El incorregible Tas (20 page)

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Authors: Mary Kirchoff & Steve Winter

Tags: #Fantástico

—Rayo Risueño de Luna es mi nombre materno, bastante común. En las noches despejadas, los rayos de las lunas se filtran entre las olas para regocijo de los niños pequeños, que los persiguen atrás y adelante hasta que sus padres los mandan a la cama.

—Cazadora de Tiburones es mi nombre paterno. Me lo dio cuando cumplí los catorce años, y me siento muy orgullosa de llevarlo. —Animada por el tema, Selana perdió parte de su actitud tensa—. El Día de la Redención es una fiesta muy importante para mi pueblo. Se conmemora la fecha en que Nakaro Estela de Plata, uno de nuestros mayores héroes, llevó a fin su misión de recuperar la espada perdida,
Rompiente de Mareas
. Ésta era el arma de Drudarch Takalurion, fundador de nuestra nación y primer Orador de las Lunas. Nakaro tuvo que viajar muy lejos, por el reino de los koalinths y los lacedones (los peces-goblins y los necrófagos marinos), y enfrentarse a terrores sin fin para recuperar la espada perdida. Todos los años celebramos este gran día con festejos y excursiones.

—Tenía catorce años cuando mi familia, para conmemorar el Día de la Redención, viajó a Armach uQuoob, «la Tierra Seca en el Mar». Vuestros antepasados conocían esta ciudad con el nombre de Hoorward, localizada en la isla de Kosketh Menor, antes de que el Cataclismo la hundiera en el océano. Muchos años atrás fue nuestra capital, pero en mi infancia era un puesto avanzado, en la frontera del peino. En ella manteníamos continua vigilancia contra la invasión de las malignas criaturas marinas: koalinths, lacedones y sus aliados, los pulpos y los tiburones. Vosotros, que habitáis en tierra firme, creéis que sólo son animales, pero estáis equivocados. En las profundidades de los océanos, son criaturas inteligentes y ladinas, que, reunidas en oscuras cuevas o en ruinas hundidas, conspiran contra mi pueblo comunicándose entre sí con sus propios lenguajes.

Durante este relato, Tasslehoff había regresado con una brazada de leña, después de divertirse encendiendo la caracola entre los árboles y llevándosela a los labios. Tiró al suelo la leña y él se dejó caer al lado de Flint. Dobló las piernas contra el pecho, se las rodeó con los brazos y apoyó la barbilla en las rodillas.

—No te detengas por mí —dijo—. Te escucho.

La lumbre chisporroteó y lanzó al aire una lluvia de puntitos brillantes. Selana reanudó su historia.

—En este Día de la Redención al que me refiero, nos reunimos en la llanura arenosa que hay a las afueras de la ciudad para celebrar las ceremonias y los festejos. Yo tenía que estar sentada al lado de mi padre, en el trineo de coral, mientras él saludaba a sus súbditos. Pero, cuando llegó el momento, no me encontraron por ninguna parte. Mi padre no podía retrasar la ceremonia, si bien estaba furioso por mi falta de responsabilidad. Envió al capitán de su guardia personal en mi busca.

—¿Dónde estabas? —la interrumpió Tas, con los ojos muy abiertos—. ¡Apuesto a que te encontrabas en peligro!

Selana esbozó una sonrisa melancólica.

—Sí, pero no tanto como mi primo, Trudarqquo, de apenas ocho años; se había marchado antes de la ceremonia y se había extraviado. Mi tía, hermana de mi padre, estaba muy preocupada y me pidió que lo buscara. Esto ocurría unas horas antes de iniciarse la ceremonia. Lo buscamos a lo largo y a lo ancho de los bancos de coral, donde lo habían visto jugando, pero no lo encontramos. Tuve una corazonada y nadé de regreso a la ciudad, a una zona desierta donde nos prohibían ir a los niños. Como ocurre con todos los niños, por supuesto, los pequeños dragonestis se sienten atraídos por esos lugares prohibidos. Y allí lo encontré, explorando y jugando a ser Nakaro Estela de Plata en su misión épica.

Casi en contra de su voluntad, Tanis estaba cautivado por el relato. Selana le recordaba mucho a Laurana, la hija del Orador de los Soles, junto a la que se había criado. Tras la fachada de un comportamiento arrogante y egoísta, había afectuosidad.

—Para entonces —continuó la princesa—, sabía que la Ceremonia había dado comienzo y que recibiría una reprimenda de mi padre. Nos apresuramos para regresar pero, cuando pasamos ante un edificio abandonado, percibí el olor inconfundible de los tiburones, nuestros mortales enemigos. Me asomé con precaución al edificio y vi tres grandes monstruos blancos, escondidos sin duda para atacar y matar a algunos dragonestis y profanar la festividad. Sin embargo, habían divisado también a Trudarqquo y abandonaron veloces su escondrijo, dominados por el ansia de matar.

—Chasqueando sus espantosos dientes e impulsándose con sus inmensas colas, se lanzaron tras el aterrado niño. A mí no me habían visto, y ello me daba una gran ventaja. Valiéndome de uno de mis más poderosos conjuros, creé seis imágenes mías que rodearon a las bestias. Hice que mi aspecto fuera lo más feroz posible y me moví como si fuera a atacarlos. Creyéndose superados en número, los tiburones huyeron…, ¡dirigiéndose directamente hacia el lugar de la celebración!

—Los perseguí todo el camino y cuando irrumpieron en la zona del festival provocaron un mare mágnum. Mi pueblo no es guerrero por naturaleza, y los tiburones, en su frenesí, buscaron cobijo entre la muchedumbre. Por fortuna, la guardia personal de mi padre está muy bien entrenada, y los rodeó de inmediato. Minutos después se había alejado a los tiburones de la multitud y se los había matado. Nadie había sufrido heridas de consideración.

—Llevaron a rastras los cadáveres de nuestros enemigos a las cocinas, y mi padre reanudó la ceremonia conmigo a su lado. Durante su discurso, me proclamó públicamente "Cazadora de Tiburones". Nunca me había sentido más orgullosa de mí misma en toda mi corta existencia.

—¡Guau, qué aventura! ¿Te lo imaginas, Tanis? —Tas reventaba de excitación—. Los tiburones metiéndose entre la multitud y los soldados rodeándolos, las imágenes de Selana atacando por doquier… Habría sido algo digno de verse.

—Sí, no cabe duda —se mostró de acuerdo el semielfo, a la vez que se desperezaba—. Eres una experta aventurera, princesa.

Tanis no estaba seguro, pues la titilante hoguera apenas daba luz, y más aún habida cuenta de la blancura de la tez de la princesa, pero tuvo la impresión de que Selana enrojecía.

—La vida en las profundidades del mar es bellísima y magnífica, pero a menudo es también muy dura.

Sobrevino un silencio breve, casi embarazoso, que por fin Tanis rompió.

—Haré la primera guardia —anunció.

* * *

La noche era cálida, pero una suave brisa primaveral que soplaba del este, procedente de las montañas aún coronadas de nieve, daba una ligera sensación de frío al ambiente. Tas trepó hasta las ramas bajas de un álamo y no tardó en quedarse dormido, arrebujado en su chaleco de piel y abrazado a su jupak. Flint se tumbó hecho un ovillo junto al fuego, con la cabeza recostada en una piedra recubierta de musgo y el gorro echado sobre los ojos. Selana se acostó de espaldas a todo el mundo, se envolvió en la capa y se quedó dormida con las piernas cruzadas en una postura que no parecía muy cómoda. Tanis se echó una manta sobre los hombros y se acomodó para hacer la guardia.

La luna había salido hacía dos horas cuando el semielfo lanzó un puñado de piedrecillas al árbol donde dormía el kender. Tas se despertó al instante y descendió del álamo de muy buen humor para hacerse cargo de su turno de guardia.

Al cabo de otras dos horas, Flint se despertó, no de tan buen humor, y el resto de la noche transcurrió tranquilamente.

Hablaron poco durante la marcha de la mañana. A Tanis le parecía que Selana estaba aún más encerrada en sí misma que antes. El semielfo había confiado en que, tras relatarles su historia la noche anterior, se sentiría más integrada en el grupo; mas, por el contrario, la princesa parecía más reservada, como si se avergonzara de haberse franqueado con ellos. Aunque comprendía que la interminable caminata tenía que ser agotadora para la joven, a Tanis le fastidiaba su actitud presuntuosa.

Cuando hicieron un alto para comer, Selana se sentó en silencio, a varios metros del grupo.

—Disculpa, princesa —llamó Tanis con tirantez—, pero ¿te crees capaz de levantarte e ir a buscar un poco de agua para la comida?

—Si hay algo que conozco bien, es el agua —replicó ella.

Con gesto ceñudo cogió con brusquedad el cazo que le tendía el semielfo y se alejó a grandes zancadas en dirección al bullicioso sonido de un arroyo.

Flint posó la mano en el antebrazo de su amigo. Sus ojos grises estudiaron el semblante enfurruñado del joven semielfo.

—¿Qué te pasa, Tanis? Por lo general no te cuesta mucho llevarte bien con la gente. Son ya varias ocasiones en que has tratado con dureza a la princesa.

—Lo sé, Flint. —Tanis sacudió la cabeza—. Pero a veces me recuerda demasiado a Laurana y sus engreídos modales palaciegos. —El enano sabía que Laurana, hija del protector de Tanis, Solostaran, con su caprichoso y egoísta amor por Tanis, había sido la causa de que el joven hubiese abandonado su natal Qualinost—. Después de tantos años, me sorprende que este estilo de mujer me saque de mis casillas todavía.

—Algún día se solucionarán esas diferencias que tienes con Laurana —predijo el enano—. Ella y Selana tienen muchas cosas en común, y una de ellas es el criarse con la educación aristocrática elfa —admitió—. Pero no castigues a una por los errores de la otra.

La comida estaba preparada y servida veinte minutos más tarde, pero Selana aún no había regresado. Tras una espera de otros quince minutos, Tanis estaba furioso, pero el viejo enano se sentía preocupado.

—Estoy seguro de que se encuentra bien, Flint —dijo el semielfo—. Si le hubiese ocurrido algo, habría llamado con la caracola.

Tas, que se encontraba ensimismado en sus mapas bajo la cálida caricia del sol, alzó la cabeza con brusquedad.

—Eh…, lo habría hecho si la tuviese. Tenía intención de devolvérsela anoche, de verdad, pero me quedé dormido y lo olvidé. Será lo primero que haga cuando la vea.

—Si
es que alguno de nosotros la vuelve a ver —rezongó Flint mientras recorría con los ojos el entorno, dominado por el nerviosismo—. No se tarda tanto en coger un poco de agua. Vamos, tenemos que buscarla.

—Es probable que al estar en el arroyo fuera incapaz de resistir la tentación de darse un baño —sugirió Tanis con actitud razonable, intentando con ello acallar la inquietud que empezaba a sentir. Junto con Flint y Tas, echó a andar con paso vivo por la suave pendiente herbosa en dirección al rumor del agua—. ¿No te has dado cuenta de que se ha mojado la cara de manera continua con el agua de su odre?

Cruzaron entre unos arbustos espinosos y salieron a la orilla del arroyo. A Selana no se la veía por ninguna parte.

—Quizá llegó al arroyo por otro punto —sugirió Flint.

Por propia iniciativa, Tasslehoff remontó la corriente hacia la derecha y Tanis siguió el curso por la izquierda. Se reunieron de nuevo con Flint sin que su búsqueda hubiese obtenido resultado alguno.

El enano estaba inclinado sobre una rodilla y examinaba el terreno cenagoso cercano al arroyo.

—Mirad esto —dijo, señalando el suelo—. Aquí hay huellas de pisadas del tamaño de Selana.

—¿Qué son estas otras? —preguntó Tas, observando las confusas huellas de unos animales que rodeaban las de la joven—. Parecen pezuñas hendidas. —Alzó la vista, desconcertado—. ¿Cabras? ¿Se ha marchado Selana con un rebaño de cabras?

Las miradas de Flint y Tanis se encontraron y en los ojos de ambos hubo un brillo de comprensión.

—Cabras, no. Sátiros. Les gustan los elfos y las mujeres, y en especial las mujeres elfas.

En ese momento, no muy lejos, se oyó el sonido melancólico de unos caramillos. Tanis intentó articular una advertencia mientras se llevaba las manos a los oídos, pero su gesto fue tardío. Había escuchado la música de la flauta de un sátiro y quedó sometido a su hechizo al instante.

—¿Qué es esa exquisita melodía y de dónde viene? —preguntó el embrujado semielfo, con los ojos vidriosos.

Sonriente, aguzando el oído, Flint señaló con su grueso índice a una arboleda de álamos que crecía junto al arroyo, corriente abajo.

—Creo que la música procede de allí.

—¡Vayamos! —gritó alegremente Tasslehoff, que encabezó la marcha mientras los tres compañeros corrían como chiquillos hacia el incitante y evocador sonido de los caramillos.

Gritando de gozo, Tasslehoff arrancó un molinillo y lo sopló de manera que las sedosas semillas revolotearon sobre el rostro de Flint. En medio de risas, el enano, con espíritu juguetón, propinó a Tas un empujón que lanzó al risueño kender rodando por la suave ladera. Tanis soltó una carcajada, recogió al hombrecillo y lo encaramó sobre su anchos hombros. Apresuraron la marcha hacia la arboleda. Tras salvar a trompicones las hileras de álamos, divisaron a Selana; la princesa se había desabotonado la capa dejando a la vista una túnica ajustada que le llegaba por debajo de las rodillas. Con la cabeza echada hacia atrás y riendo alborozada, la joven danzaba en el centro de un círculo formado por seis sátiros. Uno de ellos echó en su boca abierta una mezcla de vino rojo y blanco que la joven tragó con satisfacción.

Al divisar a los compañeros, las salvajes y juguetonas criaturas, mitad hombres y mitad cabras, les hicieron señas con sus brazos humanos para que se acercaran, a la par que saltaban sobre sus pezuñas. Momentos después, los tres viajeros se unían al jolgorio enlazando los brazos con sus anfitriones y brincando a través del bosque.

—¡Tasslehoff, Flint, Tanis, mis buenos amigos! —gritó Selana, rodeándolos en un afectuoso abrazo. Hizo un ademán hacia los sátiros—. ¡Os presento a mis nuevos amigos, Enfield, Bomaris, Gillam, Pendenis, Kel y Monaghan! ¿No es maravillosa su música? —preguntó, con expresión soñadora—. Tocad otra vez esa cancioncilla de bienvenida —suplicó.

—Tus deseos son órdenes, princesa —dijo con una hermosa voz de bajo el sátiro llamado Enfield. Como un solo ser, los seis hombres-cabra alzaron las cabezas adornadas con cuernos cortos y se llevaron los caramillos a los labios. Al punto, el aire se llenaba con las alegres notas de una rítmica tonada.

Sumido en un placentero trance, Flint cogió una garrafa de vino que le ofrecían y la alzó sobre su brazo; chasqueó los labios con satisfacción mientras el rojo líquido le resbalaba por la barba. Pasó la garrafa a Tanis, que, tras beber, se la pasó a su vez a Tas. Pendenis palmeó el hombro del pequeño kender.

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