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Authors: Mary Kirchoff & Steve Winter

Tags: #Fantástico

El incorregible Tas (19 page)

El mestizo había tenido una infancia y adolescencia plagadas de sufrimiento en la corte de Qualinesti, como protegido del Orador de los Soles. Habían pasado muchos, muchos años desde que el enano había conocido allí a un jovencito semielfo. Había descubierto que eran muy afines, ya que él tampoco estaba a gusto entre los de su raza. Tanis había tenido un terrible enfrentamiento con su protector: una acusación de asesinato. Aunque reivindicado tras descubrir al verdadero criminal, Tanis decidió que encajaría mejor en Solace, al ser el único semielfo en una población donde todos sus residentes eran humanos a excepción de un enano, Flint.

—Tanis, o Tanthalas como se lo conoce entre los elfos de Qualinesti, es mucho más complejo de lo que puede parecer a primera vista —fue la única explicación del enano.

Selana enrojeció.

—Lamento si lo he ofendido, pero estoy muy preocupada con lo del brazalete, aparte de no estar familiarizada con vuestras costumbres. —Se alisó la túnica azul y se encaminó hacia la puerta—. Y ahora, si no os importa, me gustaría que nos pusiéramos en marcha para encontrar a ese bardo.

—Sí, también yo empiezo a estar aburrido. Vayámonos —dijo Tas, incorporándose y yendo a la puerta.

Flint, que se estaba terminando su bebida, se atragantó al oír a Selana.

—Princesa, creo que no entiendes en lo que nos vamos a meter. La vida en los caminos es muy dura, incómoda, sucia…, lejos de la civilización —añadió, con la esperanza de dar en el blanco—. Estarás mucho más cómoda y a salvo en Solace, mientras nosotros recuperamos el brazalete.

—Ni mucho menos —contestó la joven—. No estoy indefensa ni carezco de recursos. Llegué hasta Solace por mis propios medios —se defendió.

Flint sacudió la cabeza con energía.

—Estoy seguro de que estarías a la altura de las circunstancias durante el viaje, pero, una vez que demos con ese tipo, nos estaremos enfrentando a un ladrón desesperado.

—Tu presencia nos retrasaría, princesa —agregó Tanis, que escuchaba desde la cocina—. Déjanos que nos ocupemos nosotros del asunto.

—Os ruego que no os mostréis tan arrogantes ni queráis ser mis protectores —replicó la joven con voz cortante. Luego se dirigió a Flint:

—No es mi intención parecer ofensiva, maestro Fireforge, pero ya he dejado antes en manos de otros asuntos que me conciernen, y no lo volveré a hacer. —Selana advirtió el gesto apurado del enano—. Iré tras ese hombre con tu ayuda o sin ella.

Flint no la conocía mucho, pero había jugado a las cartas lo bastante para reconocer un farol, y la testaruda princesa Selana no fanfarroneaba. No podía dejarla viajar a solas. Soltó un borrascoso suspiro.

—Muy bien, tú ganas —repuso, dándose por vencido.

Selana esbozó una sonrisa.

—Os seré de gran ayuda, ya lo verás —aseguró.

Tanis, con los brazos cruzados y recostado en el arco de la cocina, puso de manifiesto su incredulidad con una risa desdeñosa. Flint dio una palmada y se puso un gorro sobre los canosos cabellos.

—Bien, ¿a qué esperamos? —dijo, pasando por alto la opinión de su amigo.

* * *

El día, en opinión de todos, incluido Tasslehoff, no estaba siendo uno de esos en los que las cosas salen a pedir de boca. En las estribaciones de las montañas de la Muralla del Este, hicieron un alto para descansar. Selana tomó asiento en un tocón seco con actitud remilgada; Tanis se acomodó en el suelo, a sus pies, con la espalda apoyada en el tocón. Flint paseaba furioso frente al kender, que estaba tumbado boca abajo, con los codos clavados en el suelo y la barbilla apoyada en las manos, mientras estudiaba el mapa que tenía extendido ante él.

—¿Y cómo sabemos que esas montañas no son recientes? —preguntó Tas a la defensiva—. Muchas cadenas montañosas surgieron por todo el continente durante el Cataclismo, ¿sabes? Es difícil que se formaran sin crear nuevas elevaciones. Mi mapa es perfectamente correcto —proclamó con énfasis el kender.

Al consultar uno de los muchos mapas de Tasslehoff antes de abandonar Solace, los compañeros vieron que había sólo dos poblaciones de cierta categoría al norte: Valle del Cuervo y Tantallon. La única ruta abierta a esos pueblos se desviaba un buen trecho al este, por Que-kiri, antes de torcer hacia el norte. Pensaron que ahorrarían tiempo yendo a campo traviesa y cortando después hacia el este por un terreno que, en el mapa de Tas, era abierto y despejado. Habían viajado por el norte de Solace, a lo largo de la orilla oriental del lago Crystalmir, hasta entrar en un área conocida como las Campiñas Cercanas. Bajo un cielo cubierto, caminaron el resto de la tarde hacia el norte, al pie de las montañas de la Muralla del Este, buscando en vano un terreno llano por el que cortar hacia el este, a pesar de que hacía un buen rato que habían pasado el punto donde, según el mapa de Tas, la cadena montañosa terminaba.

—Tasslehoff —comenzó Flint en tono paciente—, ¿de verdad has viajado por esta zona alguna vez? ¿Has hecho tú este mapa?

—No del todo —admitió el kender con cortedad—. Un buen día me lo encontré en mi bolsa, así que no sé muy bien de dónde lo he sacado. —Sus cejas se arquearon en un gesto pensativo; sacó del petate la pluma y el tintero—. Le he ido añadiendo cosas, no obstante, y ahora es un buen momento para dibujar el resto de esta cordillera, ¿no te parece? —Empezó a garabatear con la pluma a la vez que se mordía los labios en actitud concentrada.

—No tiene sentido una reprimenda ahora, Flint —intervino Tanis con voz cansada. De la bolsa de provisiones sacó tasajo y pan duro y le tendió unos trozos al enano—. Comamos algo y reanudemos la marcha.

Flint cogió la comida, se dejó caer en la hierba, y empezó a masticar. Alzó la mirada al cielo; la luz decrecía, anunciando el atardecer.

—Este sitio es tan bueno como cualquier otro para acampar —comentó—. Además, estoy seguro de que a Selana se le han hinchado los pies, después de este descanso de diez minutos.

Todos los ojos se volvieron hacia la princesa, que mordisqueaba un trozo de pan y que había rechazado la carne encogiendo la nariz en un gesto de desdén.

Ella era sin duda la que peor lo estaba pasando. Tenía las ropas y las mejillas manchadas con salpicones de lodo por las numerosas caídas que había sufrido al resbalar en el barrizal del camino, o al tropezar con los pliegues de su capa azul. La hermosa prenda estaba rota por el dobladillo, donde la maleza y los espinos se habían enganchado, desgarrando el fino tejido. Sus botas de suave cuero estaban cubiertas por una gruesa capa de lodo y no le proporcionaban un asiento firme en el resbaladizo terreno. Sin duda, todo esto influía en que estuviera muy irritable, y había rechazado de manera sistemática cualquier oferta de ayuda; se había encerrado en sí misma y hablaba y sólo para responder si le hacían alguna pregunta directa.

—Me encuentro bien, de verdad —protestó débilmente—. Lo que pasa es que no estoy acostumbrada a estas caminatas.

—¡Claro! —exclamó Tas—. Teniendo en cuenta de dónde procedes, lo que harás sin duda es nadar. ¿Pero nunca camináis por el fondo del mar?

Selana miró cohibida al curioso kender.

—A veces —respondió con voz insegura.

—Me alegro de que hayas sacado el tema a colación, porque quiero hacerte un montón de preguntas importantes —dijo el kender, que se dispuso a tomar notas—. ¿Hay luz del sol bajo el agua? Apuesto que no, así que ¿cómo os las arregláis para ver? ¿Se os arruga la piel de los dedos de los pies y las manos? ¿Tenéis puertas o, por lo menos, casas? Si no, ¿cómo evitáis que os roben las cosas?

—¿Y qué me dices de hablar? Cada vez que he intentado decir algo estando debajo del agua, todo cuanto he conseguido es que me salgan burbujas y que la nariz se me llene de agua. Por lo tanto, tendréis que soportar ese inconveniente todo el tiempo, claro. Lo que realmente me pregunto es, ¿cómo
respiráis
dentro del agua? Quizá quieras enseñarme a hacerlo en un cubo cuando tengamos un rato.

—¡Tasslehoff! —gritó Tanis, azorado.

—¿Qué? —preguntó el kender con los ojos muy abiertos en un gesto de inocencia.

Sin embargo, en lugar de ofenderse, Selana se echó a reír por primera vez.

—No culpo a Tasslehoff por sentir curiosidad por una persona que es diferente… Confieso que yo también la siento por los habitantes terrestres —dijo a Tanis, antes de volverse hacia el kender—. No sé si lo del cubo daría resultado, pero estaré encantada de responder a tus preguntas si tú respondes a las mías y así me ayudas a comprender vuestras costumbres.

—¡Será un placer! —Radiante, Tasslehoff le ofreció el brazo para que la joven se agarrara a él, y escoltó a la princesa elfa marina desde el tocón hasta un lugar más apartado, cerca de un manzano silvestre en flor—. Reanudemos nuestra charla en privado —dijo, lanzando una mirada altanera por encima del hombro, dirigida a Tanis.

Flint y el semielfo los observaron mientras se alejaban.

—Vaya, esto sí que tiene gracia —rezongó Tanis con gesto ceñudo—. Le hago unas cuantas preguntas lógicas (respetando su intimidad, ¡por los cielos benditos!), y resulta que soy un patán impertinente que no merece vivir. —El exasperado semielfo hizo un ademán señalando al kender, que estaba muy feliz sentado junto a la princesa y charlando con animación—. Él la insulta de manera abierta, y se convierten en grandes amigos. Probablemente encuentra graciosa la procacidad de ese descarado, o algo por el estilo.

—No irás a estar celoso ahora de un kender, ¿verdad? —lo pinchó Flint, mirándolo por el rabillo del ojo.

—¡Por supuesto que no! —se picó Tanis—. Sólo quiero saber a qué atenerme, eso es todo.

Tras dirigir otra mirada desconcertada a Selana, el semielfo se alejó en busca de madera para la fogata. Al sentir un frío repentino, alzó los ojos al encapotado cielo y se bajó las mangas de la chaqueta. Pero sabía que el escalofrío no era producto de la desapacible temperatura.

La cena, servida dos horas más tarde, consistió en fuelles de jamón cocidos a fuego lento, pan y guisantes secos, hervidos con el jugo del jamón. Flint mojó el resto de la sabrosa salsa con pan, se lo metió a la boca y se lo tragó con gesto satisfecho. Se recostó contra el tocón que habían traído rodando hasta la hoguera, se palmeó el estómago y soltó un eructo.

—No se puede negar que eres un buen cocinero, Tasslehoff —dijo. El enano enlazó las manos tras la nuca—. ¿Por qué no cuenta alguien una historia?

—Has escuchado las que yo sé cientos de veces —se disculpó Tanis.

—Selana sabe una muy interesante —soltó Tas, de buenas a primeras.

La elfa marina se ruborizó.

—No les apetecerá escucharla. —Al hablar miró directamente a Tanis.

—¡Claro que les apetecerá! —exclamó Tas—. ¡Dile que
quieres
que la cuente, Tanis!

A Flint no le pasó inadvertida la expresión desazonada del semielfo.

—Nos gustaría escuchar cualquier cosa relacionada con tu pueblo que consideres oportuno contarnos —dijo pon amabilidad.

—Siempre me interesan las costumbres y la cultura de otras gentes —logró por fin articular Tanis. Se volvió hacia el kender sonriendo entre dientes—. Puesto que ya has oído esta historia, Tas, propongo que vayas tú ahora a buscar leña para la hoguera.

—Está muy oscuro —intervino Selana—. Toma, coge esto, Tasslehoff. —Buscó entre los pliegues de su túnica y sacó una concha con forma espiral—. Es una caracola especial. Sujétala por aquí… —colocó la mano de Tas de manera que la sostuviera por el borde redondeado—, y dirígela hacia el punto que quieras iluminar. El kender y los otros se quedaron boquiabiertos cuando un tenue brillo dorado salió de la abertura de la caracola.

—¡Guau! ¿Cómo lo hace? —preguntó Tas—. ¿Es así como veis bajo el agua?

—No, esto es invención mía —fue la ambigua respuesta de la elfa marina.

—¿Quieres decir que es mágica? —se asombró Tanis—. No mencionaste que fueras hechicera.

—Poseo ciertas aptitudes para la magia, sí —admitió Selana—. No me lo preguntasteis. Además, después de tu comentario en Solace, pensé que a Flint lo haría sentirse incómodo.

—¡Lo que pensaste es que tal vez no te dejara acompañarnos!

—No fue el quien me
dejó
, de todos modos. Fui yo quien dijo que iría con él o sin él.

—¿Os importaría dejar de hablar de mí como si no es tuviera presente? —los interrumpió Flint—. Admito que no soy partidario de la magia, Tanis, pero no nos ha causado ningún problema hasta el momento.

—Y no os lo causará —afirmó con seguridad Selana—. De hecho, me preguntaba cómo sacar el tema a colación, pero ahora os puedo revelar que antes realicé un conjuro de localización en el mapa de Tasslehoff y he establecido que el brazalete se encuentra en la ciudad de Tantallon. Ello nos ahorrará tiempo.

Flint y Tanis intercambiaron una mirada. Era una buena noticia, ya que Tantallon no estaba lejos. Podían encontrar el camino hacia la ciudad con los mapas de Tas o sin ellos. Pero la magia los ponía nerviosos, y ambos guardaron silencio.

Deseosa de cambiar de tema, Selana se volvió hacia el kender. Fascinado por la luz de la caracola, Tasslehoff se dedicaba a encenderla y apagarla poniendo y quitando los dedos del borde.

—Si te encuentras en algún problema, Tasslehoff, sopla caracola —dijo Selana. La elfa marina puso los labios en el borde para enseñarle cómo hacerlo.

Tas, llevado por la curiosidad, imitó su gesto y sopló.

—¡Es fabuloso! —exclamó excitado el kender—. ¡Suena como una trompeta! —Se llevó la caracola a los labios, dispuesto a hacerla sonar otra vez, pero Flint se lo impidió.

—Recuerda, Tasslehoff, que sólo tienes que soplarla cuando estés en dificultades. Y, créeme, las vas a encontrar como te coja haciéndola sonar por capricho. —El enano no supo si su amenaza cayó o no en saco roto, pues el kender, bullicioso como un abejorro, se dirigió hacia la maleza y los árboles que se alzaban más allá del brillo de la lumbre para recoger leña y comprobar el alcance de la luz de la caracola. Tanis se recostó, buscando una postura cómoda.

—Tienes un nombre muy interesante, princesa. ¿Qué significan esos títulos honoríficos, «Cazadora de Tiburones». y «Rayo Risueño de Luna»?

Selana dirigió a Tanis una mirada breve e intensa, como si considerara si su interés era sincero o llevaba segunda intención.

—Cada niño dragonesti recibe dos nombres especiales, lo que tú llamas títulos honoríficos, uno de su madre y el otro de su padre. Sólo los utilizan los miembros de la familia, aunque todo el mundo los conoce.

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