El invierno de Frankie Machine (21 page)

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Authors: Don Winslow

Tags: #Intriga

Dave cuelga, llama a la oficina y se pone Troy.

—Troy, consigue el número de matrícula de una tal Machianno, Patricia, y ponte a buscar el vehículo.

Le deletrea el apellido.

—Prueba en el aeropuerto —dice a Troy—. No en el aparcamiento principal, sino en uno de los baratos.

Una mujer casada con Frank Machianno durante tantos años no pagaría jamás el precio más elevado del aparcamiento principal. Seguro que habría ido a uno de los espacios comerciales más baratos, fuera de la autopista, y habría aprovechado el servicio de transporte gratuito al aeropuerto.

—¿En qué carpeta tengo que...? —pregunta Troy.

—No hagas nada más —dice Dave con brusquedad—. No abras ninguna carpeta; limítate a hacer lo que te digo.

—Sí, señor.

—Y no me digas «señor».

—Bueno.

A Dave no le gusta ser brusco con el chico y añade:

—Troy, estás haciendo un trabajo estupendo, ¿vale?

Dave se marcha de la casa de Patty y conduce hasta Solana Beach. Se siente algo culpable, porque Frank no sabe que Dave sabe lo de Donna. A Frank le gusta que su vida privada sea eso, privada, y es probable que no le guste que Dave se inmiscuya en su vida personal, pero hay un expediente del servicio de información sobre Frankie y Dave lo conoce al dedillo.

«Estoy preocupado por ti, Frank», piensa Dave mientras se dirige hacia el norte.

La tienda de Donna Bryant está cerrada. Dave se apea del coche, camina hacia la puerta y lee el cartel manuscrito: «Cerrado por vacaciones».

Donna Bryant no se toma vacaciones. Dave pasa por la tienda de vez en cuando y siempre está abierta: los siete días de la semana. Si Donna Bryant estuviese realmente de vacaciones, lo habría planificado de antemano y habría buscado a alguien que se hiciese cargo de la tienda o, como mínimo, habría dejado un cartel impreso, con una fecha de reapertura.

«Lo que pasa es que no sabe cuándo regresará —piensa Dave— y tampoco sabía que se marcharía. De modo que Frank está fugitivo, su ex esposa se ha marchado y su novia, que es tan adicta al trabajo como él o más, se ha ido de vacaciones de repente. Y todo esto después de que la corriente arrastre hasta las rocas a un tío importante de Detroit. Pues no, no me cuadra. Frank Machianno tiene problemas. Frank no huiría jamás sin antes asegurarse de que sus seres queridos estuvieran a salvo. Que Patty y Donna se hayan marchado es una buena señal de que Frank sigue vivo, que les dijo que se esfumaran y a continuación desapareció él también sin dejar huellas. ¿Dónde estará Jill?»

Delibera si llamarla o no. Por una parte, quiere asegurarse de que esté a salvo, pero, por la otra, no quiere darle un susto de muerte. Además, hay otra cosa: Jill Machianno no sabe que su padre es...

Y Frank acaba de recuperar las buenas relaciones con ella y eso significa mucho para él y lo último que Dave querría es fastidiarla.

«Tendría que localizarla —se dice a sí mismo—, someterla a una vigilancia discreta y nada más. Mientras tanto, no sería mala idea presionar un poco a Sherm Simon. A ver qué me puede decir el Cinco Centavos.»

28

Eso es lo que tiene que decir el Cinco Centavos cuando recibe la llamada de Frank. Una sola palabra: «Corre», y después cuelga el teléfono. No pases, vete, no recojas doscientos dólares. No vengas a mi oficina ni te acerques a ella. Tan solo corre.

—¿Corre? —pregunta Dave Hansen.

Está sentado al otro lado del escritorio de Sherm Simon.

—Es una película de Woody Allen —responde Simon—. Si no la ha visto, se la recomiendo.

—El nombre era
Toma el dinero y corre
.

—Bueno,
Corre o Toma el dinero y corre
, ¿qué diferencia hay?

—Hay mucha diferencia —dice Dave— si el que acaba de llamar era Frank Machianno.

—Frank ¿qué?

—No me vengas con jueguecitos.

—No vengo con jueguecitos —dice Sherm—. ¿Tiene usted una orden judicial, agente Hansen? Porque si no la tiene...

Con un gesto le indica la puerta.

—Es posible que Frank tenga problemas —dice Dave.

«No me jodas: conque es posible que Frank tenga problemas —piensa Sherm— . Yo también puedo tener problemas. Es posible que todos tengamos problemas. Hay problemas que uno ha tenido, problemas que uno tiene en este momento y problemas que uno tendrá. El mundo es así.»

—Tú guardas el dinero que Frank reserva para gastos imprevistos —dice Dave.

No es una pregunta, sino una afirmación.

—No sé de qué me habla.

—Estoy tratando de ayudarlo —dice Dave.

—Lo dudo mucho.

Dave se pone de pie y se inclina sobre el escritorio.

—Pues no dudes mucho de lo que te voy a decir: la Ley Patriótica me da carta blanca en lo que respecta al blanqueo de dinero, señor Simon. Puedo hacerle un agujerito, como si fuese un envase de zumo para niños, y derramarlo por todas partes.

—¡Coño! Usted sabe perfectamente —dice Sherm— que Frank Machianno, y con esto no estoy insinuando que haya ninguna relación, no tiene nada que ver con el terrorismo. Eso es una ridiculez.

—Pues no es eso lo que le diré al juez.

—No, apuesto a que no.

—Si lo ves —dice Dave—, si se pone en contacto contigo, avísame enseguida.

Simon no le promete nada.

29

Troy Vaughan sale del edificio del FBI para comer algo por ahí. Hay una cafetería buena en el edificio, pero a Troy le apetece tomar un poco el aire. Se guarda el
Union-Tribune
bajo el brazo y sale de su despacho.

—Está lloviendo —le dice la recepcionista.

Troy levanta su paraguas.

Es posible que haya tres personas en San Diego que posean un paraguas.

De todos modos, no llueve demasiado y el paraguas lo protege del viento. Troy camina tres calles hasta un bar que sirve comidas en Broadway, en el límite del Gaslamp District. Localiza un taburete junto a la barra y se sienta.

—¿Cuál es la sopa del día? —le pregunta al tío que está detrás de la barra.

—Verdura con alubias.

Pide la sopa y medio bocadillo especial y abre el periódico. Retira la sección deportiva, la deposita en el taburete contiguo y se pone a leer la sección principal.

Un minuto después, el tío que está sentado dos taburetes más allá se pone de pie, retira su cuenta del mostrador, coge la sección deportiva y se dirige a la caja; paga la cuenta y se pierde en la lluvia.

Troy procura no mirar al hombre que sale; se obliga a permanecer sentado y a acabar el bocadillo y la taza de sopa de verdura con alubias.

«No será alta cocina —piensa—, pero no está mal para un día frío y lluvioso como hoy.»

30

En lugar de coger una aguja de ciento ochenta kilos, los pescadores han enganchado a un gorila de ciento ochenta kilos. ¡Qué truculento!

Dave Hansen recibe la llamada aquella mañana y baja al muelle a recibir la barca. No le preocupa demasiado que los forenses no den pie con bola con un cuerpo que ha estado dos días en el agua. De todos modos, no es difícil identificar a Tony Palumbo.

Pocas horas después, Dave recibe la confirmación de que a Palumbo le dispararon con la misma pistola que mató a Vince Vena.

Hipótesis: Vena había venido de Detroit para deshacerse de Tony Palumbo y alguien los mató a los dos.

De modo que alguien estaba tratando de limpiar la Operación G de arriba abajo y para eso contrató al sicario más eficaz de California. Dave expide una orden de búsqueda y captura contra Frank Machianno.

31

Frank gira a la izquierda en la calle Nautilus y sale de la carretera en Windansea. Por la única palabra que Sherm ha dicho, «Corre», sabe que el Cinco Centavos está en una situación comprometida.

En un día normal, le entusiasmaría la oportunidad de venir a Windansea, un lugar legendario para practicar surf, sobre todo un día en el que hay mucha rompiente y vendrán algunos de los mejores surfistas del mundo, pero aquel no es un día normal, porque alguien lo espera para matarlo.

«Que esperen», piensa Frank.

Por un momento, coquetea con la idea de ir a La Jolla de todos modos y dejar que ocurra lo que tenga que ocurrir.

«Ellos no saben qué coche conduces y, mejor aún, no saben que tú sabes que ellos están aquí, aunque tienes la desventaja de que no sabes quiénes son ni cuántos son ni dónde están. Lo único que sabes es que ellos —quienesquiera que sean "ellos"— estarán dando vueltas cerca de la oficina de Sherm. Además, ¿qué consigues aunque logres "ganar" en un tiroteo en una zona comercial tan llena de gente como el bulevar de La Jolla?»

Cadena perpetua sin libertad condicional.

«Así que no seas estúpido», se dice a sí mismo.

Sale del aparcamiento y se dirige hacia el este por Nautilus y después hacia el sur, por el paseo panorámico de La Jolla; después hacia el este por la Soledad Mountain Road hasta la 5. A continuación va hacia el norte hasta la 78 y se dirige hacia el este.

32

Sentado en el coche, Jimmy Giacamonte,
el Niño
, piensa en cojones. Cojones es lo que tiene Frankie Machine y resuenan como grandes badajos de bronce.

Primero secuestra a Mouse Junior y lo lleva precisamente al lugar de trabajo de su padre; después mete a John Heaney en un contenedor y por último entra tranquilamente en el bar de Migliore, golpea a la mitad de los mafiosos hasta dejarlos inconscientes y da una paliza al mismísimo Teddy.

El tío tiene cojones.

«Muy bien —piensa Jimmy—, porque ese es el tipo de trofeo que uno quiere tener colgado en la pared. No sus cojones, evidentemente, no literalmente, pero todo cazador que se precie quiere al gran elefante macho, aquel que, si la jodes, es capaz de matarte. De lo contrario, ¿qué sentido tiene?»

Jimmy está en California con todo su equipo.

Los llaman el «equipo de demolición», porque tienen su sede en un cementerio de coches en Deerborn. A Jimmy le gusta la etiqueta: el «equipo de demolición». Queda todo dicho.

No fueron todos juntos, desde luego —habría sido una estupidez—, sino en vuelos distintos; además, ninguno de ellos llegó hasta San Diego. Jimmy fue a Orange County; Paulie y Joey, a Los Ángeles; Carlo, a Burbank; Tony, a Palm Springs y Jackie, a Long Beach.

Los hombres de Mouse los fueron a buscar y les suministraron la chatarra. Era lo único que Jimmy había pedido a aquellos idiotas de la costa oeste:

—Conseguidnos chatarra limpia, que no puedan rastrear. ¿Podéis hacer una cosa así?

Tal vez sí, tal vez no. Frankie Eme había llegado hasta la entrada de su casa y, ¡por Dios!, lo dejaron marchar. Según lo que había oído, Frankie había tiroteado el hummer del chaval y, de paso, había robado el auto de Joey Fiella. Para descojonarse.

Pero los Mousqueteros les trajeron el arsenal que él había pedido, así que su equipo estaba armado y listo para bailar el rock and roll al estilo de Motor City, al estilo de
Ocho millas
.

Jimmy se pone a cantar:

«Solo tienes un disparo, no pierdas la oportunidad de matar,

una oportunidad que solo se presenta una vez en la vida...»

«No jodas, no puedes desaprovechar esta oportunidad. Soluciona la cuestión aquí, regresa y sáltate al viejo para ocupar el lugar en el consejo. O sea, coróname, papi, como primer paso para que la familia deje de pertenecer a los Tominello y vuelva a quienes corresponde: a los Giacamone. Eso es algo que papá nunca tuvo cojones para hacer, pero yo sí —piensa Jimmy—. Frankie Eme y yo tenemos cojones. Ahora solo tengo que cortarle a Frankie los suyos.»

Por eso se sienta en el coche a esperar. Frankie Machine se va a presentar, más tarde o más temprano.

33

Dos horas después, Frank está en el desierto y está lloviendo.

«¿Cómo coño puede llover en el desierto? —piensa Frank—. Es increíble. Una más para sumar a la cantidad de cosas inverosímiles que están ocurriendo.»

Borrego Springs es un oasis en el Parque Estatal del Desierto de Anza-Borrego, más de tres mil kilómetros cuadrados de uno de los terrenos más agrestes del país. Quienes la fundaron pensaban que llegaría a ser la próxima Palm Springs, pero no fue así, sobre todo porque solo hay dos carreteras para llegar a la ciudad y las dos son pésimas y sinuosas y atraviesan kilómetros y kilómetros de un desierto implacable e inhóspito. Alrededor de una docena de «mojados» pierden la vida todos los años intentando atravesar el desierto desde el lado mexicano, tanto es así que la Patrulla Fronteriza ha empezado a enterrar agua bajo unos postes de nueve metros de altura con una bandera roja en el extremo, para tratar de evitarlo.

De modo que, en realidad, la ciudad nunca prosperó y en la actualidad viven allí sobre todo una reducida población flotante de jubilados que huyen del frío y un par de miles de almas intrépidas que pasan allí todo el año, incluso el verano, cuando las temperaturas pueden subir por encima de los cincuenta grados.

Frank entra por la Carretera 22, que baja serpenteando en una sucesión aparentemente interminable de curvas muy pronunciadas hasta el extenso suelo del desierto y se convierte en la calle principal de Borrego, donde hay un par de moteles, algunos restaurantes y tiendas y un banco.

El banco es lo que lo ha traído hasta aquí. Es un banco «manso», uno de los tantos lugares que Sherm utiliza para blanquear dinero, y el lugar de recogida preestablecido para que Frank consiga efectivo en caso de emergencia. De todos modos, pasa de largo, buscando coches o personas que parezcan fuera de lugar, pero no ve nada.

Aparca el coche frente a Albierto, un pequeño tugurio mexicano donde ya ha comido otras veces. La comida es buena, barata y además abundante, porque Albierto atiende a la población mexicana, que trabaja muchísimo y quiere recibir una buena comida a cambio de su dinero.

Frank se detiene fuera, saca un ejemplar del
Borrego Sun
de la máquina expendedora, se acerca a la barra y pide dos enchiladas de pollo con alubias negras y arroz y un té frío y toma asiento en un reservado, a esperar a que lo llamen.

No ocurren muchas cosas en Borrego Springs. Hay un artículo sobre una nueva excavación arqueológica y otro sobre las obras de renovación del gimnasio del instituto, pero el artículo principal trata de un escándalo en el ayuntamiento de San Diego y de que el gran jurado ha procesado a otro concejal.

Frank se salta el artículo y busca la columna de Tom Gorton. Gorton es el director y un periodista de la vieja escuela, además de ser un escritor como la copa de un pino. Siempre que encuentra el
Sun
en alguna parte, Frank lee su columna. En aquella ocasión, Gorton escribe sobre todo lo que ha llovido aquel invierno y que eso hará que las flores salgan espléndidas en primavera.

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