De modo que almorzamos en el Café Trouville: bocatas y cerveza, y miramos pasar el tráfico.
—Siempre que una prostituta puede engañar a un tipo simulando una vagina con cinco buenos dedos y un poco de aceite, puedes estar seguro de que irá por ahí jactándose de su hazaña. Y otras putas repetirán la proeza de la colega. La noticia debe de haber corrido desde el Cabo de Hornos hasta el Caribe. La estación de La Habana se enteró. ¡Era una noticia maravillosa! Podían contarle al embajador americano que su amigo tejano vivía con un escándalo quirúrgico. Una vez que todos subieron a la superficie a tomar aire, el tejano se preparó para librarse de ella. En consecuencia, Libertad escribió una carta de amor a Pedro Peones, que la conocía como Rodrigo Durazno. Cuando Peones vio las fotos de Libertad, rubia y desnuda, perdió la cabeza. Desgraciadamente, me enteré de ello demasiado tarde. No necesito decirte que Libertad me pone nervioso. Ningún hombre nacido mitad mujer, que tira sus huevos y su picha a los cerdos, le dice a un agente del KGB: «Váyase, usted no es un buen cristiano». —Asintió—. Ésa es mi historia.
Entonces formulé la pregunta que tanto temía.
—¿Está enterado Howard de lo de Libertad?
—Es mejor que entiendas a Howard y a la Agencia. Ambos son señoras viejas. Señoras viejas y aristocráticas.
—No estoy seguro de entenderte.
—¿Has estado alguna vez junto a una vieja dama aristocrática cuando alguien se tira un pedo? Para serte sincero, yo no, pero dicen que la dama sigue como si nada hubiese ocurrido. El pedo, señor, no ha existido.
—Vamos, Porringer. Howard no es tonto.
—No estoy diciendo que lo sea, sino que sabe cuándo ha de respirar. Mientras Peones sea el defensa que mantiene a raya al delantero centro, Howard preferirá no saber nada. —Porringer eructó— . Y esto nos conduce nuevamente a ti, joven. Con respecto a AV/ISPA, debo decirte que estoy preocupado, pero no loco de inquietud. Analiza las opciones. En mi opinión, Chevi sigue siendo confiable. ¿Acaso piensas que existe alguna posibilidad de que sea un agente doble?
—No tendría sentido —respondí—. ¿Para qué iba el PCU a arruinar sus filas sólo para crear un agente doble que en vez de pasarles informes a ellos nos los pasa a nosotros?
—Fue él quien te condujo a Libertad.
—Sí.
—A pesar de ello, soy de tu opinión. No tiene sentido. ¿Tanta sutileza para colocar un agente doble en Montevideo? No vale la pena. Creo que primero debemos tomar lo primero. —Reflexionó unos instantes, y luego agregó, sombríamente — : Lo primero, primero.
Kittredge, he recapacitado mucho en las extrañas observaciones que las personas repiten ocasionalmente. Me pregunto si no será el doble asentimiento de Alfa y Omega, una manera de decir sí. Todo mi ser está detrás de esto, primero Alfa, ahora Omega.
—Sí —decidió Porringer—, mantengamos esto tapado. Tanto tú como yo podemos vivir con ello. No queremos que Howard se preocupe, ¿verdad? Tendría que llamar a los de la división Occidental para que examinaran todo. Por otra parte, si AV/ISPA explota, tú serás el más perjudicado. Pero también lo serás ahora si cuentas algo, de modo que, si aguardas, tal vez no explote. Mientras tanto, Chevi debe mantenerse alejado de Libertad. Lo hará, una vez que te ocupes de aclararle que de lo contrario tendrá el culo en poder de Peones.
Nos dimos la mano y nos fuimos del Café Trouville. Desde entonces, todo ha estado tranquilo. No ha ocurrido nada nuevo. Nos hemos puesto al día, Kittredge.
Permíteme concluir, entonces, con un extraño comentario de Sherman Porringer. En el camino de vuelta a la oficina, me preguntó:
—¿Quieres desvelar un misterio?
—Por supuesto.
—¿Por qué mi mujer no tiene ni siquiera una palabra decente que decir con respecto a ti?
—Una vez me dijo que no le gustaba mi acento.
—Ah, eso podría mejorarse, pero aún no lo entiendo. Puede que no seas nada del otro jueves, pero para mí eres pasable. Aunque no sabes tener un huevo en las manos.
¿Es posible fundar una noble sociedad sobre el juicio de nuestros padres?
Todo mi amor, querida Kittredge.
HERRICK
30 de abril de 1958
Harry, mi querido Harry:
Extraños como han sido tus días, parecen normales comparados con los míos. Sé que me he puesto escandalosamente misteriosa, pero todavía no puedo decirte nada. Estoy condicionada por juramentos de secreto absoluto con respecto al Proyecto, y dudo a la hora de sacudir las telarañas. No es que piense en un castigo por parte de la Agencia. Es más una cuestión de no irritar a los dioses.
Ángel, temo que quizá nunca pueda contártelo. En ocasiones siento que voy a explotar si no te lo digo. Sin embargo, no debes dejar de enviar tus cartas. Las adoro. Sobre todo, me gusta la manera en que describes ciertas situaciones, como si estuviéramos sentados uno junto al otro. Sé que últimamente mis cartas han sido parciales, y empeorarán, me temo, porque pronto estaré lejos de Washington y no podré recoger nada en el apartado de correos.
Mi amor querido.
P. D. Cuanto más lo pienso, más llego a la conclusión de que sólo debes escribirme el primero de cada mes, aunque, por favor, sigue siendo igual de generoso con tus páginas. Le he pedido a Polly que recoja tus cartas en el apartado de Correos de Georgetown mientras yo esté ausente. De todos modos, no debes preocuparte por ser discreto; astutamente, me he asegurado de que ignore todo acerca de nosotros dos. En el remitente pon Frederick Ainsley Gardiner. Le he contado un cuento, porque de lo contrario sospecharía que tengo un lío contigo y podría chismorrear. Para impedirlo, le he confesado que Frederick Ainsley Gardiner es mi medio hermano secreto, fruto de una relación que tuvo mi padre hace dieciocho años. El querido Freddy vive ahora en Uruguay, donde papi mantiene a su antigua mujer morganática con su querido hijo bastardo, a quien jamás vio y al que ha autorizado a llevar su apellido. Es terrible tener que hacerle esto a mi querido padre (aunque sospecho que muchas veces ha creado fantasías como ésta), pero, de todos modos, es el tipo de historia que Polly creería. Tú la conociste en casa, en ocasión de una cena. Estaba con su marido, que es del Departamento de Estado —¿lo recuerdas?—, muy alto y solemne como un búho, pero encantador a pesar de lo aburrido que es. Polly es la antigua compañera de universidad con la que compartía habitación, y, por extraño que parezca tratándose de una chica de Radcliffe, el sexo la vuelve loca. Tiene aventuras con gran desparpajo conspiratorio, pero se va de la lengua cuando le impresiona el nombre de su amante. (¿Se trata de una simple flaqueza humana? Pregúntale a tu inocente Kittredge, que sólo tiene a Montague.) Actualmente, Polly tiene relaciones sospechosas con Jack Kennedy, que, según dicen los periódicos, se presentará como candidato en la nominación demócrata de 1960. No me lo puedo creer. Según he oído, este elegante joven no ha trabajado ni un solo instante en el Senado desde que está allí, pero no se le puede culpar: hace las delicias de todas las damas. Polly no para de hablar de sus
rendez vouz
—¡tan clandestinos!— con Jack.
Obviamente, no se puede confiar en que guarde siquiera sus propios secretos, pero si dice algo acerca de Frederick Ainsley, no será nada interesante. ¿Quién, en estos ordenados pantanos capitalinos, podría tener interés en los supuestos deslices de juventud de mi padre?
De todos modos, te adoro, mi querido Freddy A., y tendremos días mejores.
Acuérdate de enviar tu carta una vez al mes. Empieza el 1 de junio. No sé dónde estaré el 1 de mayo.
Cariños, otra vez,
K.
P. P. D. Repito: no escribiré durante un tiempo. Confía en mí.
Por mucho que la hubiera hechizado con mis cartas, lo cierto es que no escribiría, y se me había impuesto, además, una cuota de una carta al mes. Para evitar sumirme en un pozo de depresión, comencé a pasar las noches en el despacho, poniéndome al día. Mi trabajo se convirtió en mi diversión. A falta de otra cosa, el trabajo pasó a ser mi mejor amigo. De hecho, hubo un interesante par de semanas que giraron en torno del emprendedor Plutarco Roballo Gómez, quien hacía un año y medio se había salvado de ser arrestado en el parque gracias al clamor de las sirenas de Capablanca, el jefe de Policía. Gómez seguía siendo un alto funcionario del ministerio de Relaciones Exteriores, y, sin duda, continuaba pasando las fichas de los archivos uruguayos a la Embajada rusa. Si bien Hunt llegó después de que la vieja operación se hubiera arruinado, no pasaba una semana sin recordarnos que Plutarco Roballo Gómez seguía libre, y llevando plumas a los nidos rusos. El veneno que destilaba Hunt hacia los comunistas era de carácter inmaculadamente personal, como si se tratara de su propia suegra. En mi caso, por mucho que quisiera sentirme más combativo, consideraba que, al menos en Uruguay, los rusos y nosotros éramos rivales en pie de igualdad. Pero Hunt era tan impulsivo en sus reacciones como uno de esos entrenadores de baloncesto cuyo equipo está jugando mal. En compensación, cuando una operación funcionaba bien, Hunt emitía ese calor especial que sólo las personas agrias pueden transmitir con una sonrisa.
Empezó a sonreír cuando Gatsby comenzó a tener suerte. Si, de la misma manera que una anfitriona seria calcula el valor de sus invitados, los oficiales de Inteligencia solían medir su importancia en la estación por los poderes de penetración de sus agentes, yo, en tanto que responsable de AV/ISPA, era el depositario de los honores sociales. Porringer y Hunt podían enorgullecerse de contar con Peones, un peso pesado. Hasta ahora, sin embargo, Gatsby había sido relativamente poco productivo, pues no había captado más que dos agentes de mediana importancia; el resto de sus contactos eran lo que Gordy Morewood denominaba «recolectores de basura».
De pronto, una de las fuentes medianas de Gatsby, AV/FONTANERO, un contrabandista de oro que operaba en la frontera entre Uruguay y Brasil, informó a Gatsby que estaba en buenas relaciones con un funcionario del ministerio de Relaciones Exteriores que podía conseguir pasaportes uruguayos. ¿No quería la estación comprar unos cuantos? Sí, queríamos. Adquirir pasaportes extranjeros es un objetivo permanente de cualquier estación. «Sí —le dijo Hunt a Gatsby—, compra cinco, y haz que FONTANERO te dé el nombre del funcionario que los vende.» El nombre no fue otro que el de Plutarco Roballo Gómez. Nuestra oficina cobró vida.
En el coche de FONTANERO se instaló un micrófono oculto. Siguiendo las instrucciones de Gatsby, en la primera reunión FONTANERO le pidió a Gómez que repitiera el número de serie de cada pasaporte.
—Uriarte, usted es joven, próspero y emprendedor —dijo Gómez—. ¿Para qué perder el tiempo con procedimientos burocráticos?
—Tarco —dijo FONTANERO—, será mejor que me ayude, suelo invertir los números cuando lo hago solo.
—Es usted mentalmente inestable —dijo Gómez.
—Propenso a la locura —musitó Uriarte.
Discutieron sobre el precio. Todo fue grabado. Hunt envió un duplicado de esta cinta incriminatoria al editor de
El Diario de Montevideo
junto con un paquete que incluía los cinco pasaportes numerados.
El Diario
publicó la historia en la primera página, y Gómez tuvo que renunciar.
En los círculos gubernamentales corrió el rumor de que la caída de Plutarco Roballo Gómez se había debido enteramente a los esfuerzos de la CIA.
—En ocasiones, el secreto debe ocupar una posición inferior a la propaganda —nos dijo Hunt—. Por culpa de Gómez, solíamos ser el hazmerreír de Montevideo. Ahora, la opinión generalizada es que somos fieles a nuestros principios, peligrosos para nuestros enemigos, y estamos tan llenos de trucos que es difícil mantenerse a la par de nosotros. Mantengamos esa imagen.
Mi buena suerte vino después. Por intermedio de GOGOL, nos enteramos de que Varjov se había estado comportando de una manera poco usual. Cinco veces, en tres días, había salido de la Embajada soviética por espacio de una hora, y regresado con una expresión de disgusto. Decidí investigar. En una tienda de comestibles cercana, donde muchos empleados de la Embajada soviética hacían sus compras, teníamos un recolector de basura, nada menos que el hijo del tendero. A instancias del padre, hacía varios años que estudiaba ruso. Cuando Hyman Bosqueverde me informó de que el padre ya no podía pagarle las lecciones, hice los arreglos necesarios para que nos hiciéramos cargo del gasto. La oportunidad de tener a alguien que pudiese charlar con los soviéticos no debía ser desperdiciada. Inclusive, le puse un criptónimo al muchacho, ya que eso era del gusto de Hunt. Nos daba una imagen más seria en Washington. Se convirtió en AV/MARMOTA, otro motivo de broma para la estación. MARMOTA tenía dieciséis años.
Debido a las nuevas actividades de Varjov, fijé una cita con MARMOTA para darle instrucciones específicas. Si bien su ruso no era del todo fluido, le dije que tratase de entablar conversación con el chófer de Varjov (que siempre iba a la tienda para comprar Pepsi-Cola) y mencionase el tema de los recientes hábitos viajeros de su jefe. El chófer mismo trajo a colación el asunto. ¿No conocía el muchacho algún apartamento de lujo que se alquilase en la zona? Eso explicaba las misteriosas salidas de Varjov. Había estado visitando administraciones de fincas.
A Hunt le encantó la noticia. Revisó sus listas y me entregó una hoja de papel con veinte nombres. «Éstas son personas ricas que simpatizan con nosotros. Tal vez tengan la clase de apartamento que Varjov necesita. Quizá podamos trabajar con uno de los corredores de bienes raíces que Varjov ha estado consultando y pedirle que le entregue esta lista.»
Después de discutirlo, decidimos pasarle la lista a Gordy Morewood, que conocía todas las administraciones de fincas de Montevideo.
Como de costumbre, Gordy dio buenos resultados. Elegimos un encantador apartamento en la planta baja de un pequeño edificio sobre la calle Feliciano Rodríguez, propiedad de un viejo caballero llamado don Bosco Teótimo Blandenques. Fue presentado a Varjov por el corredor de bienes raíces de Gordy, y Varjov, un feroz negociante, terminó pagando un alquiler considerablemente menor al correspondiente a un piso como ése. Por supuesto, don Bosco sabía que nos haríamos cargo de la diferencia.
También tuvimos que obtener el permiso del señor Blandenques para instalar unos cuantos micrófonos ocultos. Una instalación común y corriente no serviría. Hunt requería una operación de audio de «alta eficiencia».