las cadenas del bochorno.

Sin embargo, otra parte de mí sabe que, a pesar de lo degradada y sórdida que pueda ser, Libertad también es una evocación del espíritu femenino. En algún punto, entre él y ella, Libertad ha logrado absorber la esencia de la feminidad. No es una mujer, pero se ha convertido en una criatura rebosante de belleza. Es todas las bellas mujeres juntas. Gracias a la generosa visión de Omega, pude decirme que no era un homosexual, sino un hombre devoto de la belleza de las mujeres. ¿Puedes concebir que se sientan dos emociones opuestas a la vez? Sí, claro que puedes, eres la única que podría.

Pobre Chevi. Libertad es un agente en el mundo de las mujeres, y él es un agente en el mundo de los hombres. De modo que puede mitigar su soledad —pues ¿quién puede estar más solo que Chevi?— estando cerca de ella. Y ahora yo se lo prohibía.

Embargado por la lástima que me inspiraba, también lo abracé. Después, bebimos una copa mientras me mostraba las fotos de su mujer e hijo, que llevaba en la cartera. Ambos son robustos y oscuros; su mujer tiene ojos aceitunados y pelo renegrido. Su expresión delata el abatimiento de las tareas gargantuescas que deben ser realizadas en el mundo comunista. Tiene senos monumentales. Es una mujer que podría realizar las tareas más pesadas, tanto en una fábrica o en el seno de su familia como en la célula de un partido político. Tales eran las impresiones (ocultas) de Harry Hubbard en ese momento. Chevi volvió a suspirar mientras la miraba: ella era todo lo que él tendría por un tiempo. Sentí un escalofrío en el alma. Por los dos.

Sin duda hallarás todo esto excesivamente sensiblero. A mí me ocurre lo mismo. Me conformé con llevarlo a su casa sin decir nada más, pero todo regresó con un dolor de cabeza apenas llegué a mi hotel. El problema era cuánto debía informarle a Hunt.

Permíteme que haga un corte para comer. Un pequeño churrasco, un chorizo y una morcilla me darán ánimos para el último kilómetro.

Más tarde

El día siguiente, miércoles, no transcurrió como había esperado. Estaba preparado para una sesión horrenda, pues si Howard consideraba que AV/ISPA estaba comprometido, eso implicaría horas de trabajo frente al codificador-descodificador. Pero Howard no estaba en su despacho. A media mañana llamó para decirle a Nancy Waterston que durante las próximas veinticuatro horas acompañaría a Nardone en su campaña. «El resto que siga con la rutina diaria», musitó.

Sherman no era un posible aliado, pero los efectos de una borrachera tienen la virtud de refrescar los viejos clisés. Cualquier puerto es bueno en una tempestad. Porringer, a pesar de sus defectos, no es estúpido.

Fuimos a uno de esos cafés grandes y ubicuos, con mesas en la acera. Polvorientas sillas de metal, mesas pringadas de manchas de café y comida, publicidad de aperitivos en los toldos, amas de casa mal vestidas comiendo helados arenosos, adolescentes que hacen novillos. Creo que el único lugar del mundo donde los cafés al aire libre tienen sentido es en París, pero el nuestro, aunque se llame Café Trouville, está en Montevideo y debe de tener unas cuarenta o cincuenta mesitas redondas de metal en la acera del bulevar General Artigas. Como podrás imaginar, es una calle con mucho tráfico. En América del Sur, estas calles tienen nombres de generales: avenida del General Aorta, bulevar del General Carótida, avenida del Almirante Cloaca. Si soy innecesariamente cruel con Montevideo, una ciudad que nunca me hizo daño alguno, es porque en mañanas como ésta, un puerto marítimo de segunda categoría puede servir como cloaca representativa de nuestro asqueroso mundo. ¿O es una descripción de mi terrible estado de ánimo?

Después de los primeros veinte minutos (que consistieron en escuchar cómo Porringer ventilaba su irritación contra Hunt), fui al grano. ¿Qué sabía él, Porringer, acerca de Libertad?

—Hay muy poco que no sepa sobre ella —dijo dándose un golpecito sobre el estómago—. De modo que adelante.

Sí, tiene toda la nasalidad de un graduado exitoso con más referencias bibliográficas de las que podrá utilizar jamás.

Decidí correr el riesgo de decirle todo lo que sabía; probablemente así compartiría conmigo la información que poseía. A Porringer siempre le ha resultado difícil ocultar su dominio sobre un tema.

Por lo tanto, le conté lo que Chevi me dijo sobre el cambio de sexo.

—Sí —dijo él—. En más de una ocasión me pregunté si no debía advertirte acerca de Chevi.

—¿Por qué no lo hiciste? Se movió en su asiento.

—Es tu agente. No me meto donde no me llaman.

Pensé que estaría esperando a que AV/ISPA me estallase en la cara.

Como si me leyera el pensamiento, agregó:

—No quería causar una conmoción en la estación. Supongo que tú tampoco querrás que algo así suceda.

—¿Puedes decirme lo que sabes de ella?

Asintió, como si el juez Porringer, después de tomarse un agradable receso, hubiera decidido ponerse de parte del suplicante.

—Bien —dijo—. No me gustó este asunto desde el principio.

Peones podía tener cualquier puta de Montevideo. Le gustan más que a mí. De modo que ¿qué buscaba en Cuba? Era lógico que fuese algo raro. Pedí informes a La Habana sobre Libertad, y todo lo que me enviaron era encubierto. De modo que hice averiguaciones con un buen amigo en la división Occidental, pero antes de que mi amigo pudiese enviarme el material, Libertad ya estaba aquí con Peones. Entonces me enteré de que su protector en La Habana era un tejano, amigo del embajador estadounidense en Cuba, y era por ello que no podíamos sonsacarle detalles a nuestra estación en Cuba. Al poco tiempo supe que Libertad era un hermafrodita que había ido a Suecia para que le metieran la manguera dentro. Pero ya era demasiado tarde.

—¿Que le metieran la manguera dentro?

—¿Quieres decir que no estás al día con la cirugía sueca?

—Creo que no.

—Pues entérate. Los médicos suecos no cortan la picha y los testículos. Estos vikingos se creen unos virtuosos. Sacan la carne de dentro y reservan la piel del escroto y del pene porque han descubierto que esta epidermis está llena de terminaciones de nervios erógenos. Luego el equipo quirúrgico abre un nuevo agujero, que mucho me temo no lleva a ninguna parte, y lo forran con este tejido de primera calidad. No hay como los socialdemócratas, sobre todo si son suecos.

Porringer es como un búfalo. Imposible hacer que se mueva, pero una vez que arranca, no hay quien lo pare.

—Pero seguía haciéndome algunas preguntas —continuó—. Aquí estábamos con Hunt. Un jefe de estación cuya idea de acción encubierta es comprar a los polis locales. Howard está enamorado de Peones, y Peones está enamorado de La Lengua. Y yo poseo una información que será tan popular como la sífilis. Pero ya me conoces. Aún quiero más. De modo que pregunto en los burdeles locales, donde están dispuestos a contarlo todo. En sus días anteriores a La Habana, Libertad se llamaba Rodrigo. Nada menos que Rodrigo Durazno. Era todo un espectáculo. Pene completo y testículos que no le servían de mucho, y un buen par de senos. Una especie de centro de mesa para orgías. Ya sabes.

Dejó su taza e hizo una mueca.

—Este café está amargo. —Hizo una señal al camarero, y le indicó la taza vacía—. Rodrigo quería un cambio. Ahorró sus pesos. Se fue a Suecia. Después de la operación, ella marchó a Las Vegas a probar su nuevo agujero.

—Te ruego que me perdones, Kittredge. Ésta es la manera en que Porringer se expresa. Se cree un técnico en ingeniería carnal—. Bien, Hubbard, su cañería no funcionaba como los científicos suecos habían predicho. El nuevo agujero era demasiado delicado. Quizás algunos alambres se cruzaron. Y su agujero posterior, que en los viejos días de Montevideo había sido digno de confianza, ahora, debido a la proximidad de la zona operada, no podía ser utilizado más que para la función evacuativa, que es para lo que Dios lo destinó en primer lugar, hasta que entramos en escena los labradores. De modo que los viejos días en que tomaba por el culo habían terminado. ¿Cómo se las arreglaría ahora? Las madamas de burdel con las que aún se trata me cuentan que hace un truco con las manos capaz de engañar a cualquier hombre. Me resulta difícil de creer, pero eso dicen. En Las Vegas cautivó a un tejano que la llevó a La Habana, y Libertad pudo guardar su secreto durante varios meses. El pobre tejano pensaba que tenía una rubia dinamita a la que le gustaba follar en la oscuridad. No me importa cuánto dinero gana un hombre, puede seguir siendo el más estúpido del mundo, ¿no te parece? ¿Quieres otra copa y un sándwich? Esta charla me ha dado hambre.

Other books

The New Confessions by William Boyd
Heart of the Witch by Alicia Dean
Loonglow by Helen Eisenbach
Morgan's Son by Lindsay McKenna